* * *
La
Milana
pilló dormido al crucero raey.
El impulso de salto era una tecnología peliaguda. Permitía hacer viajes interestelares, pero no propulsando las naves más rápido que la velocidad de la luz, cosa que era imposible, sino abriendo agujeros a través del espacio-tiempo y colocando las naves espaciales (o cualquier cosa equipada con un impulsor de salto) en el lugar que se le antojara dentro de ese universo a quien estuviera usando el impulso de salto.
(En realidad, esto no era exactamente cierto; a escala logarítmica, el viaje con impulsores de salto era menos fiable cuanto más espacio había entre el punto de inicio y el punto de destino. La causa de lo que se llamaba el «problema del horizonte del impulso de salto» no era comprendida del todo, pero sus efectos eran naves y tripulaciones perdidas.
Esto mantenía a los humanos y las otras razas que usaban el impulso de salto en el mismo «barrio» interestelar que sus planetas de origen: si una raza quería conservar el control de sus colonias, como querían casi todas, su expansión colonial se ceñía a la esfera definida por el horizonte del impulso de salto. En cierto sentido eso era una chorrada: gracias a la intensa competencia en busca de territorio en la zona donde vivían los humanos, ninguna raza inteligente, excepto una, tenía un alcance que se acercara a su propio horizonte de impulso de salto. La excepción eran los consu, cuya tecnología era tan avanzada respecto a la de las otras razas del espacio local que seguía debatiéndose si usaban la tecnología del impulso o no.)
Entre los muchos inconvenientes del impulso de salto que había que tolerar, si querías utilizarlo, estaban las condiciones que exigía para partir y llegar. Al partir, el impulso de salto necesitaba un espacio-tiempo relativamente «plano», lo cual significaba que la impulsión sólo podía activarse cuando la nave se hallaba fuera del pozo de gravedad de los planetas cercanos; esto requería viajar en el espacio usando motores. Pero una nave que usara el impulso de salto podía acercarse a un planeta tanto como quisiera…, incluso podía, teóricamente, llegar a la superficie de un planeta, si se disponía de un navegante lo suficientemente seguro de sus habilidades para lograrlo. Aunque aterrizar una nave en un planeta a través de la navegación con impulso de salto era algo que la Unión Colonial desaconsejaba oficialmente, las Fuerzas de Defensa Coloniales reconocían el valor estratégico de las llegadas repentinas e inesperadas.
Cuando la
Milana
llegó al planeta que sus colonos humanos llamaban Gettysburg, cobró existencia a un cuarto de segundo-luz del crucero raey, y con sus cañones duales de riel calientes y preparados para disparar. Los preparados artilleros de la
Milana
tardaron menos de un minuto en orientar y localizar al indefenso crucero, que sólo pudo intentar responder al final, y los proyectiles magnetizados necesitaron menos de dos minutos y un tercio para cubrir la distancia entre la
Milano,
y su presa. La sola velocidad de los proyectiles de riel fue más que suficiente para penetrar la piel de la nave raey y abrirse paso por su interior como una bala a través de mantequilla, pero los diseñadores de los proyectiles no se habían contentado con eso: los proyectiles mismos estaban diseñados para expandirse de manera explosiva al menor contacto con la materia.
Una infinitésima fracción de segundo después de que los proyectiles penetraran la nave raey, se fragmentaron, y sus añicos se desperdigaron locamente respecto a su trayectoria inicial, convirtiendo el proyectil en la recortada más rápida del universo. El gasto de energía necesario para cambiar estas trayectorias era por supuesto inmenso y refrenaba los añicos de manera considerable. Sin embargo, los añicos tenían energía de sobra, y cada uno de ellos tuvo aún bastante tiempo para dañar la nave raey antes de salir del crucero herido e iniciar un largo viaje sin fricción a través del espacio.
Debido a las posiciones relativas de la
Milano,
y el crucero raey, el primer proyectil golpeó el crucero a proa y estribor; los fragmentos de este proyectil se extendieron en diagonal y hacia arriba, perforando de manera no muy limpia varios niveles de la nave y convirtiendo a varios miembros de la tripulación raey en bruma ensangrentada. El orificio de entrada de este proyectil fue un claro círculo de diecisiete centímetros de ancho; el orificio de salida fue un agujero irregular de diez metros de ancho que arrastró un puñado de metal, sangre y atmósfera al vacío.
El segundo proyectil entró un poco por detrás del primero, siguiendo una trayectoria paralela, pero no llegó a fragmentarse; su orificio de salida fue sólo sensiblemente más grande que el de entrada. Compensó su fracaso destruyendo uno de los motores de la nave raey. Los controles de daños automáticos del crucero echaron los mamparos, aislando el motor dañado, y desconectaron los otros dos motores para evitar un fallo en cascada. La nave raey pasó a utilizar la energía de emergencia, que ofrecía sólo un mínimo de opciones ofensivas y defensivas, ninguna de las cuales sería efectiva contra la
Milana.
La
Milana,
con su propia energía parcialmente agotada (pero recargándose) por el uso de los cañones de riel, selló la acción lanzando cinco misiles nucleares tácticos convencionales contra el crucero raey. Tardaron más de un minuto en alcanzarlo, pero la
Milana
ahora podía permitirse el lujo de tomarse su tiempo. El crucero era la única nave raey en la zona. Un pequeño estallido surgió de la nave raey: el crucero condenado lanzaba una sonda de impulso, diseñada para llegar rápidamente a distancia de salto y comunicar al resto del ejército raey lo que le había sucedido. La
Milana
lanzó un sexto y último misil contra la sonda, para alcanzarla y destruirla a menos de diez mil kilómetros del punto de salto. Para cuando los raey se enteraran del destino de su crucero, la
Milana
estaría a años luz de distancia.
Poco después el crucero raey fue un campo de escombros en expansión, y la teniente Sagan y su Segundo Pelotón recibieron permiso para iniciar su parte de la misión.
* * *
Jared trataba de calmar los nervios de la primera misión y el leve temor causado por las sacudidas del transporte de tropas al descender a la atmósfera de Gettysburg, intentando no distraerse y concentrar sus energías. Daniel Harvey, sentado junto a él, se lo ponía difícil.
:::Malditos colonos montunos —dijo Harvey, mientras el transporte de tropas surcaba la atmósfera—. Van por ahí fundando colonias ilegales y luego nos vienen llorando cuando otra puñetera especie se les sube a las barbas.
:::Relájate, Harvey —dijo Alex Roentgen—. Vas a acabar con jaqueca.
:::Lo que quiero saber es cómo estos cabrones consiguen llegar a estos sitios —dijo Harvey—. La Unión Colonial no los trae aquí. Y no se puede ir a ninguna parte sin su aprobación.
:::Pues claro que se puede —repuso Roentgen—. La UC no controla todos los viajes interestelares, sólo los que hacen los humanos.
:::Estos colonos son humanos, Einstein —contestó Harvey.
:::Eh —dijo Julie Einstein—. A mí no me metáis por medio.
:::Es sólo una expresión, Julie —dijo Harvey.
:::Los colonos son humanos, pero la gente que los transporta no, idiota —dijo Roentgen—. Los colonos montunos alquilan el transporte a los alienígenas con los que la UC comercia, y los alienígenas los llevan adonde quieren ir.
:::Qué estupidez —dijo Harvey, y miró al pelotón en busca de apoyo. La mayoría de los miembros del pelotón descansaba con los ojos cerrados o evitaba cuidadosamente la discusión. Harvey tenía fama de ser un peleón testarudo—. La UC podría impedirlo si quisiera. Podría pedir a los alienígenas que dejaran de admitir pasajeros montunos. Eso nos ahorraría tener que arriesgarnos a que nos volaran el culo.
Desde el asiento de delante, Jane Sagan volvió la cabeza hacia Harvey.
:::La UC no quiere detener a los colonos montunos —dijo, con tono aburrido.
:::¿Por qué demonios no? —preguntó Harvey.
:::Crean problemas. El tipo de persona que desafía a la UC e inicia una colonia por su cuenta es el tipo de persona que podría crear problemas en casa si no se le permitiera marcharse. La UC considera que no merece la pena molestarse. Así que los dejan marchar, y miran para otro lado. Luego van por libre.
:::Hasta que se meten en problemas —rezongó Harvey.
:::Normalmente incluso entonces —dijo Sagan—. Los renegados saben dónde se meten.
:::¿Entonces qué hacemos nosotros aquí? —dijo Roentgen—. No es que me ponga de parte de Harvey, pero son colonos montunos.
:::Ordenes —dijo Sagan, y cerró los ojos, poniendo fin a la discusión. Harvey bufó y estaba a punto de replicar cuando las turbulencias se volvieron de pronto especialmente intensas.
:::Parece que los raey del terreno acaban de descubrir que estamos aquí arriba —dijo Chad de Asís desde el asiento del piloto—. Tenemos tres misiles más de camino. Aguantad, voy a intentar quemarlos antes de que se acerquen demasiado.
Varios segundos después llegó un lento y sólido zumbido: el máuser de defensa del transporte disparó para encargarse de los misiles.
:::¿Por qué no nos cargamos a estos tipos desde la órbita? —dijo Harvey—. Hemos hecho eso antes.
:::Hay humanos ahí abajo, ¿no? —dijo Jared, aventurándose a hacer un comentario—. Supongo que queremos evitar usar tácticas que pudieran hacerles daño o matarlos.
Harvey dirigió a Jared una brevísima mirada y luego cambió de tema.
Jared miró a Sarah Pauling, quien se encogió de hombros. En la semana que llevaban destinados en el Segundo Pelotón, la palabra que describía mejor sus relaciones era
gélidas.
Los otros miembros del pelotón se mostraban amables cuando no tenían más remedio, pero por lo demás los ignoraban a ambos siempre que les era posible. Jane Sagan, la oficial superior del pelotón, les hizo saber brevemente que era el tratamiento típico hacia los nuevos reclutas hasta su primera misión de combate.
:::Soportadlo —dijo, y regresó a su trabajo.
Jared y Pauling se sentían incómodos. Ser ignorados de manera casual era una cosa, pero a los dos se les negaba también la plena integración con el pelotón. Estaban levemente conectados y usaban una banda común para discutir y compartir información referida a la misión, pero no había nada parecido a la íntima complicidad que habían compartido con su escuadrón de instrucción. Jared miró a Harvey, y no por primera vez se preguntó si la integración era simplemente una herramienta de entrenamiento. Si lo era, parecía cruel ofrecérsela a la gente sólo para retirarla más tarde. Pero había visto pruebas de integración que sugerían un diálogo común no hablado y una conciencia sensorial más allá de los propios sentidos. Jared y Pauling la anhelaban, pero también sabían que su carencia era una prueba para ver cómo respondían.
Para combatir la falta de integración con su pelotón, la integración de Jared y Pauling era defensivamente íntima; se pasaban tanto tiempo en la cabeza del otro que al final de la semana, a pesar del afecto que se tenían, estaban casi hartos. Descubrieron que existía algo que podía llamarse demasiada integración. Los dos diluyeron un poco su compartir invitando a Steven Seaborg a integrarse con ellos de manera informal. Seaborg, que recibía el mismo frío tratamiento en el Primer Pelotón pero no tenía compañeros de instrucción que le hicieran compañía, se sintió casi patéticamente agradecido por el ofrecimiento.
Jared miró a Jane Sagan y se preguntó si la líder del pelotón toleraría que él y Sarah no estuvieran integrados durante la misión; parecía peligroso. Para Pauling y él, al menos.
Como en respuesta a sus pensamientos, Sagan lo miró y entonces habló.
:::Misiones —dijo, y envió un mapa de la diminuta colonia de Gettysburg al pelotón, con las misiones superpuestas—. Recordad que vamos a barrer y limpiar. No ha habido ninguna actividad de cápsulas de impulsión, así que o están todos muertos o los han encerrado en algún sitio donde no pueden enviar ningún mensaje. La idea es eliminar a los raey con un mínimo de daños estructurales a la colonia. Eso quiere decir
mínimo,
Harvey —añadió, mirando significativamente al soldado, quien se agitó incómodo—. No me importa volar las cosas cuando es necesario, pero todo lo que destruyamos será algo menos que tengan esos colonos.
:::¿Qué? —dijo Roentgen—. ¿Está sugiriendo en serio que dejaremos a esa gente quedarse aquí si siguen con vida?
:::Son montunos —respondió Sagan—. No podemos obligarlos a actuar de manera inteligente.
:::Bueno, sí que podríamos obligarlos —dijo Harvey.
:::No lo haremos. Tenemos gente nueva que proteger bajo nuestras alas. Roentgen, eres responsable de Pauling. Yo me encargo de Dirac. Los demás, en grupos de a dos. Aterrizaremos aquí.
Una pequeña zona de aterrizaje se iluminó.
:::Y os dejaré usar vuestra propia creatividad para llegar adonde necesitéis. Acordaos de anotar vuestras inmediaciones y la situación del enemigo: estáis explorando por todos nosotros.
:::O al menos de algunos de nosotros —le dijo Pauling en privado a Jared. Entonces los dos sintieron el sensual arrebato de la integración, la hiperconciencia de tener muchos puntos de vista superpuestos sobre el propio. Jared se esforzó por controlar un jadeo.
:::No te vayas a manchar —dijo Harvey, y hubo un toque de risas en el pelotón. Jared lo ignoró y bebió de la
gestalt
emocional e informativa ofrecida por los compañeros del pelotón: la confianza en sus habilidades para enfrentarse a los raey; un sustrato de planificación previa para los destinos de esa misión; una tensa y sutilmente expectante excitación que parecía tener poco que ver con el combate que se avecinaba; una sensación común compartida de que intentar mantener las estructuras intactas era inútil, ya que sin duda los colonos estarían ya muertos.
* * *
:::Detrás de vosotros —oyó Jared decir a Sarah Pauling, y Jane y él se volvieron y dispararon mientras recibían las imágenes y los datos, desde el lejano punto de vista de Pauling, de tres soldados raey que se movían de manera silenciosa pero visible alrededor de un pequeño edificio para emboscar a la pareja. Los tres recibieron una ráfaga de balas de Jared y Sagan; uno cayó muerto mientras los otros dos se separaban y echaban a correr en direcciones distintas.