La fortaleza (48 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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Magda quiso vomitar y gritar ¡No! con todas sus fuerzas, pero no pudo. Las tranquilas palabras de Glenn la habían convertido en piedra… palabras que no podía negar por su propia vida.

—Déjame decirte lo que creo que ha ocurrido —pidió él en el silencio que se extendía—. Rasalom fue liberado la primera noche que los alemanes entraron a la fortaleza. Sólo tenía la fuerza necesaria para matar a uno. Después de eso descansó y se confió. Su estrategia inicial, creo, era matarlos uno a uno, para alimentarse de esa diaria agonía y del miedo que estaba causando entre los vivos cada vez que reclamaba la vida de uno de ellos. Se cuidó de no matar muchos a la vez, en especial a los oficiales, porque eso podría hacer que todos se fueran. Quizá esperaba que ocurriera una de tres cosas: que los alemanes se frustraran tanto que volaran la fortaleza, liberándolo por tanto; o traerían más y más refuerzos, ofreciéndole más vidas que segar y más miedo con qué hacerse fuerte; o podría encontrar entre los hombres a un inocente corruptible.

—Papá —murmuró Magda tan bajo que apenas pudo oír su propia voz.

—O tú. Por lo que me dijiste, la atención de Rasalom estaba centrada en ti cuando se dejó ver por primera vez. Pero el capitán te envió aquí, fuera de su alcance. Por ello, Rasalom hubo de concentrarse en tu padre.

—¡Pero podía haber usado a uno de los soldados!

—El mayor poder lo obtiene él de la destrucción de todo lo que es bueno en una persona. La corrupción de los valores de un solo ser humano lo enriquece más que mil asesinatos. ¡Es un banquete para Rasalom! Los soldados le resultaban inútiles. Veteranos de Polonia y otras campañas, habían matado orgullosamente por su Führer. De poco valor para Rasalom. Y sus refuerzos: ¡comandos de campos de exterminio! ¡No quedaba nada que envilecer en esas criaturas! Así que el único uso real que ha hecho de los alemanes, aparte del miedo y la agonía mortal que obtuvo de ellos, es el de herramientas de excavación.

—¿Excavación? —inquirió Magda sin poder imaginar…

—Para desenterrar la empuñadura. Sospeché que la «cosa» que oíste arrastrándose por el subsótano después de que tu padre te expulsó, era un grupo de soldados muertos volviendo a sus mortajas.

Cadáveres que caminan… la idea era grotesca, demasiado fantástica para merecer consideración. Y, sin embargo, recordaba la historia que el mayor contó sobre los dos soldados muertos que caminaron desde el lugar de su muerte hasta su habitación.

—Pero si tiene el poder de hacer andar a los muertos, ¿por qué no ordena que uno de ellos se deshaga de la empuñadura?

—Imposible. La empuñadura niega su poder. Un cuerpo bajo su control volvería a su estado inanimado en el preciso instante en que tocara la empuñadura —explicó e hizo una pausa—. Tu padre será quien extraiga la empuñadura de la fortaleza.

—Pero ¿no perderá Rasalom su poder sobre papá en cuando éste toque la empuñadura?

—Debes darte cuenta de que él ayuda a Rasalom voluntaria… entusiastamente —aclaró Glenn sacudiendo la cabeza con tristeza—. Tu padre podrá manejar la empuñadura fácilmente, porque estará actuando con su total libre albedrío.

—¡Pero papá no lo sabe! —exclamó Magda sintiéndose muerta por dentro—. ¿Por qué no se lo dijiste?

—Porque era su batalla, no la mía. Y porque no podía arriesgarme a permitir que Rasalom supiera que yo estaba aquí. De todos modos, tu padre no me habría creído… prefirió odiarme. Rasalom ha hecho un trabajo magistral sobre él, destruyendo su carácter poco a poco, retirando capa tras capa las cosas en que él creía, dejando sólo los aspectos viles y venales de su naturaleza.

Era cierto. Magda vio que eso ocurrió, y temió admitirlo, ¡pero era verdad!

—¡Podías haberlo ayudado!

—Quizá. Pero lo dudo. La batalla de tu padre era contra sí mismo tanto como contra Rasalom. Y, al final, la debemos enfrentar solos. Tu padre inventó excusas para la maldad que percibía en Rasalom y pronto empezó a verlo como la solución a todos sus problemas. Rasalom comenzó con la religión de tu padre. Él no teme a la cruz y, sin embargo, fingió que sí, haciendo que tu padre cuestionara toda su herencia, socavando todas las creencias y valores derivados de esa herencia. Luego, Rasalom te rescató de tus pretensos violadores, un testimonio de la rapidez y adaptabilidad de su mente, endeudando así profundamente a tu padre. Continuó prometiéndole una oportunidad de destruir al nazismo y salvar a tu pueblo. Y luego, el golpe final: la eliminación de los síntomas de la enfermedad que tu padre ha padecido durante años. Rasalom tuvo entonces a un esclavo voluntario, un esclavo que haría prácticamente cualquier cosa que le pidiera. No sólo lo ha despojado de la mayor parte del hombre que tú llamas «papá», sino que lo ha convertido en un instrumento que efectuará la liberación del enemigo más grande de la humanidad. ¡Debo detener a Rasalom de una vez por todas! —concluyó Glenn luchando hasta sentarse.

—Déjalo ir —pidió Magda a través de su miseria, mientras contemplaba lo que le había ocurrido a papá… o más bien lo que papá permitió que le ocurriera. Tuvo que preguntarse: ¿podría ella o cualquier otra persona ser capaz de resistir un asalto tal contra su personalidad?—. Quizá eso libere a mi padre de la influencia de Rasalom y todos podremos volver a ser como antes.

—¡No tendrán vidas para usar si Rasalom es liberado!

—En este mundo de Hitler y la Guardia de Hierro, ¿qué puede hacer Rasalom que no se haya hecho ya?

—No has estado escuchándome —gruñó Glenn, enojado—. Una vez libre, Rasalom hará que Hitler parezca un adecuado compañero de juegos para cualquier número de hijos que hayas planteado tener.

—¡Nada podría ser peor que Hitler! —estalló Magda—. ¡Nada!

—Rasalom sí podría. Magda, ¿no comprendes que con Hitler, malvado como es, aún hay esperanza? Hitler es sólo un hombre. Es mortal. Morirá o será asesinado algún día… quizá mañana, quizá dentro de treinta años, pero
morirá
. Él sólo controla una pequeña parte del mundo. Y aunque parece invencible ahora, aún tiene que enfrentarse a Rusia. Gran Bretaña todavía lo desafía. Y están los Estados Unidos; si los norteamericanos deciden volver su vitalidad y capacidad productiva a la guerra, ninguna nación, ni siquiera la Alemania de Hitler, podrá resistirlos durante mucho tiempo. Así que, como ves, aún hay esperanza en esta hora oscura.

Magda asintió lentamente. Lo que Glenn decía era paralelo a sus propios sentimientos: nunca había dejado de tener esperanzas.

—Pero Rasalom… —empezó a decir Magda.

—Rasalom, como te dije, se alimenta del envilecimiento humano. Y nunca en la historia de la humanidad hubo tal abundancia de él como ahora en Europa Oriental. Mientras la empuñadura permanezca dentro de los muros de la fortaleza, Rasalom no sólo está atrapado, sino aislado de lo que ocurre en el exterior. Extrae la empuñadura y todo se volcará sobre él: toda la muerte, miseria y carnicería de Buchenwald, Dachau, Auschwitz y todos los demás campos de exterminio, toda la monstruosidad de la guerra moderna. Lo absorberá como una esponja, dándose un banquete y haciéndose increíblemente fuerte. Su poder crecerá más allá de lo comprensible.

»Pero no quedará satisfecho. Deseará más. Se moverá velozmente por todo el mundo, asesinando a los jefes de Estado, lanzando a los gobiernos a la confusión, reduciendo a las naciones a meras multitudes aterrorizadas. ¿Qué ejército podría resistir a las legiones de los muertos que él puede oponerle?

»Pronto todo estaría en el caos. Y entonces comenzaría el verdadero horror. ¿Nada peor que Hitler, dices? ¡Piensa en el mundo entero como un campo de exterminio!

—¡No podría ocurrir! —negó Magda. Su mente se rebelaba ante la visión que Glenn estaba describiendo.

—¿Por qué no? ¿Crees que habrá escasez de voluntarios para administrar los campos de exterminio de Rasalom? Los nazis han demostrado que hay multitud de hombres que están más que deseosos de destruir a sus congéneres. Pero irá mucho más allá. Viste lo que les ocurrió a los aldeanos hoy, ¿no? Lo peor de su naturaleza ha sido sacado a la superficie. Sus respuestas al mundo se han reducido a la furia, el odio y la violencia.

—Pero ¿cómo?

—La influencia de Rasalom. Se ha hecho cada vez más fuerte en la fortaleza, alimentándose de la muerte y el miedo allí y de la lenta desintegración del carácter de tu padre. Y mientras ganaba fuerzas, las paredes de la fortaleza fueron debilitadas por los soldados. Cada día destruyen un poco más. Y cada día la influencia de Rasalom se extiende más y más lejos de esas paredes.

»La fortaleza fue construida de acuerdo con un antiguo diseño; las imágenes de la empuñadura, localizadas en un patrón específico sobre las paredes para apartar a Rasalom del mundo, para contener su poder, para aislarlo. Ahora se ha alterado el patrón y los aldeanos están pagando el precio. Si Rasalom escapa y se alimenta de los campos de exterminio, el mundo entero pagará un precio similar. Porque Rasalom no será tan selectivo como Hitler en cuanto se refiere a sus víctimas: todos serán su blanco. No importará ni la raza ni la religión. Rasalom será verdaderamente igualitario. Los ricos no podrán pagar para salvarse, los piadosos no podrán rezar para salvarse, los astutos no podrán deslizarse o mentir para salvarse. Todos sufrirán. Las mujeres y los niños, más. La gente nacerá en la miseria, pasarán sus días en desconsuelo y morirán en larga agonía. Generación tras generación, todos sufriendo para alimentar a Rasalom.

Hizo una pausa para recuperar el aliento.

—Y lo peor de todo, Magda, es que
no habrá esperanza
. ¡Y no tendrá fin! Rasalom será intocable… invencible… inmortal. Si es liberado ahora, no habrá modo de detenerlo. Siempre, en el pasado, la espada lo ha detenido. Pero ahora… con el mundo como está… se hará demasiado fuerte incluso para que esta hoja, reunida con su empuñadura, lo detenga.
¡Jamás debe abandonar la fortaleza!

—¡No! —gritó Magda percatándose de que Glenn pretendía ir a la fortaleza. Extendió los brazos para retenerlo. No podía dejarlo ir—. ¡Te destruirá en la condición en que estás! ¿No hay nadie más?

—Sólo yo. Nadie más puede hacer esto. Como tu padre, debo enfrentar esto solo. Después de todo, es mi culpa que Rasalom aún exista.

—¿Cómo puede ser eso?

Glenn no respondió. Magda intentó otra aclaración.

—¿De dónde vino Rasalom? —interrogó.

—Él fue un hombre… en una época. Pero se entregó a un poder oscuro y fue transformado por éste para siempre.

—Pero si Rasalom sirve a un «poder oscuro», ¿a quién sirves tú? —quiso saber Magda, con un nudo en la garganta.

—A otro poder.

—¿Un poder para el bien?

—Quizá.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Toda mi vida.

—¿Cómo puede ser…? —comenzó, temerosa de la respuesta—. ¿Cómo puede ser tu culpa, Glenn?

—Mi nombre no es Glenn —afirmó apartando la vista—, es Glaeken. Soy tan viejo como Rasalom. Yo construí la fortaleza.

Cuza no había visto a Molasar desde que bajó al pozo para descubrir el talismán. Dijo algo acerca de hacer que los alemanes pagaran por invadir su fortaleza y después su voz se desvaneció y ya no estaba allí. Los cadáveres empezaron a moverse, marchando en fila tras el milagroso ser que los controlaba.

Cuza quedó solo con el frío, las ratas y el talismán. Deseó haberlos acompañado. Pero suponía que lo verdaderamente importante era que pronto estarían todos muertos, oficiales y soldados juntos. Sin embargo, hubiera gozado viendo morir al mayor Kaempffer, viéndolo sufrir algunas de las agonías que había infringido a incontables personas inocentes e indefensas.

Pero Molasar dijo que esperara allí abajo. Y ahora, con los tenues ecos de los disparos colándose desde arriba, supo por qué: Molasar no quería que el hombre al que le había confiado su poder se viera en peligro por alguna bala perdida. Después de un tiempo, los disparos cesaron. Dejando el talismán tras él, tomó su linterna y escaló hasta arriba del pozo, entre las apiñadas ratas. Ya no lo molestaban; estaba demasiado concentrado escuchando a que volviera Molasar.

Pronto lo oyó. Pasos que se acercaban. Más de un par de pies. Dirigió el haz de luz hacia la entrada de la cámara y vio al mayor Kaempffer dar la vuelta a la esquina y acercarse a él. Un grito escapó de su garganta y casi cayó hacia el pozo, pero entonces vio los ojos vidriosos, las facciones fláccidas, y se dio cuenta de que el mayor de la SS estaba muerto. Woermann entró en fila tras él, igualmente muerto, con un trozo de cuerda colgándole del cuello.

—Pensé que te gustaría ver a estos dos —explicó Molasar siguiendo a los oficiales muertos a la cámara—. Especialmente al que se proponía construir el llamado campo de muerte para nuestros compatriotas valacos. Ahora buscaré a ese Hitler y me desharé de él y de sus esbirros. —Hizo una pausa—. Pero primero, mi talismán. Debes asegurarte de que esté bien escondido en las montañas. Sólo entonces podré dedicar mis energías a librar al mundo de nuestro enemigo común.

—¡Sí! —aceptó Cuza sintiendo que su pulso se aceleraba—. ¡Está aquí!

Bajó al pozo rápidamente y tomó el talismán. Mientras lo ponía bajo su brazo y empezaba a subir de nuevo, vio que Molasar retrocedía.

—Envuélvelo —sugirió a Cuza—. Sus metales preciosos atraerán atención indeseable si alguien los ve.

—Por supuesto —aceptó Cuza y alcanzó las envolturas—. Lo ataré firmemente cuando llegue arriba, a la luz. No te preocupes. Me encargaré de que todo…

—¡Cúbrelo
ahora
! —ordenó Molasar con voz que rebotó en la cámara.

Cuza se detuvo, sacudido por la vehemencia de Molasar. No pensaba que se le debiese hablar de esta manera. Pero, bueno, uno tenía que hacer concesiones a los boyardos del siglo quince.

—Muy bien —suspiró. Se acuclilló en el fondo del pozo, dobló la burda tela sobre el talismán y lo cubrió todo con la arruinada envoltura.

—¡Bien! —suspiró la voz arriba y detrás de él. Cuza levantó la vista y vio que Molasar se había movido hacia el otro lado del pozo, lejos de la entrada—. Ahora, apresúrate. Mientras más pronto sepa que el talismán está seguro, más pronto podré partir a Alemania.

Cuza se apresuró. Se arrastró fuera del pozo tan rápido como pudo y empezó a caminar por el túnel hacia los escalones que lo llevarían arriba, hacia un nuevo día no sólo para sí mismo y para su pueblo, sino para todo el mundo.

—Es una larga historia, Magda… desde eras antiguas. Y me temo que no hay tiempo de contártela.

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