—Más bien a una larva —dijo Alex Roentgen, quien ya había desplegado el informe de la misión y había empezado a repasarlo.
—Lo que sea —dijo Harvey—. Larva, niña, infante. El tema es que vamos a usar a una joven inocente como moneda de cambio. ¿Me equivoco? Y es la primera vez que lo hacemos. Es repugnante.
—Y eso lo dice el tipo a quien normalmente hay que decirle que no levante mierda —dijo Roentgen.
Harvey lo miró.
—Así es. Soy el tipo al que normalmente hay que decirle que no levante mierda. Y os digo que esta misión apesta. ¿Qué carajo os pasa a todos?
—Nuestros enemigos no tienen los mismos altos haremos que tú, Harvey —dijo Julie Einstein, y envió una imagen del montón de cadáveres de niños de Gettysburg. Jared volvió a estremecerse.
—¿Significa eso que tenemos que tener los mismos bajos haremos que ellos?
—Mira —dijo Sagan—. No es un asunto que haya que votar. Nuestros expertos en inteligencia me dicen que los raey, los eneshanos y los obin están preparando un gran golpe en nuestro espacio. Hemos estado expulsando a los raey y los obin a los confines, pero no hemos podido actuar contra los eneshanos porque seguimos actuando bajo la amable ficción de que son nuestros aliados. Eso les ha dado tiempo para prepararse y, a pesar de toda la desinformación que les hemos estado suministrando, siguen sabiendo demasiado respecto a cuáles son nuestros puntos débiles. Tenemos información sólida que nos dice que los eneshanos están en la cabeza de los planes de ataque. Si actuamos contra los eneshanos abiertamente, los tres se nos lanzarán al cuello, y no tenemos los recursos para combatir contra todos. Harvey tiene razón: esta misión nos lleva a un territorio nuevo. Pero ninguno de nuestros planes alternativos tiene el mismo impacto que éste. No podemos hundir militarmente a los eneshanos. Pero sí podemos hundirlos psicológicamente.
A esas alturas Jared ya había absorbido el informe completo.
—No vamos a detenernos en el secuestro —le dijo a Sagan.
—No —respondió ella—. El secuestro solo no será suficiente para que la jerarca acepte nuestras condiciones.
—Cristo —dijo Harvey. Finalmente había absorbido todo el informe—. Esta mierda apesta.
—Es mejor que la alternativa —dijo Sagan—. A menos que de verdad pienses que la Unión Colonial puede enfrentarse a tres enemigos a la vez.
—¿Puedo hacer una pregunta? —dijo Harvey—. ¿Por qué nos tenemos que encargar nosotros de esta mierda?
—Somos las Fuerzas Especiales. Son las cosas que hacemos.
—Chorradas —dijo Harvey—. Usted misma lo ha dicho.
Nosotros
no hacemos esto.
Nadie
hace esto. Nos obligan a hacerlo porque nadie más quiere.
Harvey miró en derredor y prosiguió:
—Vamos, podemos admitirlo, entre nosotros al menos. Algún gilipollas realnacido de Inteligencia Militar elaboró este plan, luego un puñado de generales realnacidos lo aprobaron, y luego los comandantes realnacidos de las Fuerzas de Defensa Coloniales no quisieron tener nada que ver. Así que nos cae a
nosotros,
y todo el mundo piensa que no nos importará porque somos un puñado de asesinos amorales de dos años de edad. Bueno, yo tengo moral, y sé que todos los que estáis en esta sala también. No me retiraré de una pelea directa. Todos lo sabéis. Pero esto no es una pelea directa. Esto es una mierda. Una mierda de primera clase.
—De acuerdo, es una mierda —dijo Sagan—. Pero también es nuestra misión.
—No me pidáis que sea yo quien agarre esa cosa —dijo Harvey—. Cubriré a quien lo haga, pero paso de ese cáliz.
—No te lo pediré —dijo Sagan—. Buscaré a otro que lo haga.
—¿A quién va a encargárselo? —preguntó Alex Roentgen.
—Lo haré yo misma —respondió Sagan—. Quiero dos voluntarios que me acompañen.
—Ya he dicho que la cubriré —dijo Harvey.
—Necesito a alguien que se encargue de terminar la misión si me meten una bala en la cabeza, Harvey.
—Yo lo haré —se ofreció Sarah Pauling—. Pero Harvey tiene razón: esto apesta.
—Gracias, Pauling —dijo Harvey.
—No hay de qué —respondió Pauling—. Que no se te suban los humos.
—Ya hay uno —dijo Sagan—. ¿Alguien más?
Todos en la sala de reunión se volvieron a mirar a Jared.
—¿Qué? —dijo Jared, súbitamente a la defensiva.
—Nada —respondió Julie Einstein—. Sólo que Pauling y tú normalmente vais en pareja.
—Eso no es cierto —dijo Jared—. Llevamos siete meses en el pelotón y os he cubierto las espaldas a todos en algún momento.
—No te sulfures —dijo Einstein—. No he dicho que estuvierais casados. Y nos has cubierto las espaldas a todos nosotros. Pero todo el mundo tiende a emparejarse para las misiones con alguna persona más que con las demás. Yo lo hago con Roentgen. Sagan acaba con Harvey porque nadie más quiere estar con él. Tú te emparejas con Pauling. Eso es todo.
—Deja de burlarte de Jared —dijo Pauling, sonriendo—. Es un buen tipo, no como vosotros, degenerados.
—Nosotros somos degenerados agradables —dijo Roentgen.
—O agradablemente degenerados, al menos —dijo Einstein.
—Si hemos acabado con las bromas —intervino Sagan—. Sigo necesitando otro voluntario.
—Dirac —señaló Harvey.
—Ya basta —dijo Sagan.
—No —contestó Jared—. Yo lo haré.
Sagan pareció a punto de poner pegas, pero se detuvo.
—Bien —dijo, y luego continuó con la reunión informativa.
—Ha vuelto a hacerlo —le envió Jared a Pauling por canal privado, mientras la reunión continuaba—. Lo has visto, ¿no? Cómo ha estado a punto de decir «no».
—Lo he visto. Pero no lo ha hecho. Y cuando debe tomar una decisión, siempre te trata igual que a todos los demás.
—Lo sé. Pero ojalá supiera por qué parece que no le caigo bien.
—En realidad parece que no le caemos bien ninguno —dijo Pauling—. Déjate de paranoias. Además, a mí me caes bien. Excepto cuando te vuelves paranoico.
—Trabajaré en eso.
—Hazlo —dijo Pauling—. Y gracias por ofrecerte voluntario.
—Bueno, ya sabes. Hay que darle a la multitud lo que pide.
Pauling se rió de manera audible. Sagan la fulminó con la mirada.
—Lo siento —dijo Pauling, por el canal común.
Tras unos cuantos minutos, Jared arrastró a Pauling a un canal privado.
—¿De verdad te parece que esta misión es mala?
—Apesta a perros muertos —dijo Pauling.
* * *
Los rayos cesaron, y Jared y el resto del Segundo abrieron sus cometas parafoil. Nanobots cargados se extendieron en tentáculos desde las mochilas y formaron planeadores individuales. Tras la caída libre, Jared se dirigió hacia el palacio y el agujero humeante dejado por el tercer rayo: un agujero que conducía a las habitaciones de la heredera.
Más o menos del tamaño de la Basílica de San Pedro, el palacio de la jerarca no era un edificio pequeño y, salvo en el salón principal donde la jerarca reunía a su corte formalmente y en el ala administrativa, ahora destrozada, no se permitía la entrada a ningún no eneshano. No había planos del palacio en los archivos públicos, y el palacio mismo, construido siguiendo el fluido y caótico estilo arquitectónico natural eneshano, que no parecía más que un montón de montículos de termitas, no se prestaba a revelar fácilmente áreas o habitaciones significativas. Antes de poner en acción el plan de secuestro, había que descubrir dónde se encontraba la cámara privada de la heredera. Investigación Militar consideraba que era un bonito rompecabezas, pero no había mucho tiempo para resolverlo.
Su solución fue no pensar a lo grande, sino en pequeñito. De hecho, fue pensar en
C. xavierii,
un organismo procariótico eneshano de evolución paralela a la bacteria. Igual que las cepas de bacterias viven en feliz relación simbiótica con los humanos,
C. xavierii
lo hace con los eneshanos, principalmente de manera interna pero también externa. Como muchos humanos, no todos los eneshanos eran fastidiosos respecto a sus costumbres en el cuarto de baño.
Investigación Militar de la Unión Colonial desentrañó
C. xavierii
y lo resecuenció para crear la subespecie
C. xavierii movere,
que construía radiotransmisores y receptores del tamaño de una mitocondria. Estas diminutas máquinas orgánicas grababan los movimientos de sus anfitriones anotando sus posiciones relativas a
C. xavierii movere
alojados por otros eneshanos dentro de su alcance de transmisión. La capacidad grabadora de estos aparatos microscópicos era pequeña (podían almacenar menos de una hora de movimiento), pero cada división celular creaba una nueva máquina grabadora, que rastreaba de nuevo los movimientos.
Investigación Militar introdujo el bicho modificado genéticamente en el palacio de la jerarca por medio de una loción de manos, proporcionada a una diplomática de la Unión Colonial que nada sospechaba y tenía contacto físico regular con sus equivalentes eneshanos. Estos eneshanos transmitieron luego el germen a otros miembros del personal de palacio simplemente por el contacto cotidiano. Las prótesis cerebrales personales de la diplomática (y las de todo su personal) fueron también modificadas subrepticiamente para grabar las diminutas transmisiones que pronto emanaron del personal de palacio y sus habitantes, incluidas la jerarca y su heredera. En menos de un mes, Investigación Militar tuvo un mapa completo de la estructura interna del palacio de la jerarca, basándose en los movimientos de su personal.
Investigación Militar nunca informó al personal diplomático de la Unión Militar de su inintencionado espionaje. No sólo era más seguro para los diplomáticos: también se habrían escandalizado por la manera en que habían sido utilizados.
Jared estudió el tejado del palacio y disolvió su planeador, aterrizando lejos del agujero por si se desplomaba. Otros miembros del Segundo aterrizaban o lo habían hecho ya y se preparaban para descender por medio de cables. Jared divisó a Sarah Pauling, que se había acercado al agujero y se asomaba ahora a través del humo y la nube de escombros.
—No mires hacia abajo —le dijo Jared.
—Demasiado tarde para eso —respondió ella, y le envió una vertiginosa imagen de su punto de vista. A través de su integración, Jared podía sentir su ansiedad y expectación; él también sentía lo mismo.
Los cables de descenso estaban ya asegurados.
—Pauling, Dirac —dijo Jane Sagan—. Hora de actuar.
Habían pasado menos de cinco minutos desde que los rayos cayeron del cielo, y cada segundo adicional aumentaba las posibilidades de que su presa se hubiera movido de sitio. También trabajaban en contra de la posible llegada de tropas y personal de emergencias. Volar el ala ejecutiva los distraería y retrasaría la atención hacia el Segundo Pelotón, pero no durante demasiado tiempo.
Los tres se engancharon al cable y descendieron cuatro niveles, hasta los apartamentos residenciales de la jerarca. La habitación infantil estaba directamente un poco más allá; habían decidido no enviar el rayo directamente sobre la habitación para evitar un desplome accidental. Mientras bajaba, Jared comprendió la sabiduría de semejante decisión; «quirúrgico» o no, el rayo había destrozado tres plantas sobre los apartamentos de la jerarca, y gran parte de los escombros había caído directamente hacia abajo.
—Activad los infrarrojos —dijo Sagan, mientras bajaban—. Las luces están fundidas y hay un montón de polvo ahí abajo.
Jared y Pauling obedecieron. Un resplandor sofocaba el aire, calentado por los efectos del rayo y las ascuas de abajo.
Los guardias asignados a los apartamentos de la jerarca llegaron corriendo a la cámara mientras los tres descendían, dispuestos a detener a los invasores. Jared, Sagan y Pauling se soltaron del cable y cayeron pesadamente en el montón de escombros, ayudados por la gravedad superior de Enesha. Jared pudo sentir que los escombros trataban de empalarlo cuando los alcanzó; su unicapote se endureció para evitarlo. Los tres escrutaron la habitación visualmente y con el infrarrojo para localizar a los guardias, y enviaron la información arriba. Unos pocos segundos más tarde oyeron varios estampidos desde el tejado. Los guardias de la residencia cayeron.
—Despejado —dijo Alex Roentgen—. El ala está sellada y no vemos a más guardias. Vienen más de los nuestros.
Mientras lo decía, Julie Einstein y dos miembros más del Segundo empezaron a descender por los cables.
La habitación infantil estaba junto a la cámara privada de la jerarca, y por motivos de seguridad las habitaciones eran una sola unidad sellable, impenetrable a la mayoría de los intentos violentos por entrar (excepto los rayos de partículas enormemente poderosos disparados desde el espacio). Como se asumía que las dos habitaciones estaban a salvo, la seguridad interna entre las habitaciones era liviana. Una puerta hermosamente tallada pero con un solo cerrojo era la única medida de seguridad que separaba la habitación infantil de la cámara de la jerarca. Jared le disparó al cerrojo y entró mientras Pauling y Sagan lo cubrían.
Algo se abalanzó sobre él mientras comprobaba los rincones; esquivó y rodó, y alzó la cabeza para descubrir a un eneshano que intentaba golpearle la cabeza con una maza improvisada. Jared bloqueó el golpe con el brazo y lanzó una patada hacia arriba, alcanzando al eneshano entre sus miembros inferiores delanteros. El eneshano rugió cuando la patada quebró su caparazón. Con su visión periférica, Jared registró a un segundo eneshano en la habitación, agazapado en el rincón y sosteniendo algo que chillaba.
El primer eneshano volvió a lanzarse contra él, gritando; se detuvo antes de continuar el salto y se desplomó sobre Jared. Con el eneshano encima, Jared advirtió que acababa de oír el estallido de un disparo. Más allá del cuerpo del eneshano vio a Sarah Pauling, intentando agarrar a la criatura por la capa, para quitársela de encima a Jared.
—Podrías haber intentado matarlo cuando no se lanzaba hacia mí —dijo Jared.
—Vuelve a quejarte y te dejaré debajo de esta maldita cosa —dijo Pauling—. Además, si no te importa empujar, lo lograremos antes.
Pauling tiró y Jared empujó, y el eneshano rodó a un lado. Jared logró ponerse en pie y le echó un buen vistazo a su atacante.
—¿Es él? —preguntó Pauling.
—No lo sé. Todos me parecen iguales.
—Apártate —dijo Pauling, y se acercó a mirar al eneshano. Accedió a su informe de la misión—. Es él —dijo—. Es el padre. El consorte de la jerarca.