Un trabajo muy sucio (44 page)

Read Un trabajo muy sucio Online

Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, Fantástico

BOOK: Un trabajo muy sucio
4.87Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Está bien, continúe —dijo Minty, sacudiendo la mano libre hacia Audrey—. He captado el mensaje.

Ella suspiró.

—Empecé a frecuentar las tiendas de artículos de segunda mano de la ciudad en busca de toda clase de cosas, desde botones a manos. Y al menos en ocho tiendas encontré esos objetos con alma, todos agrupados en cada tienda. Me di cuenta de que yo no era la única que veía su resplandor rojizo. Alguien estaba aprisionando aquellas almas en objetos. Así fue como llegué a saber de ustedes, caballeros, sean lo que sean. Tenía que quitarles aquellas almas de las manos. Así que las compraba. Quería que pasaran a su siguiente renacer, pero no sabía cómo. Pensé en usar el
p'howa
de proyección forzada para obligar a esas almas a entrar en cuerpos de personas que no tuvieran alma, pero el proceso llevaba su tiempo. ¿Qué iba a hacer, atar a esa gente? Y ni siquiera sabía si funcionaría. A fin de cuentas, ese método se usaba para obligar al alma de una persona a entrar en el cuerpo de otra, pero no con objetos inanimados.

—Entonces —dijo Charlie—, ¿probaste eso de la proyección forzada con uno de tus animalitos?

—Sí, y funcionó. Pero con lo que no contaba era con que se convirtieran en seres animados. El maniquí empezó a caminar y a hacer cosas, cosas inteligentes. Y así es como mis ardillas se convirtieron en estos chiquitines que han visto hoy. ¿Más té, señor Asher? —Audrey sonrió y le acercó la tetera.

—¿Esas cosas tienen alma humana? —preguntó Charlie—. Eso es espantoso.

—Sí, ya, y es mejor tener el alma aprisionada en un par de zapatillas viejas en su tienda, ¿no? Las almas solo están en el pueblo ardilla hasta que encuentre un modo de transferirlas a personas. Quería salvarlas de usted y de los de su calaña.

—Nosotros no somos los malos. Díselo, Fresh, dile que no somos los malos.

—No somos los malos —dijo Minty—. ¿Puedo tomar más café?

—Somos Mercaderes de la Muerte —dijo Charlie, pero le salió con mucha menos alegría de lo que esperaba. No quería por nada del mundo que Audrey lo considerara uno de los malos. Como la mayoría de los machos beta, no se daba cuenta de que el ser un buen tipo no necesariamente atraía a las mujeres.

—Eso es lo que estoy diciendo —dijo ella—. No podía permitir que vendieran las almas como si fueran baratijas de segunda mano.

—Así es como encuentran su siguiente reencarnación —dijo Minty.

—¿Qué? —Audrey miró a Charlie en busca de confirmación.

Charlie asintió con la cabeza.

—Tiene razón. Nosotros recogemos las almas cuando alguien muere y luego otra persona las compra y pasan a su siguiente vida. Yo he visto cómo pasaba.

—No puede ser —dijo Audrey, y derramó el café de Minty.

—Sí—dijo Charlie—. Vemos el resplandor rojo, pero no en el cuerpo de las personas, como tú. Solamente en los objetos. Cuando alguien que necesita un alma entra en contacto con el objeto, el resplandor desaparece. El alma entra en esa persona.

—Yo creía que teníais atrapadas a las almas entre dos vidas. Entonces, ¿no están prisioneras?

—No.

—Después de todo, no era culpa nuestra —le dijo Minty Fresh a Charlie—. La que ha liado todo esto ha sido ella.

—¿La que ha liado el qué? —preguntó Audrey.

—Hay Fuerzas de la Oscuridad. No sabemos qué son —dijo Charlie—. Vemos solo cuervos gigantes y unas mujeres diabólicas. Las llamamos las arpías del alcantarillado porque salen de los desagües. Se hacen más fuertes cuando consiguen apoderarse de la vasija de un alma... y se están haciendo muy fuertes. La profecía dice que van a levantarse en San Francisco y que las tinieblas cubrirán el mundo.

—¿Y viven en las alcantarillas? —preguntó Audrey.

Los dos Mercaderes de la Muerte asintieron con la cabeza.

—Oh, no, así es como las ardillas se mueven por la ciudad sin que las vean. Las he mandado a las tiendas para recuperar las almas. Debo de haberlas enviado directamente a esas criaturas. Y muchas no han vuelto. Pensaba que quizá se hubieran perdido, o que estarían vagando por ahí. Suelen hacerlo. Tienen el potencial de una conciencia humana completa, pero parece que el cuerpo va perdiendo facultades con el paso del tiempo. A veces se ponen un poco tontorronas.

—No me digas —dijo Charlie—. ¿Por eso esa iguana de ahí está mordiendo el cable de la luz?

—¡Ignatius! ¡Quita de ahí! Si te electrocutas, el único sitio que tengo para poner tu alma es esa gallina que metí en el congelador. Y todavía está congelada y no tengo pantalones que le sirvan. —Se volvió hacia Charlie con una sonrisa avergonzada—. Hay cosas que uno nunca creyó que se oiría decir.

—Sí, pero ¿qué se le va a hacer? —preguntó Charlie, intentando parecer tan tranquilo—. ¿Sabes?, una de tus ardillas me disparó con una ballesta.

Audrey pareció angustiada. A Charlie le dieron ganas de reconfortarla. De darle un abrazo. De besarla en la coronilla y decirle que todo iba a salir bien. Quizá incluso de pedirle que lo desatara.

—¿Sí? ¿Con una ballesta? Ah, sería el señor Shelly. En una vida anterior fue espía o algo así. Tenía la costumbre de llevar a cabo sus propias misiones. Lo mandé a vigilarte para que me informara y averiguara lo que estabas tramando. Se suponía que nadie tenía que salir herido. No volvió a casa. Lo siento mucho.

—¿Para que te informara? —preguntó Charlie—. ¿Es que pueden hablar?

—Bueno, no hablan —contestó Audrey—, pero algunos saben leer y escribir. El señor Shelly hasta sabía escribir a máquina. He estado trabajando en eso. Tengo que conseguirles una caja de voz que funcione. Lo intenté con una de una muñeca que hablaba, pero acabé con un hurón vestido de samurai que lloraba y preguntaba constantemente si podía ir a jugar al parque. Era insoportable. Es un proceso extraño. Mientras sean partes orgánicas, cosas que han tenido vida, encajan, funcionan. Los músculos y los tendones forman sus propias conexiones. He estado usando jamones para hacer el torso, porque les da mucha fuerza muscular y porque huelen mejor hasta que acaba el proceso. Ya sabéis, a ahumado. Pero algunas cosas son un misterio. No les crece la laringe.

—Tampoco parece que les crezcan los ojos —dijo Charlie, y señaló con la taza a una criatura cuya cabeza era el cráneo sin ojos de un gato—. ¿Cómo ven?

—Ni idea. —Audrey se encogió de hombros—. En el libro no lo ponía.

—Sé lo que se siente —dijo Minty Fresh.

—Así que he estado haciendo experimentos con una laringe hecha de cuerda de tripa y jibión. Ya veremos si el que la lleva aprende a hablar.

—¿Por qué no vuelve a trasladar las almas a cuerpos humanos? —preguntó Minty—. Porque puede hacerlo, ¿no?

—Supongo que sí—contestó Audrey—. Pero, para ser sincera, no tenía cuerpos humanos a mano. Sin embargo, las ardillas tienen que llevar alguna parte humana. Eso lo aprendí a fuerza de hacer experimentos. El hueso de un dedo, sangre, lo que sea. Conseguí una columna vertebral a precio de ganga en una chamarilería del Haight y he estado usando una vértebra para cada ardilla.

—Entonces eres como una reanimadora monstruosa —dijo Charlie. Y añadió rápidamente—: Y lo digo con todo cariño.

—Gracias, señor Mercader de la Muerte. —Audrey le devolvió la sonrisa y se acercó a una mesa en busca de unas tijeras—. Me parece que tengo que soltaros y enterarme de cómo os metisteis en este oficio. Señor Greenstreet, ¿podría traernos más té y café?

Una criatura con cráneo de castor por cabeza, vestida con fez y chaqueta de esmoquin de rojo satén, hizo una reverencia, pasó junto a Charlie y se dirigió a la cocina.

—Bonita chaqueta —dijo Charlie.

El castor le hizo un gesto levantando el pulgar al pasar. Tenía dedos de lagarto.

Capítulo 25
El ritmo de lo hallado y lo perdido

El Emperador estaba acampado entre unos matorrales, junto a una alcantarilla abierta que desaguaba en el arroyo Lobos, en Presidio, la punta de tierra del lado de San Francisco del Golden Gate donde se levantaban los fortines desde los tiempos de los españoles y que recientemente había sido convertida en un parque. Había deambulado durante días por la ciudad, voceando por los desagües, en pos del ladrido de su soldado perdido.
Lazarus
, su leal retriever, lo había conducido hasta uno de los pocos desaguaderos de la ciudad por los que el boston terrier podría salir sin verse arrastrado por el agua hacia el interior de la bahía. Acamparon bajo un poncho de camuflaje y esperaron. Por suerte no había llovido desde que
Holgazán
se metiera en la cloaca en persecución de la ardilla, pero desde hacía dos días burbujeaban sobre la urbe negros nubarrones que, aunque no acarrearan lluvia, hacían que el Emperador temiera por su ciudad.

—Ah,
Lazarus
—dijo mientras rascaba a su pupilo detrás de las orejas—, si tuviéramos siquiera la mitad de coraje que nuestro pequeño camarada, entraríamos en esa alcantarilla e iríamos en su busca. Pero ¿qué somos sin él, nuestro valor, nuestra bravura? Quizá seamos firmes y justos, amigo mío, pero sin valor para arriesgar la vida por nuestro hermano, no somos más que políticos: vociferantes putas de la retórica.

Lazarus
gruñó suavemente y se acurrucó bajo el poncho. El sol acababa de ponerse, pero el Emperador veía algo moverse en la alcantarilla. Mientras se ponía en pie, una criatura salió agazapada de la tubería de metro ochenta de alto y prácticamente se desdobló en el lecho del arroyo: era una cosa enorme, tenía cabeza de toro, ojos verdes que refulgían y alas que se desplegaban como paraguas de cuero.

Mientras el Emperador y
Lazarus
miraban, aquella criatura dio tres pasos y saltó al cielo crepuscular, batiendo las alas como las velas de un navío fantasma. El Emperador se estremeció y pensó por un momento en trasladar su campamento a la ciudad propiamente dicha y pasar quizá la noche en la calle Market, entre el trasiego de la gente y la policía. Entonces oyó un levísimo ladrido salir del interior de la cloaca.

Audrey les estaba enseñando el centro budista, que, quitando la oficina de la parte delantera y un cuarto de estar convertido en sala de meditación, se parecía mucho a cualquier otra extensa y laberíntica casa victoriana. Era austera y oriental en su decoración, sí, y estaba impregnada quizá del olor del incienso, pero aun así era solo una vieja casona.

—En realidad no es más que una vieja casona —dijo Audrey mientras les conducía a la cocina.

Minty Fresh la hacía sentirse un poco incómoda. No dejaba de arrancarse trocitos de cinta adhesiva que se le habían quedado pegados a la manga de la chaqueta verde y de lanzarle miradas que parecían decir: «Será mejor que esto salga en la tintorería o me las pagarás». Su sola estatura resultaba intimidatoria, pero, además, le estaban saliendo en la frente grandes chichones de cuando se había golpeado contra el marco de la puerta, de modo que parecía vagamente un guerrero klingon, de no ser por el traje verde pastel, claro. Quizá el agente de un guerrero
klingon
.

—Entonces —dijo—, si las ardillas creían que yo era de los malos, ¿por qué la semana pasada me salvaron de la arpía del alcantarillado en el tren? La atacaron y me dieron tiempo para escapar.

Audrey se encogió de hombros.

—No lo sé. Se suponía que solo tenían que vigilarte y volver a informar. Quizá vieron que lo que iba detrás de ti era mucho peor que tú mismo. En el fondo son humanos, ¿sabes?

Se detuvo delante de la puerta de la despensa y se volvió hacia ellos. No había visto la debacle que había tenido lugar en la calle, pero Esther, que estaba mirando por la ventana, le había contado lo ocurrido; le había hablado de aquellas criaturas de forma femenina que perseguían a Charlie. Evidentemente, aquellos hombres extraños eran una suerte de aliados que practicaban lo que ella había asumido como una tarea sagrada: ayudar a las almas a pasar a su siguiente existencia. Pero su método... ¿Podía confiar en ellos?

—Así que, por lo que decís, ¿hay miles de personas que van por ahí sin alma?

—Millones, probablemente —contestó Charlie.

—Puede que eso explique lo de las últimas elecciones —dijo ella, intentando ganar tiempo.

—Tú misma has dicho que podías ver si la gente tenía alma —dijo Minty Fresh.

Tenía razón, pero, a pesar de ver a los desalmados, Audrey nunca había pensado en su número ni en lo que ocurría cuando el de los muertos no se igualaba con el de los nacidos. Sacudió la cabeza.

—Entonces, ¿la transferencia de las almas depende de una adquisición material? Es tan... no sé... tan sórdido...

—Créeme, Audrey—dijo Charlie—, a nosotros el mecanismo nos tiene tan perplejos como a ti, y eso que somos su instrumento.

Ella miró a Charlie, lo miró de verdad. Estaba siendo sincero con ella. Había ido allí dispuesto a hacer lo correcto. Audrey abrió la puerta de la despensa y la luz rojiza se derramó sobre ellos.

La despensa era casi tan grande como un dormitorio moderno. Cada una de sus estanterías, que se extendían del suelo al techo, y la mayor parte del suelo estaban cubiertos de refulgentes vasijas de almas.

—¡Ostras! —dijo Charlie.

—He reunido todas las que he podido... o lo ha hecho el pueblo ardilla.

Minty Fresh entró en la despensa agachando la cabeza y se paró delante de una estantería llena de discos y cd. Cogió unos cuantos y empezó a revisarlos; después se volvió hacia ella y levantó, desplegada en abanico, media docena de fundas de compactos.

—Estos son de mi tienda.

—Sí. Nos los llevamos todos —dijo Audrey.

—Allanaste mi tienda.

—Los ha preservado de los malos, Minty —dijo Charlie al entrar en la despensa—. Probablemente los ha salvado, y quizá a nosotros también.

—De eso nada, tío. Si no fuera por ella, nada de esto habría pasado.

—No es cierto, iba a ocurrir de todos modos. Lo vi en el otro Gran libro, en Arizona.

—Yo solo intentaba ayudar —dijo Audrey.

Charlie se había quedado mirando fijamente un cd que Minty tenía en la mano. Parecía haber caído en una especie de trance. Alargó la mano hacia los discos como si se moviera atravesando un líquido denso. Cogió uno, el que miraba fijamente, y le dio la vuelta para mirar el dorso. Se dejó caer pesadamente en el suelo de la despensa y Audrey le agarró la cabeza para que no se golpeara contra la estantería que tenía detrás.

—Charlie—dijo—, ¿estás bien?

Minty Fresh se agachó junto a él y miró el cd; intentó quitárselo, pero Charlie lo apartó. Minty miró a Audrey.

Other books

The Violet Hour by Brynn Chapman
Wild by Naomi Clark
Oxygen by Carol Cassella
Secret Army by Robert Muchamore
My Lady Enslaved by Shirl Anders
Till Abandon by Avril Ashton
Eternal Pleasure by Nina Bangs
When a Man Loves a Woman (Indigo) by Taylor-Jones, LaConnie
Wild Heart by Lori Brighton