Jared asintió. Jahn Hio, el consorte de la jerarca, elegido por motivos políticos para engendrar a la heredera. Las tradiciones matriarcales de la realeza eneshana dictaban que el padre fuera directamente responsable del cuidado premetamórfico de la heredera. La tradición también dictaba que el padre estuviera despierto al lado de la heredera después de la ceremonia de consagración durante tres días eneshanos, para simbolizar que aceptaba sus deberes paternos. Por ese motivo (entre otros relacionados con la ceremonia de consagración) se había planeado realizar el secuestro en ese momento. El asesinato de Jahn Hio era una parte secundaria, pero crítica, de la misión.
—Murió por proteger a su hija —dijo Jared.
—Eso es
cómo
murió —corrigió Pauling—. No
por qué
lo hizo.
—No creo que la distinción le importe mucho.
—Esta misión apesta —reconoció Pauling.
Un estallido de disparos brotó en un rincón de la habitación. Los gritos que habían sido constantes desde que entraron se interrumpieron brevemente, y empezaron de nuevo aún con más urgencia. Sagan apareció en el rincón, el MP en una mano, una masa blanca y agitada en el hueco del codo del brazo. El segundo eneshano se desplomó en el lugar donde Sagan lo había abatido.
—La niñera —dijo Sagan—. No quiso entregarme a la heredera.
—¿Se lo ha pedido? —dijo Pauling.
—Lo he hecho —respondió Sagan, indicando el pequeño altavoz traductor que se había asegurado en el cinturón. Tendría su utilidad más adelante en la misión—. Lo intenté, al menos.
—Que matáramos al consorte probablemente no ha ayudado.
La criatura que lloraba en brazos de Sagan se retorció con fuerza y casi se le escapó. Sagan soltó el MP para sujetarla mejor. La criatura lloró aún con más fuerza, mientras se apretujaba entre el brazo y el cuerpo de Sagan. Jared la miró con interés.
—Así que eso es la heredera —dijo.
—Esto es —respondió Sagan—. Hembra. Eneshana premetamórfica. Un gran gusano llorón.
—¿Podemos sedarla? —preguntó Pauling—. Hace mucho ruido.
—No —dijo Sagan—. Necesitamos que la jerarca vea que todavía está viva.
La heredera volvió a agitarse. Sagan empezó acariciarla con la mano libre en un intento de tranquilizarla.
—Sujeta mi MP, Dirac —dijo. Jared se agachó para recoger el rifle.
Las luces se encendieron.
—Oh, mierda —dijo Sagan—. Ha vuelto la energía.
—Creí que nos habíamos cargado el maldito generador.
—Lo hicimos. Pero parece que había más de uno. Es hora de largarnos.
Los tres salieron de la habitación infantil, Sagan con la heredera, y Jared con su MP y el de ella preparados.
En el apartamento principal, dos miembros del pelotón subían por los cables. Julie Einstein se había apostado para cubrir las dos puertas del apartamento.
—Están intentando cubrir los dos niveles superiores —dijo Einstein—. En esos niveles el agujero atraviesa habitaciones donde sólo hay una entrada. Al menos eso es lo que dice el plano de la planta. Sin embargo, el nivel superior está despejado.
—El transporte viene de camino —informó Alex Roentgen—. Nos han localizado y están empezando a dispararnos.
—Necesito que nos cubran la subida —dijo Sagan—. Y que acribillen el primer nivel. Está abierto: por ahí es por donde van a entrar.
—Estamos en ello —dijo Roentgen.
Sagan le tendió la heredera a Pauling, se deshizo de la mochila y sacó una bandolera con una bolsa para acomodar a la criatura. La metió en la bolsa con cierta dificultad, pues no dejaba de llorar, aseguró la bolsa y se pasó la bandolera por el cuerpo, colocándose la correa sobre su hombro derecho.
—Yo ocuparé el centro —dijo Sagan—. Dirac, tú a la izquierda; Pauling, a la derecha. Einstein nos cubrirá mientras escalamos, y luego vosotros dos la cubriréis a ella y a los otros dos de arriba cuando salgan. ¿Entendido?
—Entendido —dijeron Jared y Pauling.
—Vuelve a cargar mi MP y dáselo a Einstein —le dijo Sagan a Jared—. No tendrá tiempo de recargar.
Jared sacó el cargador del MP de Sagan, colocó uno nuevo de su munición, y se lo entregó a Einstein. Ella lo cogió y asintió.
—Estamos preparados —dijo Roentgen desde arriba—. Será mejor que os deis prisa.
Mientras se dirigían a los cables, oyeron el sonido de pesadas pisadas eneshanas. Einstein empezó a disparar cuando ellos iniciaron la escalada. En cada uno de los dos niveles siguientes, los compañeros de pelotón de Jared esperaban tranquilamente, apuntando a las entradas. La integración de Jared le dijo que estaban asustados y esperando a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Desde arriba empezaron a disparar de nuevo. Los eneshanos habían entrado por el nivel superior.
Sagan se veía lastrada por la heredera, pero no tenía su MP ni su mochila; en conjunto viajaba ligero, y subió su cable volando, por delante de Jared y Pauling. El par de balas que le atravesaron el hombro la alcanzaron cuando ya estaba casi en la cima, agarrando la mano tendida de Julián Lowell para que la aupara. Una tercera bala pasó junto al hombro de Sagan y alcanzó a Lowell directamente sobre el ojo derecho, atravesándole el cerebro antes de rebotar dentro del cráneo y enterrarse en su cuello, cortando la carótida en el proceso. Lowell echó hacia atrás la cabeza y luego hacia delante, y su cuerpo se desplomó y cayó en el agujero. Chocó con Sagan mientras caía, rompiendo la última tira de tejido que mantenía intacta la bandolera que contenía a la heredera. Sagan la sintió rasgarse y cómo la bandolera caía, pero estaba demasiado ocupada intentando no caer ella misma para hacer nada al respecto.
—Agarradla —dijo, y Alex Roentgen se acercó a ella y la aupó hasta un lugar seguro.
Jared intentó agarrar la bandolera y falló: estaba demasiado lejos. La bolsa pasó ante Pauling, quien la cogió al vuelo mientras describía un arco a su alrededor.
Desde abajo, Jared percibió que Julie Einstein hacía un sorprendido gesto de dolor. Su MP guardó silencio. El sonido que siguió era el sonido de los eneshanos que subían a la cámara de la jerarca.
Pauling miró a Jared.
—Sube —dijo.
Jared escaló sin mirar atrás. Cuando pasó el nivel superior del palacio pudo ver los cuerpos de una docena de eneshanos muertos, y más eneshanos vivos detrás, disparándole, mientras sus compañeros de pelotón devolvían el fuego con balas y granadas. Entonces los dejó atrás, aupado por un compañero hasta el tejado del palacio. Se volvió a ver a Sarah Pauling en la cuerda, la bolsa de bandolera en una mano, los enenashos apuntándole desde abajo. Mientras sujetara la bandolera, no podía escalar.
Pauling miró a Jared, y sonrió.
—Querido —dijo, y le lanzó la bolsa cuando la primera de las balas alcanzó su cuerpo. Jared extendió la mano mientras ella bailaba en la cuerda, movida por la fuerza de los proyectiles que superaban las defensas de su unicapote y la alcanzaban en las piernas, el torso, la espalda y el cráneo. Cogió la bolsa mientras ella caía, y la sacó del agujero cuando Pauling llegaba al fondo. Sintió el último segundo de su vida y luego desapareció.
Gritaba cuando lo arrastraron hacia el transporte.
* * *
La cultura eneshana es a la vez matriarcal y tribal, como corresponde a una raza cuyos antepasados lejanos eran criaturas insectoides que vivían en colmenas. La jerarca accede al poder a través del voto de las matriarcas de las principales tribus: esto hace que el proceso parezca más civilizado de lo que es, ya que la captación de votos puede implicar años de guerra civil inenarrablemente violenta, pues las tribus batallan para que su propia matriarca ascienda. Para evitar graves incidentes al final del reinado de cada jerarca, cuando se elige una, el puesto se convierte en hereditario, y de manera bastante agresiva: una jerarca debe producir y consagrar una heredera viable dos años después de asumir el mando, asegurando así un traspaso de poder ordenado en el futuro, o hacer que el gobierno jerárquico de su tribu acabe con su reinado.
Las matriarcas eneshanas, alimentadas con jaleas reales hormonalmente densas que producen cambios significativos en sus cuerpos (otra creación de sus antepasados), son fértiles durante toda la vida. La habilidad para producir una heredera rara vez se cuestionaba. Lo que sí se cuestionaba era en qué tribu elegir al padre. Las matriarcas no se casan por amor (estrictamente hablando, los eneshanos no se casan), así que intervienen consideraciones políticas. Las tribus incapaces de conseguir jerarquía competían (a un nivel mucho más sutil y a menudo menos violento) para producir un consorte. Como recompensa obtenían ventajas sociales para la tribu y la capacidad de influir en la política de la jerarquía como parte de la «dote» proporcionada por la tribu del consorte. Las jerarcas de las tribus recién ascendidas elegían tradicionalmente como consorte a un miembro de aquella tribu que hubiera demostrado ser su mejor aliado, como recompensa por sus servicios, o bien a un miembro de aquella tribu con la que estuvieran más enemistados, si el «voto» jerárquico había sido particularmente confuso y se percibía que toda la nación eneshana necesitaba ser cohesionada de nuevo. Las jerarcas de los linajes establecidos, por otra parte, tenían mucha más mano libre a la hora de elegir a sus consortes.
Fhileb Ser era la sexta jerarca en el linaje Ser actual (la tribu había detentado la jerarquía tres veces antes durante los últimos siglos eneshanos). Tras su ascenso, eligió a su consorte en la tribu de Hio, cuyas ambiciones expansionistas coloniales les llevaron a aliarse en secreto con los raey y los obin para atacar el espacio humano. Por su intervención crucial en la guerra, Enesha conseguiría algunas de las mejores posesiones de la Unión Colonial, incluido el planeta Fénix. Los raey se quedarían con unos cuantos planetas menos pero obtendrían Coral, el planeta donde no hacía mucho habían sido humillados por la Unión Colonial.
Los obin, crípticos hasta el final, ofrecieron contribuir con fuerzas sólo ligeramente menos expansivas que los eneshanos, pero pidieron sólo un planeta: la superpoblada Tierra, carente de recursos, que al parecer se hallaba en tan mal estado que la Unión Colonial la había puesto en cuarentena. Tanto los eneshanos como los raey cedieron felizmente el planeta.
La política de la jerarquía, impulsada por los Hio, inclinó a Enesha a planear una guerra con los humanos. Pero, aunque unidas por el poder jerárquico, cada tribu eneshana conservaba su propio consejo. Al menos una tribu, los Geln, se opusieron con fuerza a atacar a la Unión Colonial, ya que los humanos eran razonablemente fuertes, inquietantemente tenaces y no sentían demasiados escrúpulos cuando se sabían amenazados. Los Geln consideraban que los raey habrían sido un objetivo mucho mejor, dada la larga enemistad de esa raza con los eneshanos y su débil situación militar después de ser aplastados por los humanos en Coral.
La jerarca Fhileb Ser decidió ignorar el consejo de los Geln en este asunto, pero, advirtiendo el aparente aprecio de la tribu por la humanidad, seleccionó a uno de las consejeros tribales Geln, Hu Geln, como embajador de Enesha ante la Unión Colonial. Hu Geln, recientemente convocado a Enesha para ser testigo de la Consagración de la Heredera y celebrar el Chafalan con la jerarca. Hu Geln, que se hallaba con la jerarca cuando atacó el Segundo Pelotón, y que estaba con ella ahora, escondido, mientras era atacada por los humanos que habían asesinado a su consorte y secuestrado a su heredera.
* * *
—Han dejado de dispararnos —dijo Alex Roentgen—. Parece que han comprendido que tenemos a la heredera.
—Bien —dijo Sagan. Pauling y Einstein habían muerto, pero tenía a otros soldados atrapados en el palacio y quería sacarlos de allí. Indicó que se dirigieran hacia el transporte. Dio un respingo cuando Daniel Harvey atendió su hombro; su unicapote bloqueó por completo el primer impacto, pero el segundo consiguió atravesarlo y causó serios daños. Por ahora, su brazo derecho estaba completamente inutilizado. Indicó con la mano izquierda la pequeña camilla en mitad del transporte, donde la agitada forma de Vyut Ser, heredera de la jerarca, estaba amarrada. La heredera ya no lloraba sino que gemía, su miedo templado por el cansancio.
—Alguien tiene que darle la dosis —dijo Sagan.
—Yo lo haré —se ofreció Jared, antes de que nadie más pudiera hacerlo, y sacó la larga aguja guardada en el botiquín médico que había bajo el asiento de Sagan. Se volvió y se acercó a Vyut Ser, odiándola. Una imagen superpuesta a su visión, a través de su CerebroAmigo, le mostró dónde insertar la aguja y hasta dónde había que introducirla en las tripas de la heredera para descargar lo que había dentro de la jeringuilla.
Jared le clavó salvajemente la aguja a Vyut Ser, quien gritó horriblemente ante la invasión del frío metal. Jared presionó la jeringuilla y vació la mitad de su contenido en uno de las dos inmaduras bolsas reproductoras de la heredera. Extrajo la aguja y la clavó en la segunda bolsa reproductora de Vyut Ser, vaciando la jeringuilla. Dentro de las bolsas los nanobots recubrieron las paredes interiores y luego ardieron, sellando los tejidos y volviendo irreversiblemente estéril a su dueña.
Vyut Ser gimió llena de dolor y confusión.
—Tengo a la jerarca en línea —dijo Roentgen—. Audio y vídeo.
—Ponla en el canal general —ordenó Sagan—. Alex, colócate junto a la camilla. Tú serás la cámara.
Roentgen asintió y se colocó delante de la camilla, mirando a Sagan, y permitiendo que la conexión audiovisual de su CerebroAmigo sirviera como micrófono y cámara desde sus ojos y oídos.
—Conectando —dijo Roentgen.
En el campo de visión de Jared (y en el campo de visión de todos los del transporte) apareció la jerarca de Enesha. Incluso sin conocer el mapa de las expresiones eneshanas, quedó claro que la jerarca ardía de furia.
—Puñetero montón de mierda humana —dijo la jerarca (o eso dijo la traducción, cambiando una traducción literal por algo que expresara la intención detrás de las palabras)—. Tenéis treinta segundos para entregarme a mi hija o declararé la guerra hasta el último de vuestros mundos. Os juro que os reduciré a cenizas.
—Cállate —dijo Sagan; la traducción salía del altavoz de su cinturón.
Desde el otro lado de la línea llegaron múltiples chasquidos, indicando la sorpresa absoluta en la corte de la jerarca. Era simplemente inconcebible que alguien le hablara de esa forma.