Authors: Jorge Molist
—Quizá no, pero lo hago. —Ahora ella levantaba su barbilla, desafiante—. Y lo que vi me afectó tanto que quizá no pueda volver a «ver» por una temporada.
—Pero Lucía...
—Rich, debes escoger... ya sabes que puedo saber lo que haces. —Su tono era firme—. ¿No crees que tres mujeres a la vez son demasiadas?
—Pero tú ya sabías que yo estaba casado.
—Eso hacen dos. Ella y yo.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Acepto a Sharon, por ahora —le lanzó una mirada dura—, pero no a Muriel.
—¿Quieres que la deje? —Rich estaba sorprendido, de pronto aquella muchacha le imponía condiciones, lo obligaba a negociar. Lucía estaba cambiando con rapidez, mostraba un carácter fuerte, desconocido.
—Sí —respondió, mirándolo a los ojos.
—Pues yo quiero que veas «eso».
—Dame primero tu palabra.
—Sois el equipo de mayor éxito de la agencia —dijo Rich—. Y estoy convencido de que continuaréis siéndolo. —Miró a Jeff—. Si hay algún impedimento personal para que trabajéis juntos, os agradeceré que quien lo tenga lo diga ahora. Será lo mejor para todos. Quiero armonía. Si alguien no se encuentra a gusto, ya sea en el equipo o en la agencia, que lo haga saber y buscaremos un arreglo.
Carmen notaba la tensión en el ambiente. Sin duda, Rich temía que lo sucedido en los últimos días afectara al negocio; estaba dispuesto a afrontarlo y a ponerle remedio, y de paso reafirmaba su autoridad frente a Jeff.
Los reunidos alrededor de la mesa, Muriel, Jeff, Carmen y Jenny, la ejecutiva que cubría la posición que Muriel había dejado vacante con su promoción, guardaron silencio.
—Jeff, ¿algún problema con la continuidad del grupo?
Jeff lo miró un instante a los ojos. Carmen no supo descifrar qué había en aquella mirada. ¿Desafío? ¿Odio?
—No —dijo al cabo de unos momentos en tono altivo—. Tenía problemas, pero los solucioné. —Su mirada intensa se dirigió a Muriel para luego volver a Rich.
—¿Muriel?
—No puedo asegurarlo ahora. Debemos ajustamos como equipo. —Su vista se fue por un momento a Carmen—. Si surge algún problema te lo haré saber de inmediato.
—¿Carmen?
—Por mi parte, todo bien —mintió. No le hacía ninguna gracia que Jeff y Muriel siguieran trabajando juntos. Pero ella no se descolgaría del grupo; así podría controlar, o al menos saber lo que ocurría.
—Me alegro mucho —concluyó Rich sin consultar a Jenny, la nueva ejecutiva—. Porque habéis hecho un trabajo excelente en el pasado y ahora tenemos una nueva oportunidad de conseguir una cuenta muy importante. Sería una lástima tener que disolver este equipo.
—Lo decía sonriendo, pero todos sabían que era una amenaza—. Los aceites Wesson —continuó— preparan un concurso de agencia y he decidido que sea este equipo el que nos represente.
»Muriel y yo ya hemos discutido sobre el sumario que la compañía nos ha facilitado y sobre el plan en que basaremos nuestro trabajo. —Muriel repartió un dossier a cada uno de los miembros del equipo. Rich esperó a que terminara para continuar—. Aparte de lo escrito en el documento, hay dos puntos adicionales que hay que tener en cuenta. Primero: cómo posicionar mejor el aceite en los mercados étnicos, en particular el hispano, y no sólo para la variedad de aceite de maíz, sino también para las mezclas vegetales. Segundo: soluciones creativas para el punto de venta, ya sean de exposición de producto o de animación. —Todos tomaban notas—. Ya sabéis cómo funciona eso. ¿Alguna pregunta?
Uno a uno negaron con la cabeza.
—Bien —intervino Muriel—, pues que cada cual estudie con detalle lo que aquí se describe y este equipo se reunirá aquí el jueves a las cuatro de la tarde para discutirlo. ¿Algún conflicto de agenda?
Las agendas se abrieron y todos confirmaron su disponibilidad.
—Rich, en nombre del equipo, te doy las gracias por tus elogios y tu confianza. —Era Muriel la que hablaba—. No te defraudaremos. ¡Vamos a ganar esa cuenta para la agencia! Y ahora, si nadie tiene nada más que añadir, terminamos la reunión. Continuamos el jueves.
Los asistentes se levantaron y fueron saliendo de la sala.
—Rich, he de hablar contigo —le dijo Muriel cuando se quedaron a solas.
—Dime.
—No, en tu despacho.
—¿A qué viene eso de los mercados étnicos y de la promoción de punto de venta? —inquirió Muriel—. El documento del cliente no lo menciona para nada.
—Bueno, opino que es lo que le falta a ese documento para que podamos completar un buen trabajo.
—¿Opinas? —Muriel no terminaba de entender aquello y se sentía irritada.
—Sí. Tiene sentido —repuso Rich tranquilamente.
—¿No crees que debería pedir a Lucía que averiguara algo más sobre las necesidades reales de Wesson antes de meternos en proyectos adicionales que el cliente ni siquiera ha mencionado?
—No hace falta.
—¿Cómo que no hace falta?
—Precisamente los elementos que he añadido son fruto de las «investigaciones» de Lucía.
—Pero... —Aquella revelación sorprendió a Muriel; le costaba reaccionar—. Pero... pero Lucía es mi amiga, y no me dijo nada de que le hubieras pedido...
—Bueno. —Rich sonreía—. También puede ser mi amiga, ¿no?
—No, Rich. Ella es mi amiga y yo soy su amiga. Te conozco. Tú sólo quieres utilizarla.
—No sabía que tuvieras tan mala opinión de mí.
—Rich, hablemos claro. —Muriel fruncía el ceño y empleaba un tono enérgico—. Yo acepté que ella fuera a tu casa porque tú y yo tenemos un pacto y yo confío en ti. No está bien que le preguntes a mis espaldas. Cuando ella estaba sola yo era su única amiga; pero desde que supisteis de sus poderes veo que muchos os interesáis por ella. Y me parece muy mal que la utilices y que encima se me oculte.
—Bueno. —Rich continuaba tranquilo y afable—. Si ella me ha dado esa información, ha sido porque ha querido.
—Porque sabe que tú y yo somos muy amigos. Pero creo que has abusado de mi confianza y de la suya.
—Un momento, Muriel, hablas como si Lucía te perteneciera. —El hombre la miraba ahora con expresión seria—. Te equivocas, no es tu esclava. Es una mujer libre y mayor de edad. Tú no puedes decidir por ella.
—Rich, o cambias de actitud o le buscaré otro trabajo a Lucía. Ahora empiezo a pensar que fui muy ingenua al dejarla que fuera contigo.
—¿Aún crees que puedes influir en ella? ¿De verdad crees que ella te hará caso?
—¡Claro que sí! —El gesto indignado de Muriel se había convertido en uno de preocupación—. ¡Es mi amiga!
—Te dije que también es mi amiga. —Él sonreía; demasiado seguro de sí mismo para el gusto de Muriel.
—¡Rich! ¿No habrás seducido a Lucía? —preguntó, alarmada.
Él se encogió de hombros.
—No seas tan mal pensada... y ahora permíteme. Tengo otra reunión, no hay tiempo para escenas de celos. —Y con suavidad la conducía hacia la puerta. Pero Muriel, revolviéndose, lo empujó al interior del despacho.
—Espera un momento. ¿Te has acostado con esa chica?
—No te importa, Muriel. No tienes derecho a preguntarme eso.
—¿Cómo que no? ¿Y lo nuestro no me da derecho?
—¿Qué ocurre? —Él la miraba con prepotencia—. ¿Temes que te engañe como tú engañabas a Jeff?
—¿Cómo te atreves a censurarme? —Tenía lágrimas en los ojos—. ¡Precisamente tú!
—Mira, Muriel. —Su voz era dura—. No te consiento este tipo de escenas, ya basta. Vuelve a tu trabajo.
—No puedes tratarme así, Rich. Me haces sentir muy mal; tú y yo...
—Ya no hay más tú y yo —la cortó él—. Eso se ha terminado, Muriel.
—¿Qué es lo que se ha terminado?
—Nuestra aventurilla. Se acabó.
—¿Pero así? —Ella lo miraba sorprendida—. ¿Sin más?
—Fue bonito, Muriel. —Él suavizaba ahora su tono—. Estuvo bien. Pero sabíamos que no podía durar. Ahora vuelve al trabajo.
—Un momento, Rich. No tan de prisa. He perdido a mi chico por tu culpa. ¿Y ahora te has cansado de mí y me dejas? ¿Como quien usa un Kleenex para luego tirarlo? No acepto eso.
—Lo de tu novio es tu problema. Además, casi tenemos un disgusto por tu imprudencia. Mira, mi relación contigo me está complicando la vida. Se acabó, Muriel, y me da igual si lo aceptas o no. No tienes elección.
—Lucía vendrá conmigo. —Muriel había arrugado ligeramente el ceño y ahora hablaba con firmeza—. Tu casa no es un lugar adecuado para ella. Sus padres en México no aceptarían que estuviera con alguien como tú.
—Mira, putilla. —El hombre la agarró del brazo y le hizo daño. Ella lo miraba sorprendida; Rich podía ser duro en algún momento en el trabajo, pero siempre había sido respetuoso.— Ella se va a quedar conmigo porque lo va a querer así. Y ni se te ocurra meterte en medio y menos molestar a su familia.
—¿Así que engañas a tu mujer en tu propia casa con Lucía?
—¿Desde cuándo te preocupa engañar a los demás, Muriel? —Rich rió de forma desagradable—. ¿Me quieres dar tú una lección de moral? —Luego se puso serio y otra vez le clavó los dedos en el brazo—. Lo que vas a hacer ahora es ponerte a trabajar. Y lo vas a hacer muy bien, mejor que nunca, y conseguirás que Carmen y Jeff trabajen a la perfección. Además, como te pongas tonta con Lucía o conmigo te garantizo que te daré una patada en el culo y que te irás a la puta calle. ¿Me has entendido?
Muriel lo miró fijamente.
—Contesta. ¿Me has entendido? —Los dedos de Rich presionaban su brazo.
Ella se sacudió de la garra del hombre, asintiendo lentamente con la cabeza. Pero había una mirada de desafío en sus ojos.
Muriel cerró la puerta de su recién estrenado despacho con el pestillo, se sentó, apoyó la frente y los brazos encima la mesa y rompió en sollozos.
¿Cómo podía ocurrirle esto? En pocos días había perdido a su chico, a su amante y a su mejor amiga.
Su mundo se desmoronaba. Sabía que corría riesgos pero jamás pensó que todo saliera mal. Ahora Jeff la consideraba una prostituta y Rich la trataba como tal. Intentó analizar sus sentimientos.
Ella había engañado a Jeff y ahora sufría el castigo. Pero quizá aún pudiera recuperarlo.
Rich, maldito Rich. La había utilizado, ella creyó en él; se lo dio todo, se lo confió todo. Y ahora él no sólo la abandonaba, sino que se llevaba a Lucía.
Y Carmen. Su amiga íntima la había traicionado de forma innoble. ¡Le dolía tanto su engaño! Y encima le robaba su amor, a Jeff.
Todos estaban en su contra. ¡Había sido una estúpida inocente al confiar su corazón y sus secretos a aquellos miserables! Ellos habían abusado de su buena fe.
Pero a Muriel Mahare no podían hacerle aquello impunemente. Ella no era de las que se escondía a llorar y a deprimirse por mucho tiempo. Ella se cobraría venganza. Carmen y Rich pagarían por aquello.
—¿Que usted me ofrece una alianza? —John Carlton tenía sus grandes mejillas enrojecidas y la evaluaba con su mirada—. ¿Qué beneficio saco yo de una alianza con usted? —El hombre estaba arrellanado en su sillón y chupó su puro sin dejar de observarla.
A Muriel no le había sido fácil lograr que Carlton le concediera aquella cita fuera de la oficina. Lo había llamado a su casa alegando que era un asunto confidencial en extremo y que debían encontrarse en un lugar donde Rich no pudiera saber de su conversación.
Carlton la citó en su club de fumadores de cigarros y ahora ella, consciente de que volvía a correr grandes riesgos, sentada en el extremo del sofá y con el corazón en un puño, estaba dispuesta a ganar la batalla.
—Usted necesita tener a su lado a ejecutivos de mi nivel que controlen cuentas importantes, como ocurre en mi caso. —Su voz sonaba firme.
—¿Por qué motivo, señorita? —La miraba, astuto.
—Usted lo sabe, señor Carlton. Rich Reynolds le ha propuesto un nuevo reparto de acciones por el que su familia, usted, su esposa y su hermana, perderán el control de la agencia. Y usted ha aceptado, ya están arreglando la cuestión jurídica. El motivo que Rich aduce es que si usted no cede, él personalmente y los ejecutivos clave que controlamos las cuentas importantes abandonaríamos la agencia para fundar otra, llevándonos a los grandes clientes y dejando la agencia actual en nada.
—Lo cual es de una absoluta inmoralidad —añadió el hombre, ceñudo.
—Sí que es inmoral, pero él está dispuesto a hacerlo. —Muriel ya sentía que había captado la atención de Carlton y bebió lentamente de su refresco
light.
El hombre no dijo nada y, soltando una voluta de humo, extendió el brazo para alcanzar su vaso de la mesilla esquinera y dar un trago de whisky.
—Una vez pierdan ustedes el control, Rich los relegará a meras comparsas. Tendrán ustedes su inversión allí, pero no contarán para nada. Es más, los beneficios pueden disminuir de forma dramática por una nueva política de reparto de grandes bonos para los socios responsables de cuentas, y Rich, que pasará a ocupar el cargo de presidente ejecutivo que ahora ostenta usted, se llevará el pellizco mayor. Cuando usted aparezca por la agencia, será como un visitante, sólo eso, alguien de fuera. —Carlton se removió en su sillón soltando humo. Muriel supo que había dado en el blanco.
—¿Cómo sabe usted tanto? —inquirió, incorporándose un poco.
—Muy sencillo. Porque he sido la amante de Rich y me lo ha contado en la cama.
—¡Ah! —dijo el hombre abriendo los ojos, sorprendido. Luego su mirada se dirigió al cuerpo de ella, evaluándolo. Muriel vio cómo sus ojos recorrían sus senos, sus rodillas, sus piernas.
—¿Recuerda las facturas de la suite presidencial del Biltmore?
—¡Claro que sí!
—No eran por el hospedaje de nuestros clientes.
—¡Ya lo sospechaba yo! ¡Hijo de puta! —Y tomó otro trago de whisky. Sus mejillas habían enrojecido un poco más.
—Pero su ambición no termina aquí; eso es sólo un primer paso. Rich tiene grandes planes. Quiere lo mismo que usted: llegar a senador.
—¡Debe de estar loco! Es un simple arribista. No tiene los contactos, no tiene el dinero, no tiene el prestigio. Está soñando.
—No lo creo. Está convencido de que poco a poco se quedará con su prestigio, con sus contactos, y quizá con su dinero. No va a montar su propia campaña para competir en su contra; pretende que sean los mismos que ahora lo apoyan a usted los que pasen a apoyarlo a él. Por eso se muestra tan activo en el comité organizador; quiere ganarse a la gente.
—Humm... —Carlton se hundió en su asiento.