La divina comedia (32 page)

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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

BOOK: La divina comedia
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de su principio más o menos cerca;

y a puertos diferentes se dirigen

por el gran mar del ser, y a cada una

les fue dado un instinto que las guía.

Éste conduce al fuego hacia la luna;

y mueve los mortales corazones;

y ata en una las partes de la tierra;

y no sólo a los seres que carecen

de razón lanza flechas este arco,

también a aquellas que quieren y piensan.

La Providencia, que ha dispuesto todo,

con su luz pone en calma siempre al cielo,

en el cual gira aquel que va más raudo;

ahora hacia allí, como a un sitio ordenado,

nos lleva la virtud de aquella cuerda

que en feliz blanco su disparo clava.

Cierto es que, cual la forma no se pliega

a menudo a la idea del artista,

pues la materia es sorda a responderle,

así de este camino se separa

a veces la criatura, porque puede

torcer, así impulsada, hacia otra parte;

y cual fuego que cae desde una nube,

así el primer impulso, que desvían

falsos placeres, la abate por tierra.

Más no debe admirarte, si bien juzgo,

tu subida, que un río que bajara

de la cumbre del monte a la llanura.

Asombroso sería en ti si, a salvo

de impedimento, abajo te sentaras,

como en el fuego el aquietarse en tierra.»

Volvió su rostro entonces hacia el cielo.

CANTO II

Oh vosotros que en una barquichuela

deseosos de oír, seguís mi leño

que cantando navega hacia otras playas,

volved a contemplar vuestras riberas:

no os echéis al océano que acaso

si me perdéis, estaríais perdidos.

No fue surcada el agua que atravieso;

Minerva sopla, y condúceme Apolo

y nueve musas la Osa me señalan.

Vosotros, los que, pocos, os alzasteis

al angélico pan tempranamente

del cual aquí se vive sin saciarse,

podéis hacer entrar vuestro navío

en alto mar, si seguís tras mi estela

antes de que otra vez se calme el agua.

Los gloriosos que a Colcos arribaron

no se asombraron como haréis vosotros,

viendo a Jasón convertido en boyero.

La innata sed perpetua que tenía

de aquel reino deiforme, nos llevaba

tan veloces cual puede verse el cielo.

Beatriz arriba, y yo hacia ella miraba;

y acaso en tanto en cuanto un dardo es puesto

y vuela disparándose del arco,

me vi llegado a donde una admirable

cosa atrajo mi vista; entonces ella

que conocía todos mis cuidados,

vuelta hacia mí tan dulce como hermosa,

«Dirige a Dios la mente agradecida

—dijo— que al primer astro nos condujo.»

Pareció que una nube nos cubriera,

brillante, espesa, sólida y pulida,

como un diamante al cual el sol hiriese.

Dentro de sí la perla sempiterna

nos recibió, como el agua recibe

los rayos de la luz quedando unida.

Si yo era cuerpo, y es inconcebible

cómo una dimensión abarque a otra,

cual si penetra un cuerpo en otro ocurre,

más debiera encendernos el deseo

de ver aquella esencia en que se observa

cómo nuestra natura y Dios se unieron.

Podremos ver allí lo que creemos,

no demostrado, mas por sí evidente,

cual la verdad primera en que cree el hombre.

Yo respondí. «Señora, tan devoto

cual me sea posible, os agradezco

que del mundo mortal me hayáis sacado.

Mas decidme: ¿qué son las manchas negras

de este cuerpo, que a algunos en la tierra

hacen contar patrañas de Caín?»

Rió ligeramente, y «Si no acierta

—me dijo— la opinión de los mortales

donde no abre la llave del sentido,

punzarte no debieran ya las flechas

del asombro, pues sabes la torpeza

con que va la razón tras los sentidos.

Mas dime lo que opinas por ti mismo.»

Y yo: «Lo que aparece diferente,

cuerpos densos y raros lo producen.»

Y ella: «En verdad verás que lo que piensas

se apoya en el error, si bien escuchas

el argumento que diré en su contra.

La esfera octava os muestra muchas luces,

las cuales en el cómo y en el cuánto

pueden verse de aspectos diferentes.

Si lo raro y lo denso hicieran esto,

un poder semejante habría en todas,

en desiguales formas repartido.

Deben ser fruto las distintas fuerzas

de principios formales diferentes,

que, salvo uno, en tu opinión destruyes.

Aún más, si fuera causa de la sombra

la menor densidad, o tan ayuno

fuera de su materia en la otra parte

este planeta, o, tal como comparte

grueso y delgado un cuerpo, igual tendría

de éste el volumen hojas diferentes.

Si fuera lo primero, se vería

al eclipsarse el sol y atravesarla

la luz como a los cuerpos poco densos.

Y no sucede así. por ello lo otro

examinemos; y si lo otro rompo,

verás tu parecer equivocado.

Si no traspasa el trozo poco denso,

debe tener un límite del cual

no le deje pasar más su contrario;

y de allí el otro rayo se refleja

como el color regresa del cristal

que por el lado opuesto esconde plomo.

Dirás que se aparece más oscuro

el rayo más aquí que en otras partes,

porque de más atrás viene el reflejo.

De esta objeción pudiera liberarte

la experiencia, si alguna vez lo pruebas,

que es la fuente en que manan vuestras artes.

Coloca tres espejos; dos que disten

de ti lo mismo, y otro, más lejano,

que entre los dos encuentre tu mirada.

Vuelto hacia ellos, haz que tras tu espalda

te pongan una luz que los alumbre

y vuelva a ti de todos reflejada.

Aunque el tamaño de las más distantes

pueda ser más pequeño, notarás

que de la misma forma resplandece.

Ahora, como a los golpes de los rayos

se desnuda la tierra de la nieve

y del color y del frío de antes,

al quedar de igual forma tu intelecto,

de una luz tan vivaz quiero llenarle,

que en ti relumbrará cuando la veas.

Dentro del cielo de la paz divina

un cuerpo gira en cuyo poderío

se halla el ser de las cosas que contiene.

El siguiente, que tiene tantas luces,

parte el ser en esencias diferentes,

contenidas en él, mas de él distintas.

Los círculos restantes de otras formas

la distinción que tienen dentro de ellos

disponen a sus fines y simientes.

Así van estos órganos del mundo

como ya puedes ver, de grado en grado,

que dan abajo lo que arriba toman.

Observa atento ahora cómo paso

de aquí hacia la verdad que deseabas,

para que sepas luego seguir solo.

Los giros e influencias de los cielos,

cual del herrero el arte del martillo,

deben venir de los motores santos;

y el cielo al que embellecen tantas luces,

de la mente profunda que lo mueve

toma la imagen y la imprime en ellas.

Y como el alma llena vuestro polvo

por diferentes miembros, conformados

al ejercicio de potencias varias,

así la inteligencia en las estrellas

despliega su bondad multiplicada,

y sobre su unidad va dando vueltas.

Cada virtud se liga a su manera

con el precioso cuerpo al que da el ser,

y en él se anuda, igual que vuestra vida.

Por la feliz natura de que brota,

mezclada con los cuerpos la virtud

brilla cual la alegría en las pupilas.

Esto produce aquellas diferencias

de la luz, no lo raro ni lo denso:

y es el formal principio que produce,

conforme a su bondad, lo turbio o claro.»

CANTO III

El sol primero que me ardió en el pecho,

de la verdad habíame mostrado,

probando y refutando, el dulce rostro;

y yo por confesarme corregido

y convencido, cuanto convenía,

para hablar claramente alcé la vista;

mas vino una visión que, al contemplarla,

tan fuertemente a ella fui ligado,

que aquella confesión puse en olvido.

Como en vidrios diáfanos y tersos,

o en las límpidas aguas remansadas,

no tan profundas que el fondo se oculte,

se vuelven de los rostros los reflejos

tan débiles, que perla en blanca frente

no más clara los ojos la verían;

vi así rostros dispuestos para hablarme;

por lo que yo sufrí el contrario engaño

de quien ardió en amor de fuente y hombre.

En cuanto me hube dado cuenta de ellos,

creyendo que eran rostros reflejados,

para ver de quién eran me volví;

y nada vi, y miré otra vez delante,

fijo en la luz de aquella dulce guía

que, sonriendo, ardía en su mirada.

«No te asombre —me dijo— que sonría

de tu infantil creencia, pues tus plantas

en la verdad aún no has asentado,

mas vuelves a lo vano, como sueles:

lo que ves son sustancias verdaderas,

puestas aquí pues rompieron sus votos.

Mas háblales y créete lo que escuches;

porque la cierta luz que las aplaca

no deja que sus pies se aparten de ella.»

Y a la que parecía más dispuesta

para hablar, me volví, y comencé casi

como aquel a quien turba un gran deseo:

«Oh bien creado espíritu, que sientes

de los eternos rayos la dulzura

que, no gustada, nunca se comprende,

feliz me harías si me revelaras

cuál es tu nombre y cuál es vuestra suerte.»

Y ella, al momento y con ojos risueños:

«Puerta ninguna cierra nuestro amor

a un justo anhelo, como el de quien quiere

que se parezca a sí toda su corte.

Fui virgen religiosa en vuestro mundo;

y si hace algún esfuerzo tu memoria,

no ha de ocultarme a ti el ser aún más bella,

mas reconocerás que soy Piccarda,

que, puesta aquí con estos otros santos

santa soy en la esfera que es más lenta.

Nuestros afectos, que sólo se inflaman

con el placer del Espíritu Santo,

gozan del orden que él nos ha dispuesto.

Y nos ha sido dado este destino

que tan bajo parece, pues quebramos

nuestros votos, que en parte fueron vanos.»

Y dije: «En vuestros rostros admirables

un no sé qué divino resplandece

que vuestra imagen primera transmuta:

por ello en recordar no estuve pronto;

pero ahora me ayuda lo que has dicho,

y ya te reconozco fácilmente.

Mas dime: los que estáis aquí gozosos

¿deseáis un lugar que esté más alto

y ver más y ser más de Dios amigos?»

Sonrió un poco con las otras sombras;

y luego me repuso tan alegre,

cual si de amor ardiera al primer fuego:

«Aquieta, hermano, nuestra voluntad

la caridad, haciendo que queramos

sin más ansiar, aquello que tenemos.

Si estar más elevadas deseásemos,

este deseo sería contrario

a lo que quiere quien aquí nos puso;

lo cual, como verás, es imposible,

si estar en caridad aquí es necesse

y consideras su naturaleza.

Esencial es al bienaventurado

con el querer divino conformarse,

para que se hagan unos los quereres;

y así el estar en uno u otro grado

en este reino, a todo el reino place

como al Rey que nos forma en sus deseos.

Y en su querer se encuentra nuestra paz:

y es el mar al que todo se dirige

lo que él crea o lo que hace la natura.»

Vi claramente entonces cómo el cielo

es todo paraíso, etsi la gracia

del sumo bien no llueva de igual modo.

Mas como cuando sacia un alimento

y aún tenemos más ganas de algún otro,

que uno pedimos y otro agradecemos,

hice yo así con gestos y palabras,

para saber cuál fuese aquel tejido

que hasta el fin no labró su lanzadera.

«Perfecta vida y méritos encumbran

—me dijo— a una mujer por cuya regla

se visten velo y hábito en el mundo,

para que hasta el morir se vele y duerma

con esposo que acepta cualquier voto

que a su placer la caridad conforma.

Del mundo, por seguirla, jovencita

me escapé, refugiándome en sus hábitos,

y prometí seguir por su camino.

Hombres no al bien, al mal, acostumbrados,

luego del dulce claustro me raptaron.

Dios sabe cómo fue mi vida luego.

Y aquel otro esplendor que se te muestra

a mi derecha y a quien ilumina

toda la luz que brilla en nuestra esfera,

lo que dije de mí, también lo digo;

fue monja, y de igual forma le quitaron

de la frente la sombra de las tocas.

Mas cuando fue devuelta luego al mundo

contra su voluntad y buena usanza,

nunca el velo del alma le quitaron.

Esta es la luz de aquella gran Constanza

que engendró del segundo al ya tercero

y último de los vientos de Suabia.»

Así me dijo, y luego: «Ave María»

cantó y cantando se desvaneció

como en el agua honda algo pesado.

Mi vista que siguió detrás de ella

cuanto le fue posible, ya perdida,

se dirigió al objeto más querido,

y por entero se volvió a Beatriz;

pero ella fulgió tanto ante mis ojos,

que al principio no pude soportarlo,

y por esto fui tardo en preguntarle.

CANTO IV

Entre dos platos, igualmente ricos

y distantes, por hambre moriría

un hombre libre sin probar bocado;

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