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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (25 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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—Me has ganado. —Miles rió nervioso, apartando a un lado la punta de la espada—. No he visto venir tu arma secreta.

—Lo siento, tío —dijo Roland con sinceridad—. No pretendía desplegar las alas en tu contra, pero me ocurre a veces cuando me dejo llevar.

—Bueno, ha sido un buen combate, hasta entonces, al menos. —Miles levantó la mano derecha para que le ayudara a levantarse—. ¿Se dice eso de «un buen combate» en esgrima?

—No, nadie lo dice. —Roland se levantó la máscara con una mano y, esbozando una sonrisa, dejó caer la espada de la otra. Agarró la mano de Miles y la alzó con un solo gesto rápido—. Ha sido un buen combate.

Luce suspiró aliviada. Roland, por supuesto, no haría daño a Miles. Roland era extravagante y poco convencional, pero no era peligroso, aunque hubiera estado del bando de Cam la última noche en el cementerio de Espada & Cruz. Pero si no había motivo para temerle, ¿por qué se había puesto tan nerviosa? ¿Por qué no lograba detener los latidos de su corazón?

Entonces supo por qué. Era por Miles. Porque era el amigo más cercano que tenía en la Escuela de la Costa. De hecho, últimamente cada vez que estaba con Miles pensaba en Daniel y en el montón de cosas que resultaban ser un impedimento entre ellos. A veces deseaba en secreto que Daniel fuera un poco como Miles: alguien alegre y sin complicaciones, una persona atenta y genuinamente cariñosa, menos acosada por problemas como ser víctima de una maldición desde los albores del tiempo.

Un destello blanco pasó por delante de Luce y se desplomó en brazos de Miles.

Era Dawn, que se abalanzó sobre el chico con los ojos cerrados y una sonrisa enorme dibujada en la boca.

—¡Estás vivo!

—¿Vivo? —Miles la dejó de nuevo en el suelo—. Si me he quedado sin aliento… ¡Menos mal que nunca has venido a verme jugar al fútbol americano!

Detrás de Dawn, observando cómo esta acariciaba a Miles por donde la espada había rozado su chaqueta blanca, Luce se sintió incómoda. No, no era que ella quisiera acariciar a Miles, ¿vale? Ella solo quería… bueno, no sabía lo que quería.

—¿La quieres? —Roland asomó a su lado y le entregó la máscara que había utilizado—. Eres la siguiente, ¿no?

—¿Quién, yo? No, no. —Ella negó con la cabeza—. La campana está a punto de sonar.

Roland negó a su vez.

—Buen intento. Basta con que te lo creas y nadie sabrá que nunca antes has practicado esgrima.

—Lo dudo mucho. —Luce tocó la máscara de malla fina—. Roland, tengo que preguntarte algo…

—No. No pretendía hacer daño a Miles. ¿Por qué todo el mundo se ha asustado tanto?

—Eso ya lo sé. —Intentó sonreír—. Es sobre Daniel.

—Luce, ya conoces las normas.

—¿Qué normas?

—Puedo conseguir muchas cosas, pero no puedo conseguirte a Daniel. Solo tienes que esperar.

—Espera un momento, Roland. Ya sé que él no puede estar aquí ahora mismo. Pero ¿qué normas son esas? ¿A qué te refieres?

Él señaló detrás de Luce. Francesca le hacía señas para que se acercara. Todos los demás nefilim habían tomado asiento en el banco, excepto unos cuantos que parecían prepararse para el siguiente combate. Jasmine y una chica coreana de nombre Sylvia; dos chicos altos y delgados cuyos nombres Luce nunca lograba recordar, y Lilith, de pie y sola, que examinaba la punta roma de goma de su espada con escrupulosidad.

—¿Luce? —dijo Francesca con voz grave, señalando el espacio libre ante Lilith—. A tu sitio.

—La prueba de fuego. —Roland silbó dándole una palmadita en la espalda—. Sin miedo.

A pesar de que solo había otros cinco alumnos en el centro de la terraza, a Luce le parecieron cien.

Francesca estaba de pie con los brazos cruzados de forma relajada sobre el pecho. Tenía una expresión calmada, pero para Luce su serenidad era forzada. Tal vez quería que Luce perdiera en el combate más brutal e incómodo posible. ¿Por qué si no la enfrentaba a Lilith, que era unos treinta y cinco centímetros más alta que Luce, y cuyo pelo rojo y enmarañado le salía por detrás de la máscara como si fuera la melena de un león?

—Nunca he practicado —adujo Luce con poca convicción.

—No te preocupes, Luce. No pretendemos que seáis duchos en este deporte —le contestó Francesca—. Intentamos medir vuestra capacidad relativa. Basta con que recuerdes lo que Steven y yo os hemos mostrado al inicio de la sesión y todo irá bien.

Lilith se rió, y dibujó una gran C en el aire con la punta del florete.

—La marca del Cero, perdedora —dijo.

—¿Ahora te dedicas a alardear del número de amigos que tienes? —replicó Luce.

Recordó lo que Roland le había dicho sobre no demostrar miedo. Se colocó la máscara y tomó el florete que Francesca le tendía. Ni siquiera sabía cómo se agarraba. Asió con torpeza la empuñadura y se preguntó si emplear la mano derecha o la izquierda. Ella escribía con la derecha, pero jugaba a los bolos y bateaba con la izquierda.

Lilith la miraba como si quisiera verla muerta, y Luce sabía que no se podía permitir el tiempo de hacer un swing para probarla con ambas manos. ¿En esgrima había swings?

Francesca se colocó detrás de ella sin decir nada. Sus hombros acariciaron la espalda de Luce y prácticamente envolvió con su cuerpo diminuto a la chica; luego le cogió la mano izquierda y la espada entre su mano.

—Yo también soy zurda —explicó.

Luce fue a decir algo, sin saber si debía protestar o no.

—Como tú.

Francesca se inclinó sobre ella para verle la cara y dedicarle una mirada de complicidad. Al recolocarle la empuñadura, una sensación cálida y tremendamente relajante fluyó a través de los dedos de Francesca hacia Luce. Fuerza, tal vez coraje… Luce no supo cómo funcionaba eso, pero se sintió agradecida por ello.

—Es mejor un agarre ligero —dijo Francesca, llevándole los dedos hacia la empuñadura de detrás de la cazoleta—. Empleas demasiada fuerza, la dirección del filo se vuelve menos hábil y los movimientos defensivos, más limitados. Si el agarre es demasiado flojo, entonces el arma se te puede caer.

Con un gesto tranquilo y elegante, Francesca colocó los dedos de Luce en torno a la empuñadura detrás de la cazoleta. Con una mano en la espada y la otra en el hombro de Luce, Francesca se apartó ligeramente a un lado bloqueando el movimiento.

—Paso adelante.

Luce fue hacia delante apuntando con la espada hacia Lilith.

La pelirroja se pasó la lengua por los dientes y dirigió una mirada celosa a Luce.

—Pase.

Francesca retiró a Luce como si fuera una pieza de ajedrez. Dio un paso atrás, le dio la vuelta para verle la cara y le susurró:

—El resto, simplemente, está de más.

Luce tragó saliva. «¿De más?»


En garde
! —gritó Lilith. Tenía las largas piernas dobladas y sostenía el florete directamente apuntado a Luce con la mano derecha.

Luce se retiró con dos pasos rápidos; cuando se sintió a una distancia bastante segura, arremetió hacia delante con el arma extendida.

Lilith se agachó con destreza hacia la derecha de la espada de Luce, giró sobre sus talones y atacó desde abajo con la suya, que fue a chocar contra el hierro de Luce. Las dos espadas se deslizaron entre sí hasta que llegaron al punto medio y se detuvieron. Luce tuvo que emplear toda su fuerza para detener el florete de Lilith ejerciendo presión con el suyo. Le temblaban los brazos, pero le sorprendió comprobar que era capaz de repeler a Lilith desde su posición. Finalmente, su contrincante se apartó y retrocedió. Luce la vio agacharse y girar varias veces, y empezó a intuirla.

Lilith jadeaba mucho por el esfuerzo, pero también como táctica de despiste. Así, emitía un gran ruido mientras hacía un amago en una dirección, y luego con la punta del florete cambiaba vertiginosamente dibujando un arco alto para sobrepasar la defensa de Luce.

Luce decidió hacer lo mismo. Cuando viró hacia atrás la punta de su florete para conseguir su primer tanto, justo por debajo del corazón de Lilith, esta soltó un rugido ensordecedor.

Luce se estremeció y retrocedió. Ni siquiera creía haberla tocado con fuerza.

—¿Estás bien? —gritó a punto de quitarse la máscara.

—No está herida. —En vez de Lilith respondió Francesca con un sonrisa en los labios—. Está enfadada porque la estás ganando.

Luce no tenía tiempo de preguntarse qué podía significar el que Francesca de pronto pareciera pasárselo tan bien, ya que Lilith volvía a atacar apuntándola con la espada. Luce levantó la suya para chocar con la de Lilith y luego giró tres veces la muñeca antes de soltarse.

Luce tenía el pulso acelerado pero se sentía bien. Notaba que le recorría el cuerpo una energía que no había sentido en mucho tiempo. En realidad, aquello se le daba bien, casi tanto como a Lilith, que parecía nacida para empalar a la gente con objetos punzantes. A un solo punto, Luce, que jamás había sostenido una espada, se percató de que tenía opciones de ganar.

Oía que los demás alumnos lanzaban vítores, y que algunos incluso gritaban su nombre. Reconoció la voz de Miles y le pareció oír a Shelby, lo cual realmente la animó. Sin embargo, el ruido de sus voces se mezclaba con algo más que emitía un sonido estático a un volumen demasiado alto. Lilith luchaba con más encono todavía, pero de pronto a Luce le empezó a resultar difícil concentrarse. Retrocedió, parpadeó y volvió la vista al cielo. El sol permanecía oculto por los enormes árboles, pero eso no era todo. Una armada creciente de sombras avanzaban desde las ramas, como manchas de tinta extendiéndose justo por encima de la cabeza de Luce.

No. Ahora no. No con todo el mundo mirando. Y no cuando le podía costar el combate. Sin embargo, nadie más había reparado en ellas, y eso parecía imposible. Hacían tanto ruido que Luce no podía hacer otra cosa más que taparse los oídos e intentar no oírlas. Se llevó las manos a los oídos con un gesto que hizo que la punta de la espada se dirigiera hacia el cielo y confundiera a Lilith.

—¡No dejes que te asuste, Luce! ¡Es como un veneno! —gritaba Dawn con voz cantarina desde el banco.

—¡Usa el
prise de fer
, la toma de hierro! —gritaba Shelby—. ¡Lilith lo odia! Perdón: Lilith lo odia todo, ¡pero sobre todo la toma de hierro!

Y así, había muchas más voces que gente en la terraza. Luce hizo una mueca de asombro y se esforzó por no oír nada. Sin embargo, una voz se impuso por encima de la algarabía, aunque se manifestó como un susurro en su oído, justo detrás de su cabeza. Era la voz de Steven:

—Criba el ruido, Luce. Localiza el mensaje.

Ella giró rápidamente la cabeza a su alrededor, pero él se hallaba al otro lado de la terraza, mirando los árboles. ¿Se refería a los nefilim? ¿A todo el ruido y alboroto que estaban haciendo? Les miró los rostros, pero ni siquiera hablaban. Entonces, ¿quién era? Por un instante, cruzó la mirada con Steven y él levantó la barbilla hacia el cielo, como si señalara las sombras.

En los árboles que tenía sobre la cabeza, las Anunciadoras hablaban.

Y ella podía oírlas. ¿Llevaban mucho tiempo hablando?

Latín, ruso, japonés. Inglés con acento sureño. Francés chapurreado. Susurros, cantos, malas indicaciones, versos rimados. Y un prolongado grito de auxilio que helaba la sangre. Sacudió la cabeza a la vez que mantenía a raya la espada de Lilith, y las voces en lo alto se detuvieron con ella. Miró a Steven y luego a Francesca. Aunque no lo demostraran, ella sabía que lo escuchaban. Y también sabía que ellos sabían que ella también escuchaba.

El mensaje escondido tras el ruido.

Toda la vida había oído ese mismo ruido cuando las sombras se aproximaban: era un zumbido desagradable, si bien ahora era distinto.

Clash.

La espada de Lilith chocó contra la de Luce. La chica resoplaba como un toro enfadado. Luce se oyó a sí misma respirar tras la máscara, jadeaba mientras intentaba resistir la espada de Lilith. Entonces fue capaz de escuchar entre las voces. De pronto se pudo concentrar en ellas. Para alcanzar el equilibrio, lo único que tenía que hacer era diferenciar el ruido estático de lo verdaderamente importante, pero ¿cómo?

«
Il faut faire le coup double. Après ça, c’est facile à gagner
», le susurró una de las Anunciadoras en francés.

Luce apenas había hecho dos cursos de francés en el instituto, pero esas palabras llegaron a algún rincón de su cerebro. No solo su mente comprendió el mensaje, sino que en cierto modo su cuerpo también lo entendió. Caló en su interior hasta el tuétano, y recordó: en otro tiempo había estado en un lugar como aquel, en un combate a espada como ese, en un punto muerto igual.

La Anunciadora le recomendaba hacer un tocado doble, un movimiento de esgrima complicado en el que se combinan, uno detrás de otro, dos ataques individuales.

Su espada se deslizó por la de su contrincante, y ambas se separaron. Un instante antes de que lo hiciera Lilith, Luce arremetió hacia delante con un único gesto limpio e intuitivo, orientando la punta de la espada hacia la derecha, seguido de otro hacia la izquierda, y luego precipitándose hacia un lado de las costillas de Lilith. Los nefilim jaleaban, pero Luce no se detuvo. Se separó y luego arremetió de nuevo, hundiendo la punta de su espada en la guata a la altura del vientre de Lilith.

Ese era el tercer punto.

Lilith arrojó la espada al suelo de la terraza, se quitó la máscara con enojo y, antes de encaminarse a toda prisa al vestidor, dirigió a Luce una mirada aterradora. El resto de la clase se puso en pie, y Luce advirtió que sus compañeros la rodeaban. Dawn y Jasmine la abrazaban y le daban unos apretones suaves y delicados. Shelby se acercó para darle un palmetazo con la mano, y Luce observó que Miles aguardaba pacientemente detrás de ella. Cuando le llegó el turno, él la sorprendió levantándola del suelo y dedicándole un largo y estrecho abrazo.

Ella le devolvió el abrazo sin poder olvidar lo rara que se había sentido al dirigirse hacia él tras el combate y encontrarse con que Dawn se le había adelantado. En ese momento, simplemente se sintió feliz de tenerlo, feliz por su auténtico apoyo.

—Quiero que me des clases de esgrima —dijo él riendo.

Todavía en sus brazos, Luce elevó la mirada al cielo, a las sombras que pendían de las largas ramas. Sus voces ahora eran más suaves, menos nítidas, pero aun así más claras que en otras ocasiones; era como si ella por fin hubiera conseguido sintonizar una radio con ruido estático que llevaba escuchando durante años, si bien no sabía decir si aquello era motivo de alegría o de temor.

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