de beber en Forlí sin sequedades,
y que nunca veíase saciado.
Mas como hace el que mira y luego aprecia
más a uno que otro, hice al luqués,
que de mí más curioso parecía.
Él murmuraba, y no sé que «Gentucca»
sentía yo, donde él sentía la plaga
de la justicia que así le roía.
«Alma —dije— que tal deseo muestras
de hablar conmigo, hazlo claramente,
y a los dos satisfaz con tus palabras.»
«Hay nacida, aún sin velo, una mujer
—él comenzó— que hará que mi ciudad
te plazca aunque otros muchos la desprecien.
Tú marcharás con esta profecía:
si en mi murmullo alguna duda tienes,
la realidad en claro ha de ponerlo.
Pero dime si veo a quien compuso
aquellas nuevas rimas que empezaban:
«Mujeres que el Amor bien conocéis.»
Y yo le dije: «Soy uno que cuando
Amor me inspira, anoto, y de esa forma
voy expresando aquello que me dicta.»
«¡Ah hermano, ya comprendo —dijo— el nudo
que al Notario, a Guiton y a mí separa
del dulce estilo nuevo que te escucho!
Bien veo ahora cómo vuestras plumas
detrás de quien os dicta van pegadas,
lo que no sucedía con las nuestras;
y quien se ponga a verlo de otro modo
no encontrará ninguna diferencia.»
Y se calló bastante satisfecho.
Cual las aves que invernan junto al Nilo,
a veces en el aire hacen bandadas,
y luego aprisa vuelan en hilera,
así toda la gente que allí estaba,
volviendo el rostro apresuró su paso,
por su flaqueza y su deseo raudas.
Y como el hombre de correr cansado
deja andar a los otros, y pasea
hasta que calma el resollar del pecho,
dejó que le pasara la grey santa
y conmigo detrás vino Forese,
diciendo: «¿Cuándo te veré de nuevo?»
«No sé —repuse—, cuánto viviré;
mas no será mi vuelta tan temprano,
que antes no esté a la orilla mi deseo;
porque el lugar donde a vivir fui puesto,
del bien, de día en día, se despoja,
y parece dispuesto a triste ruina.»
Y él: «Ánimo, pues veo al más culpable,
arrastrado a la cola de un caballo
hacia aquel valle donde no se purga.
La bestia a cada paso va más rauda,
siempre más, hasta que ella le golpea,
y deja el cuerpo vilmente deshecho.
No mucho han de rodar aquellas ruedas
—y miró al cielo— y claro habrá de serte
esto que más no puedo declararte.
Ahora quédate aquí, que es caro el tiempo
en este reino, y ya perdí bastante
caminando contigo paso a paso.»
Como al galope sale algunas veces
un jinete del grupo que cabalga,
por ganar honra en los primeros golpes,
con pasos aún mayores nos dejó;
y me quedé con esos dos que fueron
en el mundo tan grandes mariscales.
Y cuando estuvo ya tan adelante,
que mis ojos seguían tras de él,
como mi mente tras de sus palabras.
vi las ramas cargadas y frondosas
de otro manzano, no mucho más lejos
por haber sólo entonces hecho el giro
Vi gentes bajo aquel alzar las manos
y gritar no sé qué hacia la espesura,
como en vano anhelantes chiquitines
que piden, y a quien piden no responde,
mas por hacer sus ganas más agudas,
les muestra su deseo puesto en alto.
Luego se fueron ya desengañadas;
y nos aproximamos al gran árbol,
que tanto llanto y súplicas desdeña.
«Seguid andando y no os aproximéis:
un leño hay más arriba que mordido
fue por Eva y es éste su retoño.»
Entre las frondas no sé quién hablaba;
y así Virgilio, Estacio y yo, apretados
seguimos caminando por la cuesta.
Decía: «Recordad a los malditos
nacidos de las nubes, que, borrachos,
con dos pechos lucharon con Teseo;
y a los hebreos, por beber tan flojos,
que Gedeón no quiso de su ayuda,
cuando a Madián bajó de las colinas.»
Así arrimados a uno de los bordes,
oyendo fuimos culpas de la gula
seguidas del castigo miserable.
Ya en la senda desierta, distanciados,
más de mil pasos nos llevaron lejos,
los tres mirando sin decir palabra.
«Solos así los tres ¿qué vais pensando?»,
dijo una voz de pronto; y me agité
como un caballo joven y espantado.
Alcé mi rostro para ver quién era;
y jamás pude ver en ningún horno
vidrio o metal tan rojo y tan luciente,
como a quien vi diciendo: «Si os complace
subir, aquí debéis de dar la vuelta;
quien marcha hacia la paz, por aquí pasa.»
Me deslumbró la vista con su aspecto;
por lo que me volví hacia mis doctores,
como el hombre a quien guía lo que escucha.
Y como, del albor anunciadora,
sopla y aroma la brisa de mayo,
de hierba y flores toda perfumada;
yo así sentía un viento por en medio
de la frente, y sentí un mover de plumas,
que hizo oler a ambrosía el aura toda.
Sentí decir: «Dichosos los que alumbra
tanto la gracia, que el amor del gusto
en su pecho no alienta demasiado,
apeteciendo siempre cuanto es justo.»
Dilación no admitía la subida;
puesto que el sol había ya dejado
la noche al Escorpión, el día al Toro:
y así como hace aquél que no se para,
mas, como sea, sigue su camino,
por la necesidad aguijonado,
así fuimos por el desfiladero,
subiendo la escalera uno tras otro,
pues su estrechez separa a los que suben.
Y como el cigoñino el ala extiende
por ganas de volar, y no se atreve
a abandonar el nido, y las repliega;
tal mis ganas ardientes y apagadas
de preguntar; haciendo al fin el gesto
que hacen aquellos que al hablar se aprestan.
Por ello no dejó de andar aprisa,
sino dijo mi padre: «Suelta el arco
del decir, que hasta el hierro tienes tenso.»
Ya entonces confiado abrí la boca,
y dije: «Cómo puede adelgazarse
allí donde comer no es necesario.»
«Si recordaras cómo Meleagro
se extinguió al extinguirse el ascua aquella
—me dijo— de esto no te extrañarías;
y si pensaras cómo, si te mueves,
también tu imagen dentro del espejo,
claro verás lo que parece oscuro.
Mas para que el deseo se te aquiete,
aquí está Estacio; y yo le llamo y pido
que sea el curador de tus heridas.»
«Si la visión eterna le descubro
—repuso Estacio—, estando tú delante,
el no poder negarme me disculpe.»
Y después comenzó: «Si mis palabras,
hijo, en la mente guardas y recibes,
darán luz a aquel "cómo" que dijiste.
La sangre pura que no es absorbida
por las venas sedientas, y se queda
cual alimento que en la mesa sobra,
toma en el corazón a cualquier miembro
la virtud de dar forma, como aquella
que a hacerse aquellos vase por las venas.
Digerida, desciende, donde es bello
más callar que decir, y allí destila
en vaso natural sobre otra sangre.
Allí se mezclan una y otra juntas,
una a sufrir dispuesta, a hacer la otra,
pues que procede de un lugar perfecto;
y una vez que ha llegado, a obrar comienza
coagulando primero, y avivando
lo que hizo consistente su materia.
Alma ya hecha la virtud activa
cual de una planta, sólo diferente
que una en camino está y otra ha llegado,
sigue obrando después, se mueve y siente,
como un hongo marino; y organiza
esas potencias de las que es semilla.
Aquí se extiende, hijo, y se despliega
la virtud que salió del corazón
del generante, y forma da a los miembros.
Mas cómo el animal se vuelve hablante
no puedes ver aún, y uno más sabio
que tú, se equivocaba en este punto,
y así con su doctrina separaba
del alma la posible inteligencia,
por no encontrarle un órgano adecuado.
A la verdad que viene abre tu pecho;
y sabrás que, tan pronto se termina
de articularle al feto su cerebro,
complacido el Primer Motor se vuelve
a esa obra de arte, en la que inspira
nuevo espíritu, lleno de virtudes,
que lo que encuentra activo aquí reúne
en su sustancia, y hace un alma sola,
que vive y siente y a sí misma mira.
Y por que no te extrañen mis palabras
mira el calor del sol que se hace vino,
junto al humor que nace de las vidas.
Cuando más lino Laquesis no tiene,
se suelta de la carne, y virtualmente
lo divino y lo humano se lo lleva.
Ya enmudecidas sus otras potencias,
inteligencia, voluntad, memoria
en acto quedan mucho más agudas.
Sin detenerse, por sí misma cae
maravillosamente en una u otra orilla;
y de antemano sabe su camino.
En cuanto ese lugar la circunscribe,
la virtud formativa irradia en torno
del mismo modo que en los miembros vivos:
y como el aire, cuanto está muy húmedo,
por otro rayo que en él se refleja,
con diversos colores se engalana;
así el aire cercano se dispone,
y en esa misma forma que le imprime
virtualmente el alma allí parada;
Y después, a la llama semejante
que sigue al fuego al sitio donde vaya,
la nueva forma al espíritu sigue.
Y como aquí recibe su aparencia,
sombra se llama; y luego aquí organiza
cualquier sentido, incluso el de la vista.
Por esta causa hablamos y reímos;
y suspiros y lágrimas hacemos
que has podido sentir por la montaña.
Según que nos afligen los deseos
y los otros afectos, toma forma
la sombra, y es la causa que te admira.»
Y ya llegado al último tormento
habíamos, y vuelto a la derecha,
y estábamos atentos a otras cosas.
Aquí dispara el muro llamaradas,
y por el borde sopla un viento a lo alto
que las rechaza y las aleja de él;
y por esto debíainos andar
por el lado de afuera de uno en uno;
y yo temía el fuego o la caída.
«Por este sitio —guía iba diciendo—
a los ojos un freno hay que ponerles,
pues errar se podría por muy poco.
Summae Deus Clamentiae en el seno
del gran ardor oí cantar entonces,
que no menos ardor dio de volverme;
y vi almas caminando por las llamas;
así que a ellas miraba y a mis pasos,
repartiendo la vista por momentos.
Una vez que aquel himno terminaron
gritaron alto: «Virum no cognosco»;
y el himno repetían en voz baja.
Y al terminar gritaban: «En el bosque
Diana se quedó y arrojó a Elice
porque probó de Venus el veneno.»
Luego a cantar volvían; y de esposas
y de maridos castos proclamaban,
cual la virtud y el matrimonio imponen.
Y de esta forma creo que les baste
en todo el tiempo que el fuego les quema:
Con tal afán conviene y en tal forma
que la postrera herida cicatrice.
Mientras que por la orilla uno tras otro
marchábamos y el buen maestro a veces
«Mira —decía— como te he advertido»;
sobre el hombro derecho el sol me hería,
que ya, radiando, todo el occidente
el celeste cambiaba en blanco aspecto;
y hacía con mi sombra más rojiza
la llama parecer; y al darse cuenta
vi que, andando, miraban muchas sombras.
Esta fue la ocasión que les dio pie
a que hablaran de mí—, y así empezaron
«Este cuerpo ficticio no parece»;
luego vueltos a mí cuanto podían,
se cercioraron de ello, con cuidado
siempre de no salir de donde ardiesen.
«Oh tú que vas, no porque tardo seas,
mas tal vez reverente, tras los otros,
respóndeme, que en este fuego ardo.
No sólo a mí aproveche tu respuesta;
pues mayor sed tenemos todos de ella
que de agua fría la India o la Etiopía.
Dinos cómo es que formas de ti un muro
al sol, de tal manera que no hubieses
aún entrado en las redes de la muerte.»
Así me hablaba uno; y yo me hubiera
ya explicado, si no estuviese atento
a otra novedad que entonces vino;
que por medio de aquel sendero ardiente
vino gente mirando hacia los otros,
lo cual, suspenso, me llevó a observarlo.
Apresurarse vi por todas partes
y besarse a las almas unas a otras
sin pararse, felices de tal fiesta;
así por medio de su hilera oscura
una a la otra se hocican las hormigas,
por saber de su suerte o su camino.
En cuanto dejan la acogida amiga,
antes de dar siquiera el primer paso,
en vocear se cansan todas ellas:
la nueva gente: «Sodoma y Gomorra»;
los otros: «En la vaca entra Pasifae,
para que el toro corra a su lujuria.»
Después como las grullas que hacia el Rif
vuelan en parte, y parte a las arenas,
o del hielo o del sol haciendo ascos,
una gente se va y otra se viene;
vuelven llorando a sus primeros cantos
y a gritar eso que más les atañe;
y acercáronse a mí, como hace poco
esos otros habíanme rogado,
deseosos de oír en sus semblantes.
Yo que dos veces viera su deseo;
«Oh almas ya seguras —comencé—
de conseguir la paz tras de algún tiempo,