Presagio (26 page)

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Authors: Jorge Molist

BOOK: Presagio
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Su cara mostraba cicatrices, recuerdo de golpes recibidos y olvidados. Se había ganado multitud de palizas de tipos borrachos o de proxenetas a los que su madre llamaba novios y que intentaban mandar en casa y en ella.

De pequeño se escondía por puro instinto de supervivencia, pero al crecer dejó de hacerlo. Mostraba sus dientes al sonreír y atacaba. Y cuando lo hacía era un perro de presa; todo el odio, todo el resentimiento acumulado durante años salía, y sin importarle su propio daño no cejaba hasta que sus rivales, tipos duros, hombres hechos y derechos, se batían en retirada. No tenía nada que perder y esa rabia, esa locura homicida, pero a la vez fría y serena, lo hacían temible.

Cuando Rich le contó la humillación sufrida y cómo los favores que su madre hizo a Maxwell le fueron devueltos en forma de insultos, la expresión en la faz de Charly cambió, y al esfumarse la sonrisa de perro, Rich vio en aquel rostro un odio intenso.

—Dame una foto de ese tipo y dime dónde puedo encontrarlo —murmuró mientras le lastimaba el brazo al apretárselo con furia.

Charly
Cara Perro
aceptaba que pudieran llamarlo hijo de puta, eso es lo que era, pero no consentía la falta de respeto, la burla.

No fue difícil encontrar la foto de Maxwell; aparecía de vez en cuando en las revistas de Hollywood que su madre compraba.

Charly dejó de asistir a la escuela y al reaparecer lo atrajo a un rincón tranquilo.

—Mira. —Y Rich pudo ver el permiso de conducir con la foto de Maxwell y un encendedor de oro—. Está muerto.

Rich lo contemplaba con asombro y admiración; tenía la seguridad de que aquello era absolutamente cierto. El otro sonreía mostrando sus caninos.

—¿Cómo lo hiciste?

—Lo esperaba a la salida de su trabajo y lo seguía en un coche robado, uno distinto todos los días. Tuve suerte y al fin lo pillé, solo, en el callejón trasero de un bar. Él había bebido y yo le pregunté si se acordaba de ti, del pequeño bastardo. Y cuando se acordó, lo maté. Así aprenderá a tenernos más respeto.

—Gracias —dijo Rich.

Sentía una extraña mezcla de alegría y sorpresa. Pero sus pensamientos volaban. ¡Su amistad con Charly
Cara Perro
podía ser muy útil en el futuro!

—Hola, Jeff.

—No tengo nada de qué hablar contigo.

—Fue una equivocación, lo siento mucho.

—Muriel, no tengo nada de qué hablar contigo. ¡Adiós!

Ella oyó el chasquido del teléfono al colgarlo Jeff. No esperaba nada mejor que eso y al pulsar el botón de rellamada rezaba para que esta vez él la escuchara.

—Por favor, déjame hablar. Tienes toda la razón al estar enojado pero...

—No insistas, voy a colgar.

De nuevo, el chasquido. Pero ella lo intentaría, una y otra vez. Jeff era suyo, continuaba siendo suyo. Y volvería a ella. A cualquier precio.

—Jeff...

La voz de Jeff, en el contestador, informaba de que podía dejar mensaje.

—Jeff, sé que esto está grabando, pero también sé que tú me escuchas. No me importa que grabes lo que voy a decir. Te quiero. Aquello fue una equivocación. Una equivocación muy grande. Algo estúpido. Por favor, sé comprensivo, dame otra oportunidad. Aún soy tu chica. Perdóname. Perdóname, por favor. Al menos habla conmigo. Te quiero, Jeff. Fue un mal momento, un error.

Cuando Muriel colgó tenía lágrimas en los ojos. ¿Lo iba a perder? Jamás se había planteado eso antes, pero ahora le asustaba la idea. Pero no, ella era Muriel Mahare. Y siempre lograba lo que se proponía. Quizá costara mucho, pero Jeff volvería con ella.

—Carmen pagará su traición —murmuró.

Odiaba los reportes, pero tenía que hacerlos. Jeff apoyaba la punta del. bolígrafo en la maldita pantalla de ordenador buscando datos con los que rellenar el montón de documentos que la agencia le hacía cumplimentar para asignar sus horas de trabajo y las de sus subordinados a distintos proyectos. Le disgustaba aquella tarea. ¡Maldita administración!

—¡Buenos días, Sara! —reconoció la voz y, separando la vista de la pantalla, vio que Carmen avanzaba entre las mesas hacia él. Llevaba un traje de chaqueta con falda corta y tacones altos. Jeff opinó que tenía mejores curvas que Muriel. Los labios, en rojo, dibujaban una sonrisa alegre, feliz.

—Hola, Jeff. ¿Cómo estás?

—Con los reportes, y odio los reportes. —Carmen rió.

—¿Cómo te encuentras hoy?

—Jodido.

—Sí, claro. —Ella compuso una expresión seria.

—Muriel me llamó anoche.

—¿Sí? ¿Y qué dijo?

—No quise escucharla, colgué el teléfono dos veces pero ella continuó insistiendo en el contestador.

—¿Te pedía perdón?

—Sí, decía que había sido una equivocación, un mal momento y que quería volver.

—¡Qué mal momento ni qué niño muerto! —Ella subía el volumen de la voz—. ¡Continúan juntos! ¡Aún se ven!

Jeff la miraba con expresión seria. Carmen observó a su alrededor.

—Mejor lo hablamos fuera de la oficina. Te invito a cenar.

Era una mesita íntima en uno de los locales de moda de Santa Mónica. La madera, la luz indirecta y los jarrones de flores frescas hacían del restaurante un lugar cálido a pesar de lo concurrido de la barra.

—¿Habías estado aquí antes? —preguntó Carmen—. El local tiene premio al mejor diseño del año en decoración del sur de California.

—Una vez tomé una copa con Muriel en el salón de billar —dijo él—. Había un par de actores de Hollywood entre la concurrencia. Éste es un sitio caro, nos repartiremos la cuenta.

—Ni pensarlo. Hoy invito yo, la próxima vez pagas tú. —Carmen sonreía feliz. La sonrisa desapareció al preguntar—. ¿Cómo llevas lo de Muriel?

—Imagínatelo. Mal. Esta tarde ha llamado otra vez, a la oficina. No he querido hablarle, pero por suerte no se le ha ocurrido bajar a mi despecho.

—Ni lo hará, Jeff, al menos por el momento. No se atreverá a armar un escándalo allí. Ella aún sale con Rich.

—¿Tú crees?

—¡Claro, Jeff! Si no, lo primero que te habría contado habría sido que había terminado con él.

—Me dijo que fue un error, una equivocación, un mal momento.

—¿Pero dijo que lo había dejado?

—No, no dijo eso.

—Pues claro. Muriel llevaba más de un mes saliendo a escondidas con Rich; tenían varios contactos íntimos a la semana. Y ella me contaba muy ufana sus hazañas.

Carmen observó un gesto duro en la cara de Jeff. Sus mandíbulas estaban apretadas y sus ojos mostraban un brillo siniestro.

—Jugaba contigo despistándote. ¿Te acuerdas la semana pasada, cuando subiste a buscarla al piso treinta? ¿Te acuerdas de que su secretaria te aseguró que se encontraba en el consejo y que cuando llegaste allí te dijeron que la sesión había terminado? ¿Y que la puerta de la sala de reuniones estaba cerrada?

—Sí.

—Pues en aquel momento hacían el amor allí escondidos.

—¡Maldita sea! —Jeff golpeó la mesa con el puño—. No es verdad.

—Sí lo es. Muriel me lo contó muy orgullosa. ¡Encima de la mesa del consejo! Fue algo así como una experiencia mística para ella.

Jeff apartó su plato y poniendo los codos encima de la mesa se cubrió el rostro.

—Lo siento —dijo Carmen—, pero creo que es mejor que lo sepas todo.

—¿Y por qué no me avisaste? ¿Por qué has dejado que me engañara así?

—Estaba en una posición muy difícil. Ella es, o era, mi mejor amiga. Me había confiado lo suyo con Rich como secreto y yo le prometí que no se lo diría a nadie.

—¿Era tu mejor amiga? ¿Es que ya no lo es?

—No lo creo. Tuvimos una pelea muy seria.

—¿Por qué?

—Te oculté algo —repuso, temerosa.

—¿Qué?

—El mensaje que recibiste y que te hizo creer que Muriel te citaba lo escribí yo.

—¿Tú?

—Sí. Fue una forma, de la que ahora me arrepiento, de cumplir mi palabra de avisarte y a la vez de cumplir la promesa que le hice a ella de no decirte nada. Reconozco que fue muy crudo.

—Pero Carmen... —La miraba con los ojos muy abiertos.

—Sí, lo siento. —Carmen temía la reacción del muchacho. «¡Dios mío!», rezaba. «Que no lo pierda ahora.»Él ocultó su rostro entre las manos.

—¡Pero Carmen! —la censuró al cabo de unos momentos—. ¡No puedes dar a la gente ese tipo de sorpresas! No sabes, ni te imaginas lo que se puede llegar a sentir. Fue terrible. Podría haber cometido un disparate, matar a ese individuo...

Ella lo miró a los ojos, asintiendo pero sin decir palabra; él sacudía la cabeza, incrédulo. Carmen bajó su mirada hacia el plato componiendo el gesto de un niño al que regañan; se sentía aliviada al notar que él iba suavizando el tono de sus reproches.

—Así que fuiste tú —preguntó él al rato—. Pero cómo, ¿cómo pudiste entrar en el sistema usando su nombre?

—No fue difícil. Muriel trabaja en el salón de casa muchas veces y deja el ordenador portátil encendido para ir al aseo. Tiene su código de acceso a la red en memoria. El aparato estaba conectado al teléfono, sólo tuve que escribir el mensaje, pulsar envío a tu dirección y luego borrarlo.

—¡Maldita sea, Carmen! —saltó él de nuevo—. Y así de fácil, de esa forma, me preparaste el peor momento de mi vida.

—Lo siento, pero yo no tengo toda la culpa. —Ella decidió defenderse—. Alguna le corresponde a Muriel, ¿no crees? Yo sólo quería hacerte ver lo que pasaba; tal como tú me pediste.

—Pero... ¡podría haber sucedido algo irreparable!

—Bueno, algo irreparable ya ha ocurrido entre Muriel y yo.

—¿Qué?

—Ya te lo he dicho. Nuestra amistad se ha roto, y me temo que para siempre. Ella ha cogido unas cuantas cosas y se ha mudado provisionalmente con sus padres. El resto lo recogerá cuando encuentre su nuevo apartamento. —Carmen tenía los ojos acuosos—. Me duele, sufro por ello, tengo remordimientos por lo que hice, pero no me quedaba otra opción; he traicionado a mi mejor amiga por mi mejor amigo. —Una lágrima corrió por su mejilla y cayó aparatosamente sobre la mesa.

—Por favor, Carmen —dijo Jeff al rato, sonreía y apoyó su mano en el brazo de ella como para infundirle ánimo—. Se supone hemos venido aquí para que tú me consolaras a mí.

—Lo siento. —Ella notaba un gran alivio; se le estaba pasando el enfado a Jeff.

—Anda, dejémonos de penas por hoy. ¡Pero si casi ni has probado el famoso pastel de cangrejo del local! —Y le hizo una mueca que quería ser severa arrugando la nariz y las cejas—. ¡Si no te lo terminas, no hay postre!

Instantáneamente la sonrisa iluminó el semblante de Carmen.

Después de pagar con su tarjeta de crédito, Carmen se notaba audaz; quizá fuera el vino de la cena. O quizá fuera que, a pesar del enfado inicial al enterarse de que ella amañó aquella cita, Jeff había reaccionado bien y al final parecía incluso de buen humor. Salieron a la calle, pero en lugar de pedir el coche al mozo, ella le propuso que se acercaran a la playa. Lo cogió del brazo y fueron paseando en silencio.

Lo había decidido. Ahora o nunca. Tal vez fuera prematuro, pero tenía que arriesgarse. Muriel no lo dejaría tranquilo, y él era tan estúpido que hasta podría perdonarla. Quizá debería esperar a la próxima salida, pero ¿y si Muriel conseguía ablandarlo para entonces? Debía tomar la iniciativa de una vez.

Cuando ya llegaban al paseo desde donde se intuía un océano oscuro, Carmen se sentía agarrotada por la tensión; aquél era el momento...

—Jeff.

—¿Sí?

—Tú estás solo ahora, y yo estoy sola. Me has invitado muchas veces a tomar algo contigo, como amiga. ¿Te das cuenta de que además de ser tu amiga soy también una mujer?

—Sí, claro. —Él la miraba sorprendido en la oscuridad.

—¿Te gusto como mujer? —Su corazón latía como si fuera a saltarle del pecho. Notaba cómo sus propios senos, a través del escote que mostraba su parte superior, se agitaban en una respiración rápida, ansiosa.

—Sí, eres muy hermosa.

—Gracias, Jeff. Pero ¿has pensado alguna vez en tener algo más conmigo?

—¿Pensado? —Su mirada se dirigió involuntaria a sus senos—. Sí, bueno, pero no me había planteado...

—Pues plantéatelo. —Los dos se miraron en la penumbra y ella, aproximando lentamente la mano a su mejilla, empezó a acariciarlo.

Cuando le acercó sus labios, su corazón latía alocado; pensaba que se jugaba toda una vida en unos minutos, en el intento de un beso. ¿Cómo reaccionaría él? Pero Jeff la aceptó, y ambos se unieron en un abrazo. Carmen se sentía morir de dicha, un placer tan grande, que no le habría importado que su vida terminara en ese momento, en los brazos de él. Lo había soñado tantas veces, lo había deseado tanto... y por fin llegaba aquel maravilloso instante en que Jeff era suyo.

Sin embargo, a pesar de aquel gozo, pudo oír una vocecita escondida en algún rincón de su cerebro que, inoportuna, preguntaba: «¿Por cuánto tiempo? ¿Unos minutos? ¿Unos días?».

—Lucía, necesito que me ayudes. Es algo muy importante para mí —Muriel la miraba, suplicante.

Muriel tenía la costumbre de acompañar a Lucía al centro comercial al menos una vez cada quince días. Era una buena oportunidad para charlar, ir de compras y dar un paseo.

Y ahora se encontraban precisamente tomando café en un local decorado al estilo latino y que daba al paseo central del «centro comercial».

—¿Qué es? —quiso saber Lucía.

—Este fin de semana he tenido un disgusto con Jeff. Hemos roto. Carmen ha sido la culpable, quiere quitármelo. Necesito saber si se acostaron.

—Muriel, tú sabes que no soy capaz de entrar ni en el pasado ni el futuro. Sólo puedo ver lo que ocurre en el momento en que «velo».

—Bueno, entonces averigua si lo hacen.

—Pero Muriel —Lucía la miraba con sus grandes ojos almendrados; sus pómulos altos le daban un aire aristocrático de princesa india—. ¿Qué ganas sabiendo eso? Sólo te puede hacer daño.

—Quiero que Jeff vuelva conmigo.

—Después de lo ocurrido no te va a ser fácil.

—¿Después de lo ocurrido? ¿Qué sabes tú de lo que ocurrió?

—Lo sé todo.

—¿Estabas allí?

—Sí.

—¡Pero Lucía! —se escandalizó Muriel—. ¿A quién vigilabas? ¡No es ético espiar así la intimidad de la gente!

Lucía se puso a reír. Al fin Muriel, dándose cuenta del motivo, la acompañó con una risa menos espontánea.

—Es lo que precisamente te estoy pidiendo ahora, ¿verdad?

—Sí.

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