Taiko (70 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Un despacho les informó de que Asai Nagamasa de Omi, cuyo clan se había aliado con los Asakura durante varias generaciones, había trasladado su ejército desde el norte del lago Biwa, cortando la retirada de Nobunaga. Por otro lado, Sasaki Rokkaku, quien ya había saboreado la derrota infligida por Nobunaga, actuaba de común acuerdo con los Asai y se aproximaba desde la zona montañosa de Koga. Uno tras otro, habían dirigido sus ejércitos para golpear el flanco de Nobunaga.

Ahora el enemigo se encontraba delante y detrás del ejército invasor. Tal vez debido a este cambio de los acontecimientos, la moral de las fuerzas de Asakura era alta y estaban dispuestos a salir de Ichijogadani y efectuar un furioso contraataque.

—Hemos entrado en las fauces de la muerte —dijo Nobunaga, dándose cuenta de que era como si hubiesen cavado sus propias tumbas en territorio enemigo.

Lo que temía de súbito no era que Sasaki Rokkaku y Asai Nagamasa obstaculizaran su retirada; lo que Nobunaga temía hasta la médula de sus huesos era la probabilidad de que Tos monjes guerreros del Honganji, cuya fortaleza se hallaba en aquella zona, lanzaran un grito de guerra contra el invasor y desplegaran el estandarte de la oposición. El tiempo había cambiado de repente, y el ejército invasor era como un bote rumbo a la tormenta.

Ahora bien, ¿existía una abertura lo bastante amplia para la retirada de diez mil soldados? Los estrategas advertían de que, por su propia naturaleza, un avance es fácil y una retirada difícil. Si un general comete un error, puede sufrir la desgracia de la aniquilación de todo su ejército.

Hideyoshi hizo entonces un ofrecimiento.

—Por favor, permitidme que me encargue de la retaguardia. Entonces mi señor podrá tomar el atajo a través de Kuchikidani, sin el estorbo que supone un gran número de hombres y, a cubierto de la noche, escapar de esta tierra mortífera. Al amanecer el resto de las tropas podría retirarse directamente hacia la capital.

A cada momento que pasaba el peligro era mayor. Aquella noche, acompañado por unos pocos servidores y una fuerza de sólo trescientos hombres, Nobunaga siguió los valles sin senderos y los barrancos y cabalgó durante toda la noche hacia Kuchikidani. Fueron atacados innumerables veces por los monjes guerreros de la secta Ikko y los bandidos locales, y durante dos días y dos noches estuvieron sin alimento ni agua y sin dormir. Finalmente, al cabo del cuarto día llegaron a Kyoto, pero por entonces muchos de ellos estaban tan fatigados que apenas podían valerse por sí mismos. Sin embargo, podían considerarse afortunados. El más digno de compasión era el hombre que había cargado con la responsabilidad de la retaguardia y que, cuando el ejército principal había escapado, se quedó atrás con una minúscula fuerza en la solitaria fortaleza de Kanegasaki.

Ese hombre era Hideyoshi. Los demás generales, que hasta entonces habían envidiado sus éxitos y le habían llamado a sus espaldas sofista y advenedizo, se separaron de él alabándole sinceramente, llamándole «el sostén del clan Oda» y «un auténtico guerrero», y antes de marcharse llevaron a su campamento armas de fuego, pólvora y provisiones. Al dejar los suministros y partir, era como si depositaran guirnaldas funerarias en una tumba.

Entonces, desde el alba hasta mediada la mañana siguiente a la escapatoria nocturna de Nobunaga, los nueve mil soldados al mando de Katsuie, Nobumori y Shonyu lograron huir. Cuando las fuerzas de Asakura se dieron cuenta y los persiguieron para atacarles, Hideyoshi les golpeó por el flanco al tiempo que les amenazaba desde atrás. Y cuando la fuerza de Oda por fin se hubo librado del desastre, Hideyoshi y sus tropas se encerraron en el castillo de Kanegasaki y juraron que allí era donde abandonarían este mundo.

Para demostrar su voluntad de morir luchando, atrancaron las puertas del castillo, comieron lo que encontraron, durmieron cuando tenían algún momento para hacerlo y se despidieron de la vida. El jefe de las fuerzas de Asakura atacantes era el valiente general Keya Shichizaemon, el cual, en vez de correr el riesgo de sufrir muchas bajas lanzándose contra unas tropas que estaban dispuestas a morir, asedió la fortaleza y cortó la retirada a Hideyoshi.

***

—¡Ataque nocturno!

Cuando resonó este grito en medio de la segunda noche, todos los preparativos efectuados de antemano fueron desplegados sin la menor confusión. El ejército de Keya avanzó a toda prisa contra el enemigo moviéndose en la oscuridad y derrotó por completo a la pequeña fuerza de Hideyoshi, la cual retrocedió precipitadamente al castillo.

—¡El enemigo está resignado a morir y lanza su grito de guerra! —exclamó Keya—. ¡Aprovechemos esta oportunidad y capturaremos el castillo al alba!

Corrieron al borde del foso, prepararon balsas y cruzaron la extensión de agua. En un abrir y cerrar de ojos, millares de soldados tomaron posesión de los muros de piedra.

Entonces, tal como Shichizaemon había prometido, Kanegasaki cayó al amanecer. Pero ¿qué encontraron sus fuerzas? En el castillo no había ni uno solo de los hombres de Hideyoshi. Sus estandartes ondeaban al viento, y el humo ya se alzaba hacia el cielo. Los caballos relinchaban. Pero Hideyoshi no estaba allí. El ataque de la noche anterior no había sido en realidad tal ataque.

El pequeño ejército mandado por Hideyoshi sólo había fingido retroceder al interior del castillo, mientras buscaban con la celeridad del viento una manera de huir de la muerte segura. Al amanecer, los hombres de Hideyoshi se encontraban ya al pie de las montañas que se extendían por la frontera provincial, y conseguían huir.

Naturalmente, Keya Shichizaemon y sus hombres no se quedaron pasmados contemplando su huida.

—¡Preparaos para la persecución! —ordenó—. ¡A por ellos!

Las tropas de Hideyoshi prosiguieron su retirada por la espesura de las montañas, huyendo durante la noche sin hacer una pausa para comer o beber.

—¡Todavía no estamos fuera de la guarida del tigre! —les advirtió Hideyoshi—. No aflojéis el paso, no descanséis. ¡Que no decaiga vuestra voluntad de vivir!

Siguieron adelante, azuzados por las exhortaciones de Hideyoshi. Tal como era de esperar, Keya empezó a darles alcance. Cuando oyeron los gritos de combate del enemigo a sus espaldas, Hideyoshi ordenó primero un breve descanso y luego habló a sus soldados.

—No os alarméis. Nuestros enemigos son idiotas, pues están lanzando sus gritos de guerra cuando suben por el valle, mientras que nosotros nos encontramos en un terreno alto. Todos estamos cansados, pero el enemigo nos persigue enfurecido, y muchos de ellos se van a extenuar. Cuando estén a tiro, sometedles a una lluvia de rocas y piedras y arrojadles las lanzas.

Sus hombres estaban fatigados, pero este claro razonamiento les hizo recuperar la confianza.

—¡Venid a por nosotros! —les gritaron mientras se preparaban para el ataque.

El castigo que Keya se proponía imponer a las tropas de Hideyoshi se convirtió en una desgraciada derrota de sus fuerzas. Innumerables cadáveres se amontonaron bajo las piedras y las lanzas.

—¡Retirada!

Las voces que gritaban la orden finalmente enronquecieron en los valles por los que se retiraban los hombres de Asakura.

—¡Ahora es nuestra ocasión! ¡Atrás! ¡Retirada!

Hideyoshi casi parecía imitar al enemigo, y sus hombres se volvieron y huyeron hacia las tierras bajas meridionales. Keya, al frente de los soldados que le quedaban, partió una vez más en su persecución. Los hombres de Keya eran realmente implacables, y aunque los restos de la fuerza punitiva ya estaban muy debilitados, los monjes guerreros del Honganji intervinieron en el ataque y bloquearon el camino cuando los hombres de Hideyoshi intentaban cruzar las montañas en cuya otra vertiente se extendía la provincia de Omi. Cuando los hombres intentaron desviarse del camino, flechas y piedras llovieron desde los pantanos y bosques a izquierda y derecha, entre gritos de «¡No les dejéis pasar!». Incluso Hideyoshi empezó a pensar que había llegado su hora, pero era el momento de reforzar la voluntad de vivir y resistirse a la tentación de sucumbir.

—¡Que el cielo decida si nuestra suerte es buena o mala y si vamos a vivir o a morir! Corred a través del pantano hacia el oeste. Huid por los arroyos de montaña cuyas aguas fluyen en el lago Biwa. Corred tan rápido como la misma agua. ¡Sólo si sois veloces podréis burlar a la muerte!

No les pidió que lucharan. Aquél era el Hideyoshi que tan bien sabía cómo emplear a los hombres, pero ni siquiera él pensó en ordenar a sus tropas hambrientas, que llevaban dos días y dos noches sin dormir ni descansar, que repelieran una emboscada tendida por un número desconocido de monjes guerreros. Todo lo que quería era ayudar hasta al último soldado de su lastimosa fuerza a regresar a la capital. Y no existía nada más fuerte que la voluntad de vivir.

Bajo las órdenes de Hideyoshi, los soldados cansados y hambrientos avanzaron rápidamente cuesta abajo, atravesando el pantano con una energía casi sobrenatural. Era un movimiento temerario que no podría considerarse ni estrategia ni abandono de sí mismos, pues los monjes guerreros ocultos en las honduras del bosque eran como mosquitos. Sin embargo, prosiguieron su carrera entre el enemigo que les rodeaba, y fue esto lo que abrió una fisura en las filas enemigas que les permitió desbaratar por completo la emboscada que con tanto cuidado les habían tendido. Mientras corrían, el orden cedió el paso al caos y todos los hombres se encaminaron confusamente al sur, siguiendo los arroyos de montaña.

—¡El lago Biwa!

—¡Estamos salvados!

Todos lanzaron gritos de alegría. Al día siguiente entraron en Kyoto. Al verlos, Nobunaga exclamó:

—Gracias a los cielos habéis conseguido sobrevivir. Sois como dioses. Sois en verdad como dioses.

LIBRO CUATRO

PRIMER AÑO DE GENKI

1570

Personajes y lugares

Asai Nagamasa
, señor de Omi y cuñado de Nobunaga

Asakura Yoshikage
, señor de Echizen

Amakasu Sanpei
, ninja del clan Takeda

Takeda Shingen
, señor de Kai

Kaisen
, monje Zen y consejero de Shingen

Sakuma Nobunori
, servidor de alto rango de Oda

Takei Serian
, servidor de alto rango de Oda

Mori Ranmaru
, paje de Nobunaga

Fukikage Mikawa
, servidor de alto rango de Asai

Oichi
, esposa de Asai Nagamasa y hermana de Nobunaga

Chacha
, hija mayor de Oichi y Nagamasa

Honganji
, cuartel general de los monjes guerreros de la secta Ikko

Monte Hiei
, montaña al este de Kyoto y sede de la secta Tendai

Kai
, provincia del clan Takeda

Hamamatsu
, castillo de Tokugawa Ieyasu Nuo, palacio del shogun en Kyoto

Omi
, provincia del clan Asai

Odani
, castillo principal del clan Asai

Echizen
, provincia del clan Asakura

Enemigo de Buda

La primera noche después de su regreso a Kyoto, los oficiales y soldados de la retaguardia, que por tan poco habían escapado con vida, sólo podían pensar en una cosa: dormir.

Tras informar a Nobunaga, Hideyoshi se retiró aturdido. El sueño le vencía.

A la mañana siguiente abrió los ojos sólo un momento y volvió a dormirse profundamente. Hacia mediodía le despertó un criado y comió unas gachas de arroz, pero se hallaba en un estado entre la vigilia y el sueño y tan sólo se enteró de que estaban sabrosas.

—¿Vais a dormiros de nuevo? —le preguntó el criado, asombrado.

Por fin Hideyoshi se despertó por completo al cabo de dos días, por la noche, sintiéndose totalmente desorientado.

—¿Qué día es hoy?

—Es el segundo —le respondió el samurai de guardia.

«El segundo», se dijo mientras salía de la habitación con pasos vacilantes. Pensó que el señor Nobunaga también debía de haberse recuperado.

Nobunaga había reconstruido el palacio imperial y levantado una nueva residencia para el shogun, pero él mismo carecía de una mansión en la capital. Cada vez que acudía a Kyoto se instalaba en un templo y sus servidores se repartían por los templos filiales vecinos.

Hideyoshi abandonó el templo en el que se alojaba y alzó la vista para contemplar las estrellas por primera vez en varios días. Pensó que ya era casi verano y entonces se dio cuenta de que aún estaba vivo, lo cual le hizo experimentar una alegría extraordinaria. A pesar de lo tardío de la hora solicitó una audiencia con Nobunaga, a cuya presencia le llevaron de inmediato, como si Nobunaga le hubiera estado esperando.

—Estás muy sonriente, Hideyoshi. Sin duda hay algo que te satisface.

—¿Cómo no habría de estar satisfecho? Antes no era consciente de la bendición que es la vida, pero ahora que me he librado por poco de la muerte, comprendo que todo lo que necesito es vivir. Me basta con mirar esta lámpara o vuestro rostro, mi señor, para saber que vivo y he sido bendecido con mucho más de lo que merezco. Pero ¿cómo os sentís vos, mi señor?

—Irremediablemente decepcionado. Ésta es la primera vez que siento la vergüenza y la amargura de la derrota.

—¿Ha conseguido jamás algún hombre grandes cosas sin experimentar la derrota?

—Vaya, ¿también puedes ver eso en mi rostro? Hay que fustigar una sola vez el vientre del caballo. Prepárate para emprender un viaje, Hideyoshi.

—¿Un viaje?

—Regresamos a Gifu.

Hideyoshi se estaba felicitando porque iba un paso por delante de Nobunaga, cuando éste se colocó resueltamente en cabeza. Tenía varias buenas razones para regresar a Gifu lo antes posible.

Aunque Nobunaga tenía fama de soñador, también se le conocía como un obstinado hombre de acción. Aquella noche Nobunaga, Hideyoshi y una escolta inferior a trescientos hombres salieron de la capital con la rapidez de una tormenta repentina. Pero incluso a esa velocidad su partida no pudo mantenerse en secreto.

Aún no había amanecido cuando el grupo llegó a Otsu. El estampido de un arma de fuego resonó en la oscuridad de las montañas. Los caballos se encabritaron frenéticamente. Los servidores emprendieron el galope, inquietos por Nobunaga, al tiempo que buscaban al francotirador.

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