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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (24 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Era ya la última hora de la mañana del miércoles, y Luce estaba sentada entre Jasmine y Miles en el amplio banco de la terraza. Toda la clase, incluidos los profesores, se habían cambiado de ropa e iban ataviados con la vestimenta blanca habitual de los practicantes de esgrima. La mitad de la clase sostenían en la mano unas máscaras negras con rejilla. Luce había llegado al armario de material para coger una justo después de que alguien se llevara la última, pero eso no le había preocupado en absoluto. Confiaba en poder zafarse de la vergüenza de demostrar frente a toda la clase su ineptitud: por el modo en que los demás manejaban las armas en la terraza era evidente que lo habían hecho antes.

—La idea es ofrecer al adversario el menor blanco posible —explicó Francesca al corro de estudiantes que tenía alrededor—. Así que hay que desplazar el peso sobre un pie y avanzar con el pie de la espada. Y, luego, balancearse atrás y adelante hasta penetrar en la línea de tiro y retroceder.

De pronto ella y Steven se lanzaron a una carga de embestidas y paradas, provocando un repiqueteo intenso al repeler de forma ágil los embates de cada uno. Francesca descargó un golpe oblicuo a la izquierda y entonces él atacó hacia delante; ella se balanceó hacia atrás, de modo que alzó rápidamente la espada y la giró y la posó en la muñeca de él.


Touché
! —exclamó ella riéndose.

Steven se volvió hacia la clase.


Touché
en francés significa «tocado». En esgrima los puntos se cuentan por toques.

—De haber luchado de verdad —siguió Francesca—, me temo que ahora la mano de Steven yacería en el suelo ensangrentada. Lo siento, cariño.

—Está bien —dijo él—. Está bien.

Entonces arremetió contra ella de lado y fue casi como si se separara del suelo. En el estrépito que siguió, Luce perdió de vista la espada de Steven mientras atravesaba el aire una y otra vez, hasta casi cortar a Francesca, la cual lo esquivó de forma lateral a tiempo y apareció detrás de él.

Pero él la esperaba y le apartó el arma antes de desplomar la punta de su espada contra el empeine de la mujer.

—Me temo, querida, que te has levantado con mal pie.

—Eso ya se verá.

Francesca levantó una mano y se arregló el pelo. Los dos se miraban con furia.

Cada ronda de combate violento provocaba la alarma en Luce. Ella estaba acostumbrada a sentirse inquieta, pero curiosamente el resto de la clase también estaban nerviosos. Era una inquietud mezclada con excitación. Nadie podía mantener la calma contemplando a Francesca y Steven.

Hasta ese día, Luce se había preguntado a menudo por qué los nefilim no formaban parte de los equipos destacados de la Escuela de la Costa. Jasmine, de hecho, había respondido con una mueca de disgusto cuando Luce le había propuesto presentarse junto con Dawn a las pruebas para entrar en el equipo de natación. Hasta que esa mañana había oído decir a Lilith en el vestuario que todos los deportes, excepto la esgrima, eran «tremendamente aburridos», Luce había creído que los nefilim simplemente no eran dados a los deportes. Pero no era así. Simplemente, escogían con esmero a qué juego querían jugar.

Luce se estremeció al imaginarse a Lilith —que conocía la traducción al francés de todos los vocablos referidos a la esgrima y que Luce ni siquiera sabía en inglés— lanzándose al ataque con su porte esbelto y su carácter malintencionado. Si el resto de la clase fuese apenas una décima parte de hábiles que Francesca y Steven, al final de la clase Luce sin duda quedaría reducida a un montón de extremidades cercenadas.

Sus profesores eran claramente unos expertos, y rechazaban y lanzaban embestidas con agilidad. La luz del sol se reflejaba en sus espadas y en su vestimenta acolchada de color blanco. Las ondas espesas y rubias del cabello de Francesca caían en cascada formando un halo precioso sobre sus hombros al girar hacia Steven. Sus pies dibujaban unos pasos tan bellos y elegantes en el suelo que el combate parecía una danza.

Ambos tenían una expresión obstinada en la cara, y reflejaban una determinación brutal de vencer. Tras los primeros toques, quedaron empatados. Seguramente estaban cansados. Llevaban combatiendo más de diez minutos sin apuntarse ningún tanto. Empezaron a luchar con tanta fiereza que los filos de las armas dejaron de verse; solo quedó un encono magnífico, un suave zumbido en el aire y el chasquido incesante de las espadas al chocar entre ellas.

Con cada choque de espadas empezaron a saltar chispas. ¿Chispas de amor o de odio? En algunos momentos, casi parecían ambas cosas.

Y aquello inquietó a Luce. Se suponía que el amor y el odio debían ocupar espacios claramente opuestos en el espectro. La distinción resultaba tan clara como… bueno, como la que en otros tiempos le había parecido que existía entre ángeles y demonios. Pero eso ya no era así. Observó a sus profesores con reverencia y temor, mientras en su mente se abría paso el recuerdo de la disputa de la noche anterior con Daniel. Los sentimientos de amor y de odio —que, aunque sin ser exactamente odio, sí era una sensación de enfado creciente— se mezclaban en su interior.

Entonces se oyó una ovación de sus compañeros de clase. A Luce le parecía que apenas había apartado la vista, y sin embargo no lo había visto. La punta de la espada de Francesca había tocado el pecho de Steven. Cerca del corazón. Ella apretaba su fina arma contra él hasta casi arquearla. Los dos permanecieron en silencio durante un instante mirándose fijamente. Luce no sabía si eso también formaba parte de la demostración.

—Justo al corazón —dijo Steven.

—Como si tuvieras corazón —musitó Francesca.

Por un momento los dos parecieron ajenos al hecho de que la terraza estaba llena de alumnos.

—Una victoria más para Francesca —declaró Jasmine. Volvió la cabeza hacia Luce y bajó la voz—: Pertenece a una larga saga de ganadores. ¿Steven? No tanto.

Aquel comentario parecía estar cargado de connotaciones, pero Jasmine se acomodó con un leve salto en el banco, se puso la máscara y se ajustó la cola, preparada para el combate.

Mientras los demás estudiantes alborotaban a su alrededor, Luce intentó imaginarse algo parecido entre ella y Daniel: con ella sacando ventaja y teniéndolo a merced de su espada, igual que Francesca tenía a Steven. En realidad, resultaba prácticamente imposible de imaginar. Y eso la preocupaba, no porque quisiera dominar a Daniel, sino porque no quería estar siempre sometida. La noche anterior se había sentido a merced de él. El recuerdo de aquel beso la inquietaba, la sonrojaba y la abrumaba, pero no del modo en que tendría que hacerlo.

Ella quería a Daniel, pero…

Debería poder pronunciar esa frase sin necesidad de esa conjunción horrible; sin embargo, le resultaba imposible. Lo que en ese momento tenían no era lo que quería. Y si las normas del juego iban a ser siempre así, entonces ella no sabía si quería jugar. ¿Qué clase de pareja era ella para Daniel? ¿Qué clase de pareja era él para ella? Si alguna vez se había sentido atraído por otras chicas… seguramente se lo había planteado también. ¿Habría alguien que pudiera proporcionar condiciones de igualdad a cada uno?

Cuando Daniel la besaba, Luce sabía en lo más profundo de su ser que él era su pasado. Bajo su abrazo, luchaba con desesperación para que él se convirtiera en su presente. Pero en cuanto sus labios se separaban, la certeza de que él fuera su futuro se desvanecía. Necesitaba tener la libertad para tomar esa decisión. Ni siquiera sabía qué había más allá.

—Miles —exclamó Steven, que había asumido de nuevo por completo su papel de profesor, y envainaba la espada en un estuche estrecho de cuero negro a la vez que señalaba con la cabeza la esquina orientada al noroeste de la terraza—. Tú te enfrentarás a Roland allí.

Miles, sentado a la izquierda de Luce, se inclinó hacia ella y susurró:

—Tú y Roland os conocéis de hace tiempo, ¿cuál es su talón de Aquiles? No pienso perder contra el nuevo.

—Hum. Pues no lo sé, la verdad.

Luce se quedó en blanco. Volvió la mirada hacia Roland, que ya tenía el rostro tapado por la máscara, y se dio cuenta de las pocas cosas que sabía de él: el catálogo de productos del mercado negro; que tocaba la armónica y también que había hecho reír mucho a Daniel en su primer día en Espada & Cruz. De hecho, nunca pudo averiguar de qué habían hablado… Ni tampoco qué hacía Roland en la Escuela de la Costa. En lo tocante al señor Sparks, Luce estaba totalmente perdida.

Miles le dio un golpecito en la rodilla.

—Luce, estaba bromeando. Es prácticamente imposible que ese tipo no me dé una patada en el culo. —Se puso en pie entre risas—. Deséame suerte.

Francesca se había encaminado hacia el otro lado de la terraza, cerca de la entrada al pabellón, y tomaba sorbos de una botella de agua.

—Kristy y Millicent, a esa esquina —indicó a dos nefilim peinadas con coleta y con zapatillas de deporte negras iguales—. Shelby y Dawn, venid a mediros aquí. —Luego hizo un gesto hacia el rincón de la terraza en el que se encontraba Luce—. Los demás vais a mirar.

Luce se sintió aliviada de que no hubieran mencionado su nombre. Cuanto más presenciaba el método de enseñanza de Francesca y Steven, menos lo comprendía. Una demostración amedrantadora sustituía cualquier formación verdadera. No se trataba de mirar y aprender, sino de mirar y lucirse directamente.

Cuando los seis primeros alumnos ocuparon sus posiciones en la terraza, Luce sintió una gran necesidad de aprender todo el arte de la esgrima de una vez.


En garde
! —gritó Shelby al tiempo que arremetía con un golpe de fondo para luego quedarse agachada con las piernas flexionadas y la punta de la espada a pocos centímetros de Dawn, cuya espada seguía envainada.

Los dedos de Dawn zigzagueaban por su cabello corto y negro mientras se lo recogía con horquillas en forma de mariposa.

—No puedes gritar
en garde
mientras me preparo para un combate, Shelby. —Su voz era incluso más aguda cuando se enfadaba—. ¿Acaso te criaste entre lobos? —resopló con el último pasador de plástico aún entre los dientes—. Vale —dijo entonces sacando la espada—. Ya estoy lista.

Shelby, que había guardado su posición de fondo baja durante toda la sesión de peluquería de Dawn, se incorporó entonces y se miró las uñas.

—Un momento, ¿me da tiempo a hacerme la manicura? —dijo provocando a Dawn lo suficiente para que adoptase una postura de ofendida y blandiera la espada.

—¡Qué grosera! —espetó Dawn. Pero, para sorpresa de Luce, su arte en esgrima mejoró al instante: rasgó el aire con la espada muy hábilmente y asestó un golpe en un costado a Shelby. Dawn era una luchadora fabulosa.

Jasmine, junto a Luce, se partía de risa.

—Un combate infernal.

Una sonrisa asomó también al rostro de Luce; jamás había conocido a nadie tan inquebrantablemente optimista como Dawn. Al principio, Luce había sospechado cierta falsedad, una fachada. En el Sur, de donde era ella, aquella actitud de felicidad constante no se consideraba auténtica. Sin embargo, Luce se había quedado impresionada ante lo rápido que Dawn se había recuperado de aquel día en el yate. El optimismo de Dawn parecía no tener límites. A esas alturas, a Luce le costaba estar junto a la chica y no reír. Y resultaba especialmente difícil cuando Dawn concentraba su animosidad infantil en propinar una paliza a alguien tan diametralmente opuesto a ella como Shelby.

La situación entre Luce y Shelby seguía siendo un poco extraña. Ella lo sabía, Shelby lo sabía, e incluso la lamparilla de noche en forma de Buda de su habitación parecía saberlo. La verdad es que Luce en cierto modo disfrutaba viendo cómo Shelby luchaba por su vida mientras Dawn la atacaba alegremente.

Shelby era una luchadora firme y paciente. Mientras la técnica de Dawn resultaba llamativa y vistosa, con las extremidades girando en un auténtico baile por la terraza, Shelby era muy prudente en las embestidas, y parecía casi como si las racionara. Mantenía las rodillas dobladas y no se rendía ante nada.

En cambio, había dicho a Luce que había dejado a Daniel después de pasar juntos una noche. Se había apresurado a explicar que había sido porque los sentimientos de Daniel hacia Luce interferían con cualquier otra cosa. Pero Luce no se lo creía. Había algo raro en la confesión de Shelby: algo que no cuadraba con la reacción de Daniel cuando Luce sacó a colación el tema la noche anterior. Él había actuado como si no hubiera nada que decir.

Un golpe sordo llamó la atención de Luce.

Al otro lado de la terraza Miles había caído de espaldas al suelo y Roland estaba literalmente sobre él. De hecho, volaba.

Las enormes alas que se habían desplegado de sus hombros eran como una capa gigantesca y estaban cubiertas de plumas, como si fueran las de un águila, pero mostraban un bello jaspeado dorado entretejido en las plumas de vuelo oscuras. Seguramente en su atuendo de esgrima tenía las rasgaduras finas que Daniel llevaba en su camiseta. Luce nunca había visto las alas de Roland y, como los demás nefilim, no podía apartar la vista de ellas. Shelby le había contado que solo unos pocos nefilim tienen alas, y ninguno de ellos iba a la Escuela de la Costa. Ver el porte de Roland al luchar, aunque se tratara de un combate de prácticas de esgrima, provocó una oleada de excitación en el grupo.

Las alas eran tan llamativas que Luce necesitó un momento para observar que la punta de la espada de Roland se alzaba justo encima del esternón de Miles y que lo mantenía pegado al suelo. El traje de esgrima de Roland, de un color blanco intenso, y sus alas doradas realzaban su silueta severa frente a los árboles oscuros y espesos que rodeaban la terraza. Con la máscara negra, Roland aún resultaba más intimidatorio, más amenazador, que si se le hubiera podido ver el rostro. Luce deseó que su expresión fuera de diversión, porque tenía a Miles en una posición realmente vulnerable. Se puso de pie para ir hacia él, y le sorprendió notar que le temblaban las rodillas.

—¡Oh, Dios mío, Miles! —exclamó Dawn desde el otro lado de la terraza. Dejó de lado su propio combate, de modo que Shelby le entró con un toque con
coupé
, tocó el pecho desprotegido de Dawn y ganó el punto de la victoria.

—No es el modo más deportivo de ganar —dijo Shelby enfundando la espada—, pero a veces es el único posible.

Luce se apresuró por delante de ellas y del resto de los nefilim que no estaban enzarzados en duelos, y se encaminó hacia Roland y Miles. Los dos resollaban. Roland ya había vuelto a posar los pies en el suelo y tenía las alas retraídas en la piel. Miles parecía estar bien; Luce era la única que no podía dejar de temblar.

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