Authors: Jorge Molist
—¿Y eso que es? —inquirió Jeff.
—Algo extraordinario. Se encierra en su habitación y enciende una vela. Se queda quieta mirando la llama y se concentra pensando en una persona. ¡Y sorpresa! ¡Consigue ver y oír, además de a esa persona, todo lo que ocurre alrededor de ella! —Muriel contemplaba, divertida, la expresión boquiabierta de los otros dos—. Posteriormente hablé con nuestra amiga antropóloga y me confirmó que, efectivamente, tenía noticias de que el viejo chamán de Santa Águeda puede hacer eso, y que la vela es un simple instrumento por el que consiguen desdoblar su ser; la parte física se queda sentada frente a la vela, mientras que la parte espiritual se desplaza hasta la persona a la que buscan.
—Pues yo no me lo creo —dijo Jeff rompiendo el silencio de sorpresa que siguió a la explicación de Muriel.
—¿Me creerás si te digo que estuviste trabajando horas extras gracias a ella? —repuso la chica con mirada irónica.
—¿Cómo?
—¡Claro! Me preguntabas por qué lo del diseño de marca de Friendlydog; por qué razón teníais tú y tu equipo que emplear tanto tiempo en el desarrollo de algo que el cliente ni siquiera había insinuado. ¿Creías que era un capricho mío? ¡No! Le pedí a Lucía que visitara a menudo a los responsables de la marca y que me informara. Ella me dijo que los de la Metropol consideraban prioritario desarrollar un nuevo diseño de marca, ya que en sus tests de mercado el consumidor opinaba que el actual era anticuado. ¡Y acertó en todo! Los de la Metropol quedaron impresionados al ver que no sólo habíamos identificado el problema, sino que ya les adelantábamos algunas propuestas válidas para solucionarlo. Éste fue el punto clave para la consecución de la cuenta. ¡Y además logramos dejar claro que el mérito es nuestro y no de mi jefe Mike! ¡El pobre está fuera de juego!
—¿Que esa chica estuvo espiando a la Metropol por encargo tuyo? —Jeff, no salía de su asombro—. ¿Y me has hecho trabajar todas esas horas sólo porque te lo dijo una adivina?
—Efectivamente. —Muriel levantó su copa con gesto y sonrisa triunfante—. ¡Y hemos ganado!
—Es brujería —insistió Carmen.
—Llámalo como quieras, pero lo cierto es que hemos ganado. —Muriel estaba molesta y había dejado de sonreír—. Te he dado la explicación científica de cómo funciona, y la habilidad de Lucía nos puede ayudar muchísimo en el futuro. —Hizo una pausa para mirarles los ojos a ambos, y muy seria continuó—: Os he confiado lo ocurrido porque sois mis mejores amigos. Espero que esto no salga de aquí. Primero porque disponemos de una ventaja que nos ayudará a subir como la espuma y segundo porque igualmente no nos creerían. Cuidaré de esa chica como si fuera la gallina de los huevos de oro.
—Ándate con cuidado, Muriel. Quizá te estás metiendo en algo que no puedes controlar. La gente que tiene ese tipo de poderes no los usa por beneficio económico, todo lo más para su propia subsistencia si lo precisan. Recurren a ello para ayudar a los demás como lo que pasó con tu padre, pero no para algo como espionaje industrial. Cuando ese tipo de poderes se emplean en busca de grandes beneficios o perjudicando a alguien, aunque sea al tonto de tu jefe, ya no es ni siquiera magia. Es brujería.
—Bobadas, Carmen. Lucía me ha ayudado porque es mi amiga. Eso es todo.
—¿Y qué te ha pedido a cambio?
—Nada.
—Espero que sea como tú dices. ¿Y está dispuesta a continuar ayudándote?
—Desde luego, Carmen, ¡te he dicho que es mi amiga! —El tono de Muriel denotaba irritación—. No entiendo tus reparos. Deberías alegrarte.
—Lo siento, Muriel, pero esos temas siempre me han asustado.
—No hay nada escondido, Carmen, todo es limpio. —Muriel consultó el reloj y apuró parte de su copa—. Y ahora tengo que dejaros porque voy a llegar tarde.
—¿Llegas tarde? ¿Adónde llegas tarde? —Jeff sonaba entre sorprendido y alarmado—. ¡Pero si hemos quedado tú y yo para esta noche!
—¡Oh!... Sí, Jeff, lo siento. Pero es que me ha llamado mi madre; me dijo que mi padre sigue en ese estado de pesimismo y de total desánimo por lo de su trabajo. Teme que pueda coger una depresión muy seria. Me ha pedido que vaya a cenar y estoy segura de que cuando le cuente este éxito se van a alegrar muchísimo. Disculpa que no te invite, pero él no desea ver hoy a nadie que no sea de la familia.
—¡Pero Muriel! Si esta misma tarde me has prometido que...
—Las cosas han cambiado, lo siento mucho. Tengo que irme. —Se levantó del taburete y besó a Carmen. A continuación puso, con la punta de sus labios, un beso en los de Jeff—. Ya lo arreglaremos, cariño, no te preocupes. Oye, tengo mucha prisa. ¿Invitas tú a los cócteles, verdad, Jeff?
Y cogiendo su bolso, Muriel salió por la puerta del bar con paso decidido.
«Estoy jugando con fuego —Muriel hablaba sola mientras conducía su coche al salir del aparcamiento de la oficina—. Jeff se ha disgustado y reaccionará mal si se entera que no le he dicho la verdad.»Amaba a aquel chico. Admiraba su inteligencia creativa, su mente aguda y rápida, aquellas ocurrencias suyas que provocaban su risa y le atraía su indudable encanto masculino. Pero en asuntos prácticos, Jeff demostraba una inocencia casi infantil. No sólo no tenía la sutileza necesaria para jugar sus cartas dentro de la agencia, sino que despreciaba «las conspiraciones y los politiqueos», como él los llamaba. Estaba equivocado; cuando se tenía ambición, y él la tenía, se debía ser sensible para con lo político, por muy bueno que se fuera profesionalmente.
Habían discutido muchas veces sobre el asunto, ella se lo explicaba pacientemente, pero Jeff insistía en no querer saber nada de cualquier cosa que sonara a tener una estrategia de carrera profesional y apoyarse en las personas adecuadas.
«Disfruto en mi trabajo, "creando" —decía—. Soy muy bueno en lo mío, y se me reconocerá por mi labor y no por hacer la pelota al jefe.»Giró a la derecha, entrando en Grand Avenue, mientras meneaba la cabeza con disgusto al recordar lo terco que se mostraba Jeff cuando discutían sobre ese tema.
Sus pensamientos regresaban: ¿por qué le había mentido? ¿Por qué no le había dicho adónde iba realmente? Quizá porque intuía el enfado de Jeff y, aunque aquella cita era importante para su progreso profesional, no deseaba tener una discusión por ese motivo. Además le había prometido una velada romántica aquella tarde, no iba a cumplir y seguro que ese incumplimiento lo pondría de un humor terrible. Claro que cuando ella quedó con Jeff no había recibido aún esa invitación...
Era un asunto profesional, sin duda. Pero entonces, ¿por qué no le dijo la verdad? ¿Sería porque, después de todo, quizá la cita no fuera tan de negocios como ella deseaba creer?
Sí. Sería porque intuía algún peligro detrás de la invitación, y una cierta dosis de peligro siempre seducía a Muriel Mahare.
Hizo otro giro a la derecha, colocando su coche en la doble fila de los que entraban en el área de recepción del Biltmore Hotel. Miró hacia las puertas, a la abundante tropa de mozos uniformados, y pudo oler el lujo del hotel más cinematográfico del mundo. Respirando hondo bajó el parasol del automóvil para enfrentarse con su imagen en el espejo del reverso. Sí, el maquillaje estaba bien. Y ella también. Se dedicó una breve sonrisa. Quizá el carmín precisara un retoque pero no era urgente.
—Buenas tardes, señorita —un muchacho sonriente le abría la portezuela.
—Buenas tardes. —Puso la marcha en posición de aparcamiento, cogió el bolso del asiento del acompañante y bajó del vehículo. Los ojos del chico fueron a sus piernas mientras ella descendía. Muriel lo miró seria pero divertida, mientras el botones reaccionaba con aire de culpabilidad, dándole el resguardo del aparcamiento.
—¿Equipaje? —preguntó mientras señalaba el maletero.
—No, gracias. —Ahora ella le sonrió.
—Que tenga una muy buena estancia, señorita.
—Gracias. —Con paso decidido y oyendo por unos segundos el sonido de sus tacones en el pavimento, antes de hundirlos en la mullida alfombra, Muriel cruzó la puerta que le abrían cortésmente.
Jeff miraba incrédulo la salida. Como esperando a que Muriel regresara riéndose y le dijera: «Era broma, bobo». Pero no volvió. Carmen, subida aún en el taburete del bar, hundía la mirada en el fondo de su copa como si se tratara de un pozo. Era testigo incómoda del chasco encajado por su amigo. No era la primera vez que Muriel hacía algo semejante, ni tampoco sería la última. Ella era así.
Al fin, Jeff soltó un resoplido y girándose hacia ella estalló:
—¡No me puedo creer que me haga esto! —se lamentaba—. ¡Precisamente hoy! ¡Esa mujer me está volviendo loco!
Carmen se limitó a mover la cabeza en un gesto neutro que quería ser de apoyo pero que no la comprometía a nada. Sentía una mezcla de vergüenza ajena al presenciar el plantón con el que Muriel acababa de obsequiar a Jeff y de placer por estar a solas con él. Ya había vivido ese tipo de situación antes. Él, lamentándose del maltrato que Muriel le infligía, y ella, sirviendo de paño de lágrimas. Para Carmen aquellas sesiones tenían un sabor agridulce; disfrutaba de la amistad y confianza con la que Jeff se le sinceraba, pero sufría oleadas súbitas de celos que con un gusto amargo ascendían de estómago a garganta. Reprimirse de consolarlo con una caricia le suponía un esfuerzo tremendo.
—¿Habíais quedado? —Era una pregunta estúpida, pero le salió antes de poder evitarlo.
—Me prometió una velada romántica.
—¡Vaya! —exclamó intentando no imaginar la escena.
No dijo más y, a pesar de la música del local, un espeso silencio empezó a flotar sobre ellos como un nubarrón de tormenta. Jeff mantenía su mirada perdida en la puerta.
Carmen quiso retomar la conversación por donde no doliera.
—¿Qué opinas de la historia que nos ha contado sobre esa chica, Lucía? —Jeff la miró sorprendido, como si regresara de un lugar distante.
—No lo creo —dijo al cabo de unos momentos de reflexión—. Y me hace dudar de su sensatez. Muriel está muy rara últimamente. —Hizo una seña al barman—. ¿Qué quieres tomar, Carmen?
Ella dijo que tenía suficiente con el cóctel y Jeff pidió un whisky. Luego volvió al silencio.
—Pues yo creo que va demasiado lejos con su prisa por prosperar en la agencia. Está abriendo una puerta que debería mantener cerrada —dijo Carmen después de ordenar sus pensamientos.
—¿A qué te refieres?
—A lo que nos contó sobre Lucía.
—¿Pero tú te lo crees? ¿Crees que esa mujer tiene el poder que Muriel dice?
—Sí, lo creo.
—¡Pero vamos, Carmen! —Ahora Jeff la miraba con interés—. ¿Piensas que ella podría estar aquí, ahora, vigilándonos, escuchando lo que decimos?
—Sí, podría hacerlo.
—Pues yo digo que Muriel nos ha gastado una broma.
—No, no es broma. Va muy en serio y además explica algo muy raro que he estado notando y que me tenía preocupada.
—¿Qué has notado?
—Que nos espía, Jeff. Esa mujer no sólo ha obtenido información para Muriel. Además nos ha estado vigilando.
—¿Cómo puedes saber eso? —Jeff la miraba asombrado.
—La he visto, la he sentido.
—¿Pero cómo?
—Es difícil de explicar. De la misma forma que ella puede desplazarse astralmente, yo puedo sentir si ella está en la habitación donde yo estoy. Es parte de un don que tengo desde pequeña y del que he querido librarme durante mucho tiempo sin éxito. —Jeff tenía su vaso levantado camino de la boca, pero no llegó a beber. Miraba a Carmen y la escuchaba con atención—. En estos últimos días he notado a veces una presencia extraña. Durante la presentación que hicimos para la Metropol. En casa estando solas Muriel y yo. No sabía qué pasaba, no sabía por qué aquellas sensaciones de la infancia volvían a mí, me daba miedo. Ahora ya sé lo que notaba. Era ella, era esa tal Lucía.
Jeff aprovechó la pausa para tragar el whisky que le quedaba.
—¿Qué sentías, qué veías? —quiso saber mientras depositaba el vaso en la barra.
—Una luz difusa, una forma corpórea. Y la percepción de una presencia, algo que no puedo explicarte y tú no puedes entender si nunca lo has sentido.
Jeff meneó la cabeza, incrédulo, y se mantuvo en silencio mientras Carmen lo observaba con atención.
—Además —continuó ella—, ese nombre, «velación»...
—¿Qué ocurre con el nombre? ¿Tiene algún significado en español?
—Sí, lo tiene. Demasiados. Puede venir de velo y entonces quiere decir tapar, esconder. Pero también puede significar lo contrario; como el velo de la novia que cubría la cara de las mujeres antiguamente en su boda. Velo que primero cubre para luego descubrir. Puede venir también de vela. Iluminación, ver, conocer lo que está oculto. Pero en México también simboliza popularmente pasar la noche despierto. En general frente al cuerpo de un muerto, velándolo. —Carmen hizo una pausa y su mirada se tornó pensativa—. No me gusta, Jeff. Es brujería y en la tierra de mi padre se le tiene mucho respeto a eso. Muriel no sabe con lo que está jugando.
—¿Y qué va a pasar ahora? —preguntó Jeff al rato deslumbrando a Carmen con el azul de sus ojos.
—Muriel debe saberlo, debe saber que es peligroso. Quizá Lucía le haya proporcionado información importante y por eso cree que controla la situación. Pero no sabe nada. No controla nada. Esa mujer actúa por su cuenta. Porque también la vigila a ella.
—¿A Muriel?
—Sí, claro. Ya te lo dije. Lucía espía a Muriel.
«Apuesto dos a uno a que lo consigo.» Hundido en uno de los sillones del hall del Biltmore, desde donde controlaba la entrada principal del hotel, Rich esperaba ufano. Le encantaban las recepciones de los grandes hoteles y en particular la de éste, con su arquitectura lujosa de techos altos decorados con nubes y ángeles y con el gran estilo de principios del siglo XX. Eran lugares donde residía lo inesperado. Gentes que entraban y que salían, construyendo negocios de millones de dólares, hilando amores prohibidos, o que acudían atraídos, como él hoy, por la aventura y una apuesta consigo mismo.
Muriel era una mujer hermosa, inteligente, con encanto y mucha ambición. Y en aquel sábado en que se encontraron a solas en la oficina, él sintió electricidad saltando entre ellos. Manzana tentadora.
Ahora su pensamiento seguía a la gente que deambulaba. Un tipo con zapatillas deportivas cargando un maletín y portando trajes. Una pareja de edad con aspecto norteño y de mucho dinero. El muchacho de impecable uniforme con su carrito dorado lleno de maletas.