Una campaña civil (57 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Escogió sus palabras con la más absoluta cautela.

—¿Qué quiere decir con arreglar?

Hugo y Vassily se miraron el uno al otro, inseguros.

—¿Perdone? —aventuró Vassily.

—No puedo saber si he pisado su línea a menos que me diga dónde la ha trazado.

—Eso no es nada amable. Kat —intervino Hugo—. Tenemos tus intereses en el corazón.

—Ni siquiera sabes cuáles son mis intereses.

No era cierto, Vassily había puesto el pulgar en el más mortal de todos. Nikki.
Cómete la furia, mujer
. Ella llegó a ser experta en eso, durante su matrimonio. De algún modo, le había perdido el gusto.

—Bueno… —farfulló Vassily—, me gustaría estar seguro de que Nikki no está siendo expuesto a personas de carácter indeseable.

Ella le dirigió una fina sonrisa.

—No hay problema. Me alegraré de evitar por completo a Alexi Vormoncrief en el futuro.

Él la miró, dolido.

—Me refería a lord Vorkosigan. Y su ambiente político y personal. Al menos… al menos hasta que esta oscura nube sobre su reputación se despeje. Después de todo, se le acusa de haber
asesinado
a mi
primo
.

El estallido de Vassily era pura lealtad de clan, no pena personal, se recordó Ekaterin. Dudaba que Tien y él se hubieran visto más de tres veces en la vida.

—Discúlpeme —dijo con firmeza—. Si Miles no va a ser acusado… y dudo que lo sea, ¿cómo va a ser aclarado, según su punto de vista? ¿Qué tiene que ocurrir?

Vassily pareció momentáneamente desconcertado.

—No quiero que te expongas a la corrupción, Kat —intervino Hugo.

—Sabes, Hugo, es extrañísimo, pero de algún modo lord Vorkosigan se ha olvidado de enviarme invitaciones para
ninguna
de sus orgías. Estoy desolada. ¿Supones que todavía no es la temporada de las orgías en Vorbarr Sultana?

Se mordió la lengua y no dijo nada más. El sarcasmo era un lujo que ni ella ni Nikki podían permitirse.

Hugo recibió esta andanada con gesto adusto. Vassily y él volvieron a mirarse, cada uno tratando tan obviamente de descargar el trabajo sucio en su compañero que Ekaterin se habría reído de buena gana, si no se hubiera sentido tan dolida. Vassily acabó murmurando, débilmente:

—Es
tu
hermana…

Hugo tomó aliento. Era un Vorvayne: conocía su deber, por Dios.
Todos los Vorvayne conocemos nuestro deber. Y lo mantendremos hasta la muerte. ¡No importa lo estúpido o doloroso o contraproducente que sea, sí! Después de todo, miradme, mantuve un juramento a Tien durante once años

—Ekaterin, creo que me toca a mí decir lo siguiente. Hasta que este rumor sobre el asesinato quede zanjado, te pido que no animes, ni vuelvas a ver a ese Miles Vorkosigan, o tendré que estar de acuerdo en que Vassily tiene razón al apartar a Nikki de la situación.

Apartar a Nikki de su madre y su amante
, quieres decir. Nikki había perdido a un padre aquel mismo año, y todos sus amigos en el traslado a Barrayar. Estaba empezando a descubrir que la ciudad a la que había venido podía ser menos extraña, a hacer nuevas amistades, a perder aquella cautela que había lastrado su sonrisa durante tanto tiempo. Ella imaginó que se lo llevaban de nuevo, negándole la posibilidad de verla… porque se reducía a eso, ¿verdad? Era ella, no la capital, quien era sospechosa de corrupción. Nikki en el tercer lugar extraño en un año, entre adultos desconocidos que no le considerarían un niño que amar y educar, sino un deber con el que cargar… no. No.

—Discúlpeme. Estoy dispuesta a cooperar. Pero todavía no he podido dilucidar en qué quieren que coopere. Veo claramente qué es lo que les preocupa, pero ¿
cómo
se va a
resolver
? Defina
resolver
. Si es hasta que los enemigos de Miles dejen de decir cosas desagradables sobre él, puede ser una larga espera. Su trabajo normalmente lo enfrenta a los poderosos. Y no es de los que se achican a la hora del contraataque.

Hugo dijo, un poco más débilmente:

—Evítalo durante un tiempo, de todas formas.

—Un tiempo. Bien. Ahora estamos llegando a algún sitio. ¿Cuánto tiempo exactamente?

—Yo… no puedo decirlo.

—¿Una semana?

—¡Bastante más! —intervino Vassily, ofendido.

—¿Un mes?

Hugo cerró los puños en un gesto de frustración.

—¡No lo sé, Kat! Hasta que olvides esas extrañas ideas que tienes sobre él, supongo.

—Ah. Hasta el fin de los tiempos. Mm. No puedo decir si eso es lo bastante específico o no. Creo que no —tomó aliento, y reacia, porque era mucho tiempo y al mismo tiempo a ellos les parecería aceptable, dijo—: ¿Hasta el final de mi año de luto?

—¡Como mínimo! —dijo Vassily.

—Muy bien —sus ojos se entornaron, y sonrió porque sonreír sería mejor que gritar—. Le tomo la palabra, Vassily Vorsoisson.

—Yo, yo, uh… —dijo Vassily, inesperadamente acorralado—. Bueno… algo debería estar resuelto para entonces. Seguro.

He renunciado a demasiado, demasiado pronto. Tendría que haber dicho Feria de Invierno
.

—Me reservo el derecho de decírselo… y decirle por qué, yo misma. En persona.

—¿Es aconsejable, Kat? —preguntó Hugo—. Es mejor llamarlo por comuconsola.

—Cualquier otra cosa sería una cobardía.

—¿No puedes enviarle una nota?

—Por supuesto que no. No, con esta… noticia. —Qué vil respuesta sería ésa, contra la declaración de Miles sellada con sangre.

Ante su desafiante mirada, Hugo se echó atrás.

—Una visita, entonces. Breve.

Vassily se encogió de hombros, aceptando reacio los términos.

Después de esto se produjo un silencio incómodo. Ekaterin sabía que lo correcto habría sido invitar a la pareja a almorzar, pero no le apetecía invitarlos a seguir respirando siquiera. Sí, y debería tratar de tranquilizar y encantar a Vassily. Se frotó las sienes, que le latían con fuerza. Cuando Vassily hizo un débil movimiento para escapar del saloncito de la profesora murmurando que tenía
cosas que hacer
, ella no los detuvo.

Cerró la puerta tras ellos y volvió a sentarse en el sillón de su tío, incapaz de decidir si acostarse, caminar, o arrancar rastrojos. El jardín seguía lleno de matorrales tras su última pelea con Miles. Pasaría una hora antes de que tía Vorthys regresara de sus clases y Ekaterin pudiera aventar su furia y su pánico con ella. En su regazo.

A favor de Hugo, había que reconocer que no había parecido molesto por la promesa de un puesto de condesa para su hermana, ni había sugerido que era ese premio lo que la motivaba. Los Vorvayne estaban por encima de ese tipo de ambiciones materiales.

Una vez, ella le compró a Nikki una robomascota bastante cara, con la que el niño jugó unos días y que luego olvidó. Quedó arrumbada en un estante hasta que, tras limpiar su habitación, ella trató de regalarla. Las frenéticas protestas de Nikki y sus apasionados sollozos sacudieron el tejado.

El paralelismo era embarazoso. ¿Era Miles un juguete que ella no había querido hasta que intentaron quitárselo? En lo más profundo de su pecho, alguien gritaba y sollozaba.
No estás al mando aquí. Yo soy la adulta, maldición
. Sin embargo Nikki había conservado su robomascota…

Le diría a Miles personalmente la mala noticia de la prohibición de Vassily. Pero todavía no, todavía no. Porque a menos que esta mancha sobre su reputación fuera súbita y espectacularmente
resuelta
, ésa podría ser la última vez que lo viera en mucho, mucho tiempo.

Kareen vio a su padre hundirse en el suave tapizado del vehículo de tierra que Tante Cordelia les había enviado, agitarse incómodo, colocarse el bastón en el regazo y luego a su lado. De algún modo, a ella no le parecía que su incomodidad tuviera que ver con sus viejas heridas de guerra.

—Vamos a lamentar esto, sé que lo vamos a lamentar —se quejó a mamá, por sexta o séptima vez, mientras ella se sentaba a su lado. El dosel trasero se cerró sobre los tres, bloqueando el brillante sol de la tarde, y el vehículo se puso en marcha lentamente—. Cuando esa mujer nos ponga la mano encima, nos volverá la cabeza del revés en diez minutos, y estaremos allí asintiendo como tontos, de acuerdo con todas las locuras que diga.

¡
Oh, eso espero, eso espero
! Kareen mantuvo la boca cerrada y permaneció muy quieta. Todavía no estaba a salvo. El comodoro podía ordenar al conductor de Tante Cordelia que diera media vuelta y los llevara de vuelta a casa.

—Vamos, Kou —dijo mamá—, no podemos seguir así. Cordelia tiene razón. Es hora de arreglar las cosas de manera sensata.

—¡Ah! Ésa es la palabra… sensatez. Una de sus favoritas. Me siento como si ya me estuvieran apuntando con un arco de plasma justo
aquí
—señaló el centro de su pecho, como si un punto rojo se moviera sobre su uniforme verde.

—Ha sido muy incómodo —dijo mamá—, y ya me estaba empezando a hartar. Quiero ver a nuestros viejos amigos y saber cosas de Sergyar. No podemos detener nuestras vidas por este asunto.

Sí, sólo la mía
. Kareen apretó los dientes con más fuerza.

—Bueno, no quiero que ese clon gordo y raro… —el comodoro vaciló, y a juzgar por el temblor de sus labios corrigió dos veces la palabra antes de continuar— corteje a mi hija. Explícame por qué necesita dos años de terapia betana si no está medio loco, ¿eh?

No lo digas, chica, no lo digas
. Ella prefirió morderse los nudillos. Por fortuna, el viaje fue muy corto.

El soldado Pym los recibió en la puerta de la mansión Vorkosigan. Dirigió a su padre uno de esos gestos formales con la cabeza que evocaban un saludo militar.

—Buenas tardes, comodoro, señora Koudelka. Bienvenida, señorita Kareen. Milady los recibirá en la biblioteca. Por aquí, por favor.

Kareen hubiese jurado que, mientras se volvía para escoltarlos, Pym le había hecho un guiño, pero estaba haciendo de Obediente Servidor a la perfección ese día, y no dio más pistas.

Pym los condujo a través de las puertas dobles y los anunció con formalidad. Se retiró discretamente pero, conociéndolo, con aire deliberado de abandonarlos a su suerte.

En la biblioteca habían cambiado parte de la decoración. Tante Cordelia esperaba en un gran sillón de orejas que quizás accidentalmente recordaba un trono. A izquierda y derecha, había dos sillones más pequeños, uno frente a otro. Mark estaba sentado en uno de ellos, vestido con su mejor traje negro, afeitado y acicalado como el día de la aciaga fiesta de Miles. Se levantó y se puso firmes torpemente mientras los Koudelka entraban, claramente incapaz de decidir si sería peor hacer un gesto cordial con la cabeza o no hacer nada. Llegó a una solución de compromiso y se quedó allí de pie, con aspecto alelado.

Frente a Tante Cordelia habían colocado un mueble nuevo. Bueno, nuevo no. Era un sofá viejo y desvencijado que había vivido al menos quince años arrinconado en los desvanes de la mansión Vorkosigan. Kareen lo recordó con cariño por los viejos juegos del escondite de su infancia. La última vez que lo había visto estaba cubierto de cajas polvorientas.

—Ah, ya estáis aquí —dijo Tante Cordelia alegremente. Señaló el segundo sillón—. Kareen, ¿por qué no te sientas aquí?

Ella obedeció y se sentó agarrando los brazos del sillón. Mark se sentó de nuevo en el borde de su sillón y la miró ansioso. El dedo índice de Tante Cordelia se alzó como un trazador de blancos y señaló primero a los padres de Kareen, luego el viejo sofá.

—Kou y Drou, vosotros sentaos…
allí
.

Los dos miraron con inexplicable desazón el mueble viejo.

—Oh —suspiró el comodoro—. Oh, Cordelia, esto es jugar sucio…

Empezó a darse la vuelta para dirigirse a la salida, pero la mano de su esposa se cerró como un cepo sobre su brazo.

La mirada de la condesa se aguzó. Con una voz que Kareen apenas le había oído utilizar antes, repitió:


Sentaos
.

No era ni siquiera su voz de condesa Vorkosigan; era algo más antiguo, más firme, aún más sorprendentemente seguro. Era su antigua voz de capitana estelar, advirtió Kareen; y sus padres habían vivido ambos bajo la autoridad militar durante décadas.

Ambos se sentaron como si los hubieran doblado por la mitad.

—Eso es —la condesa sonrió satisfecha.

Se produjo un largo silencio. Kareen pudo oír el anticuado reloj mecánico en la pared de la antesala contigua. Mark le dirigió una mirada intrigada.
¿Sabes qué demonios está pasando aquí?
Ella contestó de la misma manera:
No, ¿y tú?

Su padre cambió la posición de su bastón tres veces, lo dejó caer sobre la alfombra y, finalmente, lo atrajo hacia sí con el talón de su bota y lo dejó allí. Kareen notó el tirón del músculo de su mejilla cuando apretó los dientes. Su madre cruzó y descruzó las piernas, frunció el ceño, contempló la habitación y luego se miró las manos, que se retorcían sobre su regazo. Parecían dos adolescentes culpables pillados en… mm. Como dos adolescentes culpables a los que hubiesen pillado jodiendo en el sofá del salón, en realidad. Las pistas parecieron flotar tan silenciosamente como plumas en la mente de Kareen, hasta caer.
No supondrás

—Pero Cordelia —estalló mamá de pronto, como si continuara en voz alta una conversación que hubiera tenido lugar telepáticamente—, queremos que a nuestras hijas les vaya mejor que a nosotros. ¡Que no cometan los mismos errores!

Ooh. Ooh. ¡Ooh!
Vaya, quién lo hubiera dicho. Su padre había subestimado a la condesa, advirtió Kareen. No le habían hecho falta ni
tres
minutos.

—Bueno, Drou —dijo Tante Cordelia razonablemente—, me parece que tu deseo se ha cumplido. Kareen ha progresado. Sus decisiones y acciones han sido consideradas y racionales en todos los sentidos. Y por lo que puedo decir, no ha cometido ningún error.

Su padre agitó un dedo ante Mark, y farfulló:

—Eso…
eso
es un error.

Mark se encogió, y se rodeó protectoramente el vientre con los brazos. La condesa frunció levemente el ceño; la mandíbula del comodoro se tensó.

—Ya hablaremos luego de Mark —dijo la condesa con frialdad—. Ahora mismo, permíteme que llame tu atención sobre lo inteligente que es tu hija y lo informada que está. Cierto, no tuvo la desventaja de tratar de construir su vida en el aislamiento emocional y el caos de una guerra civil. Los dos le habéis proporcionado unas posibilidades mejores y más brillantes, y dudo que lo lamentéis.

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