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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

La divina comedia (38 page)

BOOK: La divina comedia
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siempre el amor que inspira lo que es recto,

como en la inicua la pasión insana,

silencio impuso a aquella dulce lira,

aquietando las cuerdas que la diestra

del cielo pulsa y luego las acalla.

¿Cómo estarán a justas preces sordas

esas sustancias que, por darme aliento

para que hablase, a una se callaron?

Bien está que sin término se duela

quien, por amor de cosas que no duran,

de ese amor se despoja eternamente.

Cual por los cielos puros y tranquilos

de cuando en cuando cruza un raudo fuego,

y atrae la vista que está distraída,

y es como un astro que de sitio mude,

sino que en el lugar donde se enciende

no se pierde ninguno, y dura poco:

tal desde el brazo que a diestra se extiende

hasta el pie de la cruz, corrió una estrella

de la constelación que allí relumbra;

no se apartó la gema de su cinta,

mas pasó por la línea radial

cual fuego por detrás del alabastro.

Fue tan piadosa la sombra de Anquises,

si a la más alta musa damos fe,

reconociendo a su hijo en el Elíseo.

«O sanguis meus, o superinfusa

gratia Dei, sicut tibi cui

bis unquam celi ianüa reclusa?»

Dijo esa luz llamando mi atención;

luego volví la vista a mi señora,

y una y otra dejáronme asombrado;

pues ardía en sus ojos tal sonrisa,

que pensé que los míos tocarían

el fondo de tú gloria y paraíso.

Luego gozoso en vista y en palabras,

el espíritu dijo aún otras cosas

que no las entendí, de tan profundas;

Y no es que por su gusto lo escondiera,

mas por necesidad, pues su concepto

al ingenio mortal se superpone.

Y cuando el arco del afecto ardiente

se calmó, y se abajaron sus palabras

a la diana de nuestro intelecto,

la cosa que escuché primeramente

«¡Bendito seas —fue tú, el uno y trino,

que tan cortés has sido con mi estirpe!»

Y siguió: «Un grato y lejano deseo,

tomado de leer el gran volumen

del cual el blanco y negro no se mudan,

has satisfecho, hijo, en esa luz

desde la cual te hablo, gracias a ésa

que alas te dio para tan alto vuelo.

Tú crees que a mí llegó tu pensamiento

de aquel que es el primero, como sale

del uno, al conocerlo, el seis y el cinco;

y por ello quién soy, y por qué causa

más alegre me ves, no me preguntas,

que algunos otros de este alegre grupo.

Crees bien; pues los menores y mayores

de esta vida se miran al espejo

que muestra el pensamiento antes que pienses;

mas por que el sacro amor en que yo veo

con perpetua vista, y que me llena

de un dulce desear, mejor se calme,

¡segura ya tu voz, alegre y firme

suene tu voluntad, suene tu anhelo,

al que ya decretada es mi respuesta!»

Me volví hacia Beatriz, que antes que hablara

me escuchó, y sonrió con un semblante

que hizo crecer las alas del deseo.

Dije después: «El juicio y el afecto,

pues que gozáis de la unidad primera,

en vosotros operan de igual modo,

porque el sol que os prendió y en el que ardisteis,

en su calor y luz es tan igual,

que otro símil sería inoportuno.

Mas querer y razón, en los mortales,

por causas de vosotros conocidas,

tienen las alas de diversas plumas;

y yo, que soy mortal, me siento en esta

desigualdad, y por ello agradezco

sólo de corazón esta acogida.

Te imploro con fervor, vivo topacio,

precioso engaste de esta joya pura,

que me quede saciado de tu nombre.»

«¡Oh fronda mía, que eras mi delicia

aguardándote, yo fui tu raíz!»:

comenzó de este modo a responderme.

Luego me dijo: «Aquel de quien se toma

tu apellido, y cien años ha girado

y más el monte en la primera cornisa,

fue mi hijo, y fue tu bisabuelo:

y es conveniente que tú con tus obras

a su larga fatiga des alivio.

Florencia dentro de su antiguo muro,

donde ella toca aún a tercia y nona,

en paz estaba, sobria y pudorosa.

No tenía coronas ni pulseras,

ni faldas recamadas, ni cintillos

que gustara ver más que a las personas.

Aún no le daba miedo si nacía

la hija al padre, pues la edad y dote

ni una ni otra excedían la medida.

No había casas faltas de familia;

aún no había enseñado Sardanápalo

lo que se puede hacer en una alcoba.

Aún no estaba vencido Montemalo

por vuestro Uccelatoio, que cayendo

lo vencerá al igual que en la subida.

Vi andar ceñido a Belincione Berti

con piel de oso, y volver del espejo

a su mujer sin la cara pintada;

y vi a los Nerli alegres y a los Vechio

de vestir simples pieles, y a la rueca

atendiendo y al huso sus esposas.

¡Oh afortunadas! estaban seguras

del sepulcro, y ninguna aún se encontraba

abandonada por Francia en el lecho.

Una cuidaba atenta de la cuna,

y, por consuelo, usaba el idioma

que divierte a los padres y a las madres;

otra, tirando a la rueca del pelo,

charloteaba con sus familiares

de Fiésole, de Roma, o los troyanos.

Entonces por milagro se tendrían

una Cianghella, un Lapo Saltarello,

como ahora Cornelia o Cincinato.

A un tan hermoso, a un tan apacible

vivir de ciudadano, a una tan fiel

ciudadanía, y a un tan dulce albergue,

me dio María, a gritos invocada;

y en el antiguo bautisterio vuestro

fui cristiano a la par que Cacciaguida.

Moronto fue mi hermano y Eliseo;

desde el valle del Po vino mi esposa,

de la cual se origina tu apellido.

Luego seguí al emperador Conrado;

y él me armó caballero en su milicia,

tan de su agrado fueron mis hazañas.

Marché tras él contra la iniquidad

de aquella secta cuyo pueblo usurpa,

por culpa del pastor, vuestra justicia.

Allí fui yo por esas torpes gentes,

ya desligado del mundo falaz,

cuyo amor muchas almas envilece;

y vine hasta esta paz desde el martirio.

CANTO XVI

Oh pequeña nobleza de la sangre,

que de ti se gloríen aquí abajo

las gentes donde es débil nuestro afecto,

nunca habrá de admirarme: porque donde

el apetito nuestro no se tuerce,

digo en el cielo, yo me glorié.

Eres un manto que pronto se acorta:

tal que, si no se agranda día a día,

el tiempo va en redor con las tijeras.

Con el «vos» que primero sufrió Roma,

y que sus descendientes no conservan,

comenzaron de nuevo mis palabras;

por lo cual Beatriz, que estaba aparte

la que tosió, al reírse parecía,

al primer fallo escrito de Ginebra.

Yo le dije: «Vos sois el padre mío;

vos infundís aliento a mis palabras;

vos me eleváis, y soy más que yo mismo.

Por tantos cauces llena la alegría

mi mente, y de sí misma se recrea

pues soportarlo puede sin fatiga.

Habladme pues, mi caro antecesor,

de los mayores vuestros y los años

que dejaron su huella en vuestra infancia;

decidme cómo era en aquel tiempo

el redil de san Juan, y quiénes eran

los dignos de los puestos elevados.»

Como se aviva cuando el viento sopla

el carbón encendido, así vi a aquella

luz brillar con mi hablar respetuoso;

y haciéndose más bella ante mis ojos,

así con voz más dulce y más suave,

mas no con este lenguaje moderno,

me dijo: «Desde el día en que fue dicho

"Ave", hasta el parto en que mi santa madre,

se vio libre de mí, que la gravaba,

a su León quinientas y cincuenta

y treinta veces este fuego vino

a inflamarse otra vez bajo sus plantas.

Mis mayores y yo nacimos donde

primero encuentra el último distrito

quien corre en vuestros juegcos anuales.

De mis mayores basta escucha esto:

quiénes fueran y cuál su procedencia,

más conviene callar que declararlo.

Todos los que podían aquel tiempo

entre el Bautista y Marte llevar armas,

eran el quinto de los que hay ahora.

Mas la ciudadanía, ahora mezclada

de Campi, de Certaldo y de Fegghine,

pura se hallaba hasta en los artesanos.

¡Oh cuánto mejor fuera ser vecino

de esas gentes que digo, y a Galluzzo

y a Trespiano tener como confines,

que tener dentro y aguantar la peste

de ese ruin de Aguglión, y del de Signa,

de tan aguda vista para el fraude!

Si la gente que al mundo más corrompe

no hubiera sido madrastra del César,

mas cual benigna madre para el hijo,

quien es ya florentino y cambia y merca,

a Simifonte habría regresado,

donde pidiendo su abuelo vivía;

de los Conti sería aún Montemurlo;

los Cerchi habitarían en Acona,

los Buondelmonti acaso en Valdigrieve.

Siempre la confusión de las personas

principio fue del mal de las ciudades,

cual del vuestro el comer más de la cuenta;

y más deprisa cae si ciega el toro

que el cordero; y mejor que cinco espadas

y más corta una sola muchas veces.

Si piensas cómo Luni y Orbisaglia

han desaparecido, y cómo van

Sinagaglia y Chiusi tras de aquéllas,

oír cómo se pierden las estirpes

no te parecerá nuevo ni fuerte,

ya que también se acaban las ciudades.

Tienen su muerte todas vuestras cosas,

como vosotros; mas se oculta alguna

que dura mucho, y son cortas las vidas.

Y cual girando el ciclo de la luna

las playas sin cesar cubre y descubre,

así hace la Fortuna con Florencia:

por lo cual lo que diga de los grandes

florentinos no debe sorprenderte,

que ya su fama en el tiempo se esconde.

Yo vi a los Ughi y a los Catellini,

Filippi, Creci, Orrnanni y Alberichi,

ya en decadencia, ilustres ciudadanos;

y vi tan grandes como los antiguos,

con el de la Sanella, a aquel del Arca,

y a Soldanieri y Ardinghi y Bostichi.

junto a la puerta, que se carga ahora

de nueva felonía tan pesada

que hará que vuestra barca se hunda pronto,

los Ravignani estban, de los cuales

descendió el conde Guido, y los que el nombre

del alto Bellinción después tomaron.

Los de la Pressa sabía ya cómo

gobernar, y tenía Galigaio

ya en su casa dorados pomo y funda.

Era ya grande la columna oscura,

Sachetti, Giuochi, Fifanti y Barucci,

Galli y a quien las pesas avergüenzan.

La cepa que dio vida a los Calfucci

era ya grande, y ya fueron llamados

los Sizzi y Arrigucci a las curules.

¡Cuán altos vi a los que ahora están deshechos

por su soberbia! y las bolas de oro

con sus gestas Florencia florecían.

Así hacían los padres de esos que,

cuando queda vacante vuestra iglesia,

engordan acudiendo al consistorio.

Esa insolente estirpe que se endraga

tras los que huyen, y a quien muestra el diente

o la bolsa, se amansa cual cordero,

iba ascendiendo, mas de humilde origen;

y a Ubertino Donati no placía

que luego el suegro con ella le uniese.

Ya hasta el mercado había el Caponsacco

de Fiésole venido, y ciudadanos

eran ya buenos Guida e Infangato.

Diré una cosa cierta e increíble:

daba la entrada al recinto una puerta

que de los Pera su nombre tomaba.

Los que hoy ostentan esa bella insignia

del gran barón con cuya prez y nombre

la fiesta de Tomás se reconforta,

de él recibieron mando y privilegio;

aunque se ponga hoy junto a la plebe

quien la rodea con franja de oro.

Ya estaban Gualterotti e Importuni;

y aún estaría el Burgo más tranquilo,

ayuno de estas nuevas vecindades.

La casa en que naciera vuestro llanto,

por el justo rencor que os ha matado,

y puso fin a vuestra alegre vida,

era honrada, con todos sus secuaces:

¡Oh Buondelmonti, mal de aquellas bodas

huiste, y el consuelo nos quitaste!

Alegres muchos tristes estarían,

si al Ema Dios te hubiese concedido,

cuando llegaste allí por vez primera.

Mas convenía que en la piedra rota

que el puente guarda, hiciera un sacrificio

Florencia al terminarse ya su paz.

Con estas gentes, y otras con aquéllas,

vi yo a Florencia con tan gran sosiego,

que no había motivos para el llanto.

Con esas gentes yo vi glorioso

y justo al pueblo, tanto que su lirio

nunca al revés pusieron en el asta,

ni fue hecho rojo por las disensiones.»

CANTO XVII

Como acudió a Climene, a consultarle

de aquello que escuchara en contra suya,

quien remiso hace al padre aún con el hijo;

tal me encontraba, y tal lo comprendían

Beatriz y aquella luz santa que antes

por causa mía se cambió de sitio.

Por lo cual mi señora «Expulsa el fuego

de tu deseo —dijo— y que éste salga

por tu imagen interna bien sellado:

no para acrecentar lo que sabemos

al decirlo: mas para acostumbrarte

a que hables de tu sed, y otros te ayuden».

«Cara planta que te alzas de tal modo

que, cual saben los hombres que no caben

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