Taiko (65 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—Ah, sí —dijo Hideyoshi, recordando de repente el objeto de su reunión—. Acabo de recibir una carta del señor Nobunaga. He aquí lo que dice: «Ahora que dispongo de tiempo libre, de improviso me aburre incluso el botín de Gifu. El viento y las nubes son apacibles y me gustaría contemplarlos de nuevo. Las bellezas de la naturaleza aún no se han convertido en mis amigas. ¿Qué vamos a hacer con respecto a los planes de este año?». ¿Cómo creéis que debería responder?

—Bueno, el significado está claro, así que podríais responderle con una sola línea.

—Sí, comprendo, pero ¿qué podría decirle en una sola línea?

—«Sed un vecino amistoso y haced planes para el futuro.»

—¿«Sed un vecino amistoso y haced planes para el futuro»?

—Eso es.

—Humm. Ya veo.

—Supongo que el señor Nobunaga piensa que, tras haber tomado Gifu, ahora es el momento de poner en orden su administración interna, hacer que sus tropas descansen y esperar otro día —dijo Hanbei.

—Estoy seguro de que tales son sus planes, pero con un carácter como el suyo, no puede estar mucho tiempo ocioso. Por eso ha enviado esta carta inquiriendo por la política a seguir.

—Planificar para el futuro, aliarse con sus vecinos... Creo que el momento actual es probablemente una espléndida oportunidad para ello.

—¿Ah, sí? —dijo Hideyoshi.

—Es sólo mi humilde opinión, porque de vos, más que de mí, se dice que estáis capacitado en tantos aspectos. En primer lugar, responded con una sola línea: «Sed un vecino amistoso y haced planes para el futuro». Luego, en un momento conveniente, id al castillo de Gifu y explicadle vuestro plan en persona.

—¿Por qué no escribimos cada uno por su lado el nombre de la provincia que nos parece la mejor para la alianza con los Oda y luego los comparamos para ver si pensamos lo mismo?

Hanbei escribió primero y luego Hideyoshi aplicó el pincel al papel. Cuando intercambiaron los papeles y los desdoblaron, vieron que ambos habían escrito «Takeda de Kai» y se echaron a reír, encantados porque ambos seguían la misma línea de pensamiento.

Las lámparas ardían en la sala de invitados. Dieron al mensajero de Gifu el lugar de honor, a quien atendían también la madre y la esposa de Hideyoshi. Cuando éste tomó asiento, las lámparas parecieron de repente más alegres y la habitación más animada.

A Nene le pareció que aquellos días su marido tomaba mucho más sake, por lo menos en comparación con el pasado. Observó su actitud relajada durante el banquete como si no viera nada. Agasajaba a su invitado, hacía reír a su madre y parecía pasarlo muy bien. Incluso Hanbei, que nunca bebía, se llevó la taza de sake a los labios y bebió un poco para brindar por Hideyoshi.

Otros servidores participaron en el banquete y pronto resultó muy bullicioso. Cuando su madre y Nene se retiraron, Hideyoshi salió para despejarse. Las flores de los jóvenes cerezos ya habían caído y sólo la fragancia de las glicinas silvestres llenaba la atmósfera.

—¡Ah! —exclamó Hideyoshi—. ¿Quién está bajo los árboles?

—Soy yo —replicó una voz femenina.

—¿Qué estás haciendo aquí, Oyu?

—Mi hermano tardaba tanto en regresar, y es tan débil, que estaba preocupada.

—Es maravilloso ver una relación tan bella entre hermano y hermana.

Hideyoshi se acercó a ella. La muchacha estaba a punto de postrarse, pero él le cogió las manos.

—Oyu, acompáñame a la casa de té. Estoy tan bebido que no puedo andar con paso seguro. Me gustaría que me hicieras un cuenco de té.

—¡Por favor! ¡Mis manos! Esto no está bien. Soltadme, por favor.

—Está bien así, no te preocupes.

—No..., no deberíais hacer esto.

—Está bien, de veras.

—¡Por favor!

—¿Por qué haces tanto ruido? Susurra, te lo ruego. Eres cruel conmigo.

—¡Esto no es correcto!

En aquel momento Hanbei la llamó. Iba camino de regreso a sus aposentos. Cuando Hideyoshi le vio, soltó de inmediato a Oyu. Hanbei se quedó mirándole sorprendido.

—¿Qué clase de locura de beodo es ésta, mi señor?

Hideyoshi se dio una palmada en la frente. Entonces, tanto si se reía de su propia necedad como de su falta de elegancia, abrió la boca y dijo:

—Sí, bueno, ¿qué tiene de malo? Esto es «ser amistoso con los vecinos y planear para el futuro». No os preocupéis por ello.

***

Llegó el otoño. Un día Hikoemon se presentó con un mensaje de Hanbei, solicitándole que Oyu se convirtiera en camarera de la madre de Hideyoshi. Cuando Oyu tuvo noticia de esa petición, fue presa del temor y se echó a llorar. Ésa fue su respuesta a la solicitud de Hideyoshi.

Se dice que un cuenco de té sin ninguna imperfección no es del todo bello, y tampoco el carácter de Hideyoshi carecía de defectos. Aunque pueda ser interesante contemplar la elegancia de un cuenco de té, o incluso de la misma fragilidad humana, desde el punto de vista de una mujer este defecto no puede ser en absoluto «interesante». Cuando su hermana se echó a llorar ante la mera mención del asunto, Hanbei pensó que su negativa era razonable y se la transmitió a Hikoemon.

El otoño pasó también sin ningún incidente. En Gifu se puso en práctica el principio de «ser un vecino amistoso y planear para el futuro». Para el clan Oda, los Takeda de Kai siempre habían sido una amenaza en la retaguardia. Pronto se llegó a un acuerdo para casar a la hija de Nobunaga con el hijo de Takeda Shingen, Katsuyori. La novia era una muchacha de trece años, de belleza incomparable. Sin embargo, había sido adoptada y no era una de las hijas naturales de Nobunaga. De todos modos, después de la ceremonia nupcial, Shingen pareció complacido en extremo con ella y la unión fue pronto bendecida con la llegada de un hijo al que llamaron Taro.

Parecía que, por lo menos en el próximo futuro, la frontera norte del clan Oda estaba segura, pero la joven esposa murió cuando alumbraba a Taro. Entonces Nobunaga prometió a su hijo mayor, Nobutada, con la sexta hija de Shingen, a fin de evitar el debilitamiento de la alianza entre las dos provincias, y también envió una propuesta matrimonial a Tokugawa Ieyasu de Mikawa. Así, la alianza militar que ya existía entre ambos se reforzó con vínculos familiares. En la época de su compromiso, el hijo mayor de Ieyasu, Takechiyo, y la hija de Nobunaga tenían la misma edad, ocho años. Esta política matrimonial también fue usada con el clan Sasaki de Omi. Y así, durante los dos años siguientes, abundaron las celebraciones en el castillo de Gifu.

***

La sombra de un ancho sombrero de juncos cubría el rostro del samurai. Era alto, de unos cuarenta años, y a juzgar por sus prendas de vestir y sus sandalias, un espadachín errante que llevaba algún tiempo en los caminos. Incluso visto desde atrás, su cuerpo no parecía presentar ninguna oportunidad de ataque. Había terminado de comer en una posada de Gifu y salido a la calle. Deambulaba mirando a su alrededor, sin ningún propósito determinado. De vez en cuando comentaba para sí mismo lo mucho que había cambiado tal o cual lugar.

Desde cualquier punto de la ciudad, si el viajero alzaba la vista podía ver los imponentes muros del castillo de Gifu. Sujetando el borde de su sombrero bajo y cónico, se quedó un rato mirándolos fascinado.

De repente una transeúnte, probablemente la esposa de un mercader, se volvió para mirarle. Susurró algo al empleado que la acompañaba y entonces se acercó vacilante al espadachín.

—Os ruego que me disculpéis, es una grosería por mi parte deteneros así en plena calle, pero ¿no sois el sobrino del señor Akechi?

Cogido por sorpresa, el espadachín se apresuró a responder que no y se alejó a grandes zancadas. Había recorrido unos diez pasos cuando se volvió y miró a la mujer, la cual seguía mirándole fijamente. Pensó que era Shunsai, la hija del armero, la cual debía de haberse casado.

Dio vueltas por las calles y, al cabo de dos horas, estaba cerca del río Nagara. Se sentó en la herbosa orilla y contempló la corriente. Podría haberse quedado allí para siempre. Los juncos producían un murmullo desolado bajo el sol pálido y frío del otoño.

—Señor espadachín —dijo alguien al tiempo que le daba unos golpecitos en el hombro.

Al volverse, Mitsuhide vio a tres hombres, probablemente una patrulla de samurais de Oda en servicio de vigilancia.

—¿Qué hacéis aquí? —le preguntó uno en tono tranquilo, pero los semblantes de los tres hombres reflejaban tensión y suspicacia.

—Estaba cansado de caminar y me he parado para descansar un poco —respondió con calma el espadachín—. ¿Sois del clan Oda? —les preguntó al tiempo que se levantaba y sacudía la hierba de sus ropas.

—Así es —dijo el soldado fríamente—. ¿De donde venís y adonde vais?

—Soy de Echizen. Tengo una pariente en el castillo y he estado buscando la manera de ponerme en contacto con ella.

—¿Forma parte de los servidores del señor?

—No.

—Pero ¿no habéis dicho que conocéis a alguien del castillo?

—No forma parte de los servidores del señor, sino que trabaja en el servicio doméstico.

—¿Cómo se llama?

—No creo que deba decirlo aquí.

—¿Y vuestro nombre?

—Lo mismo os digo.

—¿De modo que no queréis hablar abiertamente?

—En efecto.

—En ese caso tendréis que acompañarnos al puesto de guardia.

Probablemente sospechaban que era un espía. Por si se le ocurría ofrecer resistencia, uno de los hombres gritó hacia el camino, donde aguardaban un samurai montado, que parecía ser el jefe de la patrulla, y otros diez hombres.

—Esto es precisamente lo que esperaba. Vamos allá.

Dicho esto, el espadachín se apresuró a ponerse en marcha.

En Gifu, como en cualquier otra provincia, los controles de seguridad en los vados de los ríos, en la ciudad fortificada y en las fronteras eran estrictos. Nobunaga se había trasladado recientemente al castillo de Gifu, y debido al cambio completo de administración y leyes, los deberes de los magistrados eran numerosos. Aunque algunos se quejaban de que las patrullas eran demasiado estrictas, lo cierto es que todavía quedaban en la ciudad muchos antiguos servidores del clan Saito, y las conspiraciones de las provincias enemigas solían hallarse en una fase avanzada.

Mori Yoshinari era muy adecuado para el cargo de magistrado jefe, pero, como cualquier otro guerrero, prefería el campo de batalla a los deberes civiles. Aquella noche, cuando regresó a casa, exhaló un suspiro de alivio. Cada noche mostraba a su esposa la misma expresión al volver del trabajo.

—Ha llegado una carta de Ranmaru para ti.

Al oír el nombre de Ranmaru, Yoshinari sonrió. Las noticias del castillo eran uno de los pocos placeres de Yoshinari. Ranmaru era el hijo al que había enviado de niño a servir en el castillo. Desde el principio estuvo claro que Ranmaru no serviría de gran cosa, pero era un muchacho atractivo que había llamado la atención de Nobunaga y por ello se había convertido en uno de sus asistentes personales. Recientemente se había mezclado con los pajes y parecía llevar a cabo alguna clase de servicio.

—¿Qué noticias hay? —preguntó la esposa de Yoshinari.

—Nada, en realidad. Todo está en calma y Su Señoría de buen talante.

—¿No dice si ha estado enfermo?

—No, menciona que su salud es excelente —replicó Yoshinari.

—Ese chico es más listo que la mayoría. Probablemente pone cuidado para no preocupar a sus padres.

—Supongo que sí —dijo Yoshinari—. Pero todavía es un niño, y estar siempre al lado de Su Señoría debe de causarle una gran tensión.

—Imagino que le gustaría venir a casa de vez en cuando para que lo mimemos un poco.

En aquel momento entró un samurai y anunció que poco después de que Yoshinara hubiera regresado a casa había ocurrido un incidente en su oficina, y que algunos de sus subordinados habían acudido para hablar con él a pesar de lo tardío de la hora. Los tres oficiales aguardaban en la entrada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Yoshinari a los tres hombres.

El jefe del grupo le puso al corriente.

—Hacia el final de la jornada una de las patrullas detuvo a un espadachín de aspecto sospechoso junto al río Nagara.

—¿Y bien?

—Actuó con toda obediencia hasta el puesto de guardia, pero cuando le interrogamos se negó a decirnos su nombre y su provincia natal, y dijo que sólo lo haría si hablaba con el señor Yoshinari. Siguió diciendo que no era un espía y que un pariente suyo, una mujer, trabaja en el servicio doméstico desde la época en que Su Señoría residía en Kiyosu. Pero no está dispuesto a decir nada más a menos que le reciba nuestro superior. Es muy testarudo.

—Bien, bien. ¿Qué edad tiene?

—Unos cuarenta años.

—¿Qué clase de hombre es?

—Impresiona bastante. Es difícil considerarle uno de esos espadachines errantes.

Poco después hicieron entrar al detenido y un viejo servidor le llevó a una habitación en el fondo de la casa, donde un cojín y una bandeja con comida aguardaban al recién llegado.

—El señor Yoshinari estará pronto con vos —le dijo el viejo servidor antes de marcharse.

El humo del incienso se dispersaba en la habitación. El espadachín, cuyas ropas estaban sucias a causa del viaje, se dio cuenta de que el incienso era de tal calidad que, si el visitante no hubiera sido lo bastante cultivado para tener un refinado sentido del olfato, habría sido un derroche. Esperó en silencio alguna señal del señor de la casa.

El rostro que aquella tarde había estado oculto por el sombrero de juncos contemplaba ahora en silencio la luz oscilante de la lámpara. Sin duda estaba demasiado pálido para que la patrulla se creyese que era un espadachín errante. Y, además, la expresión de sus ojos era apacible y suave, no la que cabía esperar de un hombre cuya vida diaria consistía en el manejo de la espada.

Se abrió la puerta corredera y una mujer, cuyo atuendo y porte elegante mostraban que no era una sirvienta, le trajo un cuenco de té, lo depositó ante él sin decir palabra y se retiró, cerrando la puerta corredera tras ella. Una vez más, si el visitante no hubiera sido una persona de importancia, no habrían tenido con él semejante cortesía.

Poco después el anfitrión, Yoshinari, entró y, a modo de saludo, se excusó por haberle hecho esperar.

El espadachín se apartó del cojín para adoptar una postura arrodillada más formal.

—¿Tengo el honor de dirigirme al señor Yoshinari? Me temo que mi irreflexión ha puesto a vuestros hombres en un aprieto. Vengo en misión secreta enviado por el clan Asakura de Echizen. Me llamo Akechi Mitsuhide.

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