—Ya dijiste eso una vez, la primera mañana que conociste a papá —recordó Magda sacudida por la solemnidad del tono de Glenn—. Pero ¿qué podría ser peor?
—Podría perderse.
—¿Él?
—No, perder su ser. Su propio ser. Lo que es, lo que toda su vida ha luchado por ser. Eso puede perderse.
—Glenn, no comprendo —y en realidad no comprendía. O quizá no quería hacerlo. Había una mirada lejana en los ojos de Glenn, que la perturbaba.
—Supongamos algo —propuso él—. Supongamos que el vampiro, o
moroi
, o no-muerto, como se le menciona en las leyendas, confinado a su tumba durante el día y levantándose en la noche para alimentarse de la sangre de los vivos, no es más que la leyenda que siempre creíste que era. Supongamos, en vez de eso, que el mito del vampiro es el resultado de los esfuerzos de los antiguos relatores para conceptualizar algo que estaba más allá de su comprensión; que la base real de la leyenda es un ser que ambiciona algo no tan simple como la sangre, sino que se alimenta de la debilidad humana, que prospera en la locura y el dolor, que obtiene poder constante de la miseria, el miedo y la degradación humana.
—Glenn, no hables así —pidió ella. Su voz y su tono la incomodaban—. Es horrible. ¿Cómo podría algo alimentarse del dolor y la miseria? No estarás diciendo que Molasar…
—Sólo estoy suponiendo.
—Bien, pues estás equivocado —rebatió ella con total convicción—. Sé que Molasar es malvado y quizá está loco. Eso se debe a lo que es. Pero no es malvado del modo en que tú lo describes. ¡No puede serlo! Antes de que llegáramos salvó a los aldeanos que el mayor había apresado. Y recuerda lo que hizo por mí cuando esos dos soldados me atacaron. —Magda cerró los ojos ante el recuerdo—. Me salvó. ¿Y qué podría ser más degradante que la violación a manos de dos nazis? Algo que se alimenta de la degradación se podría haber dado un pequeño banquete a costa mía. Pero Molasar los detuvo y los mató.
—Sí. De un modo bastante brutal, según me dijiste.
—¿Y qué? —Inquieta, Magda recordó los regurgitantes sonidos de la muerte de los soldados, el crujido de sus cuellos al ser sacudidos por Molasar.
—O sea que no quedó completamente insatisfecho.
—Pero pudo haberme matado a mí también si eso le hubiese proporcionado placer. Y no lo hizo. Me devolvió a mi padre.
—¡Exacto! —exclamó Glenn taladrándola con la mirada.
Magda vaciló, intrigada por la respuesta de Glenn, y luego continuó apresuradamente:
—Y en cuanto a mi padre, pasó los últimos años en una agonía casi continua. Completamente miserable. Y ahora está curado de su escleroderma. ¡Es como si nunca la hubiera tenido! Si la miseria humana alimenta a Molasar, ¿por qué no dejó que mi padre continuara enfermo, sufriendo dolor para alimentarse de eso? ¿Por qué cortar una fuente de «alimentación» curando a mi padre?
—En efecto, ¿por qué?
—¡Oh, Glenn! —exclamó aferrándose a él—. ¡No me asustes más de lo que ya estoy! No quiero discutir contigo, ya he tenido un momento bastante desagradable con mi padre. ¡No soportaría tener problemas también contigo!
—Muy bien —aceptó él abrazándola más fuerte—. Pero piensa en esto: Tu padre ahora está más saludable del cuerpo de lo que ha estado durante muchos años. Pero ¿qué hay con el hombre en su interior? ¿Es el mismo con quien llegaste aquí hace cuatro días?
Esa era una pregunta que había importunado a Magda todo el día y para la que no tenía respuesta.
—Sí… No… ¡No lo sé! Creo que sólo está tan confundido como yo lo estoy ahora mismo. Pero estoy segura de que estará bien. Es sólo que ha recibido una sacudida, eso es todo. Ser curado repentinamente de una enfermedad que lo lisiaba poco a poco y que supuestamente era incurable, puede hacer que cualquiera se comporte en forma extraña durante un tiempo. Pero se sobrepondrá. Espera y lo verás.
Glenn no dijo nada y Magda se alegró de ello. Significaba que él también quería paz entre ellos. Observó que la niebla se formaba en el suelo del paso y comenzaba a levantarse mientras el sol se ponía tras los picos. Llegaba la noche.
La noche. Papá había dicho que Molasar se libraría de los alemanes esta noche. Eso debía darle esperanza, pero de algún modo le parecía terrible y ominoso. Aun la sensación del brazo de Glenn rodeándola no pudo apaciguar su miedo completamente.
—Regresemos a la posada —pidió ella al fin.
—No. Quiero ver lo que pase allá —negó Glenn sacudiendo la cabeza.
—Podría ser una noche muy larga.
—Puede ser la noche más larga de la historia —convino él sin mirarla—. Interminable.
Magda levantó la vista y captó una expresión de culpa terrible que pasaba por la cara de Glenn. ¿Qué lo estaba desgarrando adentro? ¿Por qué no lo compartía con ella?
—¿Estás listo?
Las palabras no sorprendieron a Cuza. Después de ver que los últimos rayos del sol se desvanecían en el cielo, estuvo anticipando la llegada de Molasar. Con el sonido de la voz hueca, se levantó de la silla de ruedas, orgulloso y agradecido de ser capaz de hacerlo. Había esperado durante todo el día a que el sol se pusiera, maldiciéndolo cada cierto tiempo por ser tan lento en su curso a través del cielo.
Y ahora, finalmente el momento estaba aquí. Esta noche sería su noche y la de nadie más. Había esperado por esto. Era suyo. Nadie se lo podía arrebatar.
—¡Listo! —afirmó, volviéndose para encontrar a Molasar muy cerca de él, apenas visible en el resplandor de una única vela colocada sobre la mesa. Cuza había desatornillado la bombilla eléctrica sobre su cabeza. Se encontraba más cómodo en el pálido revoloteo de la vela. Más cómodo. Más en casa. Más unido a Molasar—. Gracias a ti, soy capaz de ayudar.
—Requirió de muy poco curar las heridas causadas por tu enfermedad —declaró Molasar con expresión neutral—. Si hubiera estado más fuerte, te habría curado en un instante; sin embargo, en mi condición, relativamente debilitada, me tomó toda la noche.
—Ningún médico lo habría logrado en toda una vida, ¡en dos vidas!
—¡Nada! —refutó Molasar con un gesto rápido y despreciativo de la mano derecha—. Tengo grandes poderes para causar la muerte, pero también para curar. Siempre hay un equilibrio. Siempre.
Él pensó que el humor de Molasar era poco filosófico. Pero no tenía tiempo para la filosofía esta noche.
—¿Qué hacemos ahora?
—Esperaremos —afirmó Molasar—. No está todo listo todavía.
—Y después, ¿qué? —Cuza apenas podía contener su impaciencia—. Entonces, ¿qué?
Molasar se paseó hasta la ventana y miró hacia las oscurecidas montañas. Después de una larga pausa, habló en tono bajo:
—Esta noche voy a confiarte el origen de mi poder. Debes llevártelo, sacarlo de la fortaleza y encontrar un escondite seguro en algún lugar en esos riscos.
No
debes permitir que nadie te detenga. No debes permitir que nadie te lo quite.
—¿El origen de tu poder? —preguntó Cuza, desconcertado. Se devanó la memoria—. Nunca escuché que los no-muertos tuvieran algo así.
—Eso es porque nunca quisimos que se supiera —aclaró Molasar, volviéndose y confrontándolo—. Mis poderes fluyen de él, pero también es el punto más vulnerable de mis defensas. Me permite existir como lo hago, si bien en las manos inapropiadas puede ser usado para terminar con mi existencia. Por eso siempre lo conservo cerca de mí, donde pueda protegerlo.
—¿Qué
es
? Dónde…
—Es un talismán que está escondido ahora en las profundidades del subsótano. Si voy a abandonar la fortaleza, no puedo dejarlo atrás sin protección. Ni puedo arriesgarme a llevarlo a Alemania. Así que debo dárselo a alguien en quien confíe para que lo salvaguarde. —Se acercó más.
Cuza sintió que un escalofrío le recorría la piel cuando la negrura sin fondo de las pupilas de Molasar se centró en él, pero se forzó a mantenerse firme.
—Puedes confiar en mí. Lo esconderé tan bien que hasta una cabra montañesa se verá en problemas para encontrarlo. ¡Lo juro!
—¿Lo harás? —acicateó Molasar acercándose más. La luz de la vela tembló en su rostro de cera—. Será la tarea más importante que nunca hayas llevado a cabo.
—Puedo hacerlo… ahora —aseguró Cuza, cerrando los puños y sintiendo fuerza más que dolor en el movimiento—. Nadie me lo quitará.
—Es difícil que alguien lo intente. Y si lo hace, es dudoso que nadie que viva ahora sepa cómo usarlo contra mí. Pero, por otro lado, está hecho de oro y plata. Si alguien lo encuentra y trata de fundirlo…
Un aguijón de incertidumbre se clavó en Cuza.
—Nada puede permanecer oculto para siempre.
—No es necesario que sea para siempre —rebatió Molasar—. Sólo hasta que haya terminado con Lord Hitler y sus cómplices. Debe permanecer a salvo hasta que yo regrese. Después de eso, volveré a hacerme cargo de su protección.
—¡
Estará
a salvo! —corroboró Cuza. La autoconfianza fluyó de nuevo en él Podía esconder cualquier cosa en estas montañas durante unos cuantos días—. Te estará esperando cuando regreses. No más Hitler… ¡qué día tan glorioso será ese! Libertad para Rumania, para los judíos. Y para mí, ¡la reivindicación!
—¿Reivindicación?
—Mi hija… no cree que deba confiar en ti.
—No fue sabio discutir esto con nadie, ni siquiera con tu propia hija —advirtió Molasar entrecerrando los ojos.
—Está tan ansiosa como yo por ver que Hitler desaparezca. Es simplemente que encuentra difícil creer que seas sincero. Ha sido influida por un hombre que me temo se ha convertido en su amante.
—¿Qué hombre?
Cuza creyó haber visto que Molasar vacilaba y que el pálido rostro se había vuelto un poco más blanco.
—No sé mucho sobre él —explicó—. Se llama Glenn y parece tener cierto interés en la fortaleza. Pero en cuanto a…
Cuza, se sintió súbitamente sacudido de arriba abajo. En una confusión de movimiento, las manos de Molasar habían saltado hacia arriba, tomando la tela del abrigo del profesor y levantándolo fácilmente del piso.
—¿
Cómo
es él? —gruñó Molasar a través de los apretados dientes.
—¡Él… es alto! —balbuceó Cuza, aterrado por la tremenda fuerza de las frías manos que estaban sólo a centímetros de su garganta y por los largos dientes amarillos tan cerca—. Casi tan alto como tú y…
—¡Su cabello! ¿Qué hay de su cabello?
—¡Es rojo!
Molasar lo arrojó por el aire, haciéndolo dar tumbos por la habitación, rodando y deslizándose impotente, lastimándose contra el suelo. Y al hacerlo, un sonido gutural escapó de la garganta de Molasar, distorsionado por la cólera, pero que Cuza pudo reconocer como:
—¡Glaeken!
Cuza chocó contra la pared contraria y yació aturdido durante unos momentos. Mientras su visión se aclaraba lentamente, percibió algo que jamás esperó ver en la cara de Molasar: temor.
¿Glaeken?
, pensó Cuza encorvado, con miedo de hablar. ¿No era ese el nombre de la secta secreta que Molasar mencionara dos noches antes? ¿Los fanáticos que lo perseguían? ¿Para esconderse de los cuales construyó la fortaleza? Vio cómo Molasar se dirigía a la ventana y miró hacia la aldea con expresión indescifrable. Finalmente se volvió hacia Cuza. Su boca estaba contraída en una línea delgada y apretada.
—¿Cuánto tiempo ha estado aquí?
—Tres días… desde la noche del miércoles. —Cuza se sintió empujado a agregar—: ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Molasar no respondió de inmediato. Caminó de un lado a otro en la creciente oscuridad más allá de la luz de las velas; tres pasos en una dirección, tres pasos en la otra, inmerso en sus pensamientos. Y entonces se detuvo.
—La secta de los
glaeken
debe existir aún —explicó con voz apagada—. ¡Debí saberlo! ¡Siempre fueron muy tenaces, su fervor por alcanzar la dominación del mundo era demasiado fanática como para que ellos desaparecieran! Estos nazis de que hablas… este Hitler… todo adquiere sentido ahora. ¡Por supuesto!
—¿Qué cosa adquiere sentido? —preguntó Cuza sintiendo que ya podía levantarse sin peligro.
—Los
glaeken
siempre prefirieron trabajar entre bastidores, usando los movimientos populares para ocultar su identidad y sus verdaderos objetivos. —Molasar se quedó ahí como una imponente sombra y levantó los puños—. Lo puedo ver ahora. Lord Hitler y sus seguidores son sólo otra fachada para los glaeken. ¡He sido un tonto! Debí reconocer sus métodos cuando por primera vez me hablaste de los campos de muerte. Y luego, esa cruz torcida que los nazis han estado pintando en todas partes… ¡cuán obvio! Los glaeken fueron una vez un brazo de la Iglesia.
—Pero Glenn…
—¡Es uno de ellos! No uno de sus títeres como los nazis, sino uno del círculo interior. Un verdadero miembro de los
glaeken
… ¡uno de sus asesinos!
—Pero ¿cómo puedes estar seguro? —Cuza sintió que su garganta se apretaba.
—Los
glaeken
crían a sus asesinos de acuerdo con un molde preciso: siempre ojos azules, siempre piel levemente olivácea, siempre cabello rojo. Están entrenados en todos los métodos de matar, incluyendo las maneras de asesinar a los no-muertos. ¡Éste que se llama a sí mismo Glenn pretende asegurarse que yo nunca abandone mi fortaleza!
Cuza se inclinó contra la pared, sacudido por la idea de Magda en los brazos de un hombre que era parte del verdadero poder detrás de Hitler. ¡Era demasiado fantástico para creerlo! Y, sin embargo, todo parecía encajar. Ese era el verdadero horror de ello… que todo encajaba. Con razón Glenn se trastornó tanto al oírlo decir que ayudaría a Molasar para librar al mundo de Hitler. También explicaba los incesantes esfuerzos de Glenn por arrojar una sombra de duda sobre todo lo que Molasar le decía. Y explicaba, asimismo, por qué Cuza había llegado a odiar instintivamente al pelirrojo. El monstruo no era Molasar… ¡era Glenn! ¡Y en este mismo momento, sin duda Magda estaba con él! ¡Había que hacer algo!
Se controló y miró a Molasar. Cuza no podía permitirse ser presa del pánico ahora. Necesitaba respuestas antes de decidir qué hacer.
—¿Cómo puede detenerte? —le demandó a Molasar.
—Conoce métodos… métodos perfeccionados por su secta a lo largo de siglos de lucha contra los míos. Sólo él podría utilizar mi talismán contra mí. ¡Si llega a apoderarse de él me destruirá!
—Destruirte… —Cuza estaba abismado. Glenn podía arruinarlo todo. El que Glenn destruyera a Molasar significaría más campos de exterminio, más conquistas por los ejércitos de Hitler… la erradicación de los judíos como pueblo.