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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (22 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Luce cerró el mensaje. Resultaba prácticamente imposible hacer enfadar a Callie. En realidad, nunca lo había hecho. Que su amiga no sospechara que Luce mentía era una prueba más de lo distanciadas que estaban. Luce se sentía muy avergonzada, y notaba el peso de la vergüenza en los hombros.

Pasó al siguiente mensaje:

Para: [email protected]

De: [email protected]

Fecha: Lunes, 16 de noviembre, 8.30 pm

Asunto: Nosotros también te queremos, cariño

Luce, pequeña:

Tus e-mails siempre nos alegran el día.

¿Qué tal va el equipo de natación? ¿Ya te secas bien el cabello ahora que empieza a hacer frío fuera? Sí, lo sé, soy una pesada pero te echo de menos.

¿Crees que en Espada & Cruz te darán permiso para abandonar el campus la semana que viene por el Día de Acción de Gracias? ¿Te parece que papá llame al director? Aunque no queremos hacernos muchas ilusiones, tu padre salió a comprar un pavo ecológico de la marca Tofurky, por si acaso. Tengo el congelador repleto de pasteles. ¿Todavía te gusta el de boniato?

Te queremos y pensamos en ti todo el día.

Mamá

La mano de Luce quedó suspendida sobre el ratón. Era martes por la mañana. El Día de Acción de Gracias se celebraría en una semana y media. Y aquella era la primera vez que se acordaba de sus vacaciones favoritas. Sin embargo, con la misma rapidez con que le vino el recuerdo a la cabeza, intentó olvidarlo. Estaba segura de que el señor Cole no le permitiría volver a su casa para el Día de Acción de Gracias.

Cuando iba a hacer clic en «Responder», reparó en un recuadro de color naranja que parpadeaba en la parte inferior de la pantalla. Miles estaba conectado e intentaba comunicarse con ella por chat.

Miles (8.08): ¡Buenos días, señorita Luce!

Miles (8.09): Me MUERO de hambre. ¿Tú te despiertas tan hambrienta como yo?

Miles (8.15): ¿Quieres desayunar? Me pasaré por tu habitación de camino. ¿5 minutos?

Luce miró el reloj. Las 8.21.

Un golpe retumbó en su puerta. Ella aún estaba en pijama. Todavía no se había peinado. Entornó la puerta.

El sol de la mañana caía sobre el suelo de madera del pasillo. Al verlo, Luce se acordó de cuando bajaba a desayunar por la escalera de madera, siempre iluminada por el sol, de la casa de sus padres y el modo en que todo el mundo parece más brillante visto desde un pasillo con luz.

Ese día Miles no llevaba su gorra de los Dodgers, de modo que aquella era una de las raras ocasiones en que Luce le pudo ver claramente los ojos. Eran de un intenso color azul, como el del cielo en verano a primera hora de la mañana. Llevaba el pelo mojado y las gotas le caían sobre los hombros de la camiseta blanca. Luce tragó saliva, incapaz de impedir que su mente se lo imaginara en la ducha. Él le sonrió, dejándole ver su hoyuelo y una sonrisa inmaculada. Ese día tenía un aspecto muy californiano, y a Luce le sorprendió lo bien que le sentaba.

—¡Ey! —Luce, todavía en pijama, se apretó todo lo que pudo contra la puerta—. Acabo de leer tus mensajes. Me gustaría desayunar contigo, pero todavía no estoy vestida.

—Puedo esperar.

Miles se apoyó en la pared del pasillo. Su estómago rugió. Cruzó los brazos sobre la cintura para amortiguar el sonido.

—Me daré prisa.

Se echó a reír y cerró la puerta. Se quedó de pie frente al armario intentando no pensar en Acción de Gracias, en sus padres, en Callie o en el motivo por el cual tanta gente importante de pronto se le escurría entre los dedos.

Sacó de un tirón un jersey gris y largo del tocador y se lo puso rápidamente junto con unos vaqueros negros. Se cepilló los dientes, se puso unos pendientes de aro grandes de plata y un chorrito de crema para las manos, cogió el bolso y se contempló un momento en el espejo.

No tenía el aspecto de una chica metida en una especie de guerra de poderes en una relación, ni el de una chica que no podía volver a casa para Acción de Gracias. En ese momento, no parecía más que una chica con ganas de abrir la puerta y encontrarse con un chico que la hiciera sentir normal y feliz y, en realidad, en cierto modo, maravillosa.

Un chico que no era su novio.

Suspiró y abrió la puerta a Miles. El rostro de él se iluminó.

Al salir al aire libre, Luce se dio cuenta de que el tiempo había cambiado. El aire matutino, aunque bañado por el sol, era tan fresco como la noche anterior en la cornisa del tejado con Daniel. Y entonces le pareció glacial.

Miles le tendió su enorme chaqueta de color caqui, pero ella la rechazó con un ademán.

—Lo único que necesito para entrar en calor es un café.

Se sentaron a la misma mesa de la semana anterior. Al instante, un par de alumnos que trabajaban como camareros se apresuraron hacia ellos. Ambos parecían tener amistad con Miles, y su actitud era despreocupada y bromista. Luce jamás disfrutaba de un trato como aquel cuando se sentaba con Shelby. Mientras los chicos acribillaban a preguntas a Miles —que cómo había ido la partida nocturna de Fantasy Football, que si había visto el vídeo en YouTube del tipo que le gastaba una broma a su novia, que si tenía algún plan para después de clase—, Luce escrutó sin éxito la terraza en busca de su compañera de habitación.

Miles respondió a todas las preguntas de los chicos, pero no se mostró interesado en prolongar mucho más la conversación. En cambio, señaló a Luce.

—Esta es Luce. Quiere una taza grande del café más caliente que tengáis y…

—Huevos revueltos —dijo Luce, doblando el pequeño menú que la cafetería de la Escuela de la Costa imprimía a diario.

—Lo mismo para mí. Gracias. —Miles devolvió los menús y centró toda su atención en Luce—. Parece que últimamente no nos vemos mucho fuera de clase. ¿Qué tal va todo?

La pregunta de Miles la cogió desprevenida, tal vez porque desde esa mañana albergaba un gran sentimiento de culpa. Le gustó no oír la apostilla de «¿Dónde te escondías?» o «¿Acaso me estás esquivando?». Solo una pregunta: «¿Qué tal va todo?».

Ella lo miró contenta, pero al responder se olvidó de sonreír y prácticamente lo hizo con una mueca dolorosa.

—Todo va muy bien.

—Hum, oh-oh.

«Una pelea horrible con Daniel.» «Mentiras a mis padres.» «Perder a mi mejor amiga.» A una parte de ella le habría gustado contárselo todo a Miles, pero sabía que no debía hacerlo. No podía. Eso llevaría su amistad a un punto que ella no sabía si era el deseable. Nunca había tenido a un hombre como amigo con el que compartirlo todo y confiar tanto como en una amiga. ¿Las cosas no se podrían… complicar?

—Miles —dijo al fin—, ¿qué hace la gente aquí por Acción de Gracias?

—No sé. Me temo que nunca he estado aquí para saberlo, aunque me hubiera gustado. El Día de Acción de Gracias en mi casa es algo odiosamente ostentoso. Somos cien personas por lo menos. Y se sirven como diez platos. Y, además, hay que ir de etiqueta.

—¿Bromeas?

Negó con la cabeza.

—Ojalá. Hablo en serio. Incluso tenemos que contratar aparcacoches.

Hizo una pausa antes de proseguir:

—Oye, pero ¿por qué me lo preguntas? ¿Necesitas un lugar adonde ir?

—Bueno…

—Estás invitada. —Él se echó a reír al ver su expresión de asombro—. Te lo ruego. Mi hermano, mi única cuerda de salvamento, está en la universidad y no irá a casa este año. Te enseñaré la zona de Santa Bárbara. Podemos librarnos del pavo y conseguir los mejores tacos del mundo en Super Rica. —Arqueó una ceja—. Tenerte conmigo hará que todo sea mucho menos temible. Puede que incluso sea divertido.

Mientras Luce reflexionaba sobre su propuesta, notó una mano en la espalda. A esas alturas conocía ya el tacto tranquilizador, casi terapéutico, de Francesca.

—Esta noche he hablado con Daniel —dijo Francesca.

Luce intentó mostrarse impasible cuando la profesora se inclinó hacia ella. ¿Acaso Daniel había ido a verla después de que Luce lo dejara plantado? La idea le hizo sentirse celosa, pero en realidad no sabía por qué.

—Está preocupado por ti. —Francesca se interrumpió, como si escrutara el rostro de Luce—. Le dije que vas muy bien, considerando que te encuentras en un entorno nuevo. Y también que estoy a tu disposición para cualquier cosa que necesites. Por favor, deberías acudir a mí si tienes alguna duda.

Su mirada se volvió más adusta, más dura. «Acude a mí en lugar de ir a Steven», era lo que parecía decir sin palabras.

Francesca se marchó con la misma rapidez con que había aparecido, con el forro de seda de su abrigo blanco de lana agitándose contra sus medias negras.

—Así que… Acción de Gracias —dijo al fin Miles frotándose las manos.

—Vale, vale. —Luce se tomó el café que le quedaba—. Me lo pensaré.

Shelby no apareció por el pabellón nefilim para las clases de la mañana, que consistieron en una sesión acerca de cómo invocar a antepasados angelicales, que era algo parecido a enviar un mensaje celestial de voz. A la hora del almuerzo, Luce empezó a inquietarse. Sin embargo, cuando iba a clase de matemáticas vislumbró el chaleco grueso rojo y se dirigió corriendo hacia ella.

—¡Eh! —dijo tirando de la espesa cola rubia de su compañera de habitación—. ¿Dónde estabas?

Shelby se volvió lentamente. La expresión de su rostro devolvió a Luce a su primer día en la Escuela de la Costa. Shelby tenía los orificios de la nariz a punto de estallar y sus cejas estaban totalmente encorvadas.

—¿Estás bien? —preguntó Luce.

—Sí.

Shelby se giró y empezó a manipular la consigna que le quedaba más a mano, pulsó una combinación y la abrió. En el interior había un casco de fútbol americano y aproximadamente toda una caja de botellas de Gatorade. En el dorso de la puerta había un póster de las animadoras de los Lakers.

—¿Esta es tu consigna? —preguntó Luce.

No conocía ningún nefilim que usara consigna, pero Shelby hurgó en aquella y arrojó descuidadamente por encima del hombro unos calcetines sudados y sucios.

Shelby cerró la puerta de golpe y pasó a la combinación de la siguiente consigna.

—¿Es que ahora te dedicas a juzgar lo que hago?

—No. —Luce negó con la cabeza—. Shelby, ¿qué te ocurre? Has desaparecido toda la mañana, no has ido a clase…

—Pero ahora estoy aquí, ¿no? —suspiró Shelby—. Francesca y Steven son mucho menos estrictos a la hora de conceder un día por asuntos personales que los humanoides de por aquí.

—¿Para qué necesitas un día asuntos personales? Anoche estabas bien hasta que…

Hasta que apareció Daniel.

Justo en el momento en que apareció Daniel por la ventana, Shelby había palidecido y se había ido directamente a la cama sin decir nada y…

Mientras Shelby la miraba como si de pronto su coeficiente intelectual hubiera descendido a la mitad, Luce se percató del ambiente que reinaba en el resto del pasillo. Había chicas junto a las paredes grises donde terminaba la hilera de consignas de color teja: Dawn, Jasmine y Lillith; las pijas de chaqueta de punto como Amy Branshaw de las clases de la tarde de Luce; unas chicas de aspecto punk y con piercings, que se parecían un poco a Arriane, aunque no eran tan divertidas como ella, y otras a las que Luce no había visto antes; todas se apretaban los libros contra el pecho, hacían globos de chicle y dirigían la mirada al suelo alfombrado, al techo de vigas de madera y a las demás. Miraban en cualquier dirección excepto a Luce y a Shelby. Sin embargo, era evidente que todas ellas estaban pendientes de su conversación.

Comenzó a dilucidar el porqué con una sensación molesta en el estómago. Aquel era el mayor enfrentamiento entre un nefilim y un no nefilim que Luce había visto hasta el momento en la Escuela de la Costa. Todas las chicas del pasillo habían caído en la cuenta antes que ella.

Shelby y Luce estaban a punto de pelearse por un chico.

—¡Oh! —Luce tragó saliva—. Tú y Daniel…

—Sí. Estamos juntos. Desde hace tiempo. —Shelby no levantó la mirada hacia ella.

—Muy bien.

Luce se centró en respirar. Podía hacer frente a esa situación. Pero las murmuraciones que recorrían el muro de chicas le erizaron la piel y se puso a temblar.

—Lamento que esa idea te desagrade tanto —dijo Shelby con aire burlón.

—No, no es eso. —Pero Luce sentía desagrado hacia sí misma—. Siempre pensé que yo era la única…

Shelby se puso las manos en jarra.

—¿Pensabas que cada vez que desaparecías durante diecisiete años Daniel no hacía nada? ¡Despierta de una vez, Luce! Daniel tiene un tiempo previo a ti. O un intermedio. O lo que sea. —Se interrumpió y dirigió una mirada de soslayo a Luce—. ¿De verdad eres tan egocéntrica?

Luce se había quedado sin habla.

Shelby gruñó y se volvió hacia las chicas del pasillo.

—Este campo de fuerza plagado de estrógenos ha de disiparse —espetó sacudiendo los dedos hacia las chicas—. Vamos, moveos todas. ¡Ya!

Mientras las chicas se marchaban a toda prisa, Luce apretó la cabeza contra la consigna metálica y fría y deseó poder meterse y ocultarse dentro.

Shelby apoyó la espalda contra la pared que había junto a la cara de Luce.

—¿Sabes? —dijo con un tono de voz más suave—. Daniel es un novio de mierda. Y un mentiroso. Te miente.

Luce se incorporó con las mejillas enrojecidas para pegar a Shelby. Por muy enfadada que estuviera ella con Daniel en ese instante, nadie iba a hablar mal de él.

—Ay. —Shelby se zafó—. ¡Por Dios, cálmate!

Se deslizó por la pared hasta dejarse caer en el suelo.

—Mira, no debería haber hablado de esto. Fue una noche estúpida de hace mucho tiempo, y era evidente que el tío se sentía muy mal sin ti. Yo entonces no os conocía a ninguno de los dos y toda la leyenda sobre vosotros dos me parecía… tremendamente aburrida. Lo cual, por si te interesa, explica el enorme resentimiento que te he tenido.

Dio una palmadita en el suelo a su lado y Luce se deslizó por la pared para sentarse. Shelby esbozó una sonrisa tímida.

—Te lo juro, Luce. Nunca pensé que te conocería. Y desde luego, nunca creí que serías tan… guay.

—¿Guay? ¿Me tienes por guay? —preguntó Luce sonriendo para sus adentros—. Tenías razón cuando decías que solo estoy pendiente de mí misma.

—Hum, justo lo que pensaba. Eres del tipo de personas con las que es imposible estar enfadada, ¿no? —suspiró Shelby—. Está bien. Siento haber ido tras tu novio y, ya sabes, haberte odiado antes de conocerte. No volveré a hacerlo.

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