Oscuros. El poder de las sombras (27 page)

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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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¿Lo que Daniel se estaba secando eran lágrimas? Él cerró los ojos y se estremeció. Luego, tras arquear las manos por encima de la cabeza, se dio impulso desde la roca y se zambulló.

Salió a la superficie al cabo de un momento, y Luce nadó hacia él. Lo abrazó por el cuello con una expresión alegre y feliz. En el bosque, Luce miraba la escena con una mezcla de horror y complacencia. Deseó que su antiguo yo hubiera disfrutado al máximo de Daniel, que hubiera sentido la cercanía inocente y extasiada de estar con la persona amada.

Pero ella sabía, igual que Daniel, igual que el enjambre de Anunciadoras, lo que iba a ocurrir en cuanto Luce posara sus labios en los de él. Daniel tenía razón: no se congelaría. Moriría carbonizada en una horrible llamarada.

Y a Daniel no le quedaría más remedio que llorarla.

Pero no sería el único. Esa chica había tenido una vida, amigos, una familia que la quería y que quedaría destrozada si la perdían.

De pronto Luce sintió mucha rabia. Se sintió furiosa por la maldición a la que ella y Daniel estaban condenados. Ella era inocente, no tenía ningún poder: no entendía nada de lo que iba a ocurrir. Y seguía sin comprender por qué ocurría, por qué siempre tenía que morir tan rápidamente después de encontrar a Daniel.

Y por qué no había muerto aún en esta vida.

La Luce del agua seguía viva. Luce no iba a permitir, no podía permitir que muriera.

Asió con fuerza a la Anunciadora, apretando con los puños sus extremos. La retorció y la dobló deformando la imagen de los nadadores como si se tratara de un espejo en un parque de atracciones. Dentro de la pantalla, las sombras descendían. Los nadadores se estaban quedando sin tiempo.

Luce gritó enfadada y asestó un puñetazo a la Anunciadora: primero una vez, luego otra, arrojó una lluvia de golpes contra la escena que se desarrollaba ante ella. Golpeó una y otra vez, con la respiración entrecortada y gritando mientras intentaba parar lo que iba a ocurrir.

Entonces ocurrió: su puño derecho atravesó la imagen y el brazo se le hundió hasta el codo. Al instante, notó el cambio brusco de temperatura. El calor de una puesta de sol veraniega le recorría la palma de la mano. La gravedad cambió. Luce no podía decir si iba hacia arriba o hacia abajo. Notó que se le encogía el estómago y temió salir despedida.

Podía atravesar la imagen. Podía salvar a su antiguo yo. Extendió con prudencia hacia delante el brazo izquierdo, que también desapareció dentro de la Anunciadora: era como atravesar una gelatina brillante y pegajosa que se arrugaba y se extendía como si la dejara pasar.

—Es lo que quiere que haga —dijo en voz alta—. Lo puedo hacer. Puedo salvarla. Puedo salvar mi vida.

Se inclinó un poco hacia atrás y luego arrojó su cuerpo dentro de la Anunciadora.

Hacía sol, tanto que tuvo que cerrar los ojos; el calor era tan tropical que de inmediato sintió el sudor en la piel. Y la invadió una sensación muy desagradable con el centro de gravedad cayendo en picado, como si estuviera zambulléndose desde lo alto.

En un instante ella se dejaría caer…

Pero entonces algo la asió del tobillo izquierdo y luego del derecho. Algo tiraba a Luce hacia atrás con mucha fuerza.

—¡No! —gritó Luce, porque en ese instante vislumbró a lo lejos un estallido amarillo en el agua. Demasiado intenso para tratarse del biquini. ¿Acaso la Luce del pasado ya estaba siendo consumida por las llamas?

Luego todo se desvaneció.

Luce se encontró de pronto de vuelta en la zona fría y sombría de secuoyas que había detrás de la residencia de la Escuela de la Costa. Notaba la piel fría y pegajosa, había perdido por completo el sentido del equilibrio y se desplomó de bruces sobre la suciedad y las hojas de secuoya que había en el suelo del bosque. Se dio la vuelta y vio dos siluetas ante ella, aunque su visión daba tantas vueltas que ni siquiera podía distinguir quiénes eran.

—Pensé que estarías aquí.

Shelby. Luce sacudió la cabeza y parpadeó un par de veces. No solo estaba Shelby. También estaba Miles. Los dos parecían agotados. Luce estaba agotada. Miró el reloj sin sorprenderse por el tiempo que se había pasado contemplando a la Anunciadora. Eran más de la una de la madrugada. ¿Qué andaban haciendo Miles y Shelby a esas horas por ahí?

—Pe-pe-pero ¿qué pretendías hacer…? —balbuceó Miles señalando el lugar donde había estado la Anunciadora.

Luce miró por encima del hombro. La sombra había estallado en cientos de hojas negras aciculadas que iban cayendo al suelo, lo bastante quebradizas como para convertirse en ceniza al tocar el suelo.

—Creo que voy a vomitar —musitó volviéndose a un árbol cercano. Tuvo unas cuantas arcadas, pero no salió nada. Cerró los ojos sintiéndose culpable. Había sido demasiado débil y había llegado demasiado tarde para salvarse a sí misma.

Una mano fría se le acercó y le apartó los mechones rubios de la cara. Luce vio los desgastados pantalones negros de yoga de Shelby y las chanclas y se sintió invadida por una sensación de gratitud.

—Gracias —dijo. Al cabo de un buen rato, se pasó la mano por la boca y se incorporó algo tambaleante—. ¿Estáis enfadados conmigo?

—¿Enfadados? Estoy orgullosa de ti. Lo has hecho solita. ¿Para qué necesitas más a alguien como yo? —Shelby se encogió de hombros sin dejar de mirar a Luce.

—Shelby…

—No. Te diré para qué me necesitas —espetó Shelby—. Para mantenerte a salvo de desastres como en el que has estado a punto de meterte. Te guste o no, me atrevo a añadir: ¿qué pretendías hacer? ¿Sabes qué le ocurre a la gente que entra en las Anunciadoras?

Luce negó con la cabeza.

—¡Pues yo tampoco, pero seguro que no es nada bueno!

—Solo tienes que saber lo que te traes entre manos —intervino Miles de pronto a sus espaldas. Tenía el rostro extrañamente pálido. Sin duda, Luce lo había asustado mucho.

—Oh, de acuerdo. ¿Así que se supone que tú sí sabes lo que te traes entre manos? —le desafió Shelby.

—No —musitó él—. Pero un verano mis padres me apuntaron a un taller de un ángel mayor que sí sabía cómo hacerlo, ¿vale? —Se volvió hacia Luce—. Y lo que tú estabas haciendo no se acercaba siquiera. Me has asustado mucho, Luce.

—Lo siento. —Luce estaba sorprendida. Shelby y Miles se comportaban como si los hubiera traicionado por ir ahí sola—. Creía que estaríais detrás del pabellón, junto a la hoguera del campamento.

—Pensábamos que irías —replicó Shelby—. Hemos estado un rato por ahí, pero entonces Jasmine ha empezado a gritar que Dawn había desaparecido, y los profesores se comportaban de un modo muy raro, sobre todo cuando han visto que tú tampoco estabas, así que la fiesta se ha acabado. Entonces le he dicho a Miles que tenía una vaga idea de lo que podrías andar haciendo y he salido a buscarte, y va y de repente se convierte en una especie de señor Lapa…

—Un momento —interrumpió Luce—. ¿Dawn ha desaparecido?

—Lo más probable es que no —sugirió Miles—. Ya sabes lo veleidosas que son Jasmine y ella.

—Pero esa era su fiesta —dijo Luce—. Nunca se perdería su propia fiesta.

—Eso es lo que Jasmine no dejaba de repetir —explicó Miles—. Anoche no fue a su habitación y esta mañana tampoco estaba en la cantina, así que al final Francesca y Steven nos han ordenado irnos a nuestras habitaciones, pero…

—Me apuesto veinte pavos a que está besuqueándose con algún bola de sebo no nefilim en los bosques de por aquí. —Shelby lanzó una mirada de picardía.

—No.

Luce tenía un mal presagio. Dawn estaba muy emocionada por la hoguera del campamento. Había encargado camisetas por internet porque no había habido modo de convencerla de que ningún nefilim se prestaría a llevarlas. No podía haber desaparecido, al menos no por voluntad propia.

—¿Cuánto tiempo lleva desaparecida?

Cuando los tres salieron del bosque, Luce se sentía todavía más alterada. No era solo por Dawn, también era por lo que había visto en la Anunciadora. Contemplar cómo la muerte se acercaba a un antiguo yo era una agonía, y era la primera vez que lo había atestiguado. Daniel, por otra parte, había tenido que presenciarlo cientos de veces. Ahora comprendía por qué había actuado con tanta frialdad la primera vez que se encontraron: para ahorrar a ambos el trauma de volver a pasar por la experiencia de una muerte horrible. La realidad de la situación de Daniel empezó a abrumarla y se sintió desesperada por verlo.

Al cruzar el jardín que llevaba a la residencia, Luce tuvo que protegerse los ojos de unas potentes luces que barrían el campus. Un helicóptero zumbaba a lo lejos, mientras su foco de localización recorría la costa, escudriñando la playa de un lado a otro. Una amplia línea de hombres con uniformes oscuros recorría el camino desde el pabellón nefilim hasta la cantina, escrutando lentamente el suelo.

Miles dijo:

—Es la formación habitual de las partidas de búsqueda. Forman una línea y no dejan ni un centímetro del suelo sin mirar.

—¡Oh, Dios mío! —murmuró Luce en voz baja.

—Ha desaparecido de verdad. —Shelby parpadeó—. No tengo un buen karma.

Luce echó a correr hacia el pabellón nefilim. Miles y Shelby la siguieron. El camino, tan bonito a la luz del día, lleno de flores, ahora aparecía cubierto de sombras. Ante ellos, la hoguera del campamento se había apagado y solo quedaban unas pocas ascuas, pero en el pabellón y en la terraza todas las luces estaban encendidas. El enorme edificio en forma de A refulgía, formidable en la noche oscura.

Luce vio las caras asustadas de muchos nefilim que estaban sentados en los bancos alrededor de la terraza. Jasmine lloraba con su gorra de lana hundida en la cabeza. Sostenía la mano rígida de Lilith para encontrar apoyo mientras dos policías con libretas le hacían una serie de preguntas. Luce se sintió muy próxima a la chica. Sabía lo horrible que podía ser ese trámite.

Los policías iban de un lado a otro de la terraza repartiendo fotocopias en blanco y negro de una fotografía reciente y ampliada de Dawn que alguien había encontrado en internet. Al mirar la imagen de baja resolución, Luce se sorprendió de lo mucho que Dawn se parecía a ella, por lo menos antes de teñirse el cabello, y se acordó de la charla que habían mantenido la mañana después de teñírselo, cuando Dawn había dicho que ya no eran clavaditas.

Luce ahogó un grito. La cabeza empezó a dolerle en cuanto cayó en la cuenta de muchas cosas en las que no había reparado hasta ese instante.

El momento horroroso en el bote de salvamento. La dura advertencia de Steven sobre mantenerlo en secreto. La paranoia de Daniel acerca de unos «peligros» que nunca le había explicado. El Proscrito que la había sacado del campus, la amenaza del bosque que Cam había liquidado. Su gran parecido con Dawn en aquella borrosa fotografía en blanco y negro.

Quien fuera que se había llevado a Dawn se había equivocado. En realidad, buscaba a Luce.

12

Siete días

E
l viernes por la mañana, Luce se restregó los ojos antes de abrirlos y posó la vista en el reloj. Las 7.30. Apenas había podido conciliar el sueño: estaba hecha un lío, se sentía tremendamente preocupada por Dawn y seguía enfadada por la vida anterior que había presenciado un día antes a través de la Anunciadora. Había resultado espeluznante ver los momentos previos a su muerte. Se preguntó si todos habrían sido como aquel. En su mente no dejaba de dar vueltas a la misma pregunta una y otra vez.

Si no fuera por Daniel…

… ¿habría tenido la oportunidad de vivir una vida normal, entablar una relación con otra persona, casarse, tener hijos y envejecer como el resto del mundo? Si Daniel no se hubiera enamorado de ella hace tanto tiempo, ¿estaría Dawn ahora desaparecida?

Pero todas esas preguntas al final iban a parar a la cuestión principal: ¿sería distinto el amor si lo sintiera por otra persona? Se suponía que el amor era algo natural, ¿no? Entonces, ¿por qué se sentía tan atormentada?

La cabeza de Shelby asomó desde la litera superior y su espesa cola rubia cayó detrás de ella como si fuera una soga.

—¿Estás alucinando tanto como yo con todo esto?

Luce dio una palmadita en su cama para que Shelby bajara y se sentara a su lado. Vestida aún con su grueso pijama de franela, Shelby se deslizó hasta la cama de Luce con dos tabletas grandes de chocolate negro.

Luce iba a decir que no podía comer nada, pero en cuanto el olor del chocolate le llegó a la nariz, quitó el papel brillante de la envoltura y dirigió una pequeña sonrisa a Shelby.

—Es lo que necesitamos —afirmó Shelby—. ¿Te acuerdas de lo que dije anoche acerca de Dawn besuqueándose con algún bola de sebo? Me siento fatal por eso.

Luce negó con la cabeza.

—Shelby, no lo sabías. No deberías sentirte mal por eso.

Ella, en cambio, sí tenía motivos para sentirse mal por lo que le había ocurrido a Dawn. Luce ya llevaba mucho tiempo considerándose responsable de las muertes de personas cercanas a ella: primero Trevor, después Todd y luego la pobre Penn. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar que tal vez debería añadir a Dawn a su lista. Se secó una lágrima antes de que Shelby la viera. Empezaba a plantearse que tal vez sería mucho mejor guardar cuarentena y permanecer apartada de cualquier persona a la que quisiera para no ponerla en peligro.

Un golpecito en la puerta les hizo dar un respingo tanto a Luce como a Shelby. La puerta se abrió lentamente. Era Miles.

—Han encontrado a Dawn.

—¿Qué? —preguntaron Luce y Shelby incorporándose a la vez.

Miles acercó la silla del escritorio de Luce a la cama y se quedó sentado mirando a las chicas. Se quitó la gorra y se frotó la frente. Estaba bañado de sudor, como si hubiera atravesado corriendo todo el campus para contárselo.

—No he podido pegar ojo en toda la noche —dijo mientras daba vueltas a la gorra entre las manos—. Me he levantado temprano y he salido a dar una vuelta. Me he encontrado a Steven y él me ha dado la buena noticia. Los que se la llevaron la devolvieron al salir el sol. Está asustada, pero sana y salva.

—Es un milagro —murmuró Shelby.

Luce era más escéptica.

—No lo entiendo. ¿La han devuelto? ¿Sana y salva? ¿Desde cuándo ocurren esas cosas?

¿Y cuánto tiempo había necesitado quienquiera que fuese para darse cuenta de que se habían llevado a la chica equivocada?

—No fue tan sencillo —admitió Miles—. Steven intervino. Él la salvó.

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