donde el Verde y el Tronto desembocan.
Ya lucía en mi frente la corona
de aquella tierra que el Danubio riega
cuando abandona la margen tedesca.
Y la hermosa Trinacria, que se anubla
entre Peloro y Pachino, en el golfo
que el ímpetu del Euro más recibe,
no por Tifeo sino del azufre,
aún hubiera esperado sus monarcas,
de Carlos y Rodolfo en mí nacidos,
si el mal gobierno, que atormenta siempre
a los pueblos sujetos no forzase
a gritar a Palermo: "Muerte, muerte."
Y si mi hermano hubiese esto previsto,
de Cataluña la pobreza avara
evitaría que daño le hiciese;
pues proveer debieran ciertamente,
él u otros, a fin de que a su barca
cargada, aún otra carga no se agregue.
Y su carácter que de largo a parco
bajó, precisaría capitanes
no preocupados de amasar dinero.»
«Puesto que creo que la alta alegría
que tu hablar, señor mío, me ha causado,
donde se inicia y cesa todo bien
la ves del mismo modo que la veo,
me es más grata; y también me causa gozo
pues contemplando a Dios la has advertido.
Gusto me diste, ponme en claro ahora,
pues me han causado dudas tus palabras,
cómo dulce semilla da amargura.»
Esto le dije; y él a mi «Si puedo
mostrarte una verdad, a tu pregunta
el rostro le darás y no la espalda.
El bien que todo el reino que tú asciendes
alegra y mueve, con su providencia
hace que influyan estos grandes cuerpos.
Y no sólo provistas las naturas
son en la mente que por sí es perfecta,
mas su conservación a un tiempo mismo:
por lo que todo aquello que dispara
este arco a su fin previsto llega,
cual se clava la flecha en su diana.
Si así no fuese, el cielo que recorres
tendría de este modo efectos tales
que no serían arte, sino ruinas;
y esto no puede ser, si los ingenios
que las estrellas mueven no son torpes,
y torpe aquel que las creó imperfectas.
¿Quieres que esta verdad te aclare un poco?»
Y yo: «No; pues ya sé que es imposible
que a lo que es necesario Dios faltase.»
Y él: «Dime, ¿no sería para el hombre
peor si no viviese en sociedad?»
«Sí —respondí— y la causa no preguntó.»
«¿Y puede ser así, si no se tienen
diversamente oficios diferentes?
No, si bien lo escribió vuestro maestro.»
Fue hasta aquí de este modo deduciendo;
y luego concluyó: «Luego diversas
serán de vuestros hechos las raíces:
por lo que uno es Solón y el otro es Jerjes,
y otro Melchisedec, y el otro aquel
que, volando en el aire, perdió al hijo.
La circular natura, que es el sello
de la cera mortal, obra con tino,
mas no distingue de uno al otro albergue.
Por eso ya en el vientre se apartaron
Esaú de Jacob; y de un vil padre
nació Quirino, a Marte atribuido.
La natura engendrada haría siempre
su camino al igual que la engendrante,
si el divino poder no la venciese.
Ahora tienes delante lo de atrás:
mas por que sepas que de ti me gozo,
quiero añadirte aún un corolario.
Si la naturaleza encuentra un hado
adverso, como todas las simientes
fuera de su región, da malos frutos.
Y si el mundo de abajo se atuviera
al fundamento que natura pone,
siguiendo a éste habría gente buena.
Mas vosotros hacéis un religioso
de quien nació para ceñir espada,
y hacéis rey del que gusta de sermones;
y así pues vuestra ruta se extravía.»
Después, Bella Clemencia, que tu Carlos
las dudas me aclaró, contó los fraudes
que debiera sufrir su descendencia;
mas dijo: «Calla y deja andar los años»;
nada pues os diré, sólo que un justo
duelo vendrá detrás de vuestros males.
Y ya el alma de aquel santo lucero
se había vuelto al sol que le llenaba
como aquel bien que colma cualquier cosa.
¡Ah criaturas impías, necias almas,
que el corazón torcéis de un bien tan grande,
hacia la vanidad volviendo el rostro!
Y entonces otro de los esplendores
vino a mí, y que quería complacerme
el brillo que esparcía me mostraba
Los ojos de Beatriz, que estaban fijos
sobre mí, igual que antes, asintieron
dando consentimiento a mi deseo.
«Dale compensación pronto a mis ansias,
santo espíritu y muéstrame —le dije—
que lo que pienso pueda en ti copiarse.»
Y aquella luz a quien no conocía,
desde el profundo seno en que cantaba,
dijo como quien goza el bien haciendo:
«En esa parte de la depravada
Italia que se encuentra entre Rialto
y las fuentes del Brenta y del Piave,
un monte se levanta, no muy alto,
desde el cual descendió una mala antorcha
que infligió un gran estrago a la comarca.
De una misma raíz nacimos ambos:
Cunizza fui llamada, y aquí brillo
pues me venció la lumbre de esta estrella.
Mas alegre a mí misma me perdono
la causa de mi suerte, y no me duelo;
y esto tal vez el vulgo no lo entienda.
De la resplandeciente y cara joya
de este cielo que tengo más cercana
quedó gran fama; y antes de extinguirse,
se quintuplicará este mismo año:
mira si excelso debe hacerse el hombre,
tal que otra vida a la vida suceda.
Y esto no piensa la turba presente
que el Tagliamento y Adigio rodean:
ni aun siendo golpeada se arrepiente;
mas pronto ocurrirá que Padua cambie
el agua del pantano de Vincenza,
porque son al deber gentes rebeldes;
y donde el Silo y el Cagnano se unen,
alguien aún señorea con orgullo,
y ya se hace la red para atraparle.
Llorará también Feltre la traición
de su impío pastor, y tan enorme
será, que en Malta no hubo semejante.
Muy grande debería ser la cuba
que llenase la sangre ferraresa,
cansando a quien pesara onza por onza,
la que dará tan cortés sacerdote
por mostrar su partido; y dones tales
al vivir del país se corresponden.
Hay espejos arriba que vosotros
llamáis Tronos, y Dios por medio de ellos
nos alumbra, y mis dichos certifican.»
Aquí dejó de hablar; y me hizo un gesto
de volverse a otra cosa, pues se puso
una vez más en la rueda en la que estaba.
El otro gozo a quien ya conocía
como preciada cosa, ante mis ojos
era cual un rubí que el sol hiriese.
Arriba aumenta el resplandor gozando,
como la risa aquí; y la sombra crece
abajo, al par que aumenta la tristeza.
«Dios lo ve todo, y tu mirar se enela
—le dije santo espíritu, y no puede
para ti estar oculto algún deseo.
Por lo tanto tu voz, que alegra el cielo
con el cantar de aquellos fuegos píos
que con seis alas hacen su casulla,
¿por qué no satisface mis deseos?
No esperaría yo a que preguntaras
si me intuara yo cual tú te enmías.»
«El mayor valle en que el agua se vierte
—sus palabras entonces me dijeron—
fuera del mar que a la tierra enguirnalda,
entre enemigas playas contra el curso
del sol tanto se extiende, que ya hace
meridiano donde antes horizonte.
Ribereño fui yo de aquellas costas
entre el Ebro y el Magra, que divide
en corto trecho Génova y Toscana.
Casi en un orto mismo y un ocaso
están Bugía y mi ciudad natal,
que enrojeció su puerto con su sangre.
Era llamado Folco por la gente
que sabía mi nombre; y a este cielo,
como él me iluminó, yo ahora ilumino;
que más no ardiera la hija de Belo,
a Siqueo y a Creusa dando enojos,
que yo, hasta que mi edad lo permitía;
ni aquella Rodopea que engañada
fue por Demofoonte, ni Alcides
cuando encerró en su corazón a Iole.
Pero aquí no se llora, mas se ríe,
no la culpa, que aquí no se recuerda,
sino el poder que ordenó y que provino.
Aquí se admira el arte que se adorna
de tanto afecto, y se comprende el bien
que hace que influya abajo lo de arriba.
Y a fin de que colmados tus deseos
lleves que en esta esfera te han surgido,
debiera referirte aún otras cosas.
Quieres saber quién hay en esa hoguera
que aquí cerca de mí lanza destellos
como el rayo de sol en aguas limpias.
Sabrás que en su interior se regocija
Raab; y en compañía de este coro,
en su más sumo grado resplandece.
A nuestro cielo, en que la sombra acaba
de vuestro mundo, aún antes que alma alguna
por el triunfo de Cristo, fue subida.
Convenía ponerla por trofeo
en algún cielo, de la alta victoria
obtenida con una y otra palma,
pues ella el primer triunfo de Josué
favoreció en la Tierra Prometida,
que poco tiene el Papa en la memoria.
Tu ciudad, que es retoño del primero
que a su creador volviera las espaldas,
cuya envidia ha causado tantos males,
crea y propaga las malditas flores
que han descarriado a ovejas y a corderos,
pues al pastor en lobo han convertido.
Por esto el Evangelio y los Doctores
se olvida, y nada más las Decretales
se estudian, cual sus márgenes indican.
De esto el Papa y la curia se preocupa;
y a Nazaret no van sus pensamientos,
allí donde Gabriel abrió las alas.
Mas pronto el Vaticano y otros sitios
elegidos de Roma, cementerios
de la milicia que a Pedro siguiera,
del adulterio habrán de verse libres.»
Con el Amor que eternamente mana
del uno al otro, contemplando al Hijo
la Potencia primera e inefable
cuanto en espacio o mente se concibe
con tanto orden creó, que estar no puede
sin gustar de ello aquel que vuelve a verlo.
Alza, lector, hacia las altas ruedas
con la mía tu vista, hacia aquel sitio
donde dos movimientos se entrecruzan;
y allí comienza a disfrutar del Arte
de aquel maestro que tanto lo ama
en sí, que nunca de él quita la vista.
Mira cómo de allí se aparta el círculo
oblicuo que conduce los planetas,
satisfaciendo al mundo que los llama.
Pues no siendo inclinado su camino,
vano sería el influir del cielo
y casi muerta aquí cualquier potencia;
y si más o si menos se alejara
girando, de la perpendicular,
se rompería el orden de los mundos.
Quédate ahora, lector, sobre tu banco,
meditando en aquello que sugiero,
si quieres disfrutar y no cansarte.
Te lo he mostrado: come tú ahora de ello;
que a ella reclama todos mis cuidados
esa materia de que soy escriba.
De la naturaleza el gran ministro,
que la virtud del cielo imprime al mundo
y es la medida, con su luz, del tiempo,
a aquella parte arriba mencionada
junto, giraba por las espirales
que le traen cada día más temprano;
y yo estaba con él; mas del subir
no me di cuenta, como aquel que nota,
tras la idea, de dónde le ha venido.
Era Beatriz aquella que guiaba
de un bien a otro mejor, tan raudamente
que el tiempo no medía sus acciones.
¡Cuán luminosa debería ser
por sí, la que en el sol donde yo entraba
no por color, por luz era visible!
Aunque costumbre, ingenio y arte invoque
no diría lo nunca imaginado;
mas puede ser creído y desear verlo.
Y si son bajas nuestras fantasías
a tanta altura, no hay por qué extrañarse;
que más que el Sol no hay ojos que hayan visto.
Tal se mostraba la cuarta familia
del Alto Padre, que siempre la sacia,
mostrando cómo espira y cómo engendra.
Y comenzó Beatriz: «Dale las gracias
al angélico sol, puesto que a éste
sensible te ha traído a gusto suyo.»
Nunca hubo un corazón tan entregado
a devoción y a someterse a Dios
prestamente con toda gratitud,
como yo al escuchar esas palabras;
y tanto todo en él mi amor se puso,
que a Beatriz, eclipsó en el olvido.
No se enfadó; mas se rió en tal forma,
que el esplendor de sus risueños ojos
mi mente unida dividió en más cosas.
Muchos fulgores vivos y triunfantes
vi en torno nuestro como una corona,
en voz más dulce que en rostro lucientes:
ceñida así la hija de Latona
vemos a veces, cuando el aire es denso,
y retiene los restos de su halo.
En la corte celeste que he dejado,
bellas y ricas se hallan muchas joyas
que no pueden sacarse de aquel reino;
y de éstas era el canto de las luces;
quien no tiende sus plumas a lo alto,
como de un mudo espera las noticias.
Luego, cantando así, los rojos soles
a nuestro alrededor tres vueltas dieron,
cual astros cerca de los polos fijos,
pareciendo mujeres que no rompen
su danza, más calladas se detienen
para escuchar la nueva melodía;
y escuché dentro de una de ellas: «Cuando
el rayo de la gracia, en que se enciende
un verdadero amor que amando aumenta,
tanto ilumina en ti multiplicado,
que por esa escalera te conduce