La voz de las espadas (32 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

BOOK: La voz de las espadas
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—¿Lo que quiero? —preguntó Glokta acercándose a él como si fuera a hacerle una confidencia.

—Sí. No se haga de rogar. ¿Qué es lo que quiere? —Hornlach le sonreía con una sonrisita tímida, coqueta, astuta.
Vaya una idea más peregrina, pero tu dinero no te va a sacar de ésta
.

—Quiero que me devuelva mis dientes.

Al mercader se le empezó a borrar la sonrisa del rostro.

—Quiero que me devuelva mi pierna.

Hornlach tragó saliva.

—Quiero que me devuelva la vida.

El prisionero se había puesto extremadamente pálido.

—¿No puede? En tal caso, tal vez me conforme con que me dé su cabeza ensartada en un palo. No tiene ninguna otra cosa que pueda interesarme, por mucho fondo que tengan sus bolsillos —Hornlach ya había empezado a temblar un poco.
¿Se acabaron ya las bravatas? ¿Se acabaron los tratos? Muy bien, entonces podemos empezar
. Glokta cogió un papel que tenía delante de él y leyó la primera pregunta—. ¿Cuál es su nombre?

—Escuche, Inquisidor, yo... —Frost descargó un puñetazo en la mesa y Hornlach se encogió en su silla aterrorizado.

—¡Cabrón hijo de puta, responde a la pregunta! —le aulló Severard a la cara.

—Gofred Hornlach —chilló el mercader.

Glokta asintió con la cabeza.

—Bien. ¿Es usted un miembro destacado del Gremio de los Sederos?

—¡Sí, sí!

—¿Uno de los adjuntos del Maestre Kault, de hecho?

—¡Bien lo sabe usted!

—¿Ha conspirado junto con otros Sederos para defraudar a la Hacienda de Su Majestad el Rey? ¿Contrató a un asesino con el expreso propósito de que acabara con la vida de diez súbditos de Su Majestad? ¿Le ordenó Coster dan Kault, Maestre del Gremio de los Sederos, que lo hiciera?

—¡No! —gritó Hornlach con un estridente tono de pánico.
No es ésa la respuesta que buscamos
. Glokta se volvió hacia el Practicante Frost. El enorme puño del albino se hundió en las tripas del mercader, que lanzó un leve suspiro y se resbaló hacia un lado de la silla.

—Mi madre tiene perros, ¿sabe? —dijo Glokta.

—Perros —bisbiseó Severard al oído del mercader mientras lo volvía a colocar recto en la silla.

—Los adora. Les enseña todo tipo de trucos —Glokta frunció los labios— ¿Sabe cómo se educa a un perro?

Hornlach seguía aovillado en la silla con los ojos vidriosos e incapaz de hablar por el momento.
Aún se encuentra como un pez al que acaban de sacar del agua. Abre y cierra la boca, pero no consigue emitir ningún sonido
.

—Haciéndole repetir las cosas —dijo Glokta—. Repite, repite, repite. Tienes que hacer que el perro repita cien veces el mismo truco y luego hacer que lo repita otras cien veces más. Todo consiste en hacerle repetir las cosas. Y si además quieres que el perro sólo ladre cuando tú se lo ordenes, entonces no debes de escatimar el uso del látigo. Quiero que ladre para mí ante el Consejo Abierto, Hornlach.

—¡Está loco —gritó el sedero mirando a su alrededor—, todos ustedes están locos!

Glokta le miró con una sonrisa vacua.

—Si eso le hace ilusión. Si eso le sirve de consuelo, considérelo así —luego volvió la vista al papel que tenía en la mano—. ¿Cuál es su nombre?

El prisionero tragó saliva.

—Gofred Hornlach.

—¿Es usted un miembro destacado del Gremio de los Sederos?

—Sí.

—¿Uno de los adjuntos del Maestre Kault, de hecho?

—¡Sí!

—¿Ha conspirado junto con otros Sederos para defraudar a la Hacienda de Su Majestad el Rey? ¿Contrató a un asesino con el expreso propósito de que acabara con la vida de diez súbditos de Su Majestad? ¿Le ordenó Coster dan Kault, Maestre del Gremio de los Sederos, que lo hiciera?

Hornlach miró desesperado a su alrededor. Frost le devolvió la mirada. Y Severard hizo otro tanto.

—¿Y bien? —inquirió Glokta.

El mercader cerró los ojos.

—Sí —gimió.

—¿Cómo ha dicho?

—¡Sí!

Glokta sonrió.

—Estupendo. Ahora, dígame, ¿cuál es su nombre?

Té y venganza

—Hermosa comarca, ¿no le parece? —preguntó Bayaz mientras contemplaba el agreste páramo que se extendía a ambos lados del camino.

El lento golpear de las pezuñas de sus caballos marcaba un ritmo monótono que contrastaba vivamente con el estado de inquietud de Logen.

—¿Sí?

—Bueno, desde luego que se trata de una comarca dura para quien no sepa cómo se las gasta. Una comarca dura e implacable. Aunque no exenta de cierta nobleza —el Primero de los Magos abarcó con un brazo el paisaje y aspiró con fruición una bocanada de aire fresco—. Posee honestidad, integridad. El mejor acero no siempre es el que más brilla —balanceándose suavemente sobre la silla, miró a Logen—. Usted debería saberlo.

—La verdad, yo no veo esa belleza.

—¿Ah, no? ¿Y qué es lo que ve?

Logen dejó que sus ojos vagaran por las empinadas laderas de hierba, salpicadas de matas de juncia y tojo y tachonadas de peñascos y pequeñas arboledas.

—Veo un buen terreno para una batalla. A condición de que sea uno el primero en llegar.

—¿De veras? ¿Y eso por qué?

Logen señaló la abrupta cima de una colina.

—Un grupo de arqueros que se situara entre esos riscos no podría ser visto desde el camino, y en esas rocas de allá se podría ocultar también la mayor parte de los soldados de a pie. Un grupo de infantería ligera se dispondría en las laderas, para que atrajeran al enemigo hacia esas pendientes de ahí.

Logen señaló las espinosas matas que cubrían las laderas más bajas.

—Habría que dejarles avanzar un trecho y, luego, cuando se estuvieran abriendo paso entre esa maraña de tojos, empezarían a lloverles las flechas. Una flecha que cae desde arriba no es para tomársela a broma. Cae con más fuerza, alcanza más lejos y se clava más hondo. Eso haría que se dispersaran. Para cuando hubieran alcanzado las rocas estarían muertos de cansancio y con la disciplina seriamente mermada. Ése sería el momento de cargar contra ellos. Un destacamento de Caris de refresco que saliera de esas rocas, cargando desde arriba, llenos de entusiasmo y gritando como demonios bastaría para acabar con ellos.

Logen entornó los ojos y miró la ladera de la colina. Había experimentado ese tipo de encerronas en ambos lados, y en ninguno de los dos casos el recuerdo que guardaba de ellas era grato.

—Pero si siguieran con ánimo de resistir, unos cuantos jinetes que salieran de esos árboles de allí los liquidarían. Un pequeño grupo de los Mejores Guerreros, unos cuantos hombres curtidos surgidos de donde menos se espera sembrarían el pánico. Eso los pondría en desbandada. Pero con el cansancio que llevarían encima, no podrían correr demasiado rápido. Lo cual significa que se harían prisioneros, y los prisioneros significan rescates o, al menos, unos enemigos a los que se puede matar a bajo coste. Dependiendo del bando que le haya tocado a uno, veo una carnicería o una batalla digna de ser cantada. Eso es lo que veo.

Bayaz sonrió asintiendo con la cabeza con el ritmo pausado que le marcaba el caballo.

—¿No fue Stolicus quien dijo que un general tiene que hacer del terreno su mejor aliado porque, en caso contrario, se convertirá en su peor enemigo?

—Nunca había oído hablar de él, pero tenía mucha razón. Éste es buen terreno para un ejército, siempre y cuando consiga llegar primero. Ésa es la clave, llegar primero.

—Sin duda. Pero nosotros no tenemos ejército.

—Esos árboles son mucho mejores para ocultar detrás un grupo de jinetes pequeño que uno grande —Logen miró de reojo al mago. Estaba tranquilamente inclinado en la silla de montar, disfrutando de un grato paseo a caballo por el campo—. No creo que a Bethod le haya hecho mucha gracia su consejo, y conmigo ya tiene varias cuentas pendientes. Está herido donde más le duele: en su orgullo. Querrá vengarse. Querrá vengarse a toda costa.

—Ah, la venganza es el pasatiempo más extendido en el Norte. Su popularidad jamás decrece.

Logen contempló con gesto sombrío los árboles, las rocas, los pliegues de las laderas del valle, los numerosos lugares que podían servir de escondite.

—En esas colinas habrá gente buscándonos. Pequeños grupos de hombres diestros y curtidos en mil batallas, provistos de buenas monturas y buenas armas y grandes conocedores del terreno. Ahora que Bethod ha liquidado a todos sus enemigos, no hay ni un solo lugar del Norte que escape a su control. Podrían estar acechándonos allí —Logen señaló un grupo de rocas que había junto al camino—, o tras esos árboles, o en esos otros de más allá —Malacus Quai, que cabalgaba delante de ellos con el caballo de carga, miró nervioso a su alrededor—. Podrían estar en cualquier parte.

—¿Eso le asusta? —preguntó Bayaz.

—Todo me asusta, y menos mal que es así. El miedo es el mejor amigo del fugitivo, gracias a él me he mantenido con vida durante todo este tiempo. Los muertos no le temen a nada, y yo no tengo ningún interés en unirme a ellos. También mandará un destacamento a la biblioteca.

—Oh, sí, para quemarme los libros y todas esas cosas.

—¿Eso le asusta?

—No mucho. Las piedras de la entrada tienen grabadas las palabras de Juvens, y eso es algo que ni siquiera en estos tiempos puede pasarse por alto. Nadie que tenga la intención de cometer actos violentos puede acercarse a ellas. Los hombres de Bethod vagarán por el entorno del lago hasta que se les acaben las provisiones, preguntándose una y otra vez cómo es posible que no consigan dar con una cosa tan grande como una biblioteca. No —dijo alegremente el mago rascándose la barba—, creo que sólo debemos preocuparnos de nuestros propios apuros. ¿Qué cree usted que ocurrirá si nos capturan?

—Que Bethod nos matará, y de la forma más desagradable que se le ocurra. A no ser que haya decidido mostrarse clemente y nos deje marchar con una simple advertencia.

—Lo cual no parece muy probable.

—Yo diría que no. La mejor opción es dirigirse al Torrente Blanco, tratar de cruzar el río para llegar a Angland y confiar en que tengamos la suerte de que no nos vean —no le gustaba tener que confiarse a la suerte, el mero hecho de pronunciar esa palabra le dejaba un regusto amargo en la boca. Logen levantó la vista y miró el cielo encapotado—. Un poco de mal tiempo no nos vendría nada mal. Un buen chaparrón bastaría para ocultarnos —el cielo llevaba meses orinándosele encima y ahora que necesitaba que lloviera no le daba la gana de soltar ni una sola gota.

Malacus Quai volvió la cabeza, sus ojos estaban dilatados con una expresión de honda inquietud.

—¿No sería mejor que fuéramos un poco más deprisa?

—Tal vez —dijo Logen palmeando el cuello de su montura—, pero eso cansaría a los caballos, y puede que más adelante necesitemos toda la velocidad que nos puedan proporcionar. Podríamos ocultarnos durante el día y viajar de noche, pero entonces correríamos el riesgo de perdernos. Será mejor seguir como hasta ahora —Logen oteó con expresión ceñuda la cima de la colina—. Esperemos que no nos hayan visto todavía.

—Hummm —musitó Bayaz—, tal vez haya llegado el momento de que le diga una cosa. La bruja esa, Caurib, no es ni mucho menos esa idiota que yo intenté que pareciera.

A Logen se le cayó el alma a los pies.

—¿No?

—No. Pese a su maquillaje, su oro y su cháchara sobre los confines del Norte, sabe lo que se hace. El ojo largo, lo llaman. Es un viejo truco, pero muy eficaz. Nos ha estado vigilando.

—¿Sabe dónde estamos?

—Sabe cuando partimos, eso es casi seguro, y sabe qué dirección hemos tomado.

—Lo cual reduce bastante nuestras posibilidades de salir con bien de ésta.

—Eso creo yo.

—Mierda —Logen advirtió un movimiento en un grupo de árboles que tenían a su izquierda y su mano se cerró con fuerza sobre la empuñadura de la espada. Una pareja de pájaros remontó el vuelo. Aguardó unos instantes con el corazón en un puño. Nada. Luego soltó la mano—. Deberíamos haber acabado con ellos cuando se nos presentó la oportunidad. Con los tres.

—Pero el caso es que no lo hicimos —Bayaz miró a Logen—. Si al final nos encuentran, ¿cuál es su plan?

—Salir pitando. Y confiar en que nuestros caballos sean más rápidos que los suyos.

—¿Y ésta? —preguntó Bayaz.

A pesar de estar rodeada de árboles, el viento soplaba con fuerza en la hondonada, haciendo bailotear las llamas de la hoguera. Malacus Quai encogió los hombros y se arropó con la manta. Luego, arrugando la frente en un gesto de concentración, miró atentamente el pedúnculo que Bayaz sostenía en alto delante de sus ojos.

—Hummm.. —aquélla era la quinta planta que le mostraba, y el desdichado aprendiz aún no había acertado ni una— ¿ilyth... tal vez?

—¿Ilyth? —repitió el mago, sin que su semblante dejara traslucir si era la respuesta correcta. En el trato con sus aprendices se mostraba tan implacable como Bethod.

—¿Tal vez?

—Ni parecida —el aprendiz cerró los ojos y exhaló el quinto suspiro de la noche. Logen lo sentía por él, lo sentía de verdad, pero bien poco podía hacer—. Ursilum, en la antigua lengua, de la variedad de hojas redondeadas.

—Ah, sí, claro, Ursilum, lo tenía en la punta de la lengua.

—Dado que tenía el nombre en la punta de la lengua, seguro que los usos de la planta no pueden andar muy lejos, ¿eh?

El aprendiz entornó los ojos y miró al cielo nocturno, como si esperara encontrar la respuesta escrita en las estrellas.

—Es para... ¿el dolor de articulaciones?

—Ciertamente, no. Me temo que sus doloridas articulaciones van a seguir dándole a usted la lata —Bayaz hizo girar lentamente el tallo entre sus dedos—, el Ursilum no tiene ningún uso, que yo sepa. No es más que una vulgar planta —y, dicho aquello, la arrojó entre los arbustos.

—Una vulgar planta —repitió Quai, sacudiendo la cabeza. Logen suspiró y se restregó sus fatigados ojos.

—Lo siento, maese Logen, ¿le aburrimos?

—¿Qué sentido tiene esto? —preguntó Logen alzando las manos— ¿A quién puede importarle conocer el nombre de una planta que no tiene ninguna utilidad?

Bayaz sonrió.

—Interesante observación. Díganos, Malacus, ¿qué sentido tiene esto?

—Quienquiera que aspire a transformar el mundo, antes deberá comprenderlo —el aprendiz soltó las palabras de carrerilla, como si se las supiera de memoria, y manifiestamente satisfecho de que por fin le hicieran una pregunta que se sabía—. El herrero debe conocer el comportamiento de los metales, y el carpintero el de las maderas, porque, de no ser así, su trabajo carecerá de valor. La magia pura es incontrolable y peligrosa, pues proviene del Otro Lado, y todo lo que proviene del mundo inferior conlleva innumerables riesgos. Los Magos atemperan la magia con el conocimiento, y de ahí surge el Gran Arte; pero, al igual que el herrero y el carpintero, sólo deben intentar modificar aquello cuyo comportamiento comprenden. Con cada nuevo conocimiento que adquieren aumenta su poder. Y de ahí que los Magos deban esforzarse por aprenderlo todo, para así llegar a comprender el mundo en su totalidad. Un árbol es tan fuerte como lo sea su raíz, y el conocimiento es la raíz de todo poder.

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