y por eterna ley se ha establecido
tan justamente todo cuanto miras,
que corresponde como anillo al dedo;
y así esta gente que vino con prisa
a la vida inmortal no sine causa
está aquí en excelencias desiguales.
El rey por quien reposan estos reinos
en tanto amor y en tan grande deleite,
que más no puede osar la voluntad,
todas las almas con su hermoso aspecto
creando, a su placer de gracia dota
diversamente; y bástete el efecto.
Y esto claro y expreso se consigna
en la Escritura santa, en los gemelos
movidos por la ira ya en la madre.
Mas según el color de los cabellos,
de tanta gracia, la altísima luz
dignamente conviene que les cubra.
Así es que sin de suyo merecerlo
puestos están en grados diferentes,
distintos sólo en su mirar primero.
Era bastante en los primeros siglos
ser inocente para estar salvado,
con la fe únicamente de los padres;
al completarse los primeros tiempos,
para adquirir virtud, circuncidarse
a más de la inocencia era preciso;
pero llegado el tiempo de la gracia,
sin el perfecto bautismo de Cristo,
tal inocencia allá abajo se guarda.
Ahora contempla el rostro que al de Cristo
más se parece, pues su brillo sólo
a ver a Cristo puede disponerte.»
Yo vi que tanto gozo le llovía,
llevada por aquellas santas mentes
creadas a volar por esa altura,
que todo lo que había contemplado,
no me colmó de tanta admiración,
ni de Dios me mostró tanto semblante;
y aquel amor que allí bajara antes
cantando: «Ave María, gratia plena»
ante ella sus alas desplegaba.
Respondió a la divina cancioncilla
por todas partes la beata corte,
y todos parecieron más radiantes.
«Oh santo padre que por mí consientes
estar aquí, dejando el dulce puesto
que ocupas disfrutando eterna suerte,
¿quién es el ángel que con tanto gozo
a nuestra reina le mira los ojos,
y que fuego parece, enamorado?»
A la enseñanza recurrí de nuevo
de aquel a quien María hermoseaba,
como el sol a la estrella matutina.
Y aquél: «Cuanta confianza y gallardía
puede existir en ángeles o en almas,
toda está en él; y así es nuestro deseo,
porque es aquel que le llevó la palma
a María allá abajo, cuando el Hijo
de Dios quiso cargar con nuestro cuerpo.
Mas sigue con la vista mientras yo
te voy hablando, y mira los patricios
de este imperio justísimo y piadoso.
Los dos que están arriba, más felices
por sentarse tan cerca de la Augusta
son casi dos raíces de esta rosa:
quien cerca de ella está del lado izquierdo
es el padre por cuyo osado gusto
tanta amargura gustan los humanos.
Contempla al otro lado al viejo padre
de la Iglesia, a quien Cristo las dos llaves
de esta venusta flor ha confiado.
Y aquel que vio los tiempos dolorosos
antes de muerto, de la bella esposa
con lanzada y con clavos conquistada,
a su lado se sienta y junto al otro
el guía bajo el cual comió el maná
la gente ingrata, necia y obstinada.
Mira a Ana sentada frente a Pedro,
contemplando a su hija tan dichosa,
que la vista no mueve en sus hosannas;
y frente al mayor padre de familia,
Lucía, que moviera a tu Señora
cuando a la ruina, por no ver, corrías.
Mas como escapa el tiempo que te aduerme
pararemos aquí, como el buen sastre
que hace el traje según que sea el paño;
y alzaremos los ojos al primer
amor, tal que, mirándole, penetres
en su fulgor cuanto posible sea.
Mas para que al volar no retrocedas,
creyendo adelantarte, con tus alas
la gracia orando es preciso que pidas:
gracia de aquella que puede ayudarte;
y tú me has de seguir con el afecto,
y el corazón no apartes de mis ruegos.»
Y entonces dio comienzo a esta plegaria.
«¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo,
alta y humilde más que otra criatura,
término fijo de eterno decreto,
Tú eres quien hizo a la humana natura
tan noble, que su autor no desdeñara
convertirse a sí mismo en su creación.
Dentro del viento tuyo ardió el amor,
cuyo calor en esta paz eterna
hizo que germinaran estas flores.
Aquí nos eres rostro meridiano
de caridad, y abajo, a los mortales,
de la esperanza eres fuente vivaz.
Mujer, eres tan grande y vales tanto,
que quien desea gracia y no te ruega
quiere su desear volar sin alas.
Mas tu benignidad no sólo ayuda
a quien lo pide, y muchas ocasiones
se adelanta al pedirlo generosa.
En ti misericordia, en ti bondad,
en ti magnificencia, en ti se encuentra
todo cuanto hay de bueno en las criaturas.
Ahora éste, que de la ínfima laguna
del universo, ha visto paso a paso
las formas de vivir espirituales,
solicita, por gracia, tal virtud,
que pueda con los ojos elevarse,
más alto a la divina salvación.
Y yo que nunca ver he deseado
más de lo que a él deseo, mis plegarias
te dirijo, y te pido que te basten,
para que tú le quites cualquier nube
de su mortalidad con tus plegarias,
tal que el sumo placer se le descubra.
También reina, te pido, tú que puedes
lo que deseas, que conserves sanos,
sus impulsos, después de lo que ha visto.
Venza al impulso humano tu custodia:
ve que Beatriz con tantos elegidos
por mi plegaria te junta las manos!»
Los ojos que venera y ama Dios,
fijos en el que hablaba, demostraron
cuánto el devoto ruego le placía;
luego a la eterna luz se dirigieron,
en la que es impensable que penetre
tan claramente el ojo de ninguno.
Y yo que al final de todas mis ansias
me aproximaba, tal como debía,
puse fin al ardor de mi deseo.
Bernardo me animaba, sonriendo
a que mirara abajo, mas yo estaba
ya por mí mismo como aquél quería:
pues mi mirada, volviéndose pura,
más y más penetraba por el rayo
de la alta luz que es cierta por sí misma.
Fue mi visión mayor en adelante
de lo que puede el habla, que a tal vista,
cede y a tanto exceso la memoria.
Como aquel que en el sueño ha visto algo,
que tras el sueño la pasión impresa
permanece, y el resto no recuerda,
así estoy yo, que casi se ha extinguido
mi visión, mas destila todavía
en mi pecho el dulzor que nace de ella.
Así la nieve con el sol se funde;
así al viento en las hojas tan livianas
se perdía el saber de la Sibila.
¡Oh suma luz que tanto sobrepasas
los conceptos mortales, a mi mente
di otro poco, de cómo apareciste,
y haz que mi lengua sea tan potente,
que una chispa tan sólo de tu gloria
legar pueda a los hombres del futuro;
pues, si devuelves algo a mi memoria
y resuenas un poco en estos versos,
tu victoria mejor será entendida.
Creo, por la agudeza que sufrí
del rayo, que si hubiera retirado
la vista de él, hubiéseme perdido.
Y esto, recuerdo, me hizo más osado
sosteniéndola, tanto que junté
con el valor infinito mi vista.
¡Oh gracia tan copiosa, que me dio
valor para mirar la luz eterna,
tanto como la vista consentía!
En su profundidad vi que se ahonda,
atado con amor en un volumen,
lo que en el mundo se desencuaderna:
sustancias y accidentes casi atados
junto a sus cualidades, de tal modo
que es sólo débil luz esto que digo.
Creo que vi la forma universal
de este nudo, pues siento, mientras hablo,
que más largo se me hace mi deleite.
Me causa un solo instante más olvido
que veinticinco siglos a la hazaña
que hizo a Neptuno de Argos asombrarse.
Así mi mente, toda suspendida,
miraba fijamente, atenta, inmóvil,
y siempre de mirar sentía anhelo.
Quien ve esa luz de tal modo se vuelve,
que por ver otra cosa es imposible
que de ella le dejara separarse;
Pues el bien, al que va la voluntad,
en ella todo está, y fuera de ella
lo que es perfecto allí, es defectuoso.
Han de ser mis palabras desde ahora,
más cortas, y esto sólo a mi recuerdo,
que las de un niño que aún la leche mama.
No porque más que un solo aspecto hubiera
en la radiante luz que yo veía,
que es siempre igual que como era primero;
mas por mi vista que se enriquecía
cuando miraba su sola apariencia,
cambiando yo, ante mí se transformaba.
En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres círculos veía
de una misma medida y tres colores;
Y reflejo del uno el otro era,
como el iris del iris, y otro un fuego
que de éste y de ése igualmente viniera.
¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino
a mi concepto! y éste a lo que vi,
lo es tanto que no basta el decir «poco».
¡Oh luz eterna que sola en ti existes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendiente, te amas y recreas!
El círculo que había aparecido
en ti como una luz que se refleja,
examinado un poco por mis ojos,
en su interior, de igual color pintada,
me pareció que estaba nuestra efigie:
y por ello mi vista en él ponía.
Cual el geómetra todo entregado
al cuadrado del círculo, y no encuentra,
pensando, ese principio que precisa,
estaba yo con esta visión nueva:
quería ver el modo en que se unía
al círculo la imagen y en qué sitio;
pero mis alas no eran para ello:
si en mi mente no hubiera golpeado
un fulgor que sus ansias satisfizo.
Faltan fuerzas a la alta fantasía;
mas ya mi voluntad y mi deseo
giraban como ruedas que impulsaba
Aquel que mueve el sol y las estrellas.