Un trabajo muy sucio (48 page)

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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, Fantástico

BOOK: Un trabajo muy sucio
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—¿Qué ha dicho?

—Ha dicho que estamos jodidos.

—Pues no es una actitud muy positiva —dijo Charlie, pero empezaba a creer que el hurón gogó tenía razón y se recostó semisentado en la tubería para descansar.

Bob se encaramó a una tubería más pequeña en cuyo borde se sentó con los pies colgando; sus zapatitos de charol goteaban, pero sus hebillas de bronce con cenefas florales todavía brillaban a la luz de la lámpara del casco de Charlie.

—Bonitos zapatos —dijo Charlie.

—Sí, bueno, a Audrey le chiflo.

Antes de que Charlie pudiera contestar, el perro había agarrado a Bob por detrás y lo sacudía como a una muñeca de trapo. Su poderoso tenedor-cuchara cayó de la tubería y se perdió en el agua de más abajo.

Capítulo 27
Poción de bruja

Lily llevaba toda la noche buscando un modo de acercarse a Minty Fresh. Se habían mirado a los ojos una docena de veces y se habían sonreído, pero con el clima de temor que reinaba en la habitación a Lily le costaba encontrar un modo de entablar conversación. Por fin, cuando en la tele empezaron a echar la película de la semana de Oprah
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y todos se reunieron en torno al aparato para ver cómo la diva de los medios de comunicación liquidaba a Paul Winfield con una plancha de vapor, Minty se acercó a la barra del desayuno y empezó a pasar las páginas de su agenda, y Lily se atrevió a entrar en acción.

—¿Estás revisando tu agenda? —preguntó—. Debes de sentirte muy optimista sobre cómo van a ir las cosas.

Él negó con la cabeza.

—La verdad es que no.

Lily estaba enamorada. Minty Fresh era bello y melancólico, como un regalo de los dioses, grande y moreno.

—¿Tan terrible es? —dijo Lily, y le quitó la agenda de las manos y empezó a hojearla. Se detuvo en la fecha de ese día—. ¿Qué hace aquí el nombre de Asher? —preguntó.

Minty bajó la cabeza.

—Me dijo que sabías lo nuestro desde hace tiempo.

—Sí, pero... —Ella volvió a mirar el nombre y, al darse cuenta de lo que estaba viendo, sintió una especie de puñetazo en el pecho—. ¿Es esta agenda? ¿La agenda que usas para eso?

Minty asintió lentamente con la cabeza, sin mirarla.

—¿Cuándo apareció este nombre? —preguntó Lily.

—No estaba ahí hace una hora.

—Qué putada —dijo ella, y se sentó en un taburete, junto al gigante.

—Sí —dijo Minty Fresh. Y le rodeó los hombros con el brazo.

Charlie tiró de las piernas del lince (que lanzaba unos chillidos impresionantes para tener solo un prototipo de cuerdas vocales) y el pueblo ardilla se abalanzó sobre el boston terrier, y entre unos y otros consiguieron al fin sacar a su lugarteniente de las fauces de aquella bestia de ojos saltones, con solo unos desgarrones en el traje de guardia de la Torre de Londres.

—Abajo,
Holgazán
—dijo Charlie—. No te menees. —No sabía si «no te menees» era una orden aceptada tratándose de un perro, pero debería serlo.

Holgazán
soltó un bufido y se apartó de la multitud de ardillas que lo rodeaba.

—No es uno de los nuestros —dijo el lince, señalándolo con el dedo—. No es uno de los nuestros.

—Cállate —le dijo Charlie. Se sacó del bolsillo un pedazo de cecina que había llevado por si necesitaban vituallas de emergencia, arrancó un trozo y se lo ofreció a Holgazán

Holgazán
se acercó a Charlie y le quitó la cecina. Después se volvió para mirar al pueblo ardilla mientras masticaba. Las ardillas emitieron una especie de chasquido y blandieron sus armas.

—No es uno de los nuestros. No es uno de los nuestros —canturreó Bob.

—Vale ya —dijo Charlie—. No conseguirás que te sigan la cantinela para desencadenar un motín, Bob. Eres el único que tiene laringe.

—¡Ah, sí! —Bob dejó que su cántico se apagara—. Bueno, pero no es uno de los nuestros —añadió a la defensiva.

—Ahora sí—contestó Charlie. Y le dijo a
Holgazán
—: ¿Puedes llevarnos al Inframundo?

Holgazán
lo miró como si supiera exactamente lo que le preguntaba pero, para encontrar fuerzas para seguir adelante, necesitara el resto de la cecina. Charlie se lo dio y
Holgazán
se subió inmediatamente de un brinco a una tubería más alta, de un metro veinte, allí se detuvo, profirió un ladrido y luego echó a correr conducto abajo.

—¡Seguidlo! —dijo Charlie.

Tras una hora siguiendo a
Holgazán
por las cloacas, las cañerías dieron paso a túneles que iban ensanchándose a medida que avanzaban. Pronto empe¬zaron a moverse por cuevas con altos techos y estalactitas que refulgían en diversos colores y alumbraban su camino con un fulgor tenue y umbroso. Charlie había leído lo suficiente sobre la geología de la zona para saber que aquellas cavernas no eran propias de la ciudad. Dedujo que se encontraban bajo el distrito financiero, construido en su mayor parte sobre vertederos y escombreras de la fiebre del oro, así que allí no podía haber nada tan antiguo ni tan sólido como aquellas cuevas.

Holgazán
siguió adelante, llevándolos por una bifurcación o por otra sin la menor vacilación, hasta que de pronto la cueva se abrió para convertirse en una inmensa gruta. La cámara era tan extensa que se tragó sin más la luz de la linterna de Charlie y la de la lámpara de su casco, pero su techo, que se elevaba a unos cincuenta metros de altura, estaba recubierto de luminosas estalactitas que se reflejaban en rojo, verde y púrpura sobre la superficie, tersa como un espejo, de un lago negro. En medio del lago, a unos doscientos metros de distancia, se alzaba un gran barco de vela negro, de altos mástiles, semejante a un galeón español, por las ventanas de cuya cabina, en la parte trasera, se veía una luz roja y pulsante. Una sola lámpara alumbraba la cubierta. Charlie había oído decir que durante la fiebre del oro barcos enteros habían quedado enterrados bajo los escombros, pero estaba seguro de que no se habrían conservado así. Las cosas habían cambiado: aquellas cuevas eran todas ellas consecuencia del alzamiento del Inframundo. Y Charlie se dio cuenta de que aquello era solo un indicio de lo que le sucedería a la ciudad si los moradores del Averno se apoderaban del mundo.

Holgazán
ladró y su voz aguda retumbó en la cueva, haciendo levantar el vuelo a una nube de murciélagos.

Charlie vio movimiento en la cubierta del barco, la silueta negra azulada de una mujer, y comprendió que
Holgazán
les había llevado al lugar adecuado. Dio su linterna a Bob y dejó el bastón espada sobre el suelo de la caverna. Sacó el Águila del Desierto de su funda, comprobó que había un cargador completo en la recámara, accionó el martillo, volvió a poner el seguro y se enfundó la pistola.

—Vamos a necesitar una barca —le dijo a Bob—. A ver si encontráis algo con lo que podamos construir una balsa. —El lince echó a andar por la orilla con su linterna, escudriñando las rocas en busca de pecios que pudieran servirles.
Holgazán
gruñó, sacudió la cabeza como si hubiera oído ratones (o quizá para indicar que, en su opinión, Charlie estaba chiflado) y se adentró corriendo en el lago. Cincuenta metros más allá, el agua seguía llegándole a la altura del hombro.

Charlie miró el barco negro y se dio cuenta de que se elevaba muy por encima del agua; de que, en realidad, su casco se asentaba sobre el fondo a una profundidad de unos quince centímetros.

—Esto... Bob —dijo—, olvídate de la balsa. Vamos andando. Todo el mundo a callar. —Desenfundó su espada y se metió en el agua. A medida que se acercaban al barco pudieron distinguir algunas peculiaridades de su construcción. Las barandillas estaban hechas de tibias entrelazadas, las cornamusas de las amarras eran pelvis humanas. La lámpara de la cubierta era, de hecho, un cráneo humano. Charlie no estaba muy seguro de cómo iban a manifestarse sus poderes de Luminatus, pero cuando alcanzaron el casco del barco se descubrió deseando con todas sus fuerzas que se manifestaran de una vez, y que la levitación fuera una de ellas.

—Estamos jodidos —dijo Bob con la vista levantada hacia el negro casco que se curvaba por encima de ellos.

—No estamos jodidos —repuso Charlie—. Solo necesitamos que alguien trepe hasta ahí arriba y nos eche una cuerda.

Hubo cierto revuelo entre el pueblo ardilla; después, una figura alargada se apartó del pequeño gentío. Parecía un dandi francés del siglo XIX con la cabeza de un lagarto monitor. Su atuendo (la levita y los volantes) recordó a Charlie las fotografías de Charles Baudelaire que Lily le había enseñado.

—¿Puedes subir? —preguntó al lagarto.

Él estiró las manos y sacó un pie del agua. Tenía extremidades de ardilla. Charlie lo alzó todo lo alto que pudo, hacia el casco, y la criaturilla se cogió a la madera negra, correteó por el costado del barco y pasó por encima de la regala.

Pasaron unos minutos y Charlie se descubrió esforzándose por aguzar el oído, por si descubría qué estaba pasando arriba. Cuando la gruesa soga cayó chapoteando a su lado, dio un brinco de un metro y apenas pudo sofocar un chillido a pleno pulmón.

—Estupendo —dijo Bob.

—Tú primero, entonces —dijo Charlie mientras comprobaba la cuerda para ver si aguantaría su peso. Esperó hasta que el lince estuvo a un metro y medio por encima de su cabeza para meter el bastón espada dentro del protector de resina que llevaba a la espalda y empezó a trepar. Cuando había recorrido tres cuartas partes de la cuerda tuvo la sensación de que sus bíceps iban a explotar como globos de agua y entrelazó las botas de
motocross
alrededor de la cuerda para descansar. Como si los dioses le hubieran concedido nuevo aliento, sus bíceps se relajaron y, al reanudar el ascenso, le pareció que sus poderes de Luminatus empezaban a manifestarse por fin. Cuando alcanzó la barandilla, se agarró a una de las cornamusas de hueso y se impulsó hacia arriba hasta sentarse a horcajadas sobre la barandilla.

Se volvió y la luz de la lámpara captó el brillo negro de los ojos de la arpía. La Morrigan llevaba al lince como una panocha de maíz; con una uña le atravesaba el cráneo y le cerraba la mandíbula. Arrancó otro mordisco del guardia de la Torre de Londres y por su cara y sus pechos corrieron la carne y una sustancia viscosa que desprendía un fulgor rojizo y tenue.

—¿Quieres un poco, amor? —dijo—. Sabe a jamón.

Junto a la barra del desayuno, en el apartamento de Charlie, Lily dijo:

—¿No deberíamos decírselo a los demás?

—No todos saben lo nuestro. Lo de esto. —Minty levantó la agenda—. Solo Audrey.

—Entonces, ¿no deberíamos decírselo a ella?

Minty miró a Audrey, que estaba sentada en el sofá, tranquilamente entrelazada en un soñoliento montón con la hermana de Charlie y uno de los cancerberos.

—No, no creo que sirva de nada.

—Es un buen tipo —dijo Lily. Arrancó una toalla de papel del rollo que había sobre la barra y se limpió los ojos antes de que volviera a corrérsele el rímel y pareciera un mapache.

—Lo sé —dijo Minty—. Es mi amigo. —Al decir esto, sintió un tirón en la pernera del pantalón. Miró hacia abajo y vio a Sophie, que lo observaba.

—Oye, ¿tienes coche? —preguntó la niña.

—Sí, Sophie, tengo coche.

—¿Podemos ir a dar una vuelta?

Charlie sacó sin vacilar el bastón espada que llevaba a la espalda y golpeó con él la muñeca de la Morrigan. Ella soltó al lince, que cruzó chillando la cubierta y saltó por la barandilla opuesta. La Morrigan cogió el bastón e intentó arrancárselo a Charlie. Él la dejó: sacó la espada y la hundió en su plexo solar con tanta fuerza que tocó con el puño sus costillas. La hoja salió por la espalda de la arpía y se hundió en el casco de madera del bote salvavidas en el que estaba reclinada. Por una fracción de segundo, sus caras quedaron a un par de centímetros de distancia.

—¿Me has echado de menos? —preguntó ella.

Charlie se apartó en el instante en que ella le lanzaba un zarpazo. Levantó el brazo a tiempo de impedir que el golpe le volara la cara, y la gruesa placa de resina de su manga evitó que las uñas de la arpía le arrancaran la mano. La Morrigan intentó lanzarse hacia él, pero la espada la mantenía clavada al bote. Charlie corrió por la cubierta mientras ella chillaba de rabia.

Vio salir luz (aquel mismo resplandor rojizo) de una puerta que parecía conducir a la cabina de la popa del barco y se dio cuenta de que aquella claridad debía proceder de las vasijas de las almas. Quizá el alma de Rachel aún estuviera allí. Estaba solo a un paso de la portezuela cuando un cuervo gigante se posó ante él y desplegó sus alas sobre la cubierta como si intentara tapar con ellas todo el fondo del barco. Charlie retrocedió y sacó de la pistolera el Águila del Desierto. Intentó sostenerla firmemente mientras quitaba el seguro. El cuervo le lanzó un picotazo y él dio un salto hacia atrás. Entonces el pico del cuervo retrocedió, cambió y burbujeó hasta convertirse en la cara de una mujer. Las alas y las garras, sin embargo, siguieron siendo de pájaro.

—Carne Nueva —dijo Macha—. Qué valentía la tuya por haber venido hasta aquí.

Charlie apretó el gatillo. Del cañón salió una llamarada de medio metro de largo y Charlie notó como si alguien le hubiera golpeado en la palma con un martillo. Creía que había apuntado justo entre los ojos de la Morrigan, pero la bala atravesó el cuello de esta y le arrancó la mitad de la carne negra. Su cabeza se ladeó de golpe y el cuerpo de cuervo agitó las alas hacia él.

Charlie cayó hacia atrás sobre la cubierta del barco, pero logró levantar la pistola y disparar otra vez al tiempo que el cuervo se precipitaba hacia él. El disparo se incrustó en medio del pecho de la Morrigan y la lanzó volando hacia atrás, sobre el techo de la cabina.

Charlie sentía tal pitido en los oídos que le parecía que alguien le había metido diapasones en la cabeza y los había golpeado con unas baquetas: aquel sonido era un gemido largo, doloroso y agudo. Apenas oyó un chillido a su izquierda cuando otra Morrigan se dejó caer desde la arboladura que había a su espalda. Rodó hasta la barandilla y levantó el arma en el instante en que ella le lanzaba un manotazo a la cara. La pistola y el protector de su antebrazo absorbieron la mayor parte del golpe, pero el Águila del Desierto le fue arrancada de la mano y se deslizó por la cubierta.

Se levantó de un salto y corrió tras la pistola. Nemain le echó las garras a la espalda y Charlie oyó un chisporroteo cuando el veneno salpicó la almohadilla de resina de su espalda y abrasó el suelo a ambos lados de él. Se lanzó de cabeza hacia la pistola e intentó rodar y levantarse apuntando a su oponente, pero calculó mal y al incorporarse se golpeó las corvas con la barandilla de hueso. Ella saltó con las garras por delante y le golpeó en el pecho; Charlie disparó y se precipitó hacia atrás por encima de la barandilla.

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