—Y, ¿para cuándo se espera que el faraón apruebe los planos? —preguntó uno de los reunidos.
—Hoy mismo le serán presentados por el Viajero. El problema va a ser la mano de obra. Ya sabéis que no podemos emplear obreros locales.
—A mí lo que más me preocupa es el tiempo. El reino se está empezando a desestabilizar, incluso hay rumores de sedición en el ejército. El antiguo clero de Amón cada vez está más organizado. Será un milagro que no terminen por saber de nuestra existencia. Y de lo que custodiamos.
—No hay que exagerar —terció el miembro más veterano—. El faraón todavía está muy fuerte. Fue un acierto convencerle de que impusiera un culto monoteísta como el de Atón. Es una fase lógica hasta que la gente esté preparada para guiarse solamente por su propia capacidad de razonar. Se ha ganado muchos enemigos entre el antiguo clero, por supuesto, pero ha cohesionado a todos los pueblos del reino en torno a un solo dios, cuyo único representante en la Tierra es él. Eso es justo lo que necesitábamos. Era necesario acabar con la teocracia de los sacerdotes de Amón, con su fanatismo y su ansia de control total sobre la sociedad y el Estado. Con esa casta sacerdotal perpetuándose en el poder, habría sido imposible impulsar la evolución histórica que la Herencia nos exige. Además, ¿dónde nos habríamos escondido entonces? Tarde o temprano nos habrían descubierto. Recordad que las únicas alternativas eran el exilio (con el riesgo que supone transportar la Herencia) o tener de nuestro lado al rey. No podemos arrepentimos. Conseguir que se designara a algunos de nosotros entre sus educadores y sirvientes, formarle desde la infancia y finalmente compartir el secreto de la Herencia con él… todo fue muy arriesgado pero salió muy bien. El faraón y su esposa son como dos Sabios más, y gracias a ellos contamos con nuestra más reciente compañera —el anciano miró con afecto a la maestra de Nefertiti—. Akhenatón es el primer faraón informado sobre la Herencia desde Neferkasokar, y de eso hace catorce siglos y…
—¡Precisamente! —interrumpió el más joven de los Doce Sabios—. Nuestros antecesores, hace mil cuatrocientos años, decidieron que era muy arriesgado mezclar la labor de los Doce Sabios con los avatares políticos del reino, y que por lo tanto era mejor desarrollar nuestra actividad en el más riguroso secreto, viviendo alejados de las ciudades cuando fuera necesario, o dedicándonos al comercio o al sacerdocio. Y desde entonces la Herencia siempre había estado a salvo. Ahora en cambio tenemos que vivir ocultos junto a la Herencia tras haber simulado nuestras muertes. Somos los depositarios del pasado y del destino de la humanidad, y, ¿qué hemos hecho? ¡Traicionar a todos nuestros antecesores desde hace milenios! ¡No me parece que sea una buena idea dejar la Herencia en manos de un…!
—¡¿De un qué?! ¡Atrévete a decirlo! Otra vez te pierden tu juventud y tus prejuicios personales sobre el faraón. Te recuerdo que estás solo frente a la opinión unánime de todos los demás, y como decano de la comunidad de los Doce Sabios estoy en la obligación de recordarte tu voto de lealtad y las consecuencias que se derivarían de su incumplimiento.
—Lo sé —respondió el joven con un gesto de desdén hacia el Sabio más anciano—, y creo haber respetado lealmente la opinión mayoritaria, pero no puedo dejar de pensar que la Herencia está en mayor peligro que nunca desde que el faraón y su esposa la conocen, ¡por muy buenas que sean sus intenciones!
—¡Todos defendemos la Herencia, pero la histeria no es la mejor forma de hacerlo! Sin el apoyo del faraón jamás habríamos podido poner en marcha la construcción de un nuevo refugio más lejano y seguro. ¡Parece mentira que no lo comprendas!
—¡Es que precisamente yo creo que el traslado de la Herencia es un error enorme! Sería mejor reforzar este refugio en vez de llamar la atención con un proyecto arquitectónico que no puede pasar desapercibido, digáis lo que digáis. E instalar aquí la capital del reino es lo peor que podía habernos sucedido. Ahora todos los ojos de Egipto miran hacia este lugar que siempre había sido irrelevante. ¿Y si Egipto sufre una invasión extranjera y los hititas, por ejemplo, llegan hasta Akhetatón? ¡Descubrirán y arrasarán este refugio antes de que nos hayamos trasladado al nuevo, porque las obras pueden tardar muchos años! O simplemente, si los enemigos del faraón usurpan el poder, ¿creéis que no registrarán la capital en busca de documentos y riquezas del faraón depuesto? ¡¿Cómo no van a encontrar el refugio actual, si estamos a menos de media hora a pie de la ciudad?!
El ambiente se estaba caldeando, como siempre que el más viejo y el más joven de entre los Sabios se enzarzaban en una discusión. Para reducir la tensión, otro de los miembros abordó de nuevo las características del edificio destinado a ocultar y proteger la Herencia.
—Lo fundamental es su carácter totalmente subterráneo, no como este edificio, que tiene una parte al descubierto, en mi opinión demasiado llamativa. Y también su lejanía de cualquier localidad habitada.
—Para mí —dijo la mujer nubia, la única persona negra del grupo— lo más importante es el mecanismo de seguridad. El Viajero es un auténtico genio. ¿Sabéis cómo lo ha previsto? En caso de que se llegue a producir la entrada de un intruso más allá de la décima sala, forzando los mecanismos de apertura y deslizamiento de los sillares, la sala veinte se sellará automáticamente. En esa sala estará depositada la Herencia. Es un cubo cuyos seis lados son muros de cinco metros le grosor. Al forzar su entrada, los intrusos encajarán una losa que bloqueará y ocultará el único vértice abierto. La pared recién encajada parecerá uno más de los bloques que sujetan la cavidad subterránea. Es casi imposible que un intruso reconozca algo especial en esa porción de pared porque será realmente una zona más del corredor que lleva a la enorme sala veintitrés, donde colocaremos la supuesta tumba de algún visir o general. Y más allá, nuestros aposentos y lugares de estudio. Si en algún momento se descubre nuestro escondite y se da muerte a nuestros sucesores, nada encontrarán. Sólo una futura civilización con un altísimo nivel científico podrá detectar la cámara de la Herencia y acceder a ella.
—Con lo cual, en cualquier caso —reflexionó en voz alta el viejo—, se habrá cumplido nuestra misión.
—Pero para ello hay que ejecutar la obra a tiempo.
Los Doce Sabios se miraron con preocupación. A sus espaldas, un gran arcón de dos metros de largo por uno de ancho y uno y medio de alto era mudo testigo de la conversación de sus custodios. Estaba enteramente realizado en un grueso y extraño metal azul, siempre templado al tacto. Los Sabios consideraban que, de alguna manera, aquel contenedor estaba "vivo", porque al cerrarlo con su llave emitía durante un rato algunos sonidos apenas perceptibles y una leve vibración que sólo se notaba al tocarlo.
* * *
—¡Es el colmo de la traición! ¡Un forastero que muerde la mano sagrada del dios viviente que le había honrado con su amistad! ¡¿Hay mayor felonía, mayor sacrilegio?! ¡El extranjero osa fornicar con la Gran Esposa Real en sus propios aposentos de palacio! ¿Os mando ejecutar u os mato yo mismo con mis propias manos? —el faraón no pudo mantener por más tiempo el gesto severo y estalló en una carcajada, mientras los amantes, tras vestirse atropelladamente, le miraban con el ceño fruncido y cruzados de brazos.
—¡Siempre tan inoportuno y tan inmaduro! ¡Seguro que nos estabas espiando para esperar el momento justo! —la reina, irritada, llamó a un criado y le pidió agua y frutas, pero después cambió de opinión y salió de la estancia tras el sirviente.
—¿Qué tal estás, Viajero? —el faraón sonreía mientras observaba la expresión enojada del extranjero y seguía deleitándose con el efecto de su broma, como un niño travieso.
Akhenatón era homosexual y al parecer contaba con todo un serrallo masculino, aunque Huya, el intendente del Gran Harén Real, también tenía órdenes de mantener en él a algunas mujeres para transmitir al menos una apariencia de bisexualidad. El ostentoso reconocimiento de sus relaciones homosexuales, y sobre todo sus maneras fuertemente afeminadas, constituían una afrenta más para el antiguo clero y sus seguidores, al contravenir expresamente el capítulo 125 del texto sagrado, el Libro de los Muertos. Había tenido que escoger esposa por obligación política, y a regañadientes había optado por una bellísima princesa extranjera, pero eso le había permitido conocer a su mejor amiga y aliada, cuya inteligencia excepcional era imprescindible para el faraón. La coincidencia en su visión política era asombrosa. Juntos intentaron poner en marcha una evolución histórica acorde con los requisitos de la Herencia, que sólo ellos y los Doce Sabios conocían hasta que decidieron incluir al Viajero en ese reducido círculo.
Aunque lo había intentado al menos treinta veces, presionado por la necesidad de tener un heredero, sólo en unas pocas ocasiones había logrado Akhenatón vencer la repugnancia que le producía el contacto íntimo con un cuerpo femenino y consumar a duras penas el acto sexual con una mujer, la propia Nefertiti. Teniendo en cuenta las fechas, era probable que dos de sus hijas, las dos primeras, fueran realmente suyas, aunque la reina no era precisamente una monja. En cualquier caso, el rey adoraba a las seis hijas de Nefertiti, todas ellas oficialmente hijas de ambos. El respeto a las relaciones amorosas o simplemente sexuales de cada uno formaba parte del pacto tácito en aquel matrimonio blanco, y de la profunda amistad entre el faraón y su "esposa". El propio Akhenatón había alentado, apenas un par de meses atrás, el incipiente romance entre sus dos mejores y más leales amigos: la mujer que oficialmente era su consorte pero en realidad era la pieza clave de su gobierno y el hábil extranjero que estaba ayudando a ambos a mantener el poder y hacer frente a sus numerosos enemigos.
—¿Que cómo estoy? Estoy bien, gracias —respondió el Viajero, todavía enfadado—. La próxima vez que estés con Horemheb
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o alguno de tus otros amantes entraré de pronto, a ver qué tal te sienta.
—Ah, pues muy bien, te haremos un sitio y ya verás qué bien te lo vas a pasar… Bueno —el faraón cambió de tono al ver que sus bromas no tenían el menor éxito entre sus amigos—, no os enfadéis. Enseguida me voy y os dejo continuar con vuestro idilio. Dime, ¿qué noticias me traes de Tebas?
—Las mismas de siempre: conspiraciones por todas partes, y todas al mismo tiempo. Pero ninguna que deba preocuparnos en exceso, aunque yo vigilaría más de cerca a algunos militares. Lo que sí me preocupa es la amenaza hitita. El rey Suppiluliuma está reuniendo y equipando un enorme ejército, y todo parece indicar que ha formado una alianza con el reino de Ugarit. Se supone que el objetivo de esa alianza es hacer frente a los enemigos comunes en Oriente, pero no me sorprendería que ocultaran también un plan de ataque a Egipto. En mi opinión es un suicidio cruzarnos de brazos. Tarde o temprano Egipto tendrá que enfrentarse a los hititas. Debemos reforzar nuestras fronteras, construir muchos más carros y armas, enviar una embajada a…
—No, no, no… ¡De ninguna manera! Hablas igual que Horemheb, que lleva años pronosticando una imposible invasión extranjera. Nuestros enemigos están dentro, en Tebas y en Menfis. Sólo ellos me preocupan. El reino hitita nunca podría soportar una guerra con Egipto. No nos durarían ni una semana.
El Viajero se guardó para sí la opinión que le merecía la política exterior de su amigo el faraón. Ya encontraría el momento de insistir sobre este asunto. A Akhenatón sólo le interesaba impulsar una profunda reforma social y política, tras haber impuesto la que le serviría como base para las demás: la religiosa. Imponer el monoteísmo le había ayudado a crear un clero nuevo, reducido y leal. A través de ese clero, encabezado por el sumo sacerdote Merirye, el faraón pretendía impulsar los cambios culturales que deberían crear las condiciones óptimas para ese rápido desarrollo científico y tecnológico que la Herencia exigía.
Había que mejorar y extender el sistema educativo, incluso para el reciclaje de los adultos. Esto no sólo era necesario para el cumplimiento de los designios de la Herencia, sino también con el objetivo inmediato de reforzar el apoyo al poder real frente a cualquier intento de usurpación del trono por parte de la antigua aristocracia tebana y del clero de Amón. Había que equiparar a las mujeres con los hombres y permitirles ejercer cualquier profesión, no sólo la de escriba y algunas más, como hasta entonces. Había que asentar firmemente los derechos de propiedad y proteger el intercambio espontáneo de bienes y servicios entre la población, para lo que sería necesario contar con una emisión de dinero respaldado por las reservas del tesoro real. Había que transferir paulatinamente de la Corona a los campesinos la propiedad de la mayor parte de las tierras de cultivo. Y por encima de todo, había que abolir cualquier forma de esclavitud y establecer un marco de libertades civiles que permitiera a cada persona emprender y crear, lo que haría posible la movilidad social.
No era de extrañar que el faraón se hubiera ganado rápidamente el apoyo de los habiru, la etnia de inmigrantes que realizaba las tareas más duras y sacrificadas en Egipto. Además, en vista de que Nefertiti sólo paría niñas y él tenía la ilusión de criar un hijo varón, había adoptado un bebé habiru abandonado en un canasto sobre el Nilo. Para él tenía grandes planes. Algún día, ese niño habría de liderar a su gente en el éxodo hacia una tierra mejor y una vida en libertad.
Akhenatón estaba seguro de que, cuando los ciudadanos se dieran cuenta de que su destino no estaba condicionado por su nacimiento sino por su habilidad e inteligencia, y de que a lo largo de su vida podían alcanzar una riqueza y un bienestar muy superiores a los de sus padres, el comercio se revolucionaría, y con él la industria. Y para el progreso de la industria sería necesario un incremento exponencial de la actividad científica, que era, en definitiva, lo que perseguía el faraón para dar cumplimiento al mandato contenido en la documentación secreta custodiada por los Doce Sabios. Akhenatón, su esposa Nefertiti y el Viajero estaban convencidos de que esta era la única estrategia capaz de asegurar el paso de una evolución lentísima, prácticamente inapreciable, a otra caracterizada por un progreso rápido. Albergaban la esperanza de que, en unos pocos cientos de años, el reino se hubiera convertido en una sociedad tan avanzada científica y tecnológicamente que a sus dirigentes se les pudiera dar a conocer por fin el mandato inquietante de la Herencia. Mientras tanto, había que protegerla y perpetuar su custodia por parte del reducido equipo de Sabios. Hasta que llegara el momento oportuno, los futuros faraones no debían conocer el secreto y por ello era fundamental construir un nuevo refugio que mejorara radicalmente la discreción y la seguridad, y de paso las condiciones de vida de los Doce Sabios.