Una campaña civil (29 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Pero la supresión de toda especulación erótica era un legado de sus años con Tien. Ahora era dueña de sí misma, por fin era propietaria de su propia sexualidad. Libre y despejada. Podía atreverse a soñar. A mirar. Incluso a sentir. La acción era otra cosa, pero rayos, podía
desear
, en la soledad de su propio cerebro, y poseer ese sentimiento de deseo.

Y a él le gustaba ella, de verdad. Y a ella le gustaba él, sí. Un poquitín demasiado, incluso, pero eso no era asunto de nadie más que de ella misma. Podían continuar así. El proyecto del jardín no duraría eternamente. A mediados de verano, en otoño como muy tarde, ella podría terminarlo, junto con un plan de instrucciones para los cuidadores habituales de la mansión Vorkosigan. Podría pasarse a comprobar cómo estaba de vez en cuando. Incluso podrían verse. De vez en cuando.

Estaba empezando a tiritar. Volvió a cambiar la temperatura del agua a algo que pudiera soportar y el vapor formó nubes a su alrededor.

¿Causaría algún daño, convertirlo en su amante en sueños? Parecía una invasión. ¿Cómo se sentiría ella, después de todo, si descubriera que aparecía en los sueños pornográficos de alguien? ¿Horrorizada? Disgustada, por aparecer en los pensamientos de un desconocido indigno de confianza. Se imaginó a sí misma retratada así en los sueños de Miles, y comprobó su grado de horror. Era un poco… débil.

La solución obvia era hacer que sueños y realidad llegaran a una congruencia sincera. Si no era posible borrar los sueños, ¿qué tal hacerlos reales? Trató de imaginarse teniendo un amante. ¿Cómo hacía la gente esas cosas? Ella apenas era capaz de preguntar una dirección en la calle. ¿Cómo demonios le pides a alguien que…? Pero la realidad… la realidad era un riesgo demasiado grande, siempre. Soltarse y dejar todos sus sueños libres en otra larga pesadilla como su vida con Tien, una presión lenta, asfixiante, sofocante sobre su cabeza para siempre…

Bajó de nuevo la temperatura, y ajustó el chorro para que las gotas golpearan su piel como acículas de hielo. Miles no era Tien. No intentaba poseerla, por el amor de Dios, ni destruirla: sólo la había contratado para que le construyera un jardín. Era completamente benigno. Tal vez sus hormonas se habían disparado aquel mes. Las anularía y todos estos… pensamientos inusitados desaparecerían solos. Miraría hacia atrás y se reiría.

Se rió experimentalmente. El tono hueco se debía sin duda a que estaba en la ducha. Cerró el agua helada y salió.

No había ningún motivo para verlo hoy. A veces él salía y se sentaba en la muralla un rato y observaba los progresos de la cuadrilla, pero nunca interrumpía. Ella no tendría que hablarle, no hasta su cena de la noche siguiente, y habría montones de otras personas para hablar entonces. Tenía tiempo de sobra para asentar de nuevo su mente. Mientras tanto, tenía que afinar un arroyo.

El despacho de lady Alys Vorpatril en la Residencia Imperial, encargado de todos los asuntos de protocolo social del Emperador, y que ocupaba normalmente tres habitaciones y media, se había ampliado hasta ocupar un ala entera de la segunda planta. Allí se encontró Ivan a merced de la flota de secretarias y auxiliares que lady Alys había reclutado para echar una mano en la boda. Al principio pareció un sueño trabajar en una oficina con docenas de mujeres, hasta que descubrió que la mayoría eran maduras damas Vor de ojos de acero que le permitían aún menos tonterías que su madre. Por fortuna, sólo había salido con las hijas de dos de ellas, y ambas aventuras terminaron si acritud. Podría haber sido mucho peor.

Para desazón de Ivan, lord Dono y By Vorrutyer llegaron con tanta antelación a su cita imperial que se pasaron a verlo por el camino. La secretaria de lady Alys lo llamó para que fuera a la oficina exterior, donde encontró a la pareja, que se abstuvo de sentarse y acomodarse. By iba vestido con su gusto de costumbre, con un traje marrón conservador sólo para los baremos de los payasos de la ciudad. Lord Dono llevaba su bella túnica negra estilo Vor y pantalones con franjas grises y bordados, una ropa de luto que no conseguía menguar su reciente buen aspecto masculino. La madura secretaria lo miraba con aprobación, con los ojos entornados. El soldado Szabo, vestido con el uniforme de la Casa Vorrutyer, había asumido aquella pose típica de soy-un-mueble junto a la puerta, como declarando de manera tácita que si había algún atentado no era su trabajo estar en algunas de las líneas de fuego.

Ningún miembro del personal recorría solo los pasillos de la Residencia Imperial; Dono y By tenían un escolta: el primer mayordomo de Gregor. El hombre dejó de conversar con la secretaria cuando Ivan entró, y lo miró con renovado aprecio.

—Buenos días, Ivan —dijo lord Dono cordialmente.

—Buenos días, Dono, By —Ivan consiguió ofrecer un gesto breve y razonablemente impersonal—. Ya, um, veo que lo conseguisteis.

—Sí, gracias —Dono miró alrededor—. ¿Está aquí lady Alys esta mañana?

—Ha salido a inspeccionar los floristas con el coronel Vortala —dijo Ivan, feliz de poder decir la verdad y evitar involucrarse aún más en los planes que lord Dono pudiera tener.

—He de hablar con ella pronto —musitó Dono.

—Mm —dijo Ivan. Lady Donna no había sido nunca amiga íntima de Alys Vorpatril, al ser una generación más joven y estar relacionada con una clase política diferente a la muchedumbre políticamente activa que lady Alys presidía. Lady Donna había descartado, junto con su primer marido, una oportunidad de ser condesa; aunque como conocía aquel noble, Ivan creía comprender el sacrificio. En cualquier caso, Ivan no tenía ningún problema para controlar su urgencia de cotillear sobre aquel nuevo giro de los acontecimientos con su madre o cualquiera de las tranquilas matronas Vor que ésta empleaba. Y por fascinante que pudiera resultar ser testigo del primer encuentro de lady Alys con lord Dono y de todos los problemas de protocolo que provocaría, en conjunto Ivan hubiese preferido estar a salvo, fuera de su alcance.

—¿Preparados, caballeros? —dijo el mayordomo.

—Buena suerte, Dono —dijo Ivan, y se dispuso a retirarse.

—Sí —dijo By—, buena suerte. Yo me quedaré aquí y charlaré con Ivan hasta que acabes, ¿de acuerdo?

—En mi lista —dijo el mayordomo —aparecen todos ustedes. Vorrutyer, lord Vorrutyer, lord Vorpatril y el soldado Szabo.

—Oh, eso es un error —trató de colar Ivan—. En realidad sólo lord Dono tiene que ver a Gregor.

By asintió, confirmándolo.

—La lista está escrita por el propio Emperador, de su puño y letra —dijo el mayordomo—. Por aquí, por favor.

El normalmente impávido By tragó saliva, pero todos siguieron diligentemente al mayordomo, bajaron dos plantas y se encaminaron al ala norte y al despacho privado de Gregor. El mayordomo no había exigido a Ivan que refrendara la identidad de Dono, por lo cual Ivan dedujo que la Residencia ya se había enterado del caso. Ivan casi se sintió decepcionado. Tenía muchas ganas de ver a otra persona poner la misma cara que puso él.

El mayordomo tocó la lectora palmar junto a la puerta, anunció a su grupo y le concedieron permiso para entrar. Gregor desconectó su comuconsola y levantó la cabeza cuando todos entraban. Se puso en pie y se apoyó en ella, cruzó los brazos y contempló al grupo.

—Buenos días, caballeros. Lord Dono. Soldado Szabo.

Ellos respondieron murmurando al unísono
Buenos días, señor
, a excepción de Dono, que dio un paso al frente con la barbilla levantada y dijo con voz clara:

—Gracias por recibirme tan pronto, señor.

—Ah —dijo Gregor—. Tan pronto. Sí —dirigió una extraña mirada a By, que parpadeó aturdido—. Por favor, sentaos —continuó Gregor. Indicó los sofás de cuero situados al fondo de la habitación, y el mayordomo se apresuró a traer un par de sillones más. Gregor ocupó su sitio de costumbre en uno de los sofás, vuelto un poco de lado, para ver mejor los rostros de sus invitados a la brillante luz de las ventanas que asomaban al jardín.

—Preferiría estar de pie, señor —murmuró el soldado Szabo, pero no se le permitió abrazar la puerta y su potencial ruta de escape. Gregor se limitó a sonreír brevemente y señaló una silla, y Szabo no tuvo más remedio que sentarse, aunque lo hizo en el borde. By ocupó una segunda silla y consiguió imitar bastante bien su habitual pose tranquila, con las piernas cruzadas. Dono se sentó recto, atento, las rodillas y los codos separados, reclamando un espacio que nadie disputaba; tenía el segundo sofá para él solo, hasta que Gregor abrió irónicamente una mano, e Ivan se vio obligado a ocupar un sitio a su lado. Lo más lejos posible.

El rostro de Gregor no dejaba entrever nada, excepto el hecho evidente de que la posibilidad de que Donna/Dono lo pillara por sorpresa había pasado ya, en las horas transcurridas desde la llamada de Ivan. Gregor rompió el silencio justo antes de que Ivan se dejara llevar por el pánico y farfullara algo.

—Bien, ¿de quién fue la idea?

—Mía, señor —respondió al momento lord Dono—. Mi difunto hermano expresó muchas veces, como Szabo sabe y otros miembros de la Casa pueden declarar, que aborrecía la idea de que Richars ocupara su lugar como conde Vorrutyer. Si Pierre no hubiera muerto de manera tan repentina e inesperada, sin duda habría encontrado un heredero sustituto. Considero que estoy cumpliendo su testamento verbal.

—Así que, ah, reclamas su aprobación póstuma.

—Sí. Si se le hubiera ocurrido a él. Es cierto que no tenía ningún motivo para pensar en una solución tan extrema mientras vivió.

—Ya veo. Continúa.

Ivan advirtió que era Gregor en su clásico modo de dales-suficiente-cuerda-para-que-se-ahorquen.

—¿Qué apoyo te aseguraste, antes de marcharte? —Gregor miró significativamente al soldado Szabo.

—Me aseguré de tener el apoyo de mis hom… de los hombres de mi difunto hermano, por supuesto —dijo Dono—, ya que era su deber guardar la propiedad en disputa hasta mi regreso.

—¿Les hiciste jurar? —la voz de Gregor se volvió de repente muy suave.

Ivan se estremeció. Recibir un juramento por parte de un soldado antes de ser confirmado como conde o heredero de un condado era un serio delito, una violación de una de las subcláusulas de la Ley Vorlopolous que, entre otras cosas, había limitado el número de soldados de un conde a un escuadrón de sólo veinte hombres. Lord Dono dirigió a Szabo un levísimo gesto de cabeza.

—Dimos nuestra palabra —intervino Szabo—. Cualquier hombre puede dar libremente su palabra por sus actos, señor.

—Mm —dijo Gregor.

—Aparte de los soldados Vorrutyer, las dos únicas personas a las que informé fueron mi abogada y mi primo By —continuó lord Dono—. Necesitaba que mi abogada pusiera en movimiento ciertos acuerdos legales, comprobara ciertos detalles y preparara los documentos necesarios. Ella y todos sus archivos están completamente a su disposición, señor. Estoy seguro de que comprende la necesidad táctica de la sorpresa. No se lo conté a nadie más antes de partir, para que Richars no estuviera sobre aviso y también se preparase.

—A excepción de Byerly —apuntó Gregor.

—A excepción de By —reconoció Dono—. Necesitaba a alguien en la capital en quien confiar para vigilar los movimientos de Richars mientras estaba fuera e incapacitado.

—Tu lealtad hacia tu primo es… notable, Byerly —murmuró Gregor.

By lo miró alerta.

—Gracias, señor.

—Y tu notable discreción. Tomo nota de ello.

—Parecía un asunto personal, señor.

—Ya veo. Continúa, lord Dono.

Dono vaciló un instante.

—¿Le ha entregado ya SegImp mis archivos médicos betanos?

—Esta mañana mismo. Al parecer se retrasaron un poco.

—No debe echarle la culpa a ese amable muchacho de SegImp que me estuvo siguiendo. Me temo que la Colonia Beta le pareció un poco abrumadora. Y estoy seguro de que los betanos no le dieron la información voluntariamente, ya que les dije que no lo hicieran. —Dono sonrió tímidamente—. Me alegra ver que estuvo a la altura del desafío. Odiaría pensar que SegImp está perdiendo su antigua garra, después de la jubilación de Illyan.

Gregor, que escuchaba con la barbilla apoyada en una mano, agitó un poco los dedos reconociendo el valor de estas palabras, en todos los sentidos.

—Si ha tenido la oportunidad de examinar los archivos —continuó Dono—, sabrá que ahora soy plenamente funcional como varón, capaz de responder a mi deber biológico y social de engendrar al siguiente heredero Vorrutyer. Ahora que cumplo el requisito de primogenitura masculina, reclamo por derecho de sangre el condado del Distrito Vorrutyer y, a la luz de las opiniones expresadas por mi difunto hermano, reclamo también el título de conde. Por otro lado también aseguro que seré mejor conde que mi primo Richars, y que serviré a mi Distrito, al Imperio y a usted de manera más competente que él. Como prueba, me remito a mi trabajo en el Distrito de Pierre en los últimos cinco años.

—¿Estás proponiendo otros cargos contra Richars? —preguntó Gregor.

—En este momento no. No hubo pruebas suficientes en su momento para sostener el único cargo lo suficientemente grave y llevarlo a juicio —Dono y Szabo intercambiaron una mirada.

—Pierre solicitó una investigación de SegImp sobre el accidente de volador de su prometida. Recuerdo haber leído la sinopsis del informe. Tienes razón. No había ninguna prueba.

Dono consiguió asentir sin darle la razón.

—En cuanto a ofensas menores de Richars, bueno, a nadie le importaron antes y dudo que les importen ahora. No lo acusaré de no ser adecuado (aunque pienso que no lo es), pero mantendré que soy más adecuado y que tengo más derecho. Y también lo expondré así ante los condes.

—¿Y esperas obtener algún voto?

—Esperaría obtener un pequeño número de votos contra Richars de sus enemigos personales aunque fuera un caballo. En cuanto al resto, tengo previsto ofrecerme al partido progresista como futuro representante.

—¿Ah? —Gregor alzó la mirada—. Los Vorrutyer siempre han sido conservadores. Se esperaba que Richars mantuviera la tradición.

—Sí. Mi corazón está con la vieja guardia; eran el partido de mi padre, y de mi abuelo antes que él. Pero dudo que muchos de sus corazones estén conmigo. Además, en este momento están en franca minoría. Hay que ser prácticos.

Cierto. Y aunque Gregor tenía cuidado de mantener una fachada de neutralidad imperial, nadie tenía ninguna duda de que los progresistas eran el partido al que favorecía en secreto. Ivan se mordió los labios.

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