La fortaleza (23 page)

Read La fortaleza Online

Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
9.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

En tanto el bote se dirigía a la playa, el pelirrojo se pasó por el hombro el cordón que ataba la manta enrollada que contenía todas sus posesiones y levantó la larga y plana caja bajo su brazo. Kiamil puso los motores en reversa a medio metro de la gris mezcla de arena y suciedad cubierta de exuberantes pastos largos y duros que eran el banco. El pelirrojo dio un paso sobre la borda y saltó a tierra.

Se volvió a ver a Kiamil. El turco agitó un brazo y empezó a alejar el bote de la playa.

—¡Kiamil! —gritó—. ¡Toma! —Lanzó las dos monedas de cincuenta pesos oro hacia el bote, una a la vez. Cada una fue precisamente tomada en el aire por una mano morena y callosa.

Con ruidosos y profundos agradecimientos en nombre de Mahoma y de todo lo que es sagrado en el Islam rebotando en sus oídos, el pelirrojo se volvió y empezó a organizar su camino por el fangal. Frente a él había nubes de insectos, serpientes venenosas y agujeros sin fondo de tierras movedizas. Tras esto habría unidades de la Guardia de Hierro. No podían detenerlo, pero sí hacer más lento su progreso. Como amenazas de su vida, éstas eran insignificantes en comparación con lo que sabía que estaba a medio día de jornada al oeste, en el paso Dinu.

17

La Fortaleza

Miércoles, 30 de abril

16:47 horas

Woermann estaba ante la ventana mirando a los hombres en el patio. Ayer habían estado mezclados, los uniformes negros revueltos con los grises. Esta tarde estaban separados, una línea invisible dividía a los einsatzkommandos de los soldados ordinarios.

Ayer tenían un enemigo común, que mataba independientemente del color del uniforme. Pero la noche anterior el enemigo no había matado y para esta tarde todos estaban actuando como vencedores, cada grupo adjudicándose el crédito por la noche de seguridad. Era una rivalidad natural. Los einsatzkommandos se veían a sí mismos como tropas selectas, expertos de la SS en una clase especial de guerra. Los soldados comunes se veían a sí mismos como soldados de verdad. Aunque temían lo que representaba el uniforme negro de los SS, veían a los einsatzkommandos como poco más que policías glorificados.

La unidad se empezó a romper en el desayuno. Fue una comida normal hasta que la muchacha Magda apareció. Hubo empujones y codazos amistosos para lograr un lugar cerca de ella mientras se movía por los peroles de comida, llenando una charola para ella y su padre. En realidad no fue un incidente, pero su sola aparición en la comida de la mañana empezó a dividir a los dos grupos. El contingente de la SS supuso automáticamente que, dado que era una judía, tenían el derecho prioritario de hacer con ella lo que quisieran. Los soldados comunes no pensaban que nadie tuviese un derecho prioritario sobre la joven. Era hermosa. Por más que intentara cubrir su cabello con ese viejo pañuelo y esconder su cuerpo en esas ropas sin forma, no podía ocultar su feminidad, que se irradiaba a pesar de todos sus intentos de minimizarla. Estaba ahí, en la suavidad de su piel, en la tersura de su cuello, la forma de sus labios y la inclinación de sus brillantes ojos castaños. Era de quien la pudiera obtener, según las tropas ordinarias. Y la primera oportunidad deberían tenerla los
verdaderos
guerreros, claro está.

Woermann no se dio cuenta en el primer momento, pero aparecieron las primeras grietas en la solidaridad del día anterior.

En la comida de mediodía comenzó una lucha a empujones entre los uniformes grises y los negros, nuevamente mientras la chica pasaba por la fila. Dos hombres resbalaron y cayeron al suelo durante una pequeña pelea y Woermann envió al sargento a detenerla antes de que se dieran golpes serios. Para entonces, Magda había recogido su comida y partido.

Poco después de la comida, ella había vagado, buscándolo. Le dijo que su padre necesitaba una cruz o crucifijo como parte de su investigación de uno de los manuscritos. ¿Podría el capitán prestarle uno? Sí pudo; una pequeña cruz de plata tomada de uno de los soldados muertos.

Y ahora los hombres sin asignación estaban sentados aparte en el patio, mientras los demás trabajaban desmantelando la parte posterior de la fortaleza. Woermann trataba de hallar formas de evitar algún problema en la cena. Quizá lo mejor sería hacer que alguien sirviera una charola en cada alimento y subírsela al anciano y a su hija en la torre. Mientras menos vieran a la chica, mejor.

Sus ojos se sintieron atraídos por el movimiento que ocurría directamente bajo él. Era Magda, dudosa al principio y luego con la espalda recta y la barbilla alta, decidida, marchando hacia la entrada al sótano con un balde en la mano. Los hombres la siguieron primero con la vista, pero pronto estaban en pie, derivando hacia ella desde todos los rincones del patio, como burbujas de jabón girando hacia una alcantarilla abierta.

Cuando volvió del sótano con su balde lleno de agua, la estaban esperando en un cerrado semicírculo, empujándose y forzándose hacia el frente para poder verla más de cerca. La llamaban, moviéndose ante ella, a su lado y atrás, mientras intentaba volver a la torre. Uno de los einsatzkommandos se interpuso a su paso, pero fue empujado por un soldado que tomó el balde de agua con galantería exagerada y lo llevó caminando delante de ella, un lacayo burlón. Pero el SS que había sido empujado trató de tomar el balde, logrando sólo derramar el contenido en las piernas y botas del que lo sostenía.

Mientras se iniciaban las risas de los uniformes negros, la cara del soldado adquirió un color rojo brillante. Woermann podía ver lo que estaba a punto de ocurrir, pero era impotente para detenerlo desde su puesto en el tercer nivel de la torre. Vio cómo el soldado de gris balanceaba el balde hacia el SS que lo había mojado y contempló el balde golpear con toda su fuerza contra la cabeza del otro. Un instante después, Woermann estaba lejos de la ventana y bajaba los escalones tan rápido como sus piernas podían llevarlo.

Al llegar al descanso inferior, vio la puerta de la habitación de los judíos cerrándose tras una visión de tela de falda. Luego, se encontró en el patio frente a una verdadera pelea. Tuvo que disparar su pistola dos veces para atraer la atención de los hombres y amenazar con hacerlo contra el próximo que diera un golpe antes de que la lucha terminara en realidad. La chica tenía que irse.

Cuando todo se calmó, Woermann dejó a sus hombres con el sargento Oster y avanzó directamente al primer piso de la torre. Mientras estaba ocupado poniendo en orden a los einsatzkommandos, Woermann podía utilizar la oportunidad para hacer que la muchacha abandonara la fortaleza. Si podía lograr que atravesara la calzada y llegara a la posada antes de que Kaempffer se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, había una buena oportunidad de que lograra mantenerla fuera.

Esta vez no se preocupó en tocar sino que abrió la puerta de un empujón y entró.

—¡
Fraulein
Cuza! —llamó.

El viejo se encontraba sentado a la mesa y la muchacha no estaba visible en ninguna parte.

—¿Qué quiere con ella? —preguntó el viejo.

—¡
Fraulein
Cuza! —insistió Woermann ignorando al padre.

—¿Sí? —respondió ella saliendo del cuarto trasero, con el rostro ansioso.

—Quiero que empaque para irse a la posada inmediatamente —le ordenó—. Tiene dos minutos. No más.

—¡Pero no puedo dejar a mi padre! —protestó ella.

Él no podía ser dominado y esperaba que su cara lo demostrara. No le gustaba separar a la muchacha de su padre. Obviamente, el profesor necesitaba cuidados y ella se hallaba dedicada a cuidarlo, pero los hombres bajo sus órdenes estaban primero y ella era una influencia quebrantadura. El padre debía quedarse en la fortaleza y la hija tendría que irse a la posada. No había lugar para discusiones.

Woermann vio que ella le lanzaba una mirada suplicante a su padre, rogándole que dijera algo. Pero el viejo permaneció silencioso. Ella respiró profundamente y se volvió hacia el cuarto trasero.

—Ahora tiene minuto y medio —le avisó Woermann.

—¿Minuto y medio para qué? —preguntó una voz tras él. Era Kaempffer.

Gruñendo interiormente y preparándose para una batalla de voluntades, Woermann encaró al oficial de la SS.

—Tu selección del momento es soberbia como siempre, mayor —le reprochó—. Sólo le estaba diciendo a Fraulein Cuza que empacara sus cosas y se mudara a la posada.

Kaempffer abrió la boca para replicar, pero fue interrumpido por el profesor.

—¡Lo prohíbo! —gritó con su voz seca y estridente—. ¡No permitiré que alejen a mi hija!

Los ojos de Kaempffer se entrecerraron cuando su atención fue atraída de Woermann a Cuza. Hasta Woermann se encontró sorprendido al ver que había originado el estallido.

—¿Tú lo prohíbes, viejo judío? —estalló Kaempffer con voz áspera, mientras pasaba junto a Woermann dirigiéndose hacia el profesor—. ¿Tú lo prohíbes? Déjame decirte algo: ¡Tú no prohíbes nada aquí! ¡Nada! —El viejo bajó la cabeza con resignación.

Kaempffer se volvió de nuevo hacia Woermann, satisfecho del resultado de su furia descargada.

—Vigila que salga de aquí inmediatamente. ¡Es una provocadora de problemas!

Aturdido y entretenido, Woermann vio que Kaempffer salía del aposento tan abruptamente como había entrado. Miró al viejo cuya cabeza ya no estaba baja y quien ahora no parecía estar resignado a nada.

—¿Por qué no protestó antes de que llegara el mayor? —lo acusó Woermann—. Tenía la impresión de que quería que ella saliera de la fortaleza.

—Quizá. Pero cambié de opinión.

—Eso noté… y en una forma muy provocadora, en un momento muy estratégico. ¿Siempre manipula así a todos?

—Mi querido capitán —respondió el profesor en tono serio—, nadie le pone mucha atención a un inválido. La gente mira el cuerpo y ve que está destrozado por un accidente o inservible por una enfermedad, y automáticamente llevan la enfermedad a la mente dentro del cuerpo. «No puede caminar, por tanto no debe tener nada inteligente o útil o interesante que decir». Así que un lisiado como yo pronto aprende cómo lograr que la gente tenga una idea que él ya había pensado y hacer que lleguen a ella en tal forma, que crean que la originaron ellos. No es manipulación, es una forma de persuasión.

Mientras Magda salía del cuarto trasero con una maleta en la mano, Woermann se dio cuenta con disgusto, y quizá con un toque de admiración, de que él también había sido manipulado o «persuadido» para concederle al profesor lo que deseaba. Ahora sabía de quién había sido la idea de que Magda hiciera esos repetidos viajes al comedor y al sótano. Sin embargo, la comprensión no lo molestó demasiado. Sus propios instintos estuvieron siempre en contra de tener una mujer en la fortaleza.

—Voy a dejarla en la posada, sin guardia —le explicó a Magda—. Estoy seguro de que entiende que si escapa, las cosas no estarán bien para su padre. Voy a confiar en su honor y en su devoción hacia él.

No añadió que sería provocar una pelea el decidir qué soldados harían el trabajo de guardia sobre ella, la competencia por el doble beneficio de separarse de la fortaleza y la proximidad de una hembra atractiva ensancharía más tarde el desacuerdo entre los dos contingentes de soldados. No tenía otra alternativa más que confiar en ella.

El padre y la hija intercambiaron una mirada.

—No tema, capitán —lo tranquilizó Magda mirando a su padre—. No tengo ninguna intención de escapar y abandonarlo.

Él vio que las manos del profesor se crispaban en dos puños gruesos y enojados.

—Será mejor que te lleves esto —sugirió el anciano empujando uno de los libros hacia ella, el que él llamaba el
Al Azif
—. Estúdialo esta noche para que podamos discutirlo mañana.

—Sabes que no leo árabe, papá —eludió con un rastro de travesura en su sonrisa. Levantó otro volumen más delgado—. Creo que me llevaré éste en su lugar.

Se miraron a través de la mesa. Estaban en un callejón sin salida de voluntades, y Woermann creía tener una buena idea de dónde residía el conflicto.

Sin advertencia, Magda caminó alrededor de la mesa y besó a su padre en la mejilla. Le alisó los ralos cabellos blancos y luego se enderezó y miró a Woermann directamente a los ojos.

—Cuide a mi padre, capitán. Por favor. Es todo lo que tengo —le pidió.

—No se preocupe. Me encargaré de todo —se oyó decir Woermann antes de poder pensar.

Se maldijo. No debió decir eso. Iba en contra de su entrenamiento como oficial, contra toda su educación prusiana. Pero había una expresión en su mirada que lo hacía querer hacer lo que ella le pidió. No tenía una hija propia, pero si la tuviera, le gustaría que lo cuidara como esta muchacha lo hacía con su padre.

No… no tenía que preocuparse de que escapara. Pero el padre era un tipo hábil. Sería bueno mantenerlo vigilado. Woermann se advirtió que nunca debía dar por hecho nada con estos dos.

El pelirrojo lanzó su montura precipitándose por las colinas hacia la entrada sudeste del paso Dinu. El campo verdeante a su alrededor pasó sin ser notado en su prisa. Mientras el sol bajaba por el cielo ante él, las montañas a ambos lados se hacían más escarpadas y rocosas, acercándosele, angostándose hasta que se vio confinado a un sendero de apenas cuatro metros. Una vez pasado el cuello de botella, más adelante estaría en el amplio suelo del paso Dinu. De ahí en adelante sería un viaje fácil, aun en la oscuridad. Conocía el camino.

Estaba a punto de felicitarse él mismo por evitar las muchas patrullas militares del área, cuando vio a dos soldados adelante, interponiéndose en su camino con los rifles listos y las bayonetas caladas. Deteniendo su montura ante la pareja, rápidamente decidió el curso de acción: no quería problemas, así que se comportaría humilde y suave.

—¿A dónde tan aprisa, pastor de cabras?

Fue el más viejo de los dos el que habló. Tenía un grueso bigote y la cara picada de viruelas. El hombre más joven se rió ante la expresión «pastor de cabras». Aparentemente tenía algún significado peyorativo para ellos.

—Por el paso hacia mi aldea. Mi padre está enfermo. Por favor, déjenme pasar.

—Todo a su tiempo. ¿Qué tan arriba piensas llegar?

—A la fortaleza.

—¿La fortaleza? Nunca la he oído nombrar. ¿Dónde está?

Eso respondía una pregunta al pelirrojo. Si la fortaleza estuviera involucrada en una acción militar en el paso, estos hombres al menos hubieran oído hablar de ella.

Other books

Like It Never Happened by Emily Adrian
Miss Firecracker by Lorelei James
Another Dawn by Kathryn Cushman
Do You Believe in Santa? by Sierra Donovan
Ideal by Ayn Rand
The Sexorcist by Vivi Andrews
The Black Box by Michael Connelly