La fortaleza (44 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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El mundo giró mientras ella caía. Perdió el aliento al golpear el suelo. La voz de papá le llegó de muy lejos, pronunciando su nombre. La oscuridad la envolvió, pero logró alejarla el tiempo suficiente para ver cómo llevaban a papá por la calzada, de vuelta a la fortaleza. Él estaba volteando en su silla, gritando:

—¡Magda! ¡Todo estará bien, ya verás! ¡Todo marchará para bien y entonces me lo
agradecerás
! ¡No me odies, Magda!

Pero Magda si lo odiaba. Juró odiarlo siempre. Ese fue su último pensamiento antes de que el mundo se le escapara.

Un hombre no identificado fue balaceado al resistirse a ser arrestado y cayó a la cañada. Woermann vio las presumidas caras de los einsatzkommandos mientras marchaban de vuelta a la fortaleza. Y también la aturdida expresión en la cara del profesor. Ambas eran comprensibles: los primeros habían matado a un hombre desarmado, la tarea que mejor realizaban; el segundo presenció por primera vez en su vida un asesinato sin sentido.

Pero Woermann no podía explicarse la expresión furiosa y decepcionada de Kaempffer. Lo detuvo en el patio.

—¿Un hombre? ¿Todos esos disparos por un hombre?

—Los hombres están nerviosos —explicó Kaempffer, obviamente nervioso él mismo—. No debió haber tratado de escapar.

—¿Para qué lo querías?

—Parece que el judío creía que él sabía algo sobre la fortaleza.

—No supongo que se le haya dicho que sólo se le deseaba para interrogarlo.

—Trató de escapar.

—Y el resultado es que ahora no sabes más que antes. Probablemente asustaron al pobre hombre hasta sacarlo de sí. ¡Claro que corrió! ¡Y ahora no puede decirte nada! Tú y los de tu clase nunca entenderán.

Kaempffer se dirigió hacia sus habitaciones sin replicar, dejando a Woermann en el patio. La llamarada de furia que el mayor le provocaba usualmente, no se encendió esta vez. Todo lo que experimentaba era un frío resentimiento… y resignación.

Permaneció mirando cómo los hombres que no estaban asignados a la guardia volvían con los ánimos abatidos hacia sus cuartos. Apenas unos momentos antes, cuando el fuego estalló al otro extremo de la calzada, los llamó a todos a sus puestos de combate. Pero no hubo batalla a continuación y estaban decepciona-dos. Entendía eso. Él también deseaba un enemigo de carne y hueso contra el cual luchar, al que pudiera ver, golpear, hacer sangrar. Pero el enemigo permanecía invisible, elusivo.

Woermann volvió hacia las escaleras del sótano. Iba a bajar allá de nuevo esta noche. Una última vez. Solo.

Tenía que ir solo. No podía dejar que nadie supiera lo que sospechaba. No ahora… no después de decidirse a renunciar a su comisión. Fue una decisión difícil, pero la había tomado: se retiraría y ya no tendría nada que ver con esta guerra. Era lo que los miembros del Partido y el Alto Comando querían obtener de él. Pero si dejaba escapar siquiera un murmullo sobre lo que había hallado en el subsótano sería dado de baja como un lunático. No podía permitir que estos nazis mancharan su nombre con la demencia.


botas lodosas y dedos desgarrados… botas lodosas y dedos desgarrados
… una letanía de demencia tiraba de él hacia abajo. Algo maligno y más allá de toda razón estaba suelto en esas profundidades. Pensó que sabía lo que podría ser, pero no podía permitirse vocalizarlo, ni siquiera formarse una imagen mental de ello. Su mente se retiró apresuradamente de la imagen, dejándola borrosa y sucia, como si la viese desde una distancia segura a través de unos binoculares que se negaran a enfocar.

Cruzó el arco de la entrada y bajó los escalones.

Estuvo de espaldas demasiado tiempo, esperando que se solucionara por sí solo todo lo que andaba mal con la Wehrmacht y la guerra que estaba peleando. Pero los problemas no se solucionarían solos. Podía comprender eso ahora. Al fin pudo admitirse a sí mismo que las atrocidades que seguían inmediatamente después de la lucha no eran aberraciones momentáneas. Había temido enfrentar la verdad de que todo estaba mal en esta guerra. Ahora podía hacerlo y se sentía avergonzado de haber sido parte de ella.

El subsótano sería su lugar de redención. Vería con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo allí. Lo enfrentaría solo y lo corregiría. No habría paz para él hasta que lo hiciera. Sólo después de haber redimido su honor podría volver a Rathenow y a Helga. Su mente estaría satisfecha; su culpa, purgada un poco. Entonces podría ser un verdadero padre para Fritz… y lo mantendría fuera de las Juventudes Hitlerianas, aun si ello requiriese romperle ambas piernas.

Los guardias asignados a la entrada del subsótano no habían vuelto todavía a sus puestos de combate. Era mejor así. Ahora podía entrar sin ser observado y evitar cualquier oferta de escolta. Recogió una de las linternas y se detuvo inciertamente en la parte superior de la escalinata, mirando hacia abajo a, la oscuridad que lo llamaba.

Woermann pensó que debía estar loco. Sería demencial renunciar a su comisión. Había cerrado los ojos tanto tiempo… ¿por qué no mantenerlos así? ¿Por qué no? Pensó en la pintura que estaba arriba, en su habitación, la de la sombra del cuerpo ahorcado… un cuerpo que parecía haber desarrollado un poco su abdomen cuando lo vio por última vez. Sí, debía estar loco. No tenía que bajar allá. No solo. Y, ciertamente, no después de que el sol se ha puesto. ¿Por qué no esperar hasta la mañana?

…botas lodosas y dedos desgarrados…

Ahora
. Tenía que ser ahora. No se aventuraría allá abajo desarmado. Tenía su Luger y la cruz de plata que le prestará al profesor. Empezó a bajar.

Había descendido la mitad de los escalones cuando oyó el sonido. Se detuvo para escuchar… sonidos raspantes, suaves y caóticos a su derecha, atrás, en el corazón mismo de la fortaleza. ¿Ratas? Balanceó el haz de su linterna pero no vio ninguna. El trío de alimañas que en la tarde lo recibió en estos escalones, no estaba visible. Terminó su descenso y se apresuró a llegar a donde los cuerpos habían sido depositados, pero se detuvo tambaleante y tembloroso al llegar al lugar.

No estaban.

Tan pronto como rodó hasta sus oscuras habitaciones y escuchó la puerta cerrarse tras él, Theodor saltó de su silla y se dirigió a la ventana. Forzó los ojos a lo largo de la calzada, buscando a Magda. Aun a la luz de la luna que acababa de aparecer tras las montañas, no podía ver claramente al otro extremo de la calzada. Pero Iuliu y Lidia debieron haber visto lo ocurrido. Ellos la ayudarían. Estaba seguro de eso.

Fue la prueba final de su voluntad el permanecer en su silla en vez de correr al lado de su hija cuando la bestia nazi la derribó. Pero tuvo que mantenerse sentado. Revelar en ese momento su capacidad para caminar, habría arruinado todo lo que él y Molasar proyectaban. Y el plan era ahora más importante que ninguna otra cosa. La destrucción de Hitler tenía prioridad sobre el bienestar de una mujer individual, aun cuando ella fuese su propia hija.

—¿Dónde está él?

El profesor giró al escuchar la voz a sus espaldas. Había un matiz de amenaza en el tono de Molasar mientras hablaba desde la oscuridad. ¿Acababa de llegar o estuvo allí esperando todo el tiempo?

—Está
muerto
—respondió buscando el origen de la voz. Sintió que Molasar se le acercaba.

—¡Es imposible!

—Es cierto. Lo vi yo mismo. Trató de huir y los alemanes lo llenaron de balas. Debe haber estado desesperado. Creo que se percató de lo que le ocurriría si era traído a la fortaleza.

—¿Dónde está el cuerpo?

—En la cañada.

—¡Debe ser encontrado! —Molasar se acercó lo suficiente para que algo de la luz de la luna se reflejara en su cara—. ¡Debo estar absolutamente seguro!

—Está muerto. Nadie puede sobrevivir a tantas balas. Sufrió suficientes heridas mortales para una docena de hombres. Debió estar muerto incluso antes de caer a la cañada. Y la caída… —Cuza sacudió la cabeza ante el recuerdo. En otra época, en otro lugar, bajo distintas circunstancias, se habría sentido horrorizado por lo que presenció. Ahora…—. Está doblemente muerto.

—Necesitaba matarlo yo mismo, sentir en mis propias manos que la vida lo abandonaba —insistió Molasar, que aún parecía reticente a aceptar esto—. Entonces, y sólo entonces, puedo estar seguro que ya no se interpondrá en mi camino. Como están las cosas, me veo obligado a confiar en tu juicio de que no pudo haber sobrevivido.

—No confíes en mí… compruébalo por ti mismo. Su cuerpo está abajo, en la cañada. ¿Por qué no vas, lo encuentras y te aseguras?

—Sí… —asintió lentamente Molasar—. Sí, creo que eso haré… porque debo estar seguro. —Retrocedió y la oscuridad lo tragó—. Volveré por ti cuando todo esté listo.

El viejo miró una vez más por la ventana hacia la posada y luego volvió a su silla de ruedas. Molasar parecía haber sido sacudido profundamente por el descubrimiento de que los glaeken todavía existían. Quizá no iba a ser tan fácil librar al mundo de Adolfo Hitler. Pero aún debía intentarlo. ¡Tenía que hacerlo!

Se quedó sentado en la oscuridad sin preocuparse por volver a encender la vela, deseando que Magda estuviese bien.

Sus sienes latían y la linterna vaciló en su mano mientras Woermann permanecía en la fría e infernal oscuridad contemplando las arrugadas mortajas que sólo cubrían el piso bajo ellas. La cabeza de Lutz estaba allí, con los ojos abiertos, la boca abierta, yaciendo sobre su oreja izquierda. Los demás habían desaparecido… tal como Woermann lo sospechaba. Pero el hecho de que hubiera esperado a medias encontrar esta escena, no logró aminorar su aturdido impacto.

¿Dónde estaban?

Y todavía llegaban esos sonidos raspantes desde muy lejos, a la derecha.

Woermann sabía que debía seguirlos hasta su origen. El honor lo exigía. Pero primero… enfundando la Luger, buscó en el bolsillo del pecho de su camisola y sacó la cruz de plata. Sintió que podría protegerlo más que una pistola.

Con la cruz en alto frente a él, avanzó en dirección a los sonidos. La caverna del subsótano se hacía más angosta hasta convertirse en un túnel que seguía un sendero serpentino hacia la parte posterior de la fortaleza. Mientras se acercaba, el sonido se hizo más fuerte. Más cercano. Entonces comenzó a ver ratas. Unas cuantas al principio, grandes y gordas, posadas en pequeñas salientes de roca y contemplándolo mientras pasaba. Más allá otras, cientos de ellas, trepando por las paredes, cada vez más apretadas hasta que el túnel parecía estar revestido con el enredado pelaje opaco que se retorcía, se arrastraba y lo miraba con incontables ojillos negros. Siguió adelante controlando su repugnancia. Las ratas en el suelo se quitaban de su camino, pero no mostraban un miedo verdadero hacia él. Deseó tener una Schmeisser, aunque era improbable que cualquier arma pudiera salvarlo si decidían abalanzarse en masa sobre él.

Más adelante, el túnel se doblaba súbitamente a la derecha y Woermann se detuvo para escuchar. Los sonidos raspantes eran aún más fuertes. Estaban tan cerca que casi podía imaginar que se originaban en la siguiente curva. Lo que significaba que tendría que ser muy cuidadoso. Tenía que encontrar la forma de ver lo que sucedía allí, sin ser visto.

Tendría que apagar la linterna.

Pero no quería hacer eso. La masa ondulante de ratas en el suelo y en las paredes lo hacía temer la oscuridad. ¿Qué tal si era la luz la que las mantenía a raya? Suponiendo… No importaba. Tenía que saber qué había más allá. Estimaba que podía llegar a la curva en cinco pasos largos. Llegaría allá en la oscuridad; luego daría vuelta a la izquierda y se forzaría a dar otros tres pasos. Si para entonces no encontraba nada, prendería la linterna de nuevo y seguiría adelante. Hasta donde sabía, podía no haber nada allí. La cercanía de los sonidos tal vez era un truco acústico del túnel… quizá tendría que avanzar otros cien metros. O tal vez no.

Afirmándose, apagó la linterna pero conservó el dedo en el interruptor por si algo sucediera con las ratas. No oía nada ni sentía nada. Cuando se detuvo y esperó que sus ojos se adaptaran a la oscuridad, notó que el ruido había crecido, como si la ausencia de luz lo hubiera amplificado. Era una ausencia total de luz. No había ningún resplandor, ni siquiera una traza de iluminación alrededor de la esquina. Lo que estuviera haciendo ese ruido tendría que tener alguna luz por lo menos, ¿no es cierto? ¿No es cierto?

Se obligó a avanzar, contando los pasos silenciosamente mientras cada nervio de su cuerpo le aullaba que diera vuelta y corriera. ¡Pero tenía que saber! ¿Dónde estaban los cuerpos? ¿Y qué producía ese ruido? Quizá entonces los misterios de la fortaleza quedarían resueltos. Era su deber averiguar. Su deber…

Completó el quinto y último paso. Dio vuelta a la izquierda y, al hacerlo, perdió el equilibrio. Su mano izquierda, la que tenía la linterna, se lanzó en un reflejo para evitar caerse e hizo contacto con algo peludo que chilló, se movió y lo mordió con dientes afilados como hojas de afeitar. Quitó la mano e hincó los dientes en su labio inferior hasta que el dolor cedió. No tomó mucho tiempo y él logró conservar la linterna.

Los sonidos raspantes parecían más fuertes ahora y estar directamente adelante. Sin embargo, no había luz. No importaba cuánto forzara la vista, no podía ver nada. Empezó a sudar mientras el miedo llegaba a lo profundo de sus intestinos y apretaba. Tenía que haber luz en
algún lugar
más adelante.

Dio un paso, no tan largo como los anteriores, y se detuvo.

Los sonidos llegaban ahora directamente desde frente a él, adelante y abajo… raspando, arañando y forcejeando.

Otro paso.

Lo que fueran los sonidos, le daban la impresión de ser un esfuerzo concertado, sin embargo no pudo escuchar ninguna respiración agitada acompañándolos. Sólo su propia respiración áspera y el sonido de su sangre golpeándole los oídos. Eso y el raspar.

Un paso más y encendería la luz de nuevo. Levantó el pie pero encontró que no podía avanzar. Su cuerpo, por voluntad propia, se negaba a dar un paso más hasta que pudiera ver a dónde iba.

Se detuvo, temblando. Quiso regresar. No quería ver lo que había más adelante. Nada sano o de este mundo podía moverse y existir en esta negrura. Era mejor no saber. Pero los cuerpos… tenía que saber.

Hizo un ruido, que casi fue un sollozo, y encendió el interruptor de la linterna. Le tomó un momento a sus pupilas contraerse en el súbito resplandor, y a su mente uno mucho más largo para registrar el horror de lo que reveló la luz.

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