Un trabajo muy sucio (46 page)

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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, Fantástico

BOOK: Un trabajo muy sucio
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—No, no nos hemos acostado —dijo Charlie, y se oyó un suspiro colectivo de desilusión—. Bueno, sí que nos hemos acostado. —Se oyó un suspiro colectivo de alivio—. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que es maravillosa. Es preciosa y simpática y dulce y...

—Charlie —lo interrumpió Jane—, nos llamaste para decirnos que había un gran peligro y que teníamos que ir a recoger a Sophie para protegerla, ¿y lo que pasaba era que habías quedado con alguien?

—No, no, había... hay un gran peligro, al menos en la sombra, y necesitaba que os quedarais con Sophie, pero he conocido a alguien.

—¡Papá se ha acostado con alguien! —exclamó Sophie otra vez.

—Cariño, eso no se dice, ¿de acuerdo? —dijo Charlie—. La tía Jane y la tía Cassie tampoco deberían decirlo. No está bien.

—¿Como «gatito» y «por el culo no»?

—Exacto, cielo.

—Vale, papi. Entonces, ¿no estuvo bien?

—Papá tiene que ir a casa a por su agenda, tesoro, hablaremos de eso luego. Dame un beso. —Sophie le dio un gran abrazo y un beso, y Charlie pensó que iba a echarse a llorar. La niña había sido durante mucho tiempo su único futuro, su única alegría, y ahora tenía aquella otra alegría y quería compartirla con ella—. Volveré enseguida, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Déjame bajar.

Charlie la dejó deslizarse hasta el suelo y ella salió corriendo hacia otra parte de la casa.

—Entonces, ¿no estuvo bien? —preguntó Jane.

—Lo siento, Jane. Todo esto es una locura. Odio haberos implicado. No quería asustaros.

Jane le dio un puñetazo en el brazo.

—Entonces, ¿estuvo bien?

—Estuvo muy, muy bien —contestó Charlie con una sonrisa—. Es muy simpática. Tanto que echo de menos a mamá.

—Me he perdido —dijo Cassandra.

—Me gustaría que mi madre viera que me va bien. Que he conocido a una chica que me conviene. Que va a ser muy buena con Sophie.

—Eh, tigre, no vayas tan deprisa —dijo Jane—. Acabas de conocerla, deberías echar un poco el freno. Y recuerda que te lo dice una cuya segunda cita consiste típicamente en invitar a vivir a una mujer en su casa.

—Zorra —murmuró Cassie.

—Lo digo en serio, Jane. Es asombrosa.

Cassie miró a Jane.

—Tenías razón, le hacía mucha falta echar un polvo.

—¡Que no es eso!

Su teléfono móvil sonó.

—Perdonadme, chicas. —Lo abrió.

—Asher, ¿qué coño has hecho? —Era Lily. Estaba llorando—. ¿Qué coño has desatado?

—¿Qué pasa, Lily? ¿Qué pasa?

—Acaba de estar aquí. El escaparate de la tienda ha desaparecido. ¡Ha desaparecido! Entró, destrozó la tienda y se llevó todas las cosas de las almas. Las metió en un saco y salió volando. Joder, Asher. ¡Joder! Esa cosa era enorme y horrorosa, joder.

—Sí, Lily, ¿estás bien? ¿Ray está bien?

—Sí, estoy bien. Ray no ha venido. Corrí a la trastienda cuando eso entró por el escaparate. Pero solo le interesaba esa estantería. ¡Asher, era grande como un toro y volaba, joder!

Parecía al borde de la histeria.

—Aguanta, Lily. Quédate ahí, que ahora mismo voy a por ti. Métete en la trastienda y no abras la puerta hasta que me oigas, ¿de acuerdo?

—¿Qué cono era esa cosa, Asher?

—No lo sé, Lily.

La Muerte con cabeza de toro voló hasta el interior del desaguadero y cayó a cuatro patas para moverse por la cañería arrastrando tras ella el saco de almas. No por mucho más tiempo: no se arrastraría por mucho más tiempo. Había llegado la hora, Orcus podía sentirlo. Sentía cómo iban congregándose en la ciudad, la ciudad que él había convertido en su territorio hacía muchos años. Su ciudad. Aun así, acudirían e intentarían apoderarse de lo que era suyo por derecho. Todos los antiguos dioses de la muerte: Yama, Anubis y Mors; Tánatos, Caronte y Mahakala; Azrael, Emma-O y Ahkoh; Balor, Erebos y Nyx: docenas de ellos, dioses nacidos de la energía del mayor miedo del Hombre, el miedo a la muerte. Y todos ellos acudían con el propósito de erigirse en caudillos de la oscuridad y los muertos, en el Luminatus. Pero él había llegado primero y, con las Morrigan, se convertiría en el único. Sin embargo, tenía que organizar sus tropas, curar a las Morrigan y aplastar a los ladrones de almas de la ciudad, a aquellos desdichados.

El saco de almas conseguiría en gran medida sanar a sus novias. Se adentró en la gruta donde se hallaba amarrado el gran barco y saltó al aire. El retumbo de sus grandes alas de cuero resonó en las paredes de la gruta como un tambor de guerra y espantó a los murciélagos, que comenzaron a girar alrededor de los mástiles en grandes nubes.

Las Morrigan, rotas y desgarradas, lo esperaban en la cubierta.

—¿Qué te dije? —dijo Babd—. ¿A que Arriba no se está tan bien, eh? Yo, por lo menos, podría pasar perfectamente sin coches.

Jane conducía mientras Charlie llamaba por el móvil, primero a Rivera, luego a Minty Fresh. En media hora estaban todos en su tienda, o en el desbarajuste que había sido su tienda. Unos agentes de uniforme habían acotado la acera con cinta policial hasta que alguien pudiera barrer los cristales.

—A los turistas va a encantarles esto —dijo Nick Cavuto mientras mordisqueaba un puro apagado—. Justo en la línea del teleférico. Perfecto.

Sentado en la trastienda, Rivera interrogaba a Lily mientras Charlie, Jane y Cassandra intentaban organizar aquel desaguisado y volver a poner las cosas en sus estanterías. Minty Fresh, demasiado cool para la destrucción que se extendía ante él, se había quedado junto a la puerta de entrada, con las gafas de sol puestas. Sophie se contentaba con quedarse sentada en un rincón y dar de comer zapatos a Alvin y Mohamed.

—Así que —le dijo Cavuto a Charlie— una especie de monstruo volador entra por el escaparate y a usted le parece que este es buen sitio para traer a su niña.

Charlie se volvió hacia el policía grandullón y se apoyó en el mostrador.

—Dígame, detective, en su opinión como profesional, ¿qué procedimiento debería usar para enfrentarme al atraco de un monstruo volador? ¿Cuál coño es el protocolo de la policía de San Francisco contra monstruos voladores gigantes, detective?

Cavuto se quedó mirándolo como si le hubiera arrojado agua a la cara. No parecía enfadado, sino perplejo. Por fin sonrió alrededor de su puro y contestó:

—Señor Asher, voy a salir fuera a fumar, y de paso llamaré a comisaría y le pediré a la operadora que mire cuál es el protocolo. Me ha dejado usted de piedra. ¿Le importaría decirle a mi compañero dónde he ido?

—De acuerdo—contestó Charlie. Entró en la oficina donde estaban Lily y Rivera y dijo—: Rivera, ¿puedo tener protección policial aquí, en mi apartamento? ¿Agentes armados?

Rivera asintió con la cabeza y dio unas palmaditas a Lily en la mano mientras apartaba la mirada.

—Puedo ofrecerle dos agentes, Charlie, pero solo durante veinticuatro horas. ¿Seguro que no quiere marcharse de la ciudad?

—Arriba tenemos las rejas de seguridad y las puertas blindadas, tenemos los cancerberos y las pistolas de Minty Fresh, y, además, ya han estado aquí. Tengo la sensación de que ya tienen lo que buscaban, pero los policías harán que me sienta mejor.

Lily lo miró. Se le había escurrido por completo el rímel y tenía el carmín corrido por media cara.

—Lo siento, pensaba que me portaría mejor. Daba tanto miedo... No era misterioso ni guay, era horrible. Esos ojos y esos dientes... Me meé encima, Asher. Lo siento.

—No te preocupes, niña. Lo has hecho muy bien. Me alegro de que tuvieras la sensatez de quitarte de su camino.

—Asher, si tú eres el Luminatus, esa cosa debe de ser tu rival.

—¿Cómo? ¿Qué es eso del Luminatus? —preguntó Rivera.

—Rarezas suyas, inspector. No se preocupe por eso —dijo Charlie. Miró hacia la puerta y vio a Minty Fresh en la entrada. Minty lo miró y se encogió de hombros como diciendo: «¿Y bien?». Así que Charlie preguntó—: Oye, Lily, ¿estás saliendo con alguien ?

Ella se limpió la nariz con la manga de su chaqueta de chef.

—Mira, Asher, yo... eh... voy a tener que retirar esa oferta que te hice. Quiero decir que, después de lo de Ray, no estoy segura de que quiera volver a hacerlo. Jamás.

—No lo preguntaba por mí, Lily. —Charlie señaló con la cabeza hacia el inmenso Fresh.

—Ah —dijo ella al seguir su mirada, mientras se limpiaba los ojos con las mangas—. ¡Ah. Joder! Cúbreme, tengo que recomponerme. —Entró corriendo en el lavabo de los empleados y cerró la puerta.

Rivera miró a Charlie.

—¿Qué coño está pasando aquí?

Charlie estaba intentando inventar alguna excusa cuando sonó su teléfono móvil. Levantó un dedo para pedir una pausa.

—Charlie Asher —dijo.

—Charlie, soy Audrey —susurró una voz—. Están aquí, ahora mismo. Las Morrigan están aquí.

Capítulo 26
Orfeo en la cloaca

Charlie aparcó la furgoneta atravesada en la calle y subió corriendo la escalera del centro budista mientras llamaba a voces a Audrey. La inmensa puerta delantera colgaba, torcida, de una bisagra, el cristal estaba roto, los cajones y armarios estaban abiertos y su contenido desparramado por el suelo, y todos los muebles se hallaban volcados o descuajados.

—¡Audrey!

Oyó una voz en la parte delantera de la casa y corrió de nuevo al porche.

—¿Audrey?

—Aquí abajo —respondió ella—. Seguimos debajo del porche.

Charlie bajó los escalones y corrió hacia un lado del porche. Veía movimiento bajo la celosía. Encontró una puertecita y la abrió. Dentro, Audrey estaba agazapada junto a media docena de personas y una multitud de miembros del pueblo ardilla. Charlie se metió por el agujero y la tomó en sus brazos. Había intentado seguir hablando con ella durante el trayecto hasta allí, pero a unas pocas manzanas de distancia se le había agotado la batería del móvil y, durante esos instantes aterradores, había intentado imaginar cómo sería perderla (su futuro, su esperanza) cuando sus ilusio-nes acababan de despertar nuevamente. Sentía tanto alivio que apenas podía respirar.

—¿Se han ido? —preguntó Audrey.

—Sí, creo que sí. Cuánto me alegro de que estéis todos bien.

Charlie les condujo fuera del agujero, al interior de la casa. El pueblo ardilla se movía rápidamente, pegado a las paredes, para que no ser visto desde la calle.

Charlie notó que alguien le tocaba el hombro y al volverse vio a Irena Posokovanovich, que le sonreía. Dio un brinco y chilló:

—¡No vuelva a electrocutarme! ¡Soy de los buenos!

—Lo sé, señor Asher. Me preguntaba si le gustaría que aparcara su furgoneta antes de que se la lleve la grúa.

—Ah, sí, eso estaría muy bien. —Le dio las llaves—. Gracias.

Dentro de la casa, Audrey dijo:

—Solo quiere ayudar.

—Pues da miedo —dijo Charlie, pero le pareció ver asomarse una mirada de reproche a los ojos de Audrey y añadió rápidamente—: En un sentido de lo más encantador, quiero decir.

Fueron derechos a la cocina y se quedaron allí, delante de la despensa abierta.

—Se las han llevado todas —dijo Audrey—. Por eso no nos han hecho daño. No les interesábamos.

Charlie estaba tan enfadado que le costaba pensar, pero, como no tenía una válvula de escape, se limitó a sacudirse y procuró controlar su voz.

—En mi tienda han hecho lo mismo. Pero fue otro ser.

—Tenía que haber trescientas almas ahí dentro —dijo Audrey.

—Se han llevado la de Rachel.

Audrey le rodeó la espalda con el brazo, pero él, por toda respuesta, se limitó salir de la cocina.

—Ya está, Audrey. Estoy acabado.

—¿Qué quieres decir con que estás acabado, Charlie ? Me estás asustando.

—Pregúntale al pueblo ardilla por dónde puedo entrar en la red del alcantarillado. ¿Podrán decírtelo?

—Seguramente. Pero no puedes hacer eso.

Charlie se volvió hacia ella bruscamente y Audrey retrocedió con un respingo.

—Tengo que hacerlo. Tengo que descubrir qué pasa, Audrey. ¡Todo el mundo a mi furgoneta! Os quiero a todos en mi edificio. Allí estaréis a salvo.

Se habían reunido todos en el cuarto de estar de Charlie: Sophie, Audrey, Jane, Cassandra, Lily, Minty Fresh, los clientes no muertos del centro budista, los cancerberos y unos cincuenta ejemplares del pueblo ardilla. Lily, Jane y Cassandra se habían encaramado al sofá para apartarse de las ardillas, que correteaban por la barra del desayuno y sus alrededores.

—Bonitos trajes —dijo Lily—. Pero ¡qué asco!

—Gracias —dijo Audrey. Sophie, que estaba a su lado, de pie, la miraba de arriba abajo como si intentara calcular su peso.

—Soy judía —dijo—. ¿Tú eres judía?

—No, soy budista —contestó Audrey.

—¿Eso es como ser un shiksa?

—Sí, creo que sí —dijo Audrey—. Es un tipo de shiksa.

—Ah, bueno, entonces no pasa nada, creo. Mis perritos también son shiksas. Así es como los llama la señora Ling.

—Pues son muy impresionantes —dijo Audrey.

—Se quieren comer a tus amiguitos, pero no voy a dejarles, ¿vale?

—Gracias. Eso estaría muy bien.

—A no ser que seas mala con mi papá. Entonces están perdidos.

—Por supuesto —repuso Audrey—. Son circunstancias especiales.

—A mi papá le gustas mucho.

—Me alegro. A mí también me gusta mucho él.

—Yo creo que estás bastante bien.

—Lo mismo digo —contestó Audrey. Sonrió a aquella morenita tan chula, de arrebatadores ojos azules, y le costó un esfuerzo ímprobo no cogerla en brazos y darle un achuchón.

Charlie se levantó de un salto del sofá, donde estaba sentado junto a Jane, Cassandra y Lily y, al mirar a Minty Fresh, que estaba al otro lado del cuarto, comprendió que seguía sin ser más alto que el Mercader de la Muerte, lo cual resultaba un poco inquietante (Minty parecía concentrado en Lily, cosa que también resultaba un poco inquietante).

—Bueno, chicos, voy a tener que irme y puede que no vuelva. Jane, esa carta que te mandé contiene todos los papeles necesarios para que seas la tutora legal de Sophie.

—Yo me largo de aquí —dijo Lily.

—No —contestó Charlie, agarrándola del brazo—. Quiero que tú también te quedes. Voy a dejarte la tienda, pero con la condición de que un porcentaje de los beneficios vaya a parar a Jane para ayudarla a criar a Sophie y para que abra una cuenta de ahorro para cuando la niña vaya a la universidad. Sé que tienes tu carrera de chef, pero confío en ti y sé que se te da bien el negocio.

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