—No hay nada que nos permita afirmar o desmentir esa hipótesis —admitió Kriven.
—Salvo que no eran pacientes de Alexis —intervino Nico—. Para asegurarnos, basta con verificar su agenda de los últimos meses. David, ¿has cronometrado los trayectos entre la consulta y los pisos de las víctimas? ¿Sabemos el tiempo de que disponía el doctor Perrin, teniendo en cuenta la cancelación de sus citas?
—Lo siento mucho pero eso no exculpa a tu cuñado. Habría podido hacer el recorrido de ida y vuelta en cada caso y reanudar sus consultas después. Encaja en términos de tiempo. Lo lamento, Nico… Además, los nombres de los pacientes que no se presentaron a las citas son falsos. Esas personas no existen. Nombres falsos, direcciones falsas.
—Perrin pudo inventárselos —comentó el juez.
—Pero fue la secretaria quien gestionó las citas por teléfono —respondió abruptamente Kriven, contento de poder ayudar a Nico—. Lo he verificado. Es una joya, lo apunta todo: día y hora de la llamada, nombres de los pacientes.
—¿Habría podido disfrazar su voz y telefonear él mismo a la secretaria? —preguntó el juez.
—Todo es posible —intervino Cohen—. Pero Nico responde de Perrin y no debemos perder tiempo siguiendo una pista falsa. No olvidemos que apunta directamente a Nico, el último mensaje lo demuestra. Deberíamos indagar entre los criminales sexuales detenidos por Nico y liberados después. La venganza puede ser una razón suficiente para atacarlo.
—Por supuesto, no debe descuidarse nada —aprobó el juez Becker—. No obstante, quiero interrogar al doctor Alexis Perrin hoy por la mañana.
—He tomado la iniciativa de ponerlo, con su familia, bajo protección policial —continuó Nico.
—No veo ningún inconveniente, has hecho bien —concedió Cohen.
—Si me permiten —prosiguió Kriven—. El equipo ya ha descubierto citas falsas en la libreta del doctor Perrin para los próximos días.
—¿Y el primer paciente de la tarde? —interrogó Nico, con inquietud en la voz.
—Una paciente —precisó Kriven—. Hoy y el viernes.
—¿Y sabes de quién se trata? ¿Te has puesto en contacto con ella?
—No te va a gustar, Nico…
—¿Qué pasa ahora? —masculló Cohen, a quien le resultó difícil ocultar su impaciencia.
—A las dos de la tarde de hoy, el doctor Perrin recibe a una tal Sylvie Sirsky —respondió Kriven—. Es la ex mujer de Nico… ¡La he llamado y nunca ha concertado una cita!
—¡Mierda! —soltó Nico con tono iracundo, golpeando la mesa con el puño.
—¿Se ajusta a los criterios físicos del asesino? —interrogó Alexandre Becker.
—¡En términos generales sí!
—Entonces ponedla bajo vigilancia —prosiguió el juez.
Nico lo miró fijamente y leyó en sus ojos un atisbo de compasión. La reacción le sorprendió; tal vez Becker era más sensible de lo que aparentaba. Su estima por él aumentó ligeramente.
—El juez Becker tiene razón —insistió Cohen—. Pon a tu ex y a tu hijo bajo la protección de la policía. El asesino parece que quiere ensañarse contigo, pero sin que conozcamos la razón.
—Bueno, tenemos trabajo, el día será largo. Comisario de división Sirsky, ¿podríamos ponernos en contacto a primera hora de la tarde para hacer balance? —interrogó el juez.
—Estoy a su disposición. Para poner fin a esta entrevista, escucharemos a Dominique Kreiss, que ha vuelto a trazar para nosotros el perfil psicológico del asesino…
—Tengo mucha curiosidad por oír la opinión de la señorita Kreiss —aceptó Alexandre Becker con un tono en el que se traslucía la ironía.
La profesión de perfilador todavía no era reconocida y admitida por todos. Nico lo lamentaba, pero estaba seguro de que la tendencia se invertiría rápidamente. Estaba convencido de que un mayor conocimiento de la psicología de los criminales permitiría comprender mejor sus móviles y ayudaría a resolver las investigaciones.
—A riesgo de repetirme, recordaré las características comunes de las tres víctimas —comenzó Dominique, sin dejarse influir por el ostensible desprecio del juez de instrucción—. Para empezar, nuestro asesino en serie, un meticuloso obsesivo, se ha decantado por víctimas de físico y perfil similares. Cuando les amputa los pechos, se venga de su madre. Muy probablemente se trata de un hombre blanco: con frecuencia se asesina en la propia etnia. Entre veinticinco y cuarenta años, inteligente, organizado, conoce las técnicas policiales y sabe diseccionar y suturar los tejidos humanos. También están los mensajes que nos deja con connotaciones bíblicas: «7 días, 7 mujeres» pone en tela de juicio el descanso del domingo. Y el de: «Nico, perseguí a mis enemigos, el domingo quedarás abatido bajo mis pies» nos remite al salmo 18, versículo 38: «Perseguí, alcancé a mis enemigos, no me volví hasta que fueron aniquilados», y al versículo 39: «Los derroté y no pudieron rehacerse, quedaron abatidos bajo mis pies». Su mensaje es un compendio de los dos.
—Además del hecho de que tiene una buena cultura bíblica, ¿qué nos dice eso? —interrogó el juez Becker.
—Nada demasiado preciso —admitió Dominique Kreiss—. Sólo la idea de que nuestro hombre se ha refugiado detrás de los textos para ocultar su confusión y justificar sus objetivos criminales. Tengo la sensación de que nuestro asesino es un hombre cultivado, pero que no es un verdadero creyente.
—¿En qué te basas para decir eso? —replicó Nico.
—Un creyente convencido sentiría demasiado respeto por los textos para modificarlos y utilizarlos a su antojo. A él le trae sin cuidado y desafía a Dios a impedírselo.
—También tenemos los treinta latigazos. Eso debe significar necesariamente alguna cosa precisa. Si lo averiguamos, puede llevarnos hasta él.
—¿Una fecha de aniversario? —aventuró Dominique Kreiss.
—¿Por qué no? Hace treinta años, ¿ocurrió tal vez un acontecimiento importante que modificó el curso de su vida?
—¿Quizá le cortó el rabo a una lagartija o ahogó a su gato? —intervino Kriven—. ¡Es como buscar una aguja en un pajar!
—Tienes razón —prosiguió Nico—. Sin duda se trata de un fenómeno ínfimo cuyo rastro nunca encontraremos, pero que ha condicionado al asesino. Sin embargo, no debemos olvidar el simbolismo que representan esos treinta latigazos. Hay que buscar e indagar en el pasado. Kriven, puesto que tienes una mirada crítica sobre la cuestión, tú te encargarás de ello. Consulta los periódicos de la época; quizá apareció en la página de sucesos…
David Kriven suspiró, y luego asintió.
—No necesito deciros que se trata de una carrera contra reloj —declaró Nico dirigiéndose a sus hombres—. Hoy el asesino se dispone a matar a una cuarta víctima.
—Y tenemos hasta el domingo —precisó el juez Becker—. Después de ese día, el asesino podría escapársenos definitivamente.
—Sería mejor detenerlo antes del domingo —concluyó Cohen.
Los rostros se volvieron hacia el director regional adjunto de la Policía Judicial.
—El domingo quizá sea a Nico a quien tenga en la línea de mira, no lo olvidemos —precisó con un tono lúgubre.
Las seis de la mañana. Nico entró en su despacho. Varios expedientes estaban colocados a la vista sobre su mesa de trabajo. Vio las fichas médicas y las fotos de las víctimas sacadas del ordenador de Alexis. Estaba todo, Kriven no había llevado esas pruebas a la reunión. Entendía el mensaje: su joven comandante no había querido ponerle las cosas más difíciles; a él le correspondía manejar la situación como estimase conveniente. Le perdonó este desliz en su conducta; sabía que podía contar con él en cualquier circunstancia y era reconfortante en una profesión de riesgo como la suya. Hizo una copia del expediente, metió el original en un sobre cerrado y ordenó a un agente que se lo llevase en el acto al juez Becker. Su conciencia se sintió inmediatamente aliviada. ¡Un criminal no lo empujaría a cometer una falta! A continuación organizó la protección de Sylvie y de su hijo enviando un equipo a su domicilio. Después marcó el número de teléfono de su ex mujer para ponerla en guardia. Una voz todavía somnolienta y un poco ronca le respondió.
—Sylvie, tengo algo importante que decirte y necesito que me prestes toda tu atención —dijo para despertarla.
La oyó mascullar. Sylvie tosió para aclararse la voz.
—¿Qué ocurre? —preguntó con un tono inquieto.
—Tengo entre manos un caso muy sórdido. El criminal que busco tiene la intención de tomarla con mi familia…
—¿Por eso hace un rato me ha llamado Alexis? Me ha preguntado si había concertado una cita con él para esta tarde…
—¿Y bien? —interrogó Nico, aunque ya conocía la respuesta.
—¡Desde luego que no! ¡Dejó de ser mi médico cuando mi marido me abandonó! ¡No era cuestión de seguir en familia!
—Sylvie…, no te «abandoné» y lo sabes.
Era una discusión que tenían regularmente. Sylvie siempre volvía a la carga, deformando la verdad al hacerse pasar por víctima. Ella se jactaba a menudo de haberse librado de los dos hombres que emponzoñaban su existencia, pero él sabía que en su interior se sentía dolida y que ese dolor la perseguiría hasta el final de su vida. Se había sentido traicionada por su propio hijo al estar convencida de que la quería menos que a su padre. Lo había intentado todo para tratar de arreglar la situación. Pero la herida de Sylvie era profunda y definitiva. Para él, seguía siendo la madre de su hijo y eso bastaba para guardarle respeto y gratitud. ¡Pero hoy debía hacer frente a otro problema mucho más urgente!
—Dentro de un rato, tú y Dimitri seréis puestos bajo vigilancia policial. Dos agentes te llamarán a la puerta, déjalos entrar. Y no te muevas de casa hasta nueva orden. Telefonea al colegio de Dimi y avísales que faltará el resto de la semana.
—¿«Hasta nueva orden»? ¿Me quedaré encerrada aquí varias semanas?
Como de costumbre, Sylvie pensaba primero en ella. Su egoísmo no tenía límites.
—El lunes todo debería estar resuelto, confía en mí.
—¿Tengo elección?
—Realmente no. ¿Quieres quedarte con Dimitri?
—Si no sale corriendo para ir contigo…
—¡Sylvie, no estoy bromeando!
—Espero a tus polis.
Su ex mujer colgó. Nico no reaccionó enseguida; el tono de la línea telefónica resonó todavía unos segundos en su oído. Pensó en Caroline, en su aparente dulzura, en la evidente sutileza de su mente; nada que ver con Sylvie. Imaginó su suave piel y el contacto de sus labios…
El comisario Rost y el comandante Kriven entraron en la consulta de Alexis Perrin. El médico, de unos cuarenta años, estatura media, la tez pálida y el cabello rubio, tenía la cara demacrada por el cansancio y la angustia. Marc Walberg, grafólogo de la policía científica, los acompañaba. Ordenaron a Perrin que se sentara y Walberg le dictó los dos mensajes del asesino. Con la mano izquierda, Alexis anotó las palabras en una hoja en blanco. Walberg sacó de su cartera las fotos que había tomado en el lugar de los crímenes. Se puso a comparar las dos escrituras: una a con una a, una b con una b y así sucesivamente. El especialista cogió unas recetas que había sobre el escritorio del médico escritas con anterioridad: la grafía concordaba con la del dictado. En todo caso, no tenía nada que ver con la del supuesto autor de los mensajes. La pregunta era entonces saber si el doctor Perrin había podido disfrazar la forma de sus letras. Si lo había hecho, no era en ese instante, sino al cometer los asesinatos. Sin embargo, de acuerdo con su análisis, Walberg encontraba la grafía del asesino coherente, natural y en absoluto disfrazada. Concluyó definitivamente que Alexis Perrin no era el autor de los mensajes. Lo que no quería decir que no fuese el asesino… Rost se puso en contacto inmediatamente con Nico para comunicárselo, mientras Kriven empezó a verificar la agenda electrónica del médico. Tenía que descubrir si había tenido citas con las tres víctimas en el pasado. Perrin afirmaba lo contrario, pero debía asegurarse de ello.
El comandante Théron entró en las dependencias del laboratorio de la policía científica de París, 3 del Quai de l’Horloge, en el distrito I. A pesar de lo temprano que era, los especialistas ya estaban trabajando, concentrados en sus tareas. El profesor Charles Queneau en persona salió a su encuentro. Era el director del laboratorio, y quería asumir su responsabilidad en una investigación que ocupaba la primera plana de los servicios de policía de la capital.
—Tenemos las conclusiones acerca de la cuerda —anunció el científico—. Diámetro, cabos, filamentos, color, todo es idéntico. Las ataduras que se emplearon para maniatar a las tres víctimas proceden de la misma muestra. En cuanto a las lentes de contacto, son de la misma marca y de las mismas dioptrías. El portador es hipermétrope. He recogido material genético en cada una de las lentes. Lo compararemos con el ADN de la víctima gracias a la técnica de la amplificación génica, que da excelentes resultados en pequeños indicios. Recibiréis nuestras conclusiones antes de veinticuatro horas. Aplicaremos el mismo procedimiento a los cabellos rubios que nos habéis traído esta noche. El doctor Tom Robin se encarga de ello.
Esta precisión significaba que el profesor Queneau había puesto a trabajar a sus mejores especialistas. Se tomaba el caso muy en serio y quería que se supiera. Théron asintió en señal de agradecimiento.
—La sangre tomada del espejo del cuarto de baño de la señora Chloé Bartes tiene un ADN que se corresponde con el de la víctima —prosiguió el profesor—. Lo siento, pero no hemos obtenido nada más.
—¡Mierda! Era lo que cabía esperar.
—No obstante, hemos descubierto un indicio en las zapatillas de la señora Trajan: restos de talco.
—¡¿Cómo?!
—¡Lo ha oído bien! Ese talco procede de Triflex. Es una marca de guantes quirúrgicos estériles. Vuestro hombre utilizó un par para coger las zapatillas. También hay talco en las fundas que contienen esos guantes. De hecho, una vez que se los han puesto, se aconseja a los médicos que retiren el exceso de polvo de manera eficaz y aséptica antes de operar.
—¿No podría ser talco de otra procedencia?
—Cada talco presenta características específicas. Los laboratorios médicos que fabrican los guantes quirúrgicos publican esas características. Así que no puede haber ninguna duda.
—¿Y es fácil conseguir esos guantes?
—Ese material es para profesionales, pero supongo que una persona motivada puede sustraer algunos ejemplares. Ultimo punto, acabamos de finalizar el estudio de los cabellos morenos. El interés de este examen de los cabellos está relacionado con el hecho de que, años después, todavía se detectan en ellos los restos de exposición a un montón de elementos extraños: los xenobióticos.