Luce se echó a reír, pero recordó la minisesión sobre Platón de Steven y se dijo que el hecho de haberle dejado esa noche
La República
era todo lo contrario a una afirmación de poder. Pero por supuesto ahora no era el momento de explicarle eso a Shelby, no cuando andaba ya metida en su diatriba habitual contra la Escuela de la Costa en la cama de Luce.
—Quiero decir que… Bueno, ya sé que tú tienes una historia con Daniel —prosiguió Shelby—, pero, de verdad, ¿qué ha hecho de bueno por mí un ángel en mi vida?
Luce se encogió de hombros a modo de disculpa.
—Ya te lo diré yo: nada. Nada aparte de dejar embarazada a mi madre y luego abandonarnos a las dos antes de que yo naciera. Sin duda, una auténtica obra celestial. —Shelby resopló—. Lo sorprendente es que mi madre no deja de decirme que debería sentirme agradecida. ¿Por qué? ¿Por esos poderes diluidos y la enorme inteligencia que he heredado de mi padre? No, gracias. —Abatida, propinó una patada a la litera superior—. Daría cualquier cosa por ser normal.
—¿De verdad?
Luce se había pasado toda la semana sintiéndose inferior a sus compañeros de clase nefilim. Consciente de que lo que tienen los demás siempre parece mejor, le resultaba increíble lo que acababa de oír. ¿Qué ventaja podía ver Shelby en carecer de sus poderes de nefilim?
—Espera… —dijo Luce—. Ese patético ex novio tuyo… ¿Acaso él…?
—Estábamos meditando juntos y, no sé, de algún modo, durante el mantra, no me di cuenta y levité. No fue gran cosa, no sé, quizás un par de centímetros del suelo. Pero Phil no quería parar con el tema. No dejaba de importunarme sobre todas las cosas que era capaz de hacer, ni de preguntarme cosas muy raras.
—¿Como qué?
—No sé —dijo Shelby—. Cosas sobre ti, por ejemplo. Quería saber si me habías enseñado a levitar. Si tú también sabías.
—¿Por qué yo?
—Seguramente sería alguna de sus fantasías perversas sobre las compañeras de habitación. Deberías haber visto la cara que se le puso ese día. Me convertí en una especie de mono de feria. No me quedó más opción que cortar por lo sano.
—Eso es horrible. —Luce apretó la mano de Shelby—. Pero parece que el problema sea más suyo que tuyo. Sé que los otros chicos de la Escuela de la Costa miran a los nefilim con curiosidad, pero he estado en muchos institutos y empiezo a pensar que esa es la expresión natural de la mayoría de los chicos. Por otra parte, no hay nadie que sea «normal». Seguro que Phil tenía alguna rareza.
—De hecho, le pasaba algo extraño en los ojos. Los tenía de color azul, pero de un tono apagado, prácticamente desleído. Tenía que llevar unas lentes de contacto especiales para que la gente no se lo quedara mirando. —Shelby sacudió la cabeza a un lado—. Y luego estaba también… lo del tercer pezón.
Se echó a reír a carcajadas. Tenía el rostro enrojecido cuando Luce se le unió y prácticamente estaba llorando de risa cuando un leve toqueteo en el cristal de la ventana las hizo callar de golpe.
—Será mejor que no sea él.
Al instante Shelby adoptó un tono de voz grave, saltó de la cama, abrió la ventana y, con las prisas, hizo caer una maceta de yuca.
—Es para ti —dijo casi atontada.
Luce se acercó al instante a la ventana tras notar la presencia de él. Apoyó las palmas de las manos en el alféizar y se asomó a la brisa fresca de la noche.
Se encontró cara a cara, labio a labio, con Daniel.
Por un brevísimo instante, a Luce le dio la impresión de que él miraba detrás de ella, al interior de la habitación, a Shelby, pero entonces la besó, le cogió la cabeza por detrás con delicadeza entre las manos y la atrajo hacia sí dejándola sin aliento. Ella sintió la calidez de toda una semana recorriéndole el cuerpo, así como las disculpas silenciosas por las palabras que se habían pronunciado la otra noche en la playa.
—Hola —susurró él.
—Hola.
Daniel llevaba vaqueros y una camiseta blanca. Luce le miró el remolino del cabello. Sus enormes alas de color blanco perla se agitaban suavemente desafiando la noche oscura y cautivándola. Parecían batir contra el cielo casi al compás del corazón de Luce. Las quiso tocar, sumergirse en ellas como en la noche de la playa. Resultaba asombroso ver a Daniel suspendido en el aire frente a su ventana del tercer piso.
Él la cogió de la mano y tiró de ella para hacerla pasar por encima del alféizar de la ventana hasta sus brazos. Pero luego la dejó sobre una cornisa amplia y plana que había debajo de la ventana y que ella no había visto antes.
Cuando se sentía feliz siempre le entraban ganas de llorar.
—Aunque se supone que no deberías estar aquí, estoy muy contenta de que lo estés.
—Demuéstramelo —dijo él con una sonrisa atrayéndola de nuevo hacia su pecho hasta que la cabeza le quedó justo encima de los hombros de Luce. Le rodeó la cintura con un brazo. Sus alas irradiaban calor. Al mirar por encima de su hombro, ella no veía nada más que blanco: el mundo era blanco, todo tenía una textura suave y brillaba con la luz de la luna. Y entonces las enormes alas de Daniel empezaron a agitarse.
Luce sintió un nudo en el estómago y notó que se elevaba, que en realidad salía despedida hacia el cielo. La cornisa a sus pies se fue volviendo cada vez más pequeña, y las estrellas en el firmamento brillaban con más fuerza, y el viento le arañaba el cuerpo, enredándole el pelo en la cara.
Ascendieron hacia las alturas, se sumergieron en la noche, hasta que la escuela no fue más que un punto negro a lo lejos. Hasta que el océano se convirtió solo en una manta plateada sobre la tierra. Hasta que atravesaron una capa liviana de nubes.
No sentía ni frío ni miedo. Se sentía libre de cualquier cosa que la atrajera hacia la tierra. Lejos del peligro y del dolor que alguna vez la habían atenazado. Y también muy enamorada. La boca de Daniel le dibujaba una línea de besos por el cuello. Él la abrazó con fuerza por la cintura y la hizo girar hacia él. Luce tenía los pies encima de los de él, igual que cuando habían bailado sobre el océano junto a la hoguera. Ya no había viento; el aire a su alrededor estaba en calma y tranquilo. Los únicos sonidos que había eran el batir de las alas de Daniel mientras se alzaban en el cielo y los latidos de su corazón.
—Momentos como este —dijo él— hacen que merezca la pena todo lo que hemos tenido que sufrir.
Y luego la besó como nunca lo había hecho antes. Con un beso largo y prolongado que parecía reclamar para siempre sus labios. Recorrió con las manos la silueta de su cuerpo, primero con delicadeza y luego de forma enérgica, deteniéndose en sus curvas. Ella se fundió en él, y él recorrió con los dedos la parte posterior de sus muslos, sus caderas y sus hombros. Daniel pasó a controlar todas y cada una de las partes de su cuerpo.
Ella le acarició los músculos por debajo de su camiseta de algodón, y también sus brazos y su cuello fornidos, la cavidad en la parte baja de su espalda. Le besó el mentón, los labios. Ahí, en las nubes, con los ojos de Daniel más brillantes que nunca… ese era el sitio al que Luce pertenecía.
—¿No podríamos quedarnos aquí para siempre? —preguntó ella—. Nunca tengo bastante de esto ni de ti.
—Eso espero. —Daniel sonrió, pero al poco tiempo, demasiado pronto, movió las alas y las aplanó. Luce sabía que lo que venía a continuacion era un descenso lento.
Besó a Daniel por última vez y soltó los brazos de su cuello para prepararse para el vuelo, pero, sin darse cuenta, perdió asidero.
Y cayó.
Todo ocurrió como a cámara lenta. Luce saliendo despedida de espaldas, sacudiendo los brazos con fuerza y desesperación, y luego la ráfaga de frío y viento mientras caía y el aliento la abandonaba. Lo último que vio fueron los ojos de Daniel, que tenía el espanto escrito en la cara.
A continuación todo se aceleró y ella empezó a descender a tanta velocidad que no podía respirar. El mundo se convirtió en un vacío negro circulante. Luce se sentía mareada y asustada, le ardían los ojos a causa del aire y su visión se debilitaba cada vez más. Estaba a punto de perder el conocimiento.
Aquello era el fin.
Nunca sabría quién era en realidad, nunca sabría si todo aquello había merecido la pena. Jamás descubriría si merecía el amor de Daniel ni si él merecía el de ella. Todo había terminado. Era el fin.
El viento atronaba furioso en sus oído. Cerró los ojos y esperó el final.
Entonces él la cogió.
Notó que unos brazos fuertes la agarraban y la paraban suavemente. Ya no caía: alguien la sostenía en brazos. Daniel. Tenía los ojos cerrados, pero sabía que era él.
Empezó a sollozar, aliviada de que Daniel la hubiera atrapado y la hubiera salvado. Nunca, por muchas vidas que hubiera vivido, lo había amado tanto como en ese momento.
—¿Estás bien? —susurró Daniel con voz suave y los labios muy cerca de los de ella.
—Sí. —Luce oía el batir de sus alas—. Me has cogido.
—Yo siempre te cogeré cuando caigas.
Lentamente descendieron de regreso al mundo que habían dejado atrás. Hacia la Escuela de la Costa y el océano que rompía contra los acantilados. Al aproximarse a la residencia, él la apretó con fuerza y la dejó delicadamente sobre la cornisa, iluminada con la luz de las alas.
Luce posó los pies en ella y levantó la mirada hacia Daniel. Lo quería. Era lo único de lo que estaba segura.
—Ya está —dijo él con mirada seria. Su sonrisa se endureció y el brillo de los ojos pareció palidecer—. Espero que esto haya satisfecho tus ansias de conocer mundo al menos por un tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Que no paras de salir del campus. —La voz de Daniel carecía de la calidez de instantes atrás—. Tienes que dejar de hacerlo si no estoy cerca para vigilar.
—¡Oh, vamos! Solo fue una excursión estúpida. Todo el mundo estaba allí: Francesca, Steven… —Se interrumpió al recordar cómo había reaccionado Steven frente a lo que le había ocurrido a Dawn. No se atrevió a mencionar la salida con Shelby, ni el encontronazo con Cam bajo la terraza.
—Me estás poniendo las cosas muy difíciles —dijo Daniel.
—Yo tampoco estoy pasando por un momento fácil.
—Te dije que había unas normas. Te dije que no debías abandonar el campus. Pero no me escuchas. ¿Cuántas veces me has desobedecido?
—¿Desobedecido? —Ella se echó a reír, pero por dentro se sentía mareada—. ¿Quién eres tú, mi novio o mi amo?
—¿Sabes lo que ocurre cuando sales de aquí? ¿Sabes el peligro al que te expones solo porque te aburres?
—Mira, no hay secretos —dijo ella—. Cam sabe que estoy aquí.
—¡Por supuesto que Cam sabe que estás aquí! —exclamó Daniel exasperado—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que ahora mismo él no es una amenaza? No intentará influir en ti.
—¿Por qué no?
—Porque es prudente. Y tú también deberías serlo y no escabullirte como lo haces. Hay peligros que no puedes ni imaginar.
Ella quiso abrir la boca para decir algo, pero no supo qué. Si contaba a Daniel que había hablado con Cam ese mismo día y que él había matado a varios miembros del séquito de la señorita Sophia, no haría más que confirmar lo que él le decía. Luce estalló de rabia contra Daniel, contra sus misteriosas normas, contra el modo que tenía de tratarla como a una niña. Habría dado cualquier cosa por estar con él, pero ahora tenía la mirada endurecida, sus ojos parecían dos chapas metálicas, planas y grises, y el tiempo que habían pasado en el cielo le parecía un sueño lejano.
—¿Sabes el calvario que sufro para que estés a salvo?
—¿Y cómo esperas que lo entienda si no me cuentas nada?
Las bellas facciones de Daniel compusieron una expresión de intenso temor.
—¿Es por culpa de ella? —preguntó señalando con el pulgar el dormitorio—. ¿Qué ideas siniestras te ha metido en la cabeza?
—Soy perfectamente capaz de pensar por mí misma, gracias. —Luce entornó los ojos—. Pero ¿cómo es que conoces a Shelby?
Daniel desoyó la pregunta. A Luce le costaba creer el modo en que le hablaba, como si fuera una mascota consentida. Todo el calor que la había embargado instantes atrás cuando Daniel la había besado y abrazado no bastaba para borrar la frialdad con que le hablaba.
—Tal vez Shelby esté en lo cierto —dijo ella.
Llevaba mucho tiempo sin ver a Daniel, pero el Daniel al que ella quería ver, al que ella quería más que a nada en el mundo, el que la había seguido durante miles de años porque no podía vivir sin ella… aquel quizá seguía en las nubes, pero desde luego no era ese que le daba órdenes. Posiblemente, a pesar de tantas vidas, no lo conocía de verdad.
—Tal vez los ángeles y los humanos no deberían…
Pero no pudo terminar la frase.
—Luce.
Él le rodeó la muñeca con los dedos, pero ella se los apartó. Daniel tenía los ojos abiertos y oscuros, y sus mejillas estaban blancas de frío. El corazón le decía que lo abrazara y se lo acercara para sentir su cuerpo contra el suyo, pero en su fuero interno sabía que ese tipo de luchas no se saldaban con un beso.
Pasó ante él, se dirigió a la parte más estrecha de la cornisa y abrió la ventana, sorprendida de encontrar la habitación a oscuras. Entró en ella y cuando se volvió hacia Daniel se dio cuenta de que las alas le temblaban. Parecía como si estuviera a punto de llorar. Quiso abrazarlo, consolarlo y quererlo.
Pero no podía.
Cerró los postigos y se quedó de pie y sola en la oscuridad de su dormitorio.
Diez días
C
uando Luce despertó la mañana del martes, Shelby ya se había marchado. La cama estaba hecha, con el edredón de patchwork doblado a los pies, y el chaleco grueso rojo y su bolsa de mano habían sido retirados del perchero junto a la puerta.
Luce, todavía en pijama, metió una taza con agua en el microondas para hacerse un té y luego se sentó para consultar el correo electrónico.
Para: [email protected]
Fecha: Lunes, 16 de noviembre, 1.34 am
Asunto: Procurando no ofenderme
Querida Luce:
Recibí tu mensaje. Lo primero es lo primero: también te echo de menos. Sin embargo, se me ha ocurrido una cosa totalmente fuera de lugar: se llama tú-y-yo-nos-ponemos-al-día. ¡La loca de Callie y sus ideas descabelladas! Sé que andas liada. Sé que estás sometida a un control estricto y que te resulta difícil escabullirte. Lo que no sé es ni un solo detalle de tu vida. ¿Con quién almuerzas? ¿Qué asignatura es la que más te gusta? ¿Qué pasó con aquel chico? ¿Lo ves? Ni siquiera sé su nombre. Es algo que detesto.
Me alegra que tengas teléfono, pero no me escribas para decirme que vas a llamarme. Hazlo y punto. Llevo mucho tiempo sin escuchar tu voz. Pero no estoy enfadada contigo. De momento.
Besos y abrazos,
Callie