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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (15 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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—Porque tiene usted experiencia con este tipo de cosas.

—¿Con traidores? —preguntó Sagan, sorprendida.

—Con miembros no convencionales de las Fuerzas Especiales —respondió Szilard—. Una vez tuvo bajo su mando a un miembro realnacido de la FDC. John Perry.

Sagan se envaró ligeramente al oír el nombre. Szilard lo advirtió pero prefirió no hacer ningún comentario.

—Lo hizo bastante bien —dijo. Esta última sentencia era algo irónica: durante la batalla de Coral, Perry llevó el cuerpo herido e inconsciente de Sagan durante varios metros por todo el campo de batalla para que recibiera atención médica, y luego localizó una pieza clave de tecnología enemiga mientras el edificio donde estaba se desplomaba a su alrededor.

—El mérito es de Perry, no mío —respondió Sagan. Szilard percibió cómo Sagan sentía otra oleada de emoción al mencionar el nombre de Perry, pero de nuevo se contuvo.

—Es usted demasiado modesta —comentó, e hizo una pausa mientras el camarero servía el té—. Mi argumento es que Dirac es algo parecido a un híbrido —continuó—. Pertenece a las Fuerzas Especiales, pero puede que tal vez sea también algo más. Quiero a alguien que tenga experiencia con algo más.

—«Algo más» —repitió Sagan—. General, ¿estoy oyendo que cree usted que la conciencia de Boutin está en alguna parte dentro de Dirac?

—No he dicho eso —contestó Szilard, en un tono que sugería que tal vez lo hubiera hecho.

Sagan reflexionó y se dirigió a lo implícito en vez de a lo expresado.

—Es usted consciente, por supuesto, de que la nueva serie de misiones de la
Milana
nos llevará a enfrentarnos tanto con los raey como con los eneshanos —dijo—. Las misiones eneshanas en concreto requieren gran delicadeza.

«Y son las misiones en las que necesitaba a Will Lister», pensó Sagan, pero no lo dijo.

—Claro que soy consciente —reconoció Szilard, y extendió la mano hacia su taza de té.

—¿Y no cree que tener a alguien con una posible personalidad traidora emergente podría ser un
riesgo? —
dijo Sagan—. Un riesgo no sólo para esta misión, sino también para los demás soldados que sirven con él.

—Obviamente, es un riesgo, y por eso confío en su experiencia. Pero puede que también resulte una fuente de información clave. Que también habrá que tratar. Además de sus otros cargos, es usted una oficial de inteligencia. Es la oficial ideal para este soldado.

—¿Qué ha dicho Crick al respecto? —dijo Sagan, refiriéndose al mayor Crick, el comandante en jefe de la
Milana.

—No ha dicho nada al respecto porque no se lo he contado —contestó Szilard—. Estamos ante un material confidencial, y he decidido que él no necesita saberlo. En lo que a él respecta, sólo sabe que tiene tres nuevos soldados.

—Esto no me gusta —dijo Sagan—. No me gusta en absoluto.

—No le he pedido que le guste. Le estoy diciendo que tiene que encargarse de ello —Szilard sorbió su té.

—No me gusta que tenga que desempeñar un papel clave en ninguna de las misiones relacionadas con los raey o los eneshanos.

—No lo tratará usted de manera distinta a ningún otro soldado a sus órdenes —dijo Szilard.

—Entonces podrían matarlo como a cualquier otro soldado.

—Entonces, por su bien, esperemos que no sea por fuego amigo —dijo Szilard, y soltó su taza.

Sagan volvió a guardar silencio. El camarero se acercó; Szilard, impaciente, le indicó que se retirara.

—Quiero mostrarle este archivo a alguien —dijo Sagan, señalándose la cabeza.

—Está clasificado, por motivos obvios. Todo el que debe conocerlo ya lo conoce, y no queremos que se extienda a nadie más. Ni siquiera Dirac conoce su propia historia. Queremos que continúe así.

—Me está pidiendo que me encargue de un soldado que constituye un
inmenso
riesgo para la seguridad —dijo Sagan—. Lo menos que puede hacer es permitir que me prepare. Conozco a un especialista en función cerebral humana e integración con CerebroAmigo. Creo que sus reflexiones podrían ser útiles.

Szilard se lo pensó.

—Es alguien en quien confía —dijo.

—Puedo confiarle esto —dijo Sagan.

—¿Conoce su nivel de acceso a seguridad?

—Lo conozco.

—¿Es lo bastante alto para algo así?

—Bueno —dijo Sagan—. Ahí es donde las cosas se ponen interesantes.

* * *

—Hola, teniente Sagan —dijo el administrador Cainen, en inglés. La pronunciación era mala, pero eso difícilmente era culpa de Cainen: su boca no estaba formada para la mayoría de los idiomas humanos.

—Hola, administrador —respondió Sagan—. Está aprendiendo nuestro idioma.

—Sí. Tengo tiempo para aprender, y poco que hacer.

Cainen señaló un libro, escrito en ckann, el idioma raey predominante, junto a una PDA.

—Ahí sólo hay dos libros en ckann. Un libro de lengua y un libro de religión. Elegí el de lengua. La religión humana es… —Cainen rebuscó en su pequeño conjunto de palabras inglesas—… más difícil.

Sagan indicó la PDA.

—Ahora que tiene un ordenador, debería tener más opciones de lectura.

—Sí. Gracias por conseguírmelo. Me hace feliz.

—No hay de qué —dijo Sagan—. Pero el ordenador tiene un precio.

—Lo sé. He leído los archivos que me pidió.

—¿Y? —dijo Sagan.

—Debo cambiar a ckann —dijo Cainen—. Mi inglés no tiene muchas palabras.

—De acuerdo.

—He examinado en profundidad los archivos referidos al soldado Dirac —dijo Cainen, usando las duras pero rápidas consonantes del idioma ckann—. Charles Boutin fue un genio al hallar un modo de conservar las ondas de conciencia fuera del cerebro. Y ustedes son
idiotas
por haber intentado volver a meter esa conciencia.

—Idiotas —dijo Sagan, y mostró una levísima sonrisa; la traducción de la palabra en ckann procedía de un pequeño altavoz situado en un cordón que colgaba alrededor de su cuello—. ¿Es una valoración profesional o sólo un comentario personal?

—Ambas cosas —dijo Cainen.

—Explíqueme por qué.

Cainen se dispuso a enviarle los archivos de su PDA, pero Sagan levantó una mano.

—No necesito los detalles técnicos. Sólo quiero saber si ese Dirac va a suponer un peligro para mis soldados y mi misión.

—Muy bien —dijo Cainen, e hizo una pausa—. El cerebro, incluso el humano, es como un ordenador. No es una analogía perfecta, pero funciona para lo que voy a decirle. Los ordenadores tienen tres componentes para su funcionamiento: el hardware, el software y los archivos de datos. El software ejecuta el hardware, y los archivos ejecutan el software. El hardware no puede abrir el archivo sin el software. Si coloca un archivo en un ordenador que carece del software necesario, lo único que hace es quedarse allí. ¿Me entiende?

—Hasta ahora, sí.

—Bien —dijo Cainen. Extendió la mano y le dio un golpecito a Sagan en la cabeza; ella sofocó el impulso de romperle el dedo—. Sígame: el cerebro es el hardware. La conciencia es el archivo. Pero con su amigo Dirac, les falta el software.

—¿Qué es el software? —preguntó Sagan.

—La memoria. La experiencia. La actividad sensorial. Cuando pusieron en su cerebro la conciencia de Boutin, ese cerebro carecía de la experiencia para sacarle ningún sentido.
Si
esa conciencia sigue todavía en el cerebro de Dirac, está aislada y no hay modo de acceder a ella.

—Los soldados de las Fuerzas Especiales son conscientes desde el momento en que se les despierta —dijo Sagan—. Pero también carecemos de experiencia y memoria.

—Lo que experimentan no es conciencia —dijo Cainen, y Sagan notó el disgusto en su voz—. Su maldito CerebroAmigo abre a la fuerza canales sensoriales de manera artificial y ofrece la ilusión de conciencia, y su cerebro lo sabe —Cainen volvió a señalar su PDA—. Su gente me ha permitido acceder a una amplia gama de investigaciones sobre el cerebro y el CerebroAmigo. ¿Lo sabía usted?

—Sí. Les pedí que le dejaran ver todos los archivos que necesitara para ayudarme.

—Porque sabía que sería prisionero durante el resto de mi vida, y que aunque pudiera escapar pronto estaría muerto por la enfermedad que me han inoculado. Así que no haría ningún daño permitirme el acceso.

Sagan se encogió de hombros.

—Mmm —dijo Cainen, y continuó—. ¿Sabe que no hay ninguna explicación razonable a por qué el cerebro de un soldado de las Fuerzas Especiales absorbe información mucho más rápidamente que un soldado regular de la FDC? Ambos son cerebros humanos no alterados; ambos tienen el mismo ordenador CerebroAmigo. Los cerebros de las Fuerzas Especiales están preacondicionados de modo distinto a los de los soldados corrientes, pero no de un modo que acelere de manera notable el ritmo al que el cerebro procesa la información. Y sin embargo el cerebro de las Fuerzas Especiales absorbe información y la procesa a un ritmo increíble. ¿Sabe por qué?
Se está defendiendo,
teniente. Su soldado medio de la FDC ya tiene una conciencia, y la experiencia para usarla. Su soldado de las Fuerzas Especiales no tiene nada. Su cerebro siente la conciencia artificial de su CerebroAmigo, presionando, y se apresura a construir la suya propia lo más rápido posible, antes de que esa conciencia artificial la deforme de modo permanente. O la mate.

—Ningún soldado de las Fuerzas Especiales ha muerto a causa de su CerebroAmigo —dijo Jane.

—Oh, no, ahora no —respondió Cainen—. Pero me preguntó qué encontraríamos si nos remontáramos atrás lo suficiente.

—¿Qué sabe usted? —preguntó Sagan.

—No sé nada —dijo Cainen, mansamente—. Es simple especulación. Pero el argumento es que no se puede comparar el despertar de las Fuerzas Especiales con «conciencia», con lo que están intentando hacer ustedes con el soldado Dirac. No es lo mismo. Ni siquiera se acerca.

Sagan cambió de tema.

—Ha dicho usted que es posible que la conciencia de Boutin tal vez ni siquiera esté ya dentro del cerebro de Dirac.

—Es posible —dijo Cainen—. La conciencia necesita impulsos: sin ellos, se disipa. Por ese motivo es casi imposible mantener una pauta de conciencia coherente fuera del cerebro, y por eso Boutin fue un genio al conseguirlo. Mi sospecha es que si la conciencia de Boutin estuviera allí dentro, ya se habrá estropeado, y sólo tienen ustedes un soldado más entre manos. Pero no hay forma de decir si está ahí o no. Su pauta sería subsumida por la conciencia del soldado Dirac.

—Si está ahí, ¿qué la despertaría?

—¿Me está pidiendo que especule? —preguntó Cainen. Sagan asintió—. El motivo por el que no se puede acceder en primer lugar a la conciencia de Boutin es porque el cerebro no tenía memoria ni experiencia. Tal vez a medida que su soldado Dirac vaya acumulando experiencias, una se acercará lo suficiente en su sustancia para abrir parte de esa conciencia.

—Y entonces se convertiría en Charles Boutin —dijo Sagan.

—Puede que sí. O puede que no. El soldado Dirac tiene ahora su propia conciencia. Su propio sentido del yo. Si la conciencia de Boutin despertara, no sería la única existente ahí dentro. Es cosa suya decidir si eso es bueno o malo, teniente Sagan. Yo no puedo decírselo, ni qué sucedería realmente si Boutin llegara a despertarse.

—Hay cosas que necesito que me diga usted.

Cainen emitió el equivalente raey a una risa.

—Consígame un laboratorio —dijo—. Entonces tal vez pueda proporcionarle algunas respuestas.

—Creí que había dicho que no nos ayudaría nunca.

Cainen volvió a usar el inglés.

—Mucho tiempo para pensar —dijo—. Demasiado tiempo. Las lecciones de lengua no son suficientes.

Luego, volvió a emplear el ckann.

—Y esto no les ayuda contra mi pueblo. Pero le ayuda a
usted.

—¿A mí? —dijo Sagan—. Sé por qué me ha ayudado esta vez: le he sobornado con el acceso al ordenador. ¿Por qué iba ayudarme en alguna otra cosa? Le hice prisionero.

—Y me inoculó una enfermedad que me matará si no recibo una dosis diaria del antídoto por parte de mis enemigos —dijo Cainen. Extendió la mano hacia la mesita que sobresalía en la pared de la celda y sacó un pequeño inoculador—. Mi medicina —dijo—. Me permiten que me la administre yo mismo. Una vez decidí no inyectarme, para ver si me dejaban morir. Sigo aquí, de modo que ésa es la respuesta. Pero antes me dejaron retorcerme por el suelo durante horas. Igual que hizo usted, ahora que lo pienso.

—Nada de esto explica por qué querría ayudarme.

—Porque usted se acordó de mí —dijo Cainen—. Para todos los demás, sólo soy uno de sus muchos enemigos, a quien apenas merece la pena darle un libro para que no se vuelva loco de aburrimiento. Un día podrían simplemente olvidarse de mi antídoto y dejarme morir, y les daría igual. Usted al menos ve mi valor. En este pequeñísimo universo donde vivo ahora, eso la convierte en mi mejor y única amiga, aunque sea mi enemiga.

Sagan se quedó mirando a Cainen, recordando su arrogancia la primera vez que lo vio. Ahora su aspecto era penoso y sumiso, y por un momento a Sagan le pareció que era la cosa más triste que había visto jamás.

—Lo siento —dijo, y le sorprendió que las palabras surgieran de su boca.

Otra risa raey por parte de Cainen.

—Estábamos planeando destruir a su pueblo, teniente —dijo—. Y puede que estemos haciéndolo todavía. No hace falta pedir disculpas.

Sagan no tenía nada que decir a eso. Envió una señal al oficial del penal para indicarle que estaba lista para marcharse; un guardia se acercó y esperó con su MP mientras se abría la puerta de la celda.

Mientras la puerta se deslizaba para cerrarse tras ella, Sagan se volvió hacia Cainen.

—Gracias por su ayuda. Le pediré un laboratorio.

—Gracias —dijo Cainen—. No me haré demasiadas ilusiones.

—Probablemente sea buena idea.

—Teniente —dijo Cainen—. Una sugerencia. ¿Su soldado Dirac participará en sus acciones militares?

—Sí.

—Vigílelo. Tanto en los humanos como en los raey, la tensión de la batalla deja marcas permanentes en el cerebro. Es una experiencia primaria. Si Boutin sigue allí dentro, puede ser la guerra lo que lo haga salir. Bien por sí misma o a través de una combinación de experiencias.

—¿Cómo sugiere que lo vigile en batalla? —preguntó Sagan.

—Ése es su terreno —dijo Cainen—. Excepto cuando me capturaron ustedes, nunca he estado en la guerra. No podría decírselo. Pero si le preocupa Dirac, es lo que yo haría si fuera usted. Los humanos tienen una expresión: «Mantén cerca a tus amigos y a tus enemigos todavía más cerca». Parece que su soldado Dirac podría ser ambas cosas. Yo lo mantendría muy cerca.

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