Vio que una sonrisa se extendía por la cara de Rasalom y supo que estaba respondiendo justamente como él lo esperaba, retrocediendo ante su amenaza final y quedando aún más cerca de la puerta de entrada. Trató de detenerse, de hacer que sus piernas se quedaran quietas, pero continuaban alejándola de las ratas.
Las oscuras paredes de piedra se cerraban sobre ella, ya estaba de regreso en el arco de la entrada. Uno o dos metros más y habría atravesado el umbral… y Rasalom quedaría suelto en el mundo.
Magda cerró los ojos y dejó de moverse.
Hasta aquí llegué
, se dijo.
Hasta aquí y no más
…
hasta aquí y no más
… repitiéndolo una y otra vez en la mente, hasta que algo le rozó el tobillo y se apartó velozmente. Algo pequeño y peludo. Otro. Luego, otro. Se mordió el labio para evitar gritar. ¡La empuñadura no funcionaba! ¡Las ratas la estaban atacando! Pronto estarían sobre ella.
Abrió los ojos empavorecida y Rasalom se encontraba ya más cerca, con los ojos sin fondo fijos en ella a través de la brumosa penumbra, su legión de muertos desplazándose en abanico a sus espaldas y las ratas unidas ante él. Estaba conduciendo a las ratas hacia adelante, forzándolas contra sus pies y tobillos. Magda sabía que iba a estallar y salir corriendo en cualquier momento… podía sentir el terror sobrecogedor crecer en su interior, listo para ahogar y alejar toda su decisión…
¡La empuñadura no está protegiéndome!
Comenzó a correr y de pronto se detuvo. Las ratas la rozaban pero no la mordían ni la arañaban. La tocaban y después corrían. ¡Era la empuñadura! Porque ella tenía la empuñadura, Rasalom perdía control sobre las ratas tan pronto como la tocaban. Magda encontró valor y se calmó.
No pueden morderme. No pueden tocarme por más de un instante.
Su más grande horror era que pudieran trepar por sus piernas. Ahora sabía que no podían. Se mantuvo firme otra vez.
Rasalom debió haber percibido esto. Frunció el ceño e hizo un movimiento con las manos.
Los cadáveres empezaron a moverse nuevamente. Se repartieron a su alrededor, y luego se reunieron formando una pared casi sólida de carne muerta, arrastrando los pies, tropezando, apiñándose hacia donde ella estaba y deteniéndose a unos cuantos centímetros. La miraban con la boca abierta, los rostros sin expresión y vidriosos los ojos vacíos. No había malevolencia en sus movimientos, ni odio ni un propósito real. ¡Pero estaban tan cerca! Si hubieran estado vivos, su aliento se habría condensado en su rostro. Pero así como estaban, unos cuantos de ellos olían como si ya hubiesen empezado a pudrirse.
Ella cerró los ojos nuevamente, luchando contra el peso que debilitaba sus rodillas y apretando la empuñadura contra sí.
…hasta aquí y no más… hasta aquí y no más… por Glaeken, por mí, por lo que queda de papá, por todos… hasta aquí y no más…
Algo pesado y frío chocó contra ella. Dio un paso atrás, gritando por la sorpresa y el disgusto. Los cadáveres más cercanos comenzaron a relajarse y a caer contra ella. Otro la golpeó y se vio empujada de nuevo. Se apartó y dejó que su masa fláccida se deslizara a su lado. Magda se dio cuenta de la intención de Rasalom; si no podía asustarla para que saliera de la fortaleza, entonces la empujaría, utilizando la masa física de su ejército muerto. Estaban teniendo éxito. Se hallaban a unos cuantos centímetros a su izquierda.
Cuando más cadáveres la presionaron hacia adelante, Magda hizo un movimiento desesperado. Tomó firmemente con ambas manos el mango de oro de la empuñadura y lo balanceó en un amplio arco, arrastrándolo contra la carne muerta de los que estaban más cerca de ella.
Brillantes relámpagos de luz y ruidos siseantes brotaron al contacto con los cuerpos; nubes de humo acre, blanco amarillento, se escaparon por sus fosas nasales… y los cadáveres se sacudían espasmódicamente y caían como marionetas con los hilos rotos. Dio un paso adelante, ondeando la empuñadura esta vez en un arco más amplio y de nuevo los relámpagos, el siseo y el súbito aflojamiento.
Hasta Rasalom retrocedió un paso.
Magda permitió que una sonrisa torva y ligera aflorara a sus labios. Ahora, por lo menos tenía lugar para respirar. Poseía un arma y estaba aprendiendo a usarla. Vio que la mirada de Rasalom se desviaba hacia la izquierda y buscó lo que atrajo su atención.
¡Papá! Había recuperado la conciencia y se hallaba de pie, apoyándose contra la pared del arco de la entrada. Sobrecogió a Magda ver el delgado hilo de sangre que escurría por un lado de su cara, sangre del golpe que ella le lanzara.
—¡Tú! —gritó Rasalom, señalando a papá—. ¡Quítale el talismán! ¡Se ha unido a nuestros enemigos!
Magda vio que su padre sacudía la cabeza y su corazón saltó con renovada esperanza.
—¡No! —afirmó papá con una voz que era un débil graznido y que, no obstante, se repitió en las paredes de piedra a su alrededor— ¡He estado mirando! Si lo que ella tiene es verdaderamente la fuente de tus poderes, no me necesitas para reclamarla. ¡Tómala tú mismo!
Magda sabía que nunca había estado tan orgullosa de su padre como en ese momento cuando se enfrentó a la criatura que tratara de despojarlo de su alma. ¡Y había estado tan cerca del éxito! Se limpió las lágrimas y sonrió, tomando fuerza de papá y devolviéndosela.
—¡Ingrato! —silbó Rasalom con la cara retorcida por la furia. ¡Me has fallado! Muy bien. Entonces, ¡bienvenido de regreso a tu enfermedad! ¡Goza con tu dolor!
Papá cayó de rodillas con un gemido ahogado. Sostuvo las manos frente a sí, mirando cómo se tornaban blancas y se cerraban de nuevo en la retorcida deformidad que hasta ayer las había vuelto inútiles. Su espina se curvó y cayó de bruces con un gemido. Lentamente, con la agonía fluyendo por cada poro, su cuerpo se dobló sobre sí mismo. Cuando terminó, quedó quejándose en una torcida y torturada parodia de la posición fetal.
Magda se adelantó hacia él gritando con horror:
—¡Papá! —casi podía sentir su dolor ella misma.
Sin embargo, él lo soportó todo sin pedir misericordia. Esto pareció incitar a Rasalom a ir más lejos. En medio de un coro de chillidos penetrantes, las ratas avanzaron como una ola parda que se deslizaba alrededor de papá y luego subía por él, desgarrándolo implacables con pequeños dientes afilados como navajas de afeitar.
Magda olvidó su repulsión y se apresuró a llegar a su lado, golpeando a las ratas con la empuñadura y dando palmetazos para retirarlas con la mano libre. Pero cada vez que alejaba a unas cuantas, más grupos de pequeñas mandíbulas se apresuraban para enrojecerse a sí mismas en la carne de papá. Ella gritó, sollozó y llamó a Dios en todos los lenguajes que conocía.
La única respuesta provino de Rasalom, como un tentador susurro a sus espaldas.
—¡Arroja la empuñadura por la puerta y lo salvarás! ¡Retira esa cosa de estas paredes y él vivirá!
Magda se obligó a ignorarlo, pero en lo profundo de sí misma percibió que Rasalom había ganado. No podía permitir que este horror continuara; ¡papá estaba siendo devorado vivo por los asquerosos bichos! Y ella parecía ser impotente para salvarlo. Había perdido. Tendría que rendirse.
Pero todavía no. Las ratas no la mordían a ella, sólo a papá.
Se extendió sobre su padre, cubriéndole el cuerpo con el suyo y apretando la empuñadura entre ambos.
—¡Morirá! —murmuró la odiosa voz—. Morirá y no habrá a quién culpar más que a ti. ¡Es tu culpa! Todos ustedes…
Las palabras de Rasalom se interrumpieron súbitamente cuando su voz subió hasta volverse un chillido: un sonido lleno de ira, miedo e incredulidad.
—¡TÚ!
Magda giró la cabeza hacia arriba y vio a Glaeken, débil, pálido, cubierto de sangre seca, apoyándose contra la puerta de la fortaleza a unos cuantos metros.
—Sabía que vendrías.
Pero, por su apariencia, parecía un milagro que hubiera logrado atravesar la calzada. Nunca podría enfrentarse a Rasalom en su condición actual.
Y, sin embargo, estaba aquí. Llevaba la hoja de la espada en una mano y tenía la otra extendida hacia Magda. No eran necesarias las palabras. Sabía a lo que había venido él y lo que ella debía hacer. Se alejó de papá y depositó la empuñadura en la mano de Glaeken.
En algún sitio a sus espaldas, Rasalom estaba gritando:
—¡Nooooo!
Glaeken le sonrió débilmente a Magda y luego, con un solo movimiento suave y rápido, puso contra el suelo la punta y metió el extremo de la empuñadura en el perno. Al deslizarse en su lugar con un sólido sonido raspante, se produjo un destello de luz más brillante que el sol en el solsticio de verano, insoportablemente deslumbrante, extendiéndose en una bola desde Glaeken y su espada, para ser captado y amplificado por las imágenes de la empuñadura incrustadas en toda la fortaleza.
La luz golpeó a Magda como la llamarada de un horno, buena y limpia, seca y caliente. Las sombras desaparecieron mientras todo lo que estaba a la vista se vio delineado en una cegadora luz blanca. La niebla se fundió como si nunca hubiera existido. Las ratas salieron huyendo en todas direcciones. La luz pasó como una guadaña por los cadáveres que estaban de pie, derribándolos como manojos de trigo seco. Incluso Rasalom se alejó bamboleante, cubriéndose el rostro con ambos brazos.
El verdadero amo de la fortaleza había regresado.
La luz se desvaneció lentamente, regresando a la espada, y pasó un momento antes de que Magda pudiera ver de nuevo. Guando pudo hacerlo, allí estaba Glaeken, con las ropas todavía desgarradas y sangrantes. Mas el hombre en su interior se había renovado. Toda la fatiga, toda la debilidad, todas las heridas se habían alejado. Otra vez era un hombre entero que irradiaba un enorme poder y una resolución implacable. Y sus ojos se veían tan fieros, tan terribles en su determinación, que ella se alegró de ser su amiga y no su adversaria. Este era el hombre que siglos antes guió las fuerzas de la Luz contra el Caos… el hombre que amaba.
Glaeken sostuvo ante él la espada ensamblada con las runas girando y haciendo cascadas en la hoja. Sus brillantes ojos azules se volvieron hacia Magda y la saludó con la espada.
—Gracias, señora mía —declaró suavemente—. Sabía que tenías valor, pero nunca soñé cuánto.
Magda resplandeció con su elogio.
Señora mía… me llamó su señora
.
—Sácalo por la puerta —ordenó Glaeken haciendo un gesto hacia papá—. Haré guardia hasta que estés a salvo en la calzada.
Las rodillas de Magda temblaron cuando se puso de pie. Una rápida mirada a su alrededor le reveló docenas de cuerpos caídos. Rasalom había desaparecido.
—¿Dónde…?
—Lo encontraré —afirmó Glaeken—. Pero primero debo verte donde sé que estarás a salvo.
Magda se inclinó y tomó a papá por los brazos, arrastrando su cuerpo, conmovedoramente ligero, los pocos metros que necesitaron para cruzar el umbral y llegar a la calzada. Su respiración era superficial. Estaba sangrando por un millar de pequeñas heridas. Comenzó a frotarlas suavemente con su falda.
—Adiós, Magda.
Era la voz de Glaeken y tenía una terrible nota de finalidad. Levantó los ojos para ver que la contemplaba con una expresión de infinita tristeza en el rostro.
—¿Adiós? ¿A dónde vas?
—A terminar una guerra que debió haber finalizado siglos antes —se le quebró la voz—. Quisiera…
—Vas a regresar a mí, ¿no es cierto? —apuró ella. El terror la oprimió.
Glaeken se volvió y caminó hacia el patio.
—¿Glaeken?
Él desapareció en las fauces de la torre. El grito de ella fue mitad aullido, mitad sollozo.
—¡Glaeken!
Había oscuridad en el interior de la torre. Era más que una sombra, era la negrura que sólo Rasalom podía generar. Envolvió a Glaeken, pero éste no estaba completamente indefenso ante ella. Su espada rúnica comenzó a resplandecer con una pálida luz azul tan pronto como cruzó la entrada de la torre. Las imágenes de la empuñadura, incrustadas en las paredes, respondieron inmediatamente a la presencia de la original y se iluminaron con un fuego blanco y amarillo que pulsaba lenta, tenuemente, como siguiendo el cadencioso ritmo de un enorme y lejano corazón.
El sonido de la voz de Magda siguió a Glaeken al interior y él se detuvo al pie de las escaleras de la torre, tratando de bloquear el dolor que percibió cuando ella gritó su nombre, sabiendo que si lo escuchaba, flaquearía. Debía aislarse de él, del mismo modo que tenía que cortar a la fortaleza de todos los demás nexos con el mundo exterior. Ahora sólo estaban aquí Rasalom y él. Sus milenios de conflicto terminarían hoy. Él se encargaría de eso.
Dejó que el poder de la resplandeciente espada lo invadiera. Era bueno tenerlo de nuevo, como reunirse con una parte perdida de su cuerpo. Pero incluso el poder de la espada no podía llegar al creciente nudo de desesperación fundido en lo más profundo de sí mismo.
No iba a ganar hoy. Aunque tuviese éxito al matar a Rasalom, la victoria le costaría todo… pues ésta eliminaría el propósito de su existencia continuada. Ya no sería de ninguna utilidad al Poder al que servía.
Si es que
podía derrotar a Rasalom…
Lanzó todas esas ideas tras él. Ésta no era la forma de entrar en combate. Tenía que centrar su mente en la victoria, ése era el único modo de ganar. Y debía ganar.
Miró a su alrededor. Percibió que Rasalom se encontraba en algún lugar allá arriba. ¿Por qué? No había salida por allí.
Glaeken subió corriendo los escalones hasta el segundo nivel y se detuvo, alerta, cauteloso, con los sentidos tensos. Todavía podía sentir a Rasalom arriba de él, lejos y, no obstante, el aire se notaba denso por el peligro. Las réplicas de la empuñadura pulsaban sin brillo en las paredes, como fanales cruciformes en una niebla negra. A corta distancia, a su derecha, vio el contorno difuso de los escalones que llevaban al tercer nivel. Nada se movía.
Empezó a subir el siguiente grupo de escalones y se detuvo. Repentinamente hubo movimiento a su alrededor. Mientras miraba, una multitud de formas oscuras se levantó del piso y de los rincones oscuros. Glaeken giró a izquierda y derecha, contando rápidamente a una docena de cadáveres alemanes.
Vaya… Rasalom no estaba solo cuando retrocedió.
Cuando los cadáveres se abalanzaron sobre él, Glaeken se afianzó en la siguiente sección de escaleras situada a su espalda, y se preparó para enfrentarlos. No lo asustaban, conocía el alcance y los límites de los poderes de Rasalom y estaba familiarizado con todos sus trucos. Esos montones animados de carne muerta no podían hacerle daño.