…los ojos. Los ojos de Woermann saltaban en sus cuencas y Kaempffer tuvo la impresión de que se movieron cuando él se acercó, pero luego se percató de que era sólo efecto de la luz de las bombillas en el techo.
Se detuvo ante la colgante figura de su camarada oficial. La hebilla del cinturón de Woermann se mecía a cinco centímetros de la nariz de Kaempffer. Levantó la vista a la congestionada, hinchada cara, morada por la sangre estancada.
…los ojos de nuevo. Parecían estarlo mirando. Apartó la vista y vio la sombra de Woermann en la pared. Su silueta era la misma, exactamente la misma que la de la sombra del cadáver colgado que vio en el cuadro de Woermann.
Un escalofrío lo recorrió.
¿Precognición? ¿Había presentido Woermann su muerte? ¿O estuvo el suicidio oculto en su mente todo el tiempo?
El contento de Kaempffer empezó a decaer al darse cuenta de que era ahora el único oficial en la fortaleza. Desde este momento, toda la responsabilidad recaía en él. De hecho, podía estar marcado para la siguiente muerte. ¿Qué debía…?
… Llegó el sonido de armas y de fuego desde el patio.
Sorprendido, Kaempffer giró y vio a Oster mirar por el corredor y volverse a él. Pero la mirada cuestionante en la cara del sargento se transformó en una de horror y ojos desorbitados cuando levantó la vista a un punto arriba de Kaempffer. El mayor de la SS estaba volviéndose para ver qué podría causar una reacción así, cuando sintió unos gruesos dedos fríos como la piedra deslizarse sobre su garganta y empezar a apretar.
Kaempffer trató de alejarse de un salto y patear hacia atrás a quienquiera que fuese, pero sus pies sólo golpearon el aire. Abrió la boca para gritar, pero de ella sólo escapó un ahogado gorgoteo. Buscando, arañando los dedos que inexorablemente cortaban su vida, giró frenéticamente para ver quién lo estaba atacando. Ya lo sabía. ¡Pero tenía que verlo! Giró aún más y vio la manga de su atacante. Era gris, gris común del ejército, y siguió la manga hacia atrás… arriba… hasta Woermann.
¡Pero está muerto!
Desesperado por el terror, empezó a retorcerse y a arañar las muertas manos que rodeaban su garganta. No sirvió. Estaba siendo levantado en el aire por el cuello, lenta, constantemente, hasta que sólo las puntas de sus pies tocaban el suelo. Pronto ni siquiera lo alcanzaban. Agitó los brazos en dirección a Oster, pero el sargento era inútil. Con el rostro convertido en una máscara de horror, Oster se había apretado contra la pared y lentamente se deslizaba lejos, ¡lejos de él! No dio ni siquiera señales de mirar a Kaempffer. Su mirada estaba fija más arriba, en su antiguo oficial comandante… muerto… pero cometiendo un asesinato.
Imágenes desarticuladas desfilaron por la mente de Kaempffer, una colección de visiones y sonidos que se hacía más borrosa y mutilada con cada latido de su insistentemente más lento corazón.
…ecos de tiros que llegaban del patio, mezclándose con gritos de dolor y terror… Oster alejándose lentamente por el corredor, sin ver a los dos muertos que caminaban dando vuelta en la esquina, uno de ellos reconocible como el einsatzkommando raso Flick, muerto desde su primera noche en la fortaleza… Oster viéndolos demasiado tarde y dudando hacia dónde correr… más disparos desde afuera, una cortina de fuego… disparos en el interior cuando Oster vació su Schmeisser contra los cadáveres que se aproximaban, desgarrando sus uniformes, haciéndolos tambalearse hacia atrás pero fracasando en el intento de impedir su avance… los gritos de Oster mientras cada uno de los cadáveres lo tomaba de un brazo para columpiarlo e impactarlo de cabeza contra el muro de piedra… gritos que terminaron con un nauseabundo golpe al estrellarse su cráneo como un huevo…
La visión de Kaempffer se nubló… los sonidos enmudecieron… una oración se formó en su mente:
¡Oh, Dios! ¡Por favor, déjame vivir! ¡Haré todo lo que pidas si tan sólo me dejas vivir!
Hubo un chasquido… una súbita caída al suelo… la cuerda del ahorcado se rompió bajo el peso de dos cuerpos… pero no disminuyó la presión en su garganta… un gran letargo se apoderó de él… en la luz que se debilitaba vio que el cadáver del sargento Oster, con la cabeza ensangrentada, se levantaba y seguía a sus dos asesinos hacia el patio… y en el instante final, en sus espasmos últimos, Kaempffer alcanzó a ver las distorsionadas facciones de Woermann…
…y vio una sonrisa en ellas.
El patio era un caos.
Los cadáveres animados se encontraban en todas partes, atacando a los soldados en sus camas, en sus puestos. Las balas no los mataban: ya estaban muertos. Sus aterrados antiguos camaradas los llenaban de una ronda tras otra de balas, pero los muertos seguían avanzando. Y lo peor: en cuanto uno de los vivos moría, el nuevo cadáver se ponía de pie y se unía a las filas de los atacantes.
Dos soldados de uniforme negro, desesperados, quitaron la tranca de la puerta y empezaron a abrirla; pero antes de que pudieran escurrirse hacia la seguridad, fueron atrapados por detrás y arrastrados al suelo. Un momento después estaban nuevamente de pie, formados con otros cadáveres ante la puerta, asegurándose de que ninguno de sus camaradas vivientes pasara.
De pronto, todas las luces se apagaron cuando un salvaje estallido de balas de 9 milímetros se estrelló contra los generadores. Un cabo de la SS saltó a un jeep y lo echó a andar, esperando huir a la libertad; pero cuando soltó el embrague demasiado rápido, el frío motor se detuvo. Lo apartaron del asiento y fue estrangulado antes de poder encenderlo de nuevo.
Un soldado raso, estremeciéndose y temblando abajo de su cama, fue asfixiado, con su bolsa de dormir, por un cadáver sin cabeza al que había conocido como Lutz.
El fuego pronto empezó a agonizar. De ser una continua cortina de estallidos, disminuyó hasta convertirse en explosiones casuales y luego en disparos aislados. Los gritos de los hombres se debilitaron hasta ser una voz solitaria gimiendo en las barracas. Entonces, ésta también se vio cortada. Al final hubo silencio. Todo estaba callado mientras los cadáveres, nuevos y viejos, permanecían esparcidos por el patio, quietos, como esperando algo.
De pronto, sin sonido alguno, todos menos dos cayeron al suelo del patio y quedaron inmóviles. La pareja restante empezó a caminar, arrastrando los pies por la entrada del sótano, dejando a una alta y oscura figura de pie, sola, en el centro del patio, al fin como ama indiscutida de la fortaleza.
Mientras la niebla entraba en remolinos por las puertas abiertas, avanzando penosamente por la piedra, cubriendo el patio y los inertes cadáveres con una ondulante alfombra de bruma, él se volvió y empezó a caminar hacia el subsótano.
Magda despertó de un salto al escuchar los disparos en la fortaleza. Al principio temió que los alemanes hubieran descubierto la complicidad de papá y lo estuvieran ejecutando. Pero este odioso pensamiento duró sólo un instante. Ese no era el ordenado ruido del fuego comandado. Era el caótico ruido de la batalla.
Fue una batalla corta.
Hecha un ovillo en el húmedo suelo, Magda notó que las estrellas se desvanecían en el cielo, el cual empezaba a adquirir un color gris. Los ecos del fuego fueron pronto absorbidos por el frío aire previo al amanecer. Algo o alguien había resultado victorioso allá. Magda estuvo segura de que era Molasar.
Se puso en pie y fue al lado de Glenn. La cara de él estaba perlada de sudor y respiraba rápidamente. Al retirarle la manta para revisar sus heridas se le escapó un pequeño grito; el cuerpo de Glenn estaba bañado por el resplandor azul de la hoja. Lo tocó cautelosamente. El resplandor no quemaba, pero hizo que su mano hormigueara con tibieza. Entre la tela desgarrada de la camisa de Glenn sintió algo duro, pesado, semejante a un dedal. Lo extrajo.
En la tenue luz se tardó un momento en reconocer el objeto que rodaba en su mano. Estaba hecho de plomo. Era una bala.
Magda pasó las manos sobre Glenn nuevamente. Había más balas por todo su cuerpo. Y sus heridas ya no eran tantas ahora. La mayoría había desaparecido, dejando sólo cicatrices con hoyuelos en lugar de los abiertos agujeros del tamaño de un dedo. Tiró de su camisa, desgarrándola para separarla de su abdomen, exponiendo un área donde sintió un bulto bajo la piel. Allí, a la derecha de la hoja que él apretaba tan fuertemente contra su piel, estaba una herida abierta con una dura protuberancia apenas debajo de la superficie. Mientras ella miraba, el bulto afloró. Se trataba de otra bala saliendo de la herida, lenta y penosamente. Era tan maravilloso como aterrador: ¡la hoja de la espada y su resplandor estaban extrayendo las balas del cuerpo de Glenn y curando sus heridas! Magda lo contempló abismada.
El resplandor, empezó a desvanecerse.
—Magda…
Saltó al escucharlo. La voz de Glenn era mucho más fuerte que cuando ella lo cubrió. Volvió a ponerle la manta encima, apretándola alrededor de su cuello. Sus ojos estaban abiertos, mirando hacia la fortaleza.
—Descansa un poco más —susurró ella.
—¿Qué está ocurriendo allá?
—Hubo disparos, muchos.
Con un gemido, Glenn trató de incorporarse. Magda lo empujó fácilmente para que se recostara de nuevo. Aún estaba muy débil.
—Tengo que ir a la fortaleza… detener a Rasalom.
—¿Quién es Rasalom?
—Aquél a quien tú y tu padre llaman Molasar. Invirtió las letras de su nombre para ustedes… el nombre real es Rasalom… ¡tengo que detenerlo!
De nuevo trató de incorporarse y otra vez Magda lo volvió a acostar.
—Casi es de día. Un vampiro no puede ir a ninguna parte después de que el sol ha salido, así que sólo…
—¡No le tiene más miedo al sol que tú!
—Pero un vampiro…
—¡
No
es un vampiro! ¡Nunca lo fue! Si lo fuese —afirmó Glenn con una nota de desconsuelo—, no me preocuparía en tratar de detenerlo.
—¿No es un vampiro? —interrogó ella con el temor acariciándola como una mano fría contra la mitad de su espalda.
—Él es el origen de las leyendas de vampiros, pero lo que ansia no es algo tan simple como la sangre. Esa idea se introdujo en las leyendas populares porque la gente puede ver y tocar la sangre. Nadie puede ver o tocar el alimento de Rasalom.
—¿Te refiera a lo que estabas tratando de decirme anoche antes de que los soldados… vinieran? —preguntó, sin deseos de recordar la noche anterior.
—Sí. Él extrae placer del dolor humano, de la miseria y la locura. Puede alimentarse de la agonía de aquellos que mueren a sus manos, pero gana mucho más a través de la inhumanidad de un hombre hacia otros hombres.
—¡Eso es ridículo! Nada podría vivir de esas cosas. Son demasiado… ¡demasiado insustanciales!
—¿Es la luz solar «demasiado insustancial» para que la necesite una flor para crecer? Créeme: Rasalom se alimenta de cosas que no pueden ser vistas o tocadas… todas ellas malas.
—¿Lo haces parecer como si fuera la Serpiente misma?
—¿Quieres decir Satán? ¿El diablo? —Glenn sonrió débilmente—. Pon de lado todas las religiones que conoces. No significan nada aquí. Rasalom ejerce su rapiña sobre todas.
—No puedo creer que…
—Él es un sobreviviente de la Primera Edad. Fingió ser un vampiro de quinientos años, porque eso encajaba con la historia de la fortaleza y de la región. Y porque causaba fácilmente el miedo, que es otro de sus deleites. Pero es mucho, mucho más viejo. Todo lo que le dijo a tu padre,
todo
, fue una mentira… excepto la parte sobre el estar débil y necesitar recuperar su fuerza.
—¿Todo? ¿Y qué tal cuando me salvó? ¿Y la curación de papá? ¿Y qué hay de esos aldeanos que el mayor tomó como rehenes? ¡Habrían sido ejecutados si él no les salva!
—Él no salvó a nadie. Me dijiste que mató a los dos soldados que cuidaban a los aldeanos. Pero ¿fue
él
quien liberó a los soldados? ¡No! Agregó el insulto al daño haciendo que los dos soldados marcharan a las habitaciones del mayor y lo hicieran parecer como un tonto. Rasalom estaba tratando de provocar al mayor para que ejecutara a los aldeanos en ese preciso lugar. Esa es la clase de atrocidad que hace crecer su poder. Y después de medio siglo de prisión, necesitaba mucha fuerza. Afortunadamente, los eventos conspiraron contra él y de esa forma los aldeanos sobrevivieron.
—¿Prisión? Pero él le dijo a papá que… —Su voz cayó—. ¿Otra mentira?
—Rasalom no construyó esta fortaleza como dijo —afirmó Glenn—. No se estaba escondiendo en ella. La fortaleza fue construida para atraparlo y retenerlo… para siempre. ¿Quién podría predecir que ella, o cualquier otra cosa en el paso Dinu, podría ser considerada de valor militar algún día? ¿O que algún tonto rompería el sello de su celda? Ahora, si algún día queda libre por el mundo…
—Pero está libre ahora.
—No. Aún no. Esa es otra de sus mentiras. Quiso que tu padre creyese que estaba libre, pero todavía está confinado a la fortaleza por la otra parte de esto —explicó bajando la manta y mostrándole el extremo de la espada—. La empuñadura de esta espada es la única cosa en el mundo que Rasalom teme. Es la única cosa que tiene poder sobre él. Puede retenerlo. La empuñadura es la llave que lo mantiene encerrado en la fortaleza. La hoja es inútil sin ella, pero ambas, unidas, pueden destruirlo.
Magda sacudió la cabeza en un intento por aclararla. ¡Esto se estaba volviendo más increíble a cada momento!
—Pero… ¿dónde está la empuñadura? ¿Cómo es?
—Has visto su imagen miles de veces en los muros de la fortaleza.
—¡Las cruces! —exclamó Magda sintiendo que su mente giraba. ¡Entonces, después de todo no eran cruces! Estaban hechas a semejanza de la empuñadura de una espada, ¡con razón la cruceta quedaba tan alta! Las había visto durante años y jamás se aproximó a adivinarlo. Y si Molasar, o quizá debía empezar ya a pensar en él como Rasalom, fuese realmente el origen de las leyendas de los vampiros, ella podía entender cómo su miedo a la empuñadura de la espada se había convertido, en las leyendas folclóricas, en un temor a la cruz—. Pero ¿dónde…?
—Está profundamente enterrada en el subsótano. Mientras la empuñadura permanezca dentro de las paredes de la fortaleza, Rasalom está confinado allí.
—Pero todo lo que tiene que hacer es desenterrarla y deshacerse de ella.
—No puede tocarla, ni siquiera acercarse mucho a ella.
—¡Entonces está atrapado para siempre!
—No —anunció Glenn con la voz muy baja, mientras miraba a los ojos de Magda—. Tiene a tu padre.