así un cordero en medio de la gula
de fieros lobos, por igual temiendo;
y así estaría un perro entre dos gamos:
No me reprocho, pues, si me callaba,
de igual modo suspenso entre dos dudas,
porque era necesario, ni me alabo.
Callé, pero pintado mi deseo
en la cara tenía, y mi pregunta,
era así más intensa que si hablase.
Hizo Beatriz lo mismo que Daniel
cuando aplacó a Nabucodonosor
la ira que le hizo cruel injustamente;
Y dijo: «Bien conozco que te atraen
uno y otro deseo, y preocupado
tú mismo no los dejas que se muestren.
Te dices: "Si perdura el buen deseo,
la violencia de otros, ¿por qué causa
del mérito recorta la medida?"
También te causa dudas el que el alma
parece que se vuelva a las estrellas,
siguiendo la doctrina de Platón.
Estas son las cuestiones que en tu velle
igualmente te pesan; pero antes
la que tiene mas hiel he de explicarte.
El serafín que a Dios más se aproxima,
Moisés, Samuel, y aquel de los dos Juanes
que tú prefieras, y también María,
no tienen su acomodo en otro cielo
que estas almas que ahora se mostraron,
ni más o menos años lo disfrutan;
mas todos hacen bello el primer círculo,
y gozan de manera diferente
sintiendo el Soplo Eterno más o menos.
Si aquí los viste no es porque esta esfera
les corresponda, mas como indicando
que en la celeste ocupan lo más bajo.
Así se debe hablar a vuestro ingenio,
pues sólo aprende lo que luego es digno
de intelecto, a través de los sentidos.
Por esto condesciende la Escritura
a vuestra facultad, y pies y manos
le otorga a Dios, mas piensa de otro modo;
y nuestra Iglesia con figura humana
a Gabriel y a Miguel os representa,
y de igual modo al que sanó a Tobías.
Lo que el Timeo dice de las almas
no es similar a lo que aquí se muestra,
mas parece que diga lo que siente.
Él dice que a su estrella vuelve el alma,
pues desde allí supone que ha bajado
cuando natura su forma le diera;
y acaso lo que piensa es diferente
del modo que lo dice, y ser pudiera
que su intención no sea desdeñable.
Si él entiende que vuelve a estas esferas
de su influjo el desprecio o la alabanza,
quizá a alguna verdad el arco acierte.
Torció, mal comprendido, este principio
a casi todo el mundo, y así Jove,
Mercurio y Marte fueron invocados.
Menos veneno encierra la otra duda
que te conmueve, porque su malicia
no podría apartarte de mi lado.
El que nuestra justicia injusta sea
a los ojos mortales, argumento
es de fe, no de herética perfidia.
Mas como puede vuestra inteligencia
penetrar fácilmente esta verdad,
como deseas, he de darte gusto.
Aun cuando aquel que la violencia sufre
a quien la fuerza nada le concede,
no están por ello estas almas sin culpa:
pues, sin querer, la voluntad no cede,
mas hace como el fuego, si le tuerce,
aunque sea mil veces, la violencia.
Si se doblega, pues, o mucho o poco,
sigue la fuerza; y así hicieron éstos,
que al lugar santo regresar pudieron.
Si su deseo firme hubiera sido,
como fue el de Lorenzo en su parrilla,
o con su mano a Mucio hizo severo,
a su camino habrían regresado
del que sacados fueron, al ser libres;
mas voluntad tan sólida es extraña.
Y por esta razón, si como debes
la comprendes, se rompe el argumento
que te habría estorbado aún muchas veces.
Mas ahora se atraviesa ante tus ojos
otro obstáculo, tal que por ti mismo
no salvarías, sin cansarte antes.
Yo te he enseñado como cosa cierta
que no puede mentir un alma santa,
pues cerca está de la verdad primera;
y después escuchaste de Piccarda
que Constanza guardó el amor del velo;
y así parece que me contradice.
Muchas veces, hermano, ha acontecido
que, huyendo de un peligro, de mal grado
se hacen cosas que hacerse no debieran;
como Almeón, que, al suplicar su padre
que lo hiciera, mató a su propia madre,
y por piedad se hizo despiadado.
En este punto quiero que conozcas
que la fuerza al querer se mezcla, haciendo
que no tengan disculpa las ofensas.
La Voluntad absoluta no consiente
el daño; mas consiente cuando teme
que en más penas caerá si lo rehúsa.
Así, cuando Piccarda dijo aquello
de la primera hablaba, y yo de la otra;
y las dos te dijimos la verdad.»
Fluyó así el santo río que salía
de la fuente en que toda verdad mana;
así mis dos deseos se aplacaron.
«Oh amada del primer Amante, oh diosa,
cuyas palabras —dije así me inundan,
y enardecen, que más y más me avivan,
no son mis facultades tan profundas
que a devolverte don por don bastasen;
mas responda por mí Quien ve y Quien puede.
Bien veo que jamás se satisface
sino con la verdad nuestro intelecto,
sin la cual no hay ninguna certidumbre.
Cual fiera en su cubil, reposa en ella
en cuanto que la alcanza; y puede hacerlo;
si no, frustra sería los deseos.
Por ello nacen dudas, cual retoños,
al pie de la verdad; y a lo más alto,
cima a cima, nos lleva de este modo.
Esto me invita y esto me da fuerzas
a preguntar, señora, reverente,
aún por otra verdad que me es oscura.
Quiero saber si pueden repararse
los votos truncos con acciones buenas,
que no pesaran poco en la balanza.»
Y Beatriz me miró, llenos sus ojos
de amorosas centellas tan divinas,
que, vencida, mi fuerza dio la espalda,
casi perdido con la vista en tierra.
«Si te deslumbro en el fuego de amor
más que del modo que veis en la tierra,
tal que venzo la fuerza de tus ojos,
no debes asombrarte; pues procede
de un ver perfecto, que, como comprende,
así en pos de aquel bien mueve los pasos.
Bien veo de qué forma resplandece
la sempiterna luz en tu intelecto,
que, una vez vista, amor por siempre enciende;
y si otra cosa vuestro amor seduce,
de aquella luz tan sólo es un vestigio,
mal conocido, que allí se refleja.
Quieres saber si con otras ofrendas,
halla reparo quien rompe su voto,
tal que en el juicio su alma esté segura.»
Así Beatriz principio dio a este canto;
y como el que el discurso no interrumpe,
prosiguió así sus santas enseñanzas:
«El don mayor que Dios en su largueza
hizo al crearnos, y el que más conforme
está con su bondad, y él más lo estima,
tal fue la libertad del albedrío;
del cual, a los que dio la inteligencia,
fueron y son dotados solamente.
Ahora verás, si tú deduces de esto,
el gran valor del voto, si se hace
cuando consiente Dios lo que consientes:
porque al cerrar el pacto Dios y el hombre
se hace holocausto de aquel gran tesoro,
que antes te dije; y lo hace un acto suyo.
¿Así pues qué reparo se hallaría?
Si piensas que usas bien lo que ofreciste,
con latrocinios quieres dar limosna.
Ya lo más importante te he explicado;
mas puesto que la Iglesia los dispensa
y esto a lo que te digo contradice,
en la mesa es preciso que aún te sientes,
pues el seco alimento que comiste,
para su digestión requiere ayuda.
Abre tu mente a lo que te revelo
y guárdalo bien dentro; pues no hay ciencia
si lo que has aprendido no retienes.
Dos cosas intervienen en la esencia
de este gran sacrificio: una es la cosa
que se ofrece; y la otra el pacto mismo.
Esta segunda nunca se cancela
si no es cumplida; y con respecto a ella
antes te hablé con toda precisión:
por ello los hebreos precisaron
el seguir ofreciendo, aunque la ofrenda
se pudiera cambiar, como ya sabes.
La otra, que te mostré como materia,
bien puede ser de un modo que no hay yerro
si por otra materia se permuta.
Mas la carga no debe transmutarse
libremente, y precisa de la vuelta
de la llave amarilla y de la blanca;
y sabrás que los cambios nada valen,
si la cosa dejada en la cogida
como el cuatro en el seis no se contiene.
Y por ello a las cosas tan pesadas
que la balanza inclinan por sí mismas,
satisfacer no puede otra ninguna
No bromeen con el voto los mortales;
sed fieles; mas no hacerlos ciegamente,
como Jefté ofreciendo lo primero;
quien hubiera mejor dicho "Mal hice",
que hacer peor cumpliéndolo; y tan necio
podrás llamar al jefe de los griegos,
por quien lloró Ifigenia su belleza,
y con ella las necios y los sabios
que han escuchado de tal sacrificio.
Sed, cristianos, más firmes al moveros:
no seáis como pluma a cualquier soplo,
y no penséis que os lave cualquier agua.
Tenéis el viejo y nuevo Testamento,
y el pastor de la Iglesia que os conduce;
y esto es bastante ya para salvaros.
Si otras cosas os grita la codicia,
¡sed hombres, y no ovejas insensatas,
para que no se burlen los judíos!
¡No hagáis como el cordero que abandona
la leche de su madre, y por simpleza,
consigo mismo a su placer combate!»
Así me habló Beatriz tal como escribo;
luego se dirigió toda anhelante
a aquella parte en que el mundo más brilla.
Su callar y el mudar de su semblante
a mi espíritu ansioso silenciaron,
que ya nuevas preguntas preparaba;
y así como la flecha da en el blanco
antes de que la cuerda quede inmóvil,
así corrimos al segundo reino.
Allí vi tan alegre a mi señora,
al encontrarse en la luz de aquel cielo,
que se volvió el planeta aún más luciente.
Y si la estrella se mudó riendo,
¡yo qué no haría que de mil maneras
soy por naturaleza transmutable!
Igual que en la tranquila y pura balsa
a lo que se les echa van los peces
y piensan que es aquello su alimento,
así yo vi que mil y aún más fulgores
venían a nosotros, y escuchamos:
«ved quién acrecerá nuestros amores».
Y así como venían a nosotros
se veía el placer que las colmaba
en el claro fulgor que desprendían.
Piensa, lector, si lo que aquí comienza
no siguiese, en qué forma sentirías
de saber más un anhelo angustioso;
y verás por ti mismo qué deseo
tenía de saber quién eran éstas,
cuando las vi delante de mis ojos.
«Oh bien nacido a quien el ver los tronos
del triunfo eternal fue concedido,
antes de que dejase la milicia.
de la luz que se extiende en todo el cielo
nos encendemos; por lo cual, si quieres
de nosotros saber, sáciate a gusto.»
De este modo una de esas almas pías
me dijo; y Beatriz: «Habla sin miedo,
y cree todas las cosas que te diga.»
«Bien puedo ver que anidas en tu propia
luz, y que la desprendes por los ojos,
porque cuando te ríes resplandecen;
mas no quien eres, ni por qué te encuentras
alma digna, en el grado de la esfera
que a los hombres ocultan otros rayos.»
Esto dije mirando a aquella lumbre
que primero me habló; y entonces ella
se hizo más luminosa que al principio.
Y como el sol que se oculta a sí mismo
por la excesiva luz, cuando disipa
el calor los vapores más templados,
al aumentar su gozo, se ocultó
en su propio fulgor la santa imagen;
y así me respondió, toda encerrada
del modo en que el siguiente canto canta.
«Después que Constantino volvió el águila
contra el curso del cielo, que ella antes
siguió tras el esposo de Lavinia,
más de cien y cien años se detuvo
en el confín de Europa aquel divino
pájaro, junto al monte en que naciera;
a la sombra de las sagradas plumas
gobernó el mundo allí de mano en mano,
y así cambiando vino hasta las mías.
César fui, soy el mismo Justiniano
que quitó, inspirado del Espíritu,
lo excesivo y superfluo de las leyes.
Y antes de que a esta obra me entregara,
una naturaleza en Cristo sólo
creía, y esta fe me era bastante;
mas aquel santo Agapito, que fue
sumo pastor, a la fe verdadera
me encaminó con sus palabras santas.
Yo le creí; y claramente veo
lo que había en su fe, como tu ves
en la contradicción lo falso y cierto.
Y en cuanto que eché andar ya con la Iglesia,
por gracia a Dios le plugo el inspirarme
la gran tarea y me entregué de lleno;
y a Belisario encomendé las tropas,
quien gozó tanto del favor del cielo,
que fue señal de que en él reposara.
Ahora ya he contestado a tu primera
pregunta: mas me obliga a que te añada
su condición algunas otras cosas,
para que veas con cuánta injusticia se
mueve contra el signo sacrosanto
quien de él se apropia o quien a él se opone.
Mira cuánta virtud digno le hizo
de reverencia; ya desde la hora