Jared y Sagan consultaron rápidamente los puntos de vista de los otros miembros del pelotón para ver quién podría alcanzar a uno o a ambos de los soldados que huían. Todos los demás estaban combatiendo, incluida a Pauling, quien había vuelto a su tarea principal de abatir a un francotirador raey en el extrarradio del asentamiento de Gettysburg. Sagan suspiró de manera audible.
:::Ve a por ése —dijo, corriendo tras el segundo—. Procura que no te maten.
Jared siguió al soldado raey, quien usaba sus potentes piernas como de pájaro para sacarle una ventaja considerable. Mientras Jared corría para alcanzarlo, el raey se giró y le disparó con saña, sujetando su arma con una sola mano; el retroceso le arrebató el arma de la mano. Las balas levantaron tierra directamente delante de Jared, quien buscó cubierto cuando el arma cayó al suelo. El raey corrió sin tratar de recuperarla y desapareció en el aparcamiento general de la colonia.
:::Me vendría bien algo de ayuda —dijo Jared, en la puerta de carga del garaje.
:::Bienvenido al club —respondió Harvey, desde alguna parte—. Estos cabrones nos superan al menos dos a uno.
Jared entró en el garaje. Una rápida mirada le mostró que la otra única salida era una puerta que había en la misma pared y unas ventanas diseñadas para ventilar el garaje. Las ventanas parecían a la vez altas y pequeñas: era improbable que el raey las hubiera atravesado. Todavía estaba en algún lugar del garaje. Jared se colocó a un lado y empezó a estudiar metódicamente el taller.
Un cuchillo salió disparado de debajo de un toldo y rasgó la pantorrilla de Jared. El tejido nanobótico del unicapote militar de Jared se endureció donde la hoja había hecho contacto. Jared no recibió ni un arañazo. Pero su propio movimiento por sorpresa lo hizo resbalar; cayó al suelo, se lastimó el tobillo, y el MP se le escapó de las manos. El raey salió de su escondite antes de que Jared pudiera recuperarlo, pasó por encima de Jared y empujó el MP con la mano que todavía empuñaba el cuchillo. El MP bailó hasta quedar fuera de su alcance, y el raey lanzó una puñalada contra la cara de Jared, cortándole salvajemente la mejilla y haciendo salir SangreSabia. Jared gritó; el raey pasó de largo y se dirigió al MP.
Cuando Jared se dio la vuelta, el raey lo estaba apuntando con el MP, sus largos dedos engarriados torpe pero firmemente en el gatillo. Jared se quedó quieto. El raey croó algo y apretó el gatillo.
Nada. Jared recordó que el MP estaba sintonizado con su CerebroAmigo: un no-humano no podría dispararlo. Sonrió aliviado. El raey volvió a croar y golpeó con fuerza a Jared en la cara con el arma, rasgando la mejilla que ya le había herido. Jared gritó y retrocedió dolorido. El raey arrojó el MP a un lugar alto, fuera del alcance de ambos. Buscó en una mesa para agarrar una barra metálica y avanzó hacia Jared, haciéndola oscilar.
Jared bloqueó el golpe con el brazo; su unicapote se endureció de nuevo pero el golpe le provocó una descarga de dolor en el brazo. Al siguiente golpe trató de agarrar la barra, pero calculó mal la velocidad; la barra golpeó con fuerza sus dedos, rompiendo los huesos del anular y el corazón de la mano derecha y haciéndole bajar el brazo. El raey movió la barra de lado y golpeó a Jared en la cabeza. Jared cayó de rodillas, aturdido, volviéndose a torcer el tobillo sobre el que había caído antes. A duras penas buscó el cuchillo de combate con la mano izquierda; el raey le dio una patada en la mano, con fuerza, haciéndole soltar el cuchillo. Una segunda patada veloz alcanzó a Jared en la barbilla, clavándole los dientes en la lengua y haciendo que la SangreSabia asomara en un borbotón por su boca. El raey lo atrajo, sacó su cuchillo, y se dispuso a cortarle la garganta. La mente de Jared de repente regresó a la sesión de entrenamiento con Sarah Pauling, cuando ella le colocó el cuchillo en la garganta y le dijo que carecía de capacidad de concentrarse.
Se concentró ahora.
Jared sorbió súbitamente y escupió un espumarrajo de SangreSabia contra la cara y la banda ocular del raey. La criatura retrocedió, repugnada, dando a Jared el tiempo que necesitaba para ordenar a su CerebroAmigo que hiciera con la SangreSabia que el raey tenía en la cara lo mismo que hizo cuando la ingirió el bicho chupasangres en Fénix: arder.
El raey gritó cuando la SangreSabia empezó a arder en su cara y su banda ocular, soltó el cuchillo y se llevó las manos a la cara. Jared cogió el cuchillo y lo hundió en un lado de la cabeza del raey. La criatura emitió un brusco cloqueo de sorpresa y entonces se quedó flácida y cayó de espaldas al suelo. Jared siguió su ejemplo, se tendió en silencio y no hizo nada más que descansar la mirada, mientras se volvía cada vez más consciente del denso y acre olor que desprendía al raey al arder.
:::Levántate —le dijo alguien un poco más tarde, y le dio un golpecito con una bota. Jared dio un respingo y miró. Era Sagan—. Vamos, Dirac. Los tenemos a todos. Ahora puedes salir.
:::Me duele —dijo Jared.
:::Demonios, Dirac. Duele sólo mirarte —Sagan se dirigió al raey—. La próxima vez, dispárale a la maldita cosa.
:::Lo recordaré.
:::Ya que hablamos de eso, ¿dónde está tu MP?
Jared miró hacia el alto rincón donde lo había arrojado el raey.
:::Creo que necesito una escalera —dijo.
:::Necesitas puntos de sutura —dijo Sagan—. Tu mejilla está a punto de desprenderse.
:::Teniente —dijo Julie Einstein—. Tiene que venir a ver esto. Hemos encontrado a los colonos.
:::¿Alguno con vida?
:::Dios, no —respondió Einstein, y a través de la integración tanto Sagan como Jared la sintieron estremecerse.
:::¿Dónde estás? —preguntó Sagan.
:::Um. Será mejor que venga a ver.
Un minuto más tarde, Sagan y Jared se encontraron en el matadero de la colonia.
:::Malditos raey —dijo Sagan mientras se acercaba. Se volvió hacia Einstein, que la esperaba fuera—. ¿Están ahí dentro?
:::Están ahí —respondió Einstein—. En la cámara frigorífica del fondo.
:::¿Todos ellos?
:::Eso creo. Es difícil de decir. Están hechos trocitos.
La cámara frigorífica estaba repleta de carne.
Los soldados de las Fuerzas Especiales resoplaron al ver los torsos despellejados colgados de ganchos. Los barriles bajo los ganchos estaban llenos de vísceras. Miembros en varios estados de procesado se amontonaban en las mesas. En una mesa aparte había una colección de cabezas, los cráneos abiertos para extraer los sesos. Las cabezas descartadas llenaban otro barril junto a la mesa.
Bajo un toldo había un montoncillo de cuerpos sin procesar. Jared se acercó a destaparlo. Debajo había niños.
:::Cristo —dijo Sagan. Se volvió hacia Einstein—: Envía a alguien a las oficinas de administración de la colonia. Recoged todos los archivos genéticos y médicos que podáis encontrar, y fotos de los colonos. Vamos a necesitarlos para identificar a esta gente. Luego trae a un par de hombres para que rebusquen en la basura.
:::¿Qué estamos buscando? —preguntó Einstein.
:::Restos —dijo Sagan—. De quienes ya hayan sido comidos por los raey.
Jared oyó a Sagan dar las órdenes como si fuera un zumbido en su cabeza. Se agachó y se quedó mirando, transfigurado, el montón de cuerpecitos. En lo alto yacía el cadáver de una niña pequeña, los rasgos élficos silenciosos, relajados y hermosos. Extendió la mano y amablemente acarició la mejilla de la niña. Estaba helada.
Inexplicablemente, Jared sintió una dura puñalada de pesar. Se dio la vuelta, conteniendo los sollozos.
Daniel Harvey, que había descubierto la cámara frigorífica junto con Einstein, se acercó a Jared.
:::¿La primera vez? —dijo.
Jared alzó la cabeza.
:::¿Qué?
Harvey señaló los cadáveres con la cabeza.
:::Es la primera vez que ves niños, ¿cierto?
:::SÍ.
:::Es lo que nos pasa —dijo Harvey—. La primera vez que vemos colonos, están muertos. La primera vez que vemos niños, están muertos. La primera vez que vemos una criatura inteligente que no es humana, está muerta o intenta matarnos, así que tenemos que matarla. Entonces está muerta. Pasaron meses antes de que yo viera a un colono vivo. Nunca he visto a un niño vivo.
Jared se volvió hacia el montón.
:::¿Qué edad tiene ésta? —preguntó.
:::Mierda, no lo sé —dijo Harvey, pero miró de todas formas—. Yo diría que tres o cuatro años. Cinco, como mucho. ¿Y sabes qué es curioso? Era mayor que nosotros dos juntos. Era mayor que nosotros dos juntos
dos veces.
Es un universo puñetero, amigo mío.
Harvey se alejó. Jared se quedó mirando a la niña pequeña durante otro rato, y luego cubrió el montón con el toldo. Fue a buscar a Sagan, y la encontró delante del edificio de administración de la colonia.
:::Dirac —dijo Sagan mientras se acercaba—. ¿Qué te parece tu primera misión?
:::Creo que es bastante horrible.
—Lo es. ¿Sabes por qué estamos aquí? ¿Por qué nos han enviado a un asentamiento montuno? —le preguntó ella.
Jared tardó un segundo en darse cuenta de que Sagan había pronunciado las palabras en voz alta.
—No —respondió del mismo modo.
—Porque el líder de este asentamiento es el hijo de la secretaria de Estado de la Unión Colonial. El capullo hijo de puta quería demostrarle a su madre que las reglas de la Unión Colonial contra los asentamientos montunos eran una afrenta a los derechos civiles.
—¿Lo son? —preguntó Jared.
Sagan se lo quedó mirando.
—¿Por qué lo preguntas?
—Es sólo curiosidad.
—Tal vez lo sean, tal vez no —respondió Sagan—. Pero en cualquier caso, el último lugar para demostrar ese argumento habría sido este planeta. Los raey lo reclaman desde hace años, aunque no tengan ningún asentamiento en él. Supongo que ese gilipollas pensó que como la UC les dio una paliza a los raey en la última guerra, éstos quizá mirarían hacia otro lado en vez de intentar desquitarse. Luego, hace diez días, el satélite espía que pusimos en la órbita del planeta fue eliminado del cielo por ese crucero que nos cargamos. Pero primero tomó una imagen del crucero. Y aquí estamos nosotros.
—Es un caos —dijo Jared.
Sagan se rió sin humor.
—Ahora yo tengo que volver a esa puñetera cámara frigorífica y examinar los cadáveres hasta que encuentre al hijo de la secretaria —dijo—. Y luego tendré el placer de comunicarle que los raey cortaron en trocitos a su hijo y su familia para comérselos.
—¿A su familia? —preguntó Jared.
—Su esposa y una hija. Cuatro años.
Jared se estremeció violentamente, pensando en la niña del montón de cadáveres. Sagan lo observó con atención.
—¿Te encuentras bien?
—Me encuentro bien. Es que parece un despilfarro.
—La esposa y la niña son un despilfarro —dijo Sagan—. El capullo hijo de puta que las trajo aquí obtuvo lo que se merecía.
Jared volvió a estremecerse.
—Si usted lo dice…
—Yo lo digo. Ahora, vamos. Ha llegado el momento de identificar a los colonos o lo que queda de ellos.
* * *
:::Bueno —le dijo a Jared Sarán Pauling cuando salió de la enfermería de la
Milana—
.
Desde luego, no haces las cosas del modo más fácil.
Extendió la mano para tocarle la mejilla, la hinchazón que quedaba todavía a pesar de la nanosutura.
:::Todavía puede verse dónde te cortó.
—No me duele —dijo Jared—. Que ya es más de lo que puedo decir de mi tobillo y mi mano. El tobillo no se rompió, pero los dedos todavía tardarán un par de días en sanar del todo.
—Mejor eso que estar muerto —dijo Pauling.
—Eso es cierto —admitió Jared.
—Y le has enseñado a todo el mundo un truco nuevo. Algo que nadie sabía que podía hacerse con la SangreSabia. Ahora te llaman Jared Sangre Caliente.
—Todo el mundo sabe que se puede calentar la SangreSabia —dijo Jared—. He visto a gente usándola para freír bichos en Fénix todo el tiempo.
—Sí, todo el mundo la usa para quemar bichos pequeños. Pero hace falta tener una mente especial para pensar en usarla para quemar bichos grandes.
—En realidad no lo pensé. Es que no quería morir.
—Es curioso cómo eso vuelve creativa a una persona.
—Es curioso cómo eso te hace concentrarte —dijo Jared—. Recordé que me dijiste que necesitaba trabajar en ello. Es posible que me hayas salvado la vida.
—Bien. Intenta devolverme el favor alguna vez.
Jared dejó de caminar.
—¿Qué? —preguntó Pauling.
—¿Lo sientes?
—¿Sentir qué?
—Que me apetece mucho tener sexo ahora mismo —dijo Jared.
—Bueno, Jared. Normalmente, si te detienes bruscamente en un pasillo no interpreto que es que tengas muchas ganas de sexo.
—Pauling, Dirac —dijo Alex Roentgen—: Sala de recreo. Ahora. Es el momento de una pequeña celebración tras la batalla.
—Oooh —dijo Pauling—. Una celebración. Tal vez haya pasteles y helado.
No hubo ni pasteles ni helados. Hubo una orgía. Todos los miembros del Segundo Pelotón estaban allí, excepto uno, en diversos estados de desnudez. Parejas y tríos yacían en sofás y cojines, besándose y apretujándose.
—¿Esto es una celebración tras la batalla? —preguntó Pauling.
—La celebración tras la batalla —dijo Alex Roentgen—. Hacemos esto después de cada batalla.
—¿Por qué? —preguntó Jared.
Alex Roentgen miró a Jared, ligeramente incrédulo.
—¿De verdad necesitas un motivo para celebrar una orgía?
Jared empezó a responder, pero Roentgen levantó una mano.
—Uno, porque hemos atravesado el valle de las sombras de la muerte y hemos llegado al otro lado. Y no hay mejor manera de sentirse vivo que ésta. Y después de la mierda que hemos visto hoy, necesitamos desconectar nuestras mentes de inmediato. Dos, porque por cojonudo que sea el sexo, es aún mejor cuando todo el mundo con el que estás integrado lo está haciendo al mismo tiempo.
—¿Eso significa que no vais a poner el tapón a nuestra integración? —preguntó Pauling. Lo dijo en tono de burla, pero Jared sintió una levísima nota de ansiedad en la pregunta.
—No —respondió Roentgen, amablemente—. Ahora sois de los nuestros. Y no es sólo por el sexo. Es una expresión más profunda de comunión y confianza. Otro nivel de integración.
—Eso se parece sospechosamente a una trola —dijo Pauling, sonriendo.