Taiko (69 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—No seáis cicateros con los gastos —replicó Nobunaga—. El palacio imperial ha estado en ruinas durante años.

Ieyasu oyó los comentarios de Nobunaga y dijo:

—En verdad os envidio vuestra posición. Habéis sido capaz de demostrar con hechos vuestra lealtad al emperador.

—Es cierto —respondió Nobunaga sin modestia, y asintió como si se aprobara a sí mismo.

Así pues, Nobunaga no sólo reconstruyó el palacio imperial, sino que también revisó las finanzas de la corte. El emperador estaba satisfecho, desde luego, y la lealtad de Nobunaga impresionaba a la gente. Al ver que los nobles se encontraban a gusto y las clases inferiores estaban en paz y armonía, Nobunaga gozó realmente del tiempo pasado con Ieyasu durante el segundo mes, contemplando los cerezos y asistiendo a ceremonias del té y conciertos.

¿Quién habría sabido que, durante ese periodo, su mente estaba preparando la manera de pasar por la siguiente serie de dificultades? Nobunaga iniciaba sus acciones a medida que se desarrollaban nuevas situaciones, y proseguía con los esbozos de sus planes y su ejecución incluso mientras dormía. De súbito, el segundo día del cuarto mes, todos sus generales recibieron convocatorias para reunirse en la residencia del shogun.

La gran sala de conferencias estaba llena.

Nobunaga reveló lo que había estado planeando desde el segundo mes.

—Esto concierne al clan Asakura de Echizen —empezó a decir—. El señor Asakura ha desoído las numerosas solicitudes del shogun y no ha ofrecido un solo madero para la construcción del palacio imperial. Fue nombrado por el shogun y mantiene la posición de servidor del emperador, pero no piensa más que en el lujo y la indolencia de su propio clan. Quisiera investigar ese delito y reunir una fuerza punitiva. ¿Cuáles son vuestras opiniones?

Entre quienes estaban bajo el control directo del shogunado, había varios hombres que eran viejos amigos del clan Asakura, al que apoyaban indirectamente, pero ninguno mostró su desacuerdo. Y si bien un grupo de hombres expresaron de inmediato su franca aprobación, nadie habló bajo la presión añadida del grupo más amplio.

Atacar Asakura significaría una campaña en las provincias septentrionales. Era una gran empresa, pero el plan se aprobó en muy poco tiempo. El mismo día se proclamó la próxima formación el ejército, y el veintiocho de aquel mes las tropas ya se habían congregado en Sakamoto. A las tropas de Owari y Mino se añadieron ocho mil guerreros de Mikawa a las órdenes de Tokugawa Ieyasu. Una fuerza cercana a los cien mil hombres se extendía ahora, en el luminoso cuarto mes, a fines de la primavera, a lo largo de la orilla del lago en Niodori.

Tras pasar revista a las tropas, Nobunaga señaló la cordillera visible al norte.

—¡Mirad! Se ha fundido la nieve que cubría las montañas de las provincias del norte. ¡Las flores de la primavera serán nuestras!

Hideyoshi había sido incluido en el ejército y dirigía un contingente de tropas. Asintió, diciéndose: «Bueno, mientras el señor Nobunaga se divertía esta primavera en la capital con el señor Ieyasu, esperaba al mismo tiempo que la nieve se fundiera en los puertos de montaña que conducen a las provincias del norte».

Pero por encima de todo, consideraba que la verdadera habilidad de Nobunaga había consistido en invitar a Ieyasu a la capital. De una manera indirecta había mostrado su propia fuerza y sus logros a Ieyasu, de modo que éste no enviara de mala gana a sus tropas. Tal había sido la habilidad de Nobunaga. A pesar del caos en que el mundo estaba sumido, esa habilidad lograría unirlo. Hideyoshi así lo creía, y comprendía como nadie que la importancia de aquella batalla radicaba en su necesidad absoluta.

El ejército avanzó desde Takashima, pasó por Kumagawa, en Wakasa, y marchó hacia Tsuruga, en Echizen. Su avance continuó, dejando un rastro de fortalezas y puestos fronterizos del enemigo incendiados, cruzando una montaña tras otra y atacando Tsuruga antes de que finalizara el mes.

Los Asakura, que no habían dado importancia a las tropas enemigas, se quedaron estupefactos al verlas ya allí. Apenas quince días antes Nobunaga estaba disfrutando con la contemplación de las flores en la capital. Los Asakura se resistían a creer que estaban viendo sus estandartes allí, en su propia provincia, aunque el enemigo hubiera sido capaz de efectuar con tanta rapidez sus preparativos militares.

El antiguo clan Asakura descendía del linaje imperial, había adquirido importancia por la ayuda prestada al primer shogun y, más adelante, le había sido concedida toda la provincia de Echizen.

El clan era el más fuerte en todas las provincias septentrionales, una fortaleza que no sólo afirmaban sus seguidores sino que también reconocían todos los demás. Los Asakura participaban en el shogunado, sus tierras eran ricas en recursos naturales y disponían de una gran fuerza militar.

Cuando Yoshikage tuvo noticia de que Nobunaga ya había llegado a Tsuruga, casi reconvino al hombre que le había informado.

—No pierdas la cabeza. Probablemente estás en un error.

El ejército de Oda que cayó sobre Tsuruga estableció allí su campamento base y destacó unos batallones para que atacaran los castillos de Kanegasaki y Tezutsugamine.

—¿Dónde está Mitsuhide? —preguntó Nobunaga.

—El general Mitsuhide está al mando de la vanguardia —respondió un servidor.

—¡Que venga aquí! —ordenó Nobunaga.

Mitsuhide se apresuró a regresar desde la línea del frente.

—Decidme, mi señor.

—Has vivido largo tiempo en Echizen, por lo que debes de estar especialmente familiarizado con el terreno entre esta zona y el castillo principal de Asakura en Ichijogadani. ¿Por qué lucháis ahí para obtener alguna minúscula ventaja en la vanguardia sin idear una estrategia más amplia?

—Lo lamento. —Mitsuhide hizo una reverencia y pareció como si Nobunaga le hubiera afectado profundamente—. Si me lo ordenáis, dibujaré un mapa y lo someteré a vuestra observación.

—Bien, en ese caso te daré una orden formal. Los mapas que tengo a mano son bastante toscos, y hay lugares en los que parecen ser del todo incorrectos. Cotéjalos con tus mapas, corrígelos y devuélvemelos.

Mitsuhide poseía unos mapas muy bien detallados con los que no podían compararse los de Nobunaga. Mitsuhide se retiró y poco después regresó con sus propios mapas, los cuales presentó a Nobunaga.

—Creo que deberías examinar la disposición del terreno. Será mejor que te nombre oficial de mi estado mayor.

A partir de entonces, Nobunaga no permitía que Mitsuhide se alejara mucho del cuartel general.

Tezutsugamine, el castillo defendido por Hitta Ukon, no tardó en rendirse. Pero el castillo de Kanegasaki no cayó con tanta rapidez. En ese último castillo, Asakura Kagetsune, un general de veintiséis años, se defendió bravamente. Había sido monje en su primera juventud, y en aquella época algunos opinaron que sería una pena que un hombre con su físico y sus cualidades abrazara el orden sagrado. Así pues, se vio obligado a regresar a la vida secular y pronto le pusieron al frente de un castillo, distinguiéndose incluso dentro del clan Asakura. Rodeado por más de cuarenta mil soldados al mando de generales tan veteranos como Sakuma Nobumori, Ikeda Shonyu y Mori Yoshinari, Kagetsune observaba desde la torre de vigilancia con expresión serena y sonriente.

—Qué ostentación —comentó.

Yoshinari, Nobumori y Shonyu llevaron a cabo un ataque general, manchando los muros de sangre y manteniéndose firmes durante toda la jornada. Al final del día, cuando hicieron recuento de los cadáveres, el enemigo había perdido más de trescientos hombres, pero sus propias bajas pasaban de ochocientas. Sin embargo, aquella noche el castillo de Kanegasaki siguió alzándose majestuoso e indomable bajo una enorme luna de verano.

—Este castillo no va a caer, y aunque caiga no será una victoria para nosotros —le dijo aquella noche Hideyoshi a Nobunaga.

Nobunaga pareció un poco impaciente.

—¿Por qué no será una victoria para nosotros la caída del castillo?

En tales ocasiones no había ningún motivo para que Nobunaga estuviera de buen talante.

—La caída de este único castillo no supondrá necesariamente la derrota de Echizen. Con la captura de este único castillo, mi señor, vuestro poder militar no aumentará necesariamente.

—Pero ¿cómo podemos avanzar sin ocupar Kanegasaki? —replicó Nobunaga.

De repente Hideyoshi volvió la cabeza. Ieyasu acababa de entrar y se había detenido. Al verle, Hideyoshi se apresuró a hacer una reverencia y salir. Regresó poco después con unas esteras y ofreció al señor de Mikawa un asiento al lado de Nobunaga.

—¿Os interrumpo? —inquirió Ieyasu, y tomó asiento en las esteras proporcionadas por Hideyoshi, a quien sin embargo no hizo la menor señal de reconocimiento—. Parece como si estuvierais en medio de una discusión.

—No.

Nobunaga dirigió la barbilla hacia Hideyoshi y, suavizando un poco su tono, explicó a Ieyasu con exactitud lo que habían estado tratando.

Ieyasu asintió y miró fijamente a Hideyoshi. El primero era ocho años más joven que Nobunaga, pero a Hideyoshi le parecía que era al revés. Sometido al escrutinio de Ieyasu, a Hideyoshi le parecía imposible que los modales y la expresión de aquel hombre fuesen los de un veinteañero.

—Estoy de acuerdo con lo que ha dicho Hideyoshi. Perder más tiempo y sufrir más bajas con este solo castillo no es una política acertada.

—¿Creéis que deberíamos suspender el ataque y proseguir el avance hacia la principal fortaleza del enemigo?

—Primero oigamos lo que dice Hideyoshi. Parece ser que ha pensado algo.

—Hideyoshi.

—Sí, mi señor.

—Cuéntanos tu plan.

—No tengo ningún plan.

—¿Cómo?

No sólo los ojos de Nobunaga mostraron sorpresa. La expresión del semblante de Ieyasu era también de cierta perplejidad.

—Hay tres mil soldados dentro de ese castillo, y sus muros están reforzados por su voluntad de resistir a un ejército de diez mil hombres y luchar hasta la muerte. Aunque sea pequeño, no hay ningún motivo para que el castillo caiga con facilidad. Dudo de que pudiéramos hacerles flaquear aunque tuviéramos un plan. Esos soldados también son hombres, e imagino que deben ser sensibles a las emociones humanas verdaderas y la sinceridad...

—Ya empezamos, ¿eh? —le interrumpió Nobunaga.

No quería que Hideyoshi hablara más de la cuenta. Ieyasu era su aliado más poderoso y le trataba con una extrema cortesía, pero, al fin y al cabo, aquel hombre era el señor de las dos provincias de Mikawa y Totomi y no formaba parte del círculo interno del clan Oda. Más aún, Nobunaga armonizaba tanto con la mentalidad de Hideyoshi que no tenía necesidad de escuchar con detalle sus pensamientos a fin de confiar en él.

—Está bien —dijo Nobunaga—. Te doy mi autorización para que hagas lo que creas conveniente. Adelante con tu idea.

—Gracias, mi señor.

Hideyoshi se retiró como si el asunto no fuese de especial importancia. Pero aquella noche entró a solas en el castillo enemigo y se entrevistó con su jefe, Asakura Kagetsune. Hideyoshi se sinceró absolutamente con el joven señor del castillo.

—Vos también procedéis de una familia de samurais, por lo que probablemente conocéis el resultado de esta batalla. Seguir resistiendo sólo servirá para que mueran más soldados valiosos. Por mi parte, no deseo veros morir en vano. En vez de sucumbir así, ¿por qué no abrís el castillo y os retiráis apropiadamente, unís vuestras fuerzas a las del señor Yoshikage y os enfrentáis de nuevo a nosotros en un campo de batalla distinto? Os garantizaré personalmente la seguridad de todos los tesoros y armas, así como las mujeres y niños que están en el interior del castillo, y no tendré inconveniente en enviároslos.

—Cambiar el campo de batalla y enfrentarnos a vosotros otro día sería interesante —replicó Kagetsune, y fue a preparar la retirada.

Haciendo gala de la cortesía de un samurai, Hideyoshi dio todas las facilidades al enemigo en retirada, y fue a despedirle a una legua del castillo.

Solucionar la cuestión de Kanegasaki había requerido un día y medio, pero cuando Hideyoshi informó a Nobunaga de lo que había hecho, su señor se limitó a responder: «¿Ah, sí?» y no añadió grandes elogios. Sin embargo, la expresión de su semblante indicaba lo que parecía estar pensando: «Lo has hecho demasiado bien..., las hazañas meritorias tienen un límite». Pero el gran logro de Hideyoshi difícilmente podía negarse, al margen de quien juzgara el asunto.

Sin embargo, en el caso de que Nobunaga le hubiera puesto por los cielos, habría creado una situación en la que los generales Shonyu, Nobumori y Yoshinari se habrían sentido demasiado avergonzados para volver a mirar a su señor a la cara. Al fin y al cabo, habían enviado a la muerte a ochocientos soldados y no habían podido derrotar al enemigo no siquiera con un número de hombres aplastante. Hideyoshi era todavía más sensible a los sentimientos de esos generales, y cuando presentó su informe no atribuyó a su propia idea el origen de sus esfuerzos, sino que se limitó a decir que había seguido las órdenes de Nobunaga.

—Tenía la intención de hacerlo todo de acuerdo con las órdenes. Espero que paséis por alto mi desmañada actuación, así como su brusquedad y su carácter secreto.

Tras disculparse así, se retiró.

En esta ocasión Ieyasu estaba con los demás generales al lado de Nobunaga, y rezongó para sus adentros al ver alejarse a Hideyoshi. Se había dado cuenta de que existía un hombre formidable no mucho mayor que él que también había nacido en aquella época trascendental. Entretanto, tras haber abandonado Kanegasaki y ahora en plena retirada, Asakura Kagetsune avanzaba a toda prisa, pensando que uniría sus tropas con las que estaban en el castillo principal en Ichijogadani y mediría una vez más sus fuerzas contra el ejército de Nobunaga en otro lugar. Cuando aún estaba en camino, se encontró con los refuerzos de veinte mil hombres que Asakura Yoshikage había enviado para ayudar a Kanegasaki.

—¡Buena la he hecho! —exclamó Kagetsune, lamentando haber seguido el consejo del enemigo.

Pero ya era demasiado tarde.

—¿Por qué has abandonado el castillo sin luchar? —le gritó airado Yoshikage, pero se vio obligado a unir los dos ejércitos y regresar a Ichijogadani.

Los hombres de Nobunaga siguieron adelante hasta llegar al puerto de montaña de Kinome. Si conseguía atravesar esa posición estratégica, tendría ante sí el cuartel general del clan Asakura. Pero un mensaje urgente conmocionó a las tropas invasoras de Oda.

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