Los guardianes del tiempo (25 page)

Read Los guardianes del tiempo Online

Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

BOOK: Los guardianes del tiempo
4.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lo que nunca le había contado a sus padres ni a nadie más era que, en pleno delirio, Marcos la había pegado y había intentado violarla. De hecho ya la estaba penetrando mientras aullaba como un lobo y tarareaba una canción de Obús a voz en grito, con la mirada perdida pero sujetándola con una fuerza sobrehumana y propinándole unos golpes contra la mesa de mármol que habrían podido matarla. Providencialmente, Laura entró en casa y, con unos reflejos impresionantes, intervino y le dejó inconsciente de un golpe seco con una sandwichera. Ambas creyeron que lo había matado, pero ni siquiera tuvieron que pedir una ambulancia. Tenía pulso y no tardó ni cinco minutos en despertar, ayudado por un pañuelo con vinagre. Una vez recuperado de sus alucinaciones, Marcos se comportó todo lo normal que cabía esperar en él. Realmente no recordaba nada, era imposible que fingiera. Parecía producirle una gran extrañeza encontrarse atado y amordazado mientras su hermana y Laura, sentadas frente a él, le miraban coléricamente. A saber qué se habría metido en aquella ocasión, pensó Diana.

"Y todavía tengo que aguantar que papá y mamá me pidan comprensión y ternura para ese desecho humano", pensó. Cuando fue a verle al hospital, el día anterior, le encontró durmiendo y no le despertó. Pasó cinco minutos en la habitación y se reunió de nuevo con su madre en la cafetería, satisfecha de no haber tenido que cruzar ni una palabra con Marcos.

Ni siquiera Laura sabía que aquella violación frustrada había marcado profundamente a Diana, hasta el punto de no poder mantener relaciones sexuales con nadie desde entonces. Pensó en Edgar, ese amigo de Laura con quien habían intentado enrollarla unos días atrás. El pobre había accedido a la petición de Diana: simular que sí había pasado algo entre ellos para ver si de esta forma sus compañeras de piso por fin la dejaban en paz.

Diana se quitó lentamente el pijama de algodón y se miró en el espejo que revestía una de las puertas de su armario. "Huesuda", pensó, "siempre huesuda y con la piel algo grisácea. Algo más flaca de la cuenta, caderas demasiado anchas, igual que los hombros y la mandíbula… demasiadas pecas para mi edad y para pasar desapercibida, aunque lo consigo por la vulgaridad del resto de mis rasgos, por mi pelo castaño… Las piernas se salvan, supongo… y el culo, claro,
my best asset
.… y los ojos, tan negros… La nariz no está mal, es más bien sosa pero al menos no llama la atención por su fealdad, que ya es algo. Pero con menos delantera que el Sporting y con estas manos… no valgo nada, la verdad". Injustamente reducida a la categoría de adefesio por su implacable subjetividad, entró en el cuarto de baño de su habitación para tomar una ducha. Cuando sus padres mandaron construir el chalé no le pidieron al arquitecto grandes lujos pero sí insistieron en que todas las habitaciones tuvieran su propio baño en
suite
, lo que en aquella época era toda una extravagancia. Al salir, Diana se puso unas mallas negras y un largo jersey azul oscuro de cuello vuelto.

* * *

Se cercioró de que nadie más se hubiera despertado y miró el reloj: las nueve y doce minutos, casi la hora convenida. Bajó las escaleras y entró en el salón. Salió a la amplia terraza acristalada que lo comunicaba con el jardín, llevando consigo una pequeña mochila de excursión. De ella extrajo nada menos que un teléfono portátil: uno de esos pesados y carísimos artilugios compuestos de una especie de ladrillo-batería, una gran antena y un auricular unido a la base por un cable de plástico en espiral, exactamente como los teléfonos del modelo "Góndola" de Telefónica, presentes en todos los hogares españoles. Si lo hubieran visto sus amigas se habrían maravillado ante los prodigios de la tecnología, pero a Diana aquel trasto le parecía un atraso. Marcó un número y enseguida le contestó una voz femenina:

—Un momento —se oyeron unos ruidos y al cabo de unos segundos volvió la misma voz—. Canal seguro. Identificación…

—32-722.

—Siglas.

—DRM.

—Clave.

—Jovellanos.

—¿Con quién le comunico?.

—32-720.

—Un momento. Conectando.

—Hola, preciosa. Me alegro de que me despierte la an
tena
más
sexy
de la Casa. ¿Has soñado conmigo? Porque yo sí, por supuesto, y… —pero Diana no estaba de humor y le interrumpió.

—Alfonso, tío, que ya nos conocemos, por favor. Yo creo que te excita decir esas chorradas. Si no, no lo entiendo. A saber lo que estarás haciendo mientras me las dices. ¡Y ni siquiera te avergüenza saber que esto se graba!

—Siempre tan estrecha conmigo… en fin, es una pena. Y luego vas y te tiras al primer mocoso del equipo de rugby —Diana se indignó al saber que la habían vigilado en su cita con Edgar, pero se calló: gajes del oficio—. Como si no fuera mejor la experiencia de un hombre curtido en mil lechos… Bueno, ya vale, que tenemos trabajo. Ya te seguiré cortejando con idéntica galantería y
glamour
, hasta que caigas en mis brazos. A ver. Tu casa está limpia y he puesto a un novato a hacer guardia dentro hasta que vuelvas, así que espero que tengas cervezas frías y algún vídeo casero de tus amigas en la cama —a Diana le empezaba a hervir la sangre—. Hemos rastreado toda la zona pero no hemos encontrado la base operativa de tus vigilantes. Los micros ya los conoces, son buenos pero de lo más fácil de encontrar: fabricación israelí, cincuenta metros, lo típico. Casi se pueden comprar en El Corte Inglés, sección juguetes. Tus bolleras no corren ningún peligro, te lo garantizo. Puedes mandarlas tranquilamente a Madrid. Tú en cambio extrema las precauciones. No te asustes, pero debes considerarte en nivel uno. Tengo que explicarte algunas cosas muy importantes que nos afectan. Quiero verte esta tarde a las siete. Hostal de los Reyes Católicos, Santiago. Habitación 104. Para un poco de espionaje y después lo que surja…

—¿Me haces irme ahora a Santiago de Compostela? Pero Alfonso, si no hay vuelo directo y son cinco horas de coche o más, que la carretera es una mierda. Lo que necesito es saber qué cojones está pasando. Y qué hago con el CDS, porque creo que Caso ya empieza a sospechar algo. Nadie cae enfermo tan de repente, pero si le ocurre no rechaza que venga una compañera a visitarle, ni le dice a su jefe que prefiere irse a quinientos kilómetros para que le cuide su madre hasta el lunes… Hemos argumentado muy mal mi ausencia —de pronto cayó en la cuenta de lo peor que le había dicho Alfonso—. ¡¿Nivel uno, has dicho?!

—Sí, Diana, pero tranquilízate. De todo esto es precisamente de lo que vamos a hablar. Hay que modificar tu cobertura para las próximas semanas, y tenemos que preparar tu primera misión de verdad.

"¡Manda narices!", pensó Diana. "Y todo lo que he hecho en los últimos diez meses, ¿qué ha sido? ¿Turismo por España y por once países más?".

En ese momento sonó lo que a Diana le pareció un disparo muy atenuado por el silenciador, y el grito ahogado de su jefe.

—Alfonso… ¡Alfonso! ¿estás ahí?

Se oyeron unos ruidos y se cortó la comunicación. Diana intentó llamar de nuevo a la central, pero la llamada no fue atendida. Sabía que la iban a llamar de inmediato (todas las conversaciones pasaban por un filtro manual o automático). Se quedó sujetando por el asa el pesado teléfono-maletín, con la mirada perdida. Se sentó lentamente en la vieja mecedora de la abuela con los ojos muy abiertos. No podía entender nada. Habían disparado a Alfonso y ella estaba en peligro grave. ¡Pero si su misión en el CDS parecía la más segura, rutinaria y aburrida del mundo! Después de seis eternos minutos sonó el teléfono y Diana respondió rápidamente con un "Sí" expectante.

—Un momento —era la misma operadora—. Canal seguro. Identifíquese.

—32-722, siglas DRM, clave Jovellanos. ¡¿Se puede saber qué está pasando?!

—Le comunico con 32-700. Prioridad máxima.

¡El jefe de toda la Sección P-7! Diana nunca le había visto. Su universo dentro de la inteligencia española se reducía a Alfonso y a sus dos compañeros de unidad. Ni siquiera conocía por sus nombres al personal de seguridad ni a las personas con las que se cruzaba por los pasillos. Le sorprendió mucho escuchar la voz de una mujer madura.

—Diana, presta atención. Esto es una emergencia. El sistema de grabación inteligente ha detectado el disparo. Me acaban de avisar de lo sucedido. En estos momentos va la Guardia Civil hacia donde está Alfonso. La comunicación con su teléfono móvil se ha interrumpido hace un momento sin que hayamos podido sacar nada en claro. Me temo que Alfonso está muerto o como mínimo inconsciente. Éstas son tus instrucciones. Intensifica tu seguridad, nivel uno. Repito: nivel uno. Vas a mandar a Madrid a tus compañeras de piso, en avión. No corren ningún peligro, puedes estar segura. Tú en cambio sí estás en peligro. ¿Has seguido al pie de la letra las instrucciones de Alfonso respecto a lo que deben saber y no saber tus amigas?

—Sí.

—Bien. ¿Y tus padres?

—No, ellos no saben nada.

—Perfecto. En unas dos horas y media estará en casa de tus padres un agente. No salgas y adopta las precauciones habituales. Un momento —la interlocutora de Diana tapó el auricular y consultó con alguien—. Va para allá 19-805. Varón, cuarenta años, 1,90, cabello negro. Te doy una clave de control. Es una secuencia: 7-49-343-2401. Él se ocupará del viaje de tus amigas. Las llevaréis al aeropuerto y quedarán en manos de la policía. Tendrán escolta durante un par de días, pero te prometo que ellas no corren el menor peligro. Después el agente te llevará al punto de reunión conmigo. Tenemos mucho de que hablar. Un momento —nuevamente tapó el auricular—. Diana, lo siento. Me confirman la baja de 32-720. Nos veremos dentro de unas horas. Mantén la calma.

La mantuvo. Subió a ponerse unos pantalones vaqueros y sacó del doble fondo de su bolso un pequeño revólver. Lo cargó y lo guardó en el bolsillo derecho del pantalón, cubierto por el enorme jersey que casi le llegaba a las rodillas. Tuvo que esforzarse para aplazar cualquier sentimiento por la muerte de Alfonso: ya tendría ocasión de dar rienda suelta a su tristeza, ahora lo principal era la seguridad. Comprobó que las puertas del chalé estuvieran cerradas con llave, verificó la alarma de la casa y se fue a la cocina. Sacó los ingredientes para preparar chocolate a la taza para todo el mundo y los colocó mecánicamente sobre la encimera. Entró en el salón y según su costumbre comenzó a pasear, "patrullando", como le solían decir Laura y Merche cuando la veían ir de un lado a otro como un león enjaulado. "Seguridad nivel uno, nada menos:
peligro de muerte por acción enemiga
. En qué me habrán metido a mis espaldas". Estaba indignada. "Voy a dimitir", pensó, aunque en el fondo no se lo creía. Se sentó en un sofá y miró el reloj. "En media hora tengo que despertar a las chicas y a papá y mamá, y preparar el chocolate, claro: las tradiciones son lo primero". Tenía que estar alerta, pero no pudo evitar encerrarse un poco en sus pensamientos.

Se sentía engañada. Lo que más le dolía no era la peligrosidad de la misión, sino que se la hubieran ocultado. A ella, teóricamente, la habían reclutado como analista política y lingüista. Se suponía que les interesaba su extraordinaria facilidad para aprender idiomas nuevos. Diana hablaba muy bien seis idiomas, tres de ellos con nivel de nativo, y se defendía en algunos más. La carrera de Ciencias Políticas, unida a la esmerada formación adicional que le iban a brindar, le permitiría "realizar análisis de gran valor para los intereses de España", según el agente que se encargó de introducirla en la central de inteligencia. Su trabajo iba a desarrollarse en ese ámbito. Sus misiones iban a ser de despacho: analizar y traducir documentos, escuchar conversaciones interceptadas, realizar desde el sofisticado centro de telefonía de la Casa la interpretación simultánea de ciertas conversaciones entre altos cargos españoles y sus homólogos de otros países, supervisar los aspectos lingüísticos en la falsificación de determinados documentos extranjeros en los talleres del cuarto sótano, preparar informes regulares de coyuntura política sobre los países que le asignaran… como mucho, acudir a alguna reunión con agentes de otros países, siempre como intérprete o acompañante de un jefe de misión.

No había riesgos: se suponía que ella no era una agente "de campo". Pagaban bien, y encima sin impuestos. Se sentía orgullosa de trabajar en el servicio secreto, aunque no acababa de entender su misión actual: ¿por qué había que espiar a un partido político normal y corriente como era el CDS? En su fuero interno sospechaba que el gobierno estaba utilizando el aparato de inteligencia del Estado para jugar con ventaja frente a la oposición. Alfonso le había dicho que su misión en el partido centrista estaba relacionada con la seguridad del Estado y del propio Adolfo Suárez, y que más adelante lo comprendería. Pero Diana cada vez le creía menos porque la información que le reclamaba Alfonso tenía que ver con la estrategia política del partido y sus posibles alianzas en el caso de que el PSOE perdiera la mayoría absoluta el próximo 29 de octubre. También le pedían informes sobre la labor que realizaba la diputada Pilar Salarrullana en relación con el problema de las sectas destructivas, sobre las relaciones internacionales del CDS y su inminente asunción de la presidencia de la Internacional Liberal, sobre las fobias y filias entre los miembros de la cúpula centrista… ¿dónde estaban los "altos intereses de Estado"? ¿O la seguridad de Suárez? ¡Si el ex presidente trabajaba desde su despacho profesional de la calle Antonio Maura y apenas iba a la sede! Y además tenía un magnífico dispositivo oficial de escolta, por supuesto.

Hasta el momento, no le había importado que muchas de sus misiones implicaran viajar, aunque no fuera eso lo que le habían propuesto al incorporarse a la P-7. En realidad le encantaba viajar. Pero, claro, los viajes que le encargaban eran siempre fugaces. Ir, cumplir la misión y regresar. Casi nunca le daba tiempo de nada más. Solían tocarle misiones de correo o intérprete, pero poco a poco le habían ido asignando algunas tareas más complejas.

En enero había tenido que pasarse casi una semana entera en Nueva York. Instalada en el inmenso hotel de Naciones Unidas, al otro lado de la Primera Avenida, había colocado dispositivos de escucha en las habitaciones que ocupaba una delegación rumana, procesando ella misma toda la información y enviando a Madrid varios informes diarios. Para ello le habían impartido un cursillo sobre los sistemas de cifrado especiales que debería emplear en esa ocasión. ¿Por qué le interesaba tanto a España la política exterior del régimen rumano, o su relación con Yugoslavia y con el movimiento de países no alineados?

Other books

Torn by Chris Jordan