Los ojos del sobremundo (24 page)

Read Los ojos del sobremundo Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Los ojos del sobremundo
3.17Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí, sí —murmuró Garstang—. Al templo. —Y se puso trabajosamente en pie—. ¡Vamos! —llamó a los demás—. ¡Hacia el sur!

Subucule consiguió ponerse en pie, pero Casmyre, tras un desanimado intento, se dejó caer de espaldas.

—Yo me quedo aquí —dijo—. Cuando lleguéis al templo, interceded por mí ante Gilfig; explicadle que el trance abrumó las fuerzas de mi cuerpo.

Garstang quiso quedarse y suplicar, pero Cugel señaló hacia el sol poniente.

—¡Si aguardamos a la oscuridad, estamos perdidos! ¡Mañana nuestras fuerzas habrán desaparecido!

Subucule aferró a Garstang del brazo.

—Tenemos que irnos antes de la caída de la noche.

Garstang hizo una última súplica a Casmyre.

—Amigo y compañero mío, reúne tus fuerzas. Juntos vinimos del lejano valle de Pholgus, descendimos en balsa el Scamander y cruzados ese terrible desierto. ¿Tenemos que separarnos ahora, antes de alcanzar el templo?

—¡Ven al templo con nosotros! —dijo roncamente Cugel.

Pero Casmyre volvió la cabeza hacia otro lado. Cugel y Subucule tiraron de Garstang, alejándolo, mientras las lágrimas resbalaban por sus curtidas mejillas; y echaron a andar vacilantes hacia el sur a lo largo de la playa, manteniendo los ojos apartados de la clara y lisa superficie del mar.

El viejo sol se posó y arrojó todo un abanico de color.

Unas nubes altas como flecos de algodón resplandecieron con un suave color amarillo en un extraño cielo broncíneo. La ciudad apareció entonces, y nunca había parecido tan magnífica, con espiras que atrapaban toda la luz del ocaso. A lo largo del paseo caminaban jóvenes y doncellas con flores en el pelo, y a veces se detenían para mirar a los tres hombres que caminaban siguiendo la playa. El crepúsculo se hizo noche; blancas luces brotaron de la ciudad, y la música flotó sobre el agua. Durante largo tiempo siguió a los peregrinos, hasta desvanecerse finalmente en la distancia y morir. El mar quedó vacío al oeste, reflejando unos pocos resplandores murientes, ámbar y naranja.

Entonces los peregrinos encontraron un riachuelo de frescas aguas, con bayas y ciruelas silvestres en los alrededores, y pasaron allí la noche. Por la mañana Cugel atrapó un pez y cogió cangrejos en la playa. Reanimados, los tres prosiguieron al sur, buscando siempre el templo ante ellos, e incluso Cugel había empezado casi a esperar su aparición de un momento a otro, tan intensa era la seguridad de Garstang y Subucule. De hecho, a medida que pasaban los días, fue el devoto Subucule quien empezó a desesperar, a cuestionarse la sinceridad de la orden de Gilfig, a dudar de la virtud esencial del dios.

—¿Qué ganamos con este agónico peregrinaje? ¿Acaso Gilfig duda de nuestra devoción? Creo que la hemos demostrado suficientemente con nuestra asistencia a los Ritos Lustrales; ¿por qué nos ha enviado tan lejos?

—Los caminos de Gilfig son inescrutables —dijo Garstang—. Hemos llegado hasta aquí; ¡tenemos que seguir buscando sin descanso!

Subucule se detuvo en seco para mirar hacia atrás, hacia el lugar de donde habían venido.

—Ésta es mi propuesta. Erijamos en este punto un altar de piedras que se convierta en nuestro templo; realicemos los ritos. Satisfechos así los deseos de Gilfig, podremos volver nuestros rostros hacia el norte, al poblado donde residen nuestros compañeros. Allí, con suerte, podremos recapturar nuestros animales de carga, proveernos de vituallas y partir cruzando el desierto, quizá para llegar de vuelta a Erze Damath.

Garstang dudó.

—Hay mucho que apoya tu proposición. Sin embargo…

—¡Un bote! —exclamó Cugel. Señaló hacia el mar, donde a casi un kilómetro mar adentro flotaba un bote de pesca impulsado por una vela cuadrada suspendida de un largo y flexible palo. Pasó por detrás de un promontorio que se alzaba a kilómetro y medio al sur de donde estaban los peregrinos, y entonces Cugel señaló un poblado que se alzaba más allá, en la orilla.

—¡Excelente! —declaró Garstang—. ¡Ésos tienen que ser compañeros gilfígitas, y este poblado el lugar de emplazamiento del templo! ¡Sigamos!

Subucule seguía mostrándose reluctante.

—¿Es posible que el conocimiento de los textos sagrados haya penetrado hasta tan lejos?

—Precaución es la palabra —dijo Cugel—. Debemos efectuar un reconocimiento muy cauteloso. —Y abrió camino cruzando un bosquecillo de tamariscos y alerces, desde donde podrían observar el poblado. Las chozas eran de construcción tosca, de piedra negra, y albergaban a una gente de aspecto feroz. Un pelo negro e hirsuto rodeaba los redondos rostros color arcilla; recias cerdas negras crecían de los anchos hombros como charreteras. Los colmillos sobresalían de las bocas de hombres y mujeres, y todos hablaban con secos y gruñentes gritos. Cugel, Garstang y Subucule retrocedieron con el máximo cuidado y, ocultos entre los árboles, conferenciaron en voz baja.

Garstang se sintió finalmente desanimado y no halló ningún otro motivo de esperanza.

—Estoy agotado, tanto espiritual como físicamente; quizá aquí es donde tenga que morir.

Subucule miró hacia el norte.

—Yo regresaré a probar mi suerte en el Desierto de Plata. Si todo va bien, volveré a Erze Damath, o quizá incluso al valle de Pholgus.

Garstang se volvió hacia Cugel.

—¿Y tú, puesto que el templo de Gilfig no puede hallarse por ninguna parte?

Cugel señaló hacia un embarcadero donde había amarrados un cierto número de botes.

—Mi destino es Almery, al otro lado del mar Songano. Tengo intención de tomar un bote y navegar hacia el oeste.

—Entonces te digo adiós —murmuró Subucule—. ¿Vienes conmigo, Garstang?

Garstang agitó la cabeza.

—Está demasiado lejos. Seguramente moriría en el desierto. Cruzaré el mar con Cugel y llevaré la Palabra de Gilfig a la gente de Almery.

—Entonces adiós a ti también —dijo Subucule. Se volvió rápidamente, para ocultar la emoción que se reflejaba en su rostro, y partió hacia el norte.

Cugel y Garstang observaron su recia silueta empequeñecerse en la distancia y desaparecer. Luego se volvieron para estudiar el embarcadero. Garstang dudaba.

—Los botes parecen bastante fuertes, pero «tomar» significa «robar»; una acción específicamente condenada por Gilfig.

—No existe ninguna dificultad —dijo Cugel—. Depositaré las correspondientes monedas de oro en el embarcadero, según el valor estimado del bote que tomemos.

Garstang asintió, aunque sin haber eliminado todas sus dudas.

—¿Y en cuanto a la comida y el agua?

—Tras haber tomado el bote, seguiremos la costa hasta que podamos procurarnos provisiones, tras lo cual partiremos hacia el oeste.

Garstang asintió a aquello, y los dos hombres se dedicaron a examinar los botes, comparándolos entre sí. La elección final fue una embarcación de aspecto sólido, de unos diez a doce pasos de largo, de manga ancha y con una pequeña cabina.

Con el crepúsculo descendieron furtivamente al embarcadero. Todo estaba tranquilo; los pescadores habían vuelto al poblado. Garstang abordó la embarcación e informó de que todo estaba en orden. Cugel estaba empezando ya a soltar amarras cuando del extremo del embarcadero brotó un salvaje grito, y una docena de los fornidos habitantes del poblado avanzaron hacia ellos a toda velocidad.

—¡Estamos perdidos! —exclamó Cugel—. ¡Corre para salvar tu vida, o mejor aún, nada!

—Imposible —declaró Garstang—. ¡ Si esto significa la muerte, la afrontaré con toda la dignidad de que sea capaz! —Y trepó al embarcadero.

Al cabo de poco tiempo estaban rodeados por gente de todas las edades, atraída por la conmoción. Uno de ellos, a todas luces uno de los viejos del poblado, inquirió con voz severa:

—¿Qué hacéis aquí, merodeando en nuestro embarcadero y disponiéndoos a robar uno de nuestros botes?

—Nuestros motivos son la simplicidad misma —dijo Cugel—. Deseamos cruzar el mar.

—¿Qué? —rugió el viejo—. ¿Cómo es eso posible? El bote no lleva ni comida ni agua, y está pobremente equipado. ¿Por qué no habéis contactado con nosotros y nos habéis hecho saber vuestras necesidades?

Cugel parpadeó e intercambió una mirada con Garstang. Se alzó de hombros.

—Seré sincero. Vuestra apariencia nos causó tanta alarma que no nos atrevimos.

La observación suscitó una mezcla de regocijo y sorpresa entre los reunidos. El portavoz dijo:

—Todos nos sentimos desconcertados; explícate, por favor.

—Muy bien —dijo Cugel—. ¿Puedo ser absolutamente franco?

—¡Te lo exigimos!

—Algunos aspectos de vuestra apariencia nos impresionaron como feroces y bárbaros; vuestros sobresalientes colmillos, la negra melena que rodea vuestros rostros, la cacofonía de vuestra habla…, por citar solamente algunos aspectos.

Los habitantes del poblado se echaron a reír, incrédulos.

—¡Qué tontería! —exclamaron—. Nuestros dientes son largos para que podamos desgarrar los duros y fibrosos pescados de los que nos alimentamos. Llevamos así el pelo para repeler algunos insectos dañinos, y puesto que todos somos más bien sordos, es posible que tendamos a gritar. Esencialmente, somos gente amable y dada a la colaboración.

—Exactamente —dijo el viejo—. Y para demostrároslo, mañana aprovisionaremos nuestro mejor bote y os enviaremos en él con nuestras bendiciones y nuestros mejores deseos. ¡Y esta noche vamos a celebrar una fiesta en vuestro honor!

—Este es un poblado de auténtica santidad —declaró Garstang—. ¿Por casualidad sois devotos de Gilfig?

—No; nos postramos ante el dios—pez Yob, que parece tan eficaz como cualquier otro. Pero venid, subamos al poblado. Tenemos que hacer los preparativos para la fiesta.

Subieron una serie de peldaños tallados en la roca, que los condujeron a una zona iluminada por una docena de llameantes antorchas. El viejo indicó una choza más amplia que las demás:

—Aquí es donde podéis pasar la noche; yo dormiré en cualquier otra.

Garstang se sintió obligado a mencionar de nuevo la bondad de los pescadores, a lo que el viejo inclinó la cabeza.

—Intentamos conseguir la unidad espiritual. De hecho, simbolizamos este ideal en el plato principal de nuestros festines ceremoniales. —Se volvió y dio una palmada—. ¡Preparémonos!

Fue traído un gran caldero y colocado sobre un trípode; a su lado se dispusieron un gran taco de madera y un hacha, y entonces cada uno de los habitantes del poblado pasó por delante del bloque, se cortó un dedo y lo arrojó al caldero.

El viejo explicó:

—Con este simple rito, al que naturalmente esperamos que os unáis vosotros, demostramos nuestra herencia común y nuestra dependencia mutua. Venid, pongámonos en la cola. —Y Cugel y Garstang no tuvieron más remedio que rebanarse un dedo y arrojarlo en el caldero con los otros.

La fiesta prosiguió a lo largo de toda la noche. Por la mañana los del poblado cumplieron su palabra. Un bote de aspecto particularmente marinero fue aprovisionado con todo tipo de artículos, incluida comida que quedó de la fiesta de la noche anterior.

Los habitantes del poblado se reunieron en el embarcadero. Cugel y Garstang expresaron su gratitud, luego Cugel izó la vela y Garstang soltó las amarras. El viento llenó la vela, y el bote fue empujado hacia el mar Songano. Gradualmente la orilla se fue fundiendo con la distancia, y los dos hombres estuvieron solos, con sólo el negro resplandor metálico del agua por todas partes.

Llegó el mediodía, y el bote avanzó por un vacío elemental: el agua debajo, el cielo encima; silencio en todas direcciones. La tarde fue larga y pesada, irreal como un sueño; y la melancólica grandeza del ocaso fue seguida por una oscuridad del color del vino aguado.

El viento pareció refrescar, y durante toda la noche mantuvieron rumbo Oeste. Al amanecer el viento se calmó, y con las velas colgando fláccidas Cugel y Garstang durmieron.

Ocho veces se repitió el ciclo. Por la mañana del noveno día una baja línea costera se dibujó al frente. A media tarde la proa de su bote surcó una suave resaca y embarrancó en una amplia playa blanca.

—¿Esto es Almery? —preguntó Garstang.

—Eso creo —dijo Cugel—, pero no sé exactamente que parte. Azenomei puede estar al norte, al oeste o al sur. Si el bosque que hay allá es el que rodea Almery oriental, entonces tendremos que rodearlo, pues tiene muy mala reputación.

Garstang señaló hacia la misma orilla, un poco más abajo.

—Mira: otro poblado. Si la gente de aquí es como la del otro lado del mar, nos ayudarán a proseguir nuestro camino. Ven, vayamos a hacerles saber nuestros deseos.

Cugel le retuvo.

—Quizá fuera mejor hacer primero un reconocimiento, como antes.

—¿Con qué fin? —preguntó Garstang—. En aquella ocasión lo único que conseguimos fue engañarnos y confundirnos. —Abrió camino por la playa, en dirección al poblado. A medida que se acercaban pudieron ver gente moviéndose de un lado para otro en la plaza central: individuos de aspecto agradable y pelo rubio, que hablaban entre sí con voz parecida a música.

Garstang avanzó alegremente, esperando una bienvenida aún más expansiva que la que habían recibido en la otra orilla; pero los habitantes del poblado corrieron rápidamente hacia ellos y los atraparon con redes.

—¿Por qué hacéis esto? —exclamó Garstang—. ¡Somos extranjeros y no pretendemos haceros ningún daño!

—Sois extranjeros; precisamente por esto —dijo el más alto de los individuos de pelo rubio—. Adoramos a ese dios inexorable conocido como Dangott. Los extranjeros son automáticamente herejes, de modo que los damos como alimento a los monos sagrados. —Y diciendo esto empezaron a arrastrar a Cugel y Garstang sobre las afiladas piedras más allá de la orilla, mientras los hermosos niños del poblado danzaban alegremente a ambos lados.

Cugel consiguió extraer el tubo que había tomado a Voynod y expelió concentrado azul contra los del poblado. Asombrados, se dejaron caer de bruces al suelo, y Cugel consiguió liberarse de la red. Extrajo su espada y avanzó para cortar la red de Garstang, pero entonces los del poblado se recobraron. Cugel empleó nuevamente el tubo, y sus oponentes huyeron presas de abrumado terror.

—Vete, Cugel —dijo Garstang—. Soy un hombre viejo, de escasa vitalidad. Echa a correr; busca la seguridad, con todas mis bendiciones.

—Éste hubiera sido normalmente mi impulso —admitió Cugel—. Pero esa gente ha estimulado mi locura quijotesca; así que sal de la red; nos marcharemos juntos —una vez más arrojó proyección azul, mientras Garstang se liberaba, y los dos huyeron a lo largo de la playa.

Other books

Iron Lace by Emilie Richards
Dark Waters by Liia Ann White
These Unquiet Bones by Dean Harrison
The Dare by Karin Tabke
The Sirens' Feast by Benjamin Hulme-Cross
UNBREATHABLE by Hafsah Laziaf
Lagoon by Nnedi Okorafor