Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Haciendo acopio de valor, cogió uno de los discos, lo sacó y lo sostuvo en alto. Abrió los ojos y leyó un nombre desconocido: Jav Barri.
Por fin sabía quién había renacido en su interior. Consultaría los archivos para conocer su historia. Aunque en realidad lo que hubiera hecho aquel mercenario no importaba. Con el recuerdo de su padre, las enseñanzas del
sensei
mek y el espíritu del mercenario caído en su interior, Jool Noret conseguiría destacar o moriría en el intento.
—Ahora todos tenéis la misión de destruir máquinas pensantes —dijo el maestro Shar—. Este será vuestro deber sagrado, y se os pagará bien por vuestros sacrificios. Mañana partiréis hacia Salusa Secundus, donde el ejército de la Yihad os asignará un destino. —Hizo una pausa y, con la voz rota, añadió—: Haced que nos sintamos orgullosos.
Las palabras son mágicas.
Z
UFA
C
ENVA
,
Reflexiones acerca de la Yihad
Desde un promontorio cubierto de hierba en las afueras de la capital de la liga, Iblis pronunció otro discurso emotivo. A su espalda tenía uno de los muchos altares dedicados al hijo de Serena Butler, con un fragmento
auténtico
de la ropa que el pequeño Manion llevaba el día de su muerte.
Su esposa, de una belleza glacial, estaba a su lado como un accesorio. Camie Boro era la última representante de la línea imperial, una importante pieza de su poder, y madre de sus tres hijos. Parecía disfrutar de la atención que el público le dedicaba en calidad de compañera del Gran Patriarca.
Pero el centro de atención era sobre todo el discurso. Como siempre, la multitud era como arcilla en manos de Iblis. Yorek Thurr y sus agentes ya habían desalojado discretamente a un grupo de alborotadores contrarios a la Yihad, y el resto de asistentes ni siquiera se había enterado. Era perfecto.
Iblis, que era un orador entregado, dio unos pasos hacia el altar y subió los escalones. Por unos momentos permaneció en lo alto, contemplando la multitud, que cubría el césped bien cortado hasta donde alcanzaba la vista. Nubes oscuras y bajas cubrían el cielo salusano, pero la gente parecía tratar de ahuyentarlas agitando estandartes y arrojando coloridas caléndulas.
Iblis llevaba unos aparatos amplificadores invisibles.
—¡Hoy es un gran día, porque finalmente tenemos motivos para celebrar una victoria excepcional! Un importante contingente de máquinas pensantes llegó a Poritrin, pero una concentración de naves de guerra de nuestro ejército permaneció firme y las echó. La flota robótica huyó, y no ha muerto ni un solo humano.
Tras décadas de matanzas y apabullantes cifras de bajas, la noticia era tan inesperada que por unos momentos la gente permaneció en silencio, vacilante. Luego los vítores resonaron por todas partes, como el trueno ensordecedor de una tormenta que aún está lejos. Iblis sonrió, realmente complacido, tan animado como su público.
—Dado que se trata de una importante victoria, partiré de inmediato hacia Poritrin para felicitarles en persona. Como Gran Patriarca de la Yihad santa, debo representar a la sacerdotisa Serena Butler en los festejos para celebrar su libertad.
Mientras esperaba una vez más que los vítores se apagaran, Iblis reunió fuerzas para lo que iba a decir.
—Sin embargo, a pesar de esta victoria, debemos atacar con renovado vigor. Por cada vida que se ha salvado esta vez, otro bravo rebelde ha muerto combatiendo contra las máquinas en otros campos de batalla.
»Pienso, en particular, en los esclavos humanos de Ix, una importante plaza fuerte y centro de producción de Omnius. Durante años han luchado por levantarse y destruir a las máquinas pensantes, y nosotros les hemos ayudado en lo posible. Pero no es suficiente. Debemos pagar el precio que haga falta para ganar esta lucha, y aprovechar el impulso de la victoria frente a nuestro enemigo inhumano. Os comunico que el Consejo de la Yihad ha decidido, con la bendición de la sacerdotisa Serena Butler, que liberaremos a Ix de una vez por todas, ¡cueste lo que cueste!
La gente, que seguía con la mirada encendida por la noticia de aquella victoria en la que no se habían perdido vidas humanas, no había comprendido aún lo difícil que podía resultar la conquista de Ix. Iblis sabía que las fuerzas humanas serían masacradas en la operación militar, pero las valiosísimas instalaciones industriales del planeta serían un regalo para la Liga de Nobles. Él había expuesto su opinión y había utilizado su capacidad de persuasión para poner al Consejo de su parte. A diferencia de otros planetas de Omnius, en este caso la recompensa valía la pena. La riqueza tecnológica de Ix ayudaría a los mundos de la Liga.
—Durante un año nuestros comandos clandestinos se han infiltrado en el planeta y han concentrado allí los esfuerzos de la quinta columna. Los esclavos fugados se esconden en las catacumbas, bajo la superficie, y se enfrentan a grupos de caza de cimek y robots. Nuestros yihadíes han dado a esa gente armas, e incluso artefactos descodificadores para desactivar los cerebros de circuitos gelificados de las máquinas. Pero no es suficiente. Debemos hacer más.
Sonrió con orgullo y decisión. A su lado, Camie Boro parecía apoyar a su marido, aunque rara vez hablaba con él cuando no estaban en público. El suyo era un matrimonio político que tenía ventajas para ambos. Pero no había pasión.
—Y hay otro motivo más elevado —siguió diciendo—. La apreciada pensadora Kwyna ha dicho:
Aquellos que han vivido bajo tierra no deben temer salir al espacio abierto. Se sienten seguros y protegidos en la oscuridad, pero no serán libres hasta que consigan salir a la luz del sol.
¡Evidentemente, está hablando de Ix!
Más aplausos, más vítores, pero Iblis quería rascar un poco bajo la superficie, para asegurarse de que la gente lo apoyaba realmente. Vestidos con ropa de paisano, los observadores de la Yipol se movían entre la multitud e informaban por un circuito cerrado de radio que absolutamente todos manifestaban su aprobación con entusiasmo. El Gran Patriarca, que oía los continuos informes, dio un profundo suspiro de satisfacción, y reprimió una risita al pensar lo lejos que había llegado desde sus humildes inicios como capataz de esclavos hostigado por el titán Ajax.
En Ix sus espías y sus osados mercenarios de Ginaz llevaban meses incitando a los esclavos a levantarse y destruir al Omnius residente, igual que pasó con la
gran victoria de la Tierra
. El Omnius-Ix, incapaz de comprender la mentalidad colectiva de los humanos, no se molestaba en emitir contrapropaganda, ni siquiera descalificaba las ridículas afirmaciones de los comandos. La manipulación deliberada de la información era un concepto incomprensible para la supermente electrónica. Iblis podía utilizar aquello en su provecho.
—Si podemos recuperar aunque solo sea uno de los Planetas Sincronizados —exclamó— significa que podemos recuperar otro. ¡Y otro más! Por muchas vidas que cueste, no debemos vacilar. —E invocó los nombres sagrados—. ¡Por Serena Butler y su hijo mártir! ¡Es lo menos que podemos hacer!
La gente, impulsada por el fervor de sus palabras, agitó estandartes en los que aparecía una estilizada Serena y un angelical bebé, como la Virgen y el niño Jesús.
—¡Serena! ¡Serena! ¡Manion el Inocente!
Cuando pronunciaba aquellos discursos, Iblis se concentraba en su interior y sacaba una ira y una rabia visceral que podía utilizar para reducir al enemigo a un montón de chatarra y después fundirlo y convertirlo en una masa irreconocible. Y aquella gente eran sus instrumentos.
En el fondo, el Gran Patriarca era un vendedor que necesitaba vender una idea a las masas. Para resultar eficaz y sonar convincente, él mismo debía creer en el
producto
, en la Yihad. Se obligó a creer.
Y sonrió. Su Yipol había preparado aquella reunión a la perfección: había dispersado a sus hombres entre la multitud e incitado a la gente lo necesario. Muy pronto nuevos reclutas estarían listos para lanzarse implacablemente sobre el planeta de Ix, donde el número de bajas sería enorme.
Él sabía muy bien que para la Yihad aquella gente no era más que carne de cañón, pero solo mediante su sacrificio podría lograrse la victoria, con tiempo y el número suficiente de fanáticos. Ya no habría más derrotas, solo triunfos y
victorias morales
.
Al frente de la chusma, el Gran Patriarca reparó en la figura escultural y en la piel de alabastro de la hechicera, que observaba la reunión con interés, sin decir palabra. Alta, rígida, Zufa Cenva destacaba entre la multitud enfervorecida como si una luz la estuviera enfocando. Como siempre, su mirada estaba clavada en él, pero en ella había un distanciamiento que a Iblis le resultaba perturbador. Ya la había visto en otras reuniones. ¿Qué quería la jefa de las hechiceras de Rossak?
Sin manifestar ninguna emoción, Zufa Cenva estaba con sus hermanas en la falda de la colina; les había pedido que observaran atentamente para confirmar si sus sospechas eran ciertas. El fuerte aroma de las caléndulas flotaba entre la gente como una droga de las selvas de Rossak. Pero los ojos claros de la hechicera eran agudos y estaban tan atentos como los de los intuitivos observadores de la Yipol que tan fácilmente podía reconocer entre la multitud.
Mientras estudiaba a Iblis, Zufa imaginó ondas hipnóticas fluyendo a su alrededor. Brotaban de la energía interior de su cuerpo y se extendían como tentáculos para llegar a la gente mientras hablaba. Las palabras del Gran Patriarca siempre estaban muy bien escogidas, pero su efecto acumulativo era mucho más importante que el contenido en sí. Hoy estaba en forma, encendía al público, lo llevaba hacia donde él quería, como un virtuoso. Si el carismático Iblis les decía que se tiraran por un precipicio, lo harían, y sin dejar de sonreír.
En el momento preciso, el hombre alzaría los brazos y gesticularía con las manos. Rara vez rezaba o utilizaba palabras religiosas, pero el efecto era parecido. La gente creía en su sinceridad. Y Zufa no pensaba que fuera por la práctica o el entrenamiento, había algo más.
—Él ni siquiera es consciente de sus poderes —les decía a las otras hechiceras—. Cree que tiene un talento natural, nada más.
Extraordinario.
Como líder de la delegación de Rossak, hacía mucho tiempo que a Zufa le intrigaba el magnetismo personal de Iblis Ginjo. Pero ella y sus hermanas habían adivinado algo más acerca de él, algo que no habían dicho a nadie.
El árbol genealógico extrapolado de aquel varón era fascinante, y sus raíces se remontaban al planeta de origen de Zufa. Las pruebas indicaban que el Gran Patriarca tenía capacidades telepáticas innatas, un rasgo extremadamente atípico en un varón.
Quizá aquella era la sangre masculina que había estado buscando. Zufa ya no era joven, pero con ayuda de los avanzados tratamientos de fertilidad de Rossak desarrollados por VenKee y probados por muchas hechiceras, Zufa sabía que aún podía tener un último hijo. Para ella eso significaba tratar de alumbrar a una hija que la hiciera sentirse orgullosa. ¿Sería el Gran Patriarca el donante ideal de esperma?
Aunque obviamente él ignoraba quiénes eran sus antepasados, Iblis Ginjo debía de ser el descendiente lejano de los habitantes de Rossak, que las máquinas pensantes apresaron y llevaron hacía mucho a otros mundos. Ojalá hubiera recibido el entrenamiento mental que ella y sus compañeras hechiceras tenían. Zufa no pensaba revelar a aquel hombre sus verdaderos orígenes, a menos que ella y sus compañeras pudieran conseguir algo a cambio.
Quizá podría influir en él y utilizar sus capacidades para su provecho.
Zufa no era inmune a los encantos del Gran Patriarca, pero siempre los había mantenido a raya gracias a su agudo sentido de la conciencia. Le gustó comprobar que Iblis no era consciente de sus dotes para la hipnosis. Con los años, muchas de sus hermanas se habían sacrificado en golpes telepáticos de aniquilación contra los cimek. Pero aquel hombre estaba en una situación diferente, su potencial era distinto. Zufa tenía la sospecha de que podía ser peligroso, falso, pero no veía a nadie más cualificado que él para llevar la Yihad a donde hacía falta.
Al fin y al cabo, por las razones que fueran, él se había comprometido con la misma causa que ella: la aniquilación total de las máquinas pensantes. Sin embargo, habría que observarlo muy de cerca y manejarlo con muchísimo cuidado.
Creo que es el hombre más peligroso que conozco.
Los pensamientos se convierten en armas. Las filosofías son claros motivos para la guerra. Las buenas intenciones son el arma más destructiva.
P
ENSADORA
K
WYNA
, archivos de la
Ciudad de la Introspección
Con expresión beatífica, orgullosa y segura, Serena Butler terminó de ensayar ante sus fieles serafinas, ataviadas con sus capuchas de malla dorada y sus túnicas vaporosas. Con su impulso y su pasión, ella mantendría viva la Yihad. Niriem asintió con un gesto en señal de aprobación tras escuchar una grabación de parte del discurso. Mientras siguieran destruyéndose máquinas, seguramente su leal jefa de serafinas jamás estaría disconforme con ninguno de los aspectos de la gran guerra santa.
Ahora que Iblis Ginjo había partido hacia Poritrin, Serena tenía intención de grabar algunos discursos inspiradores desde la Ciudad de la Introspección. Por naturaleza, los humanos tienden a perder de vista los objetivos a largo plazo, a menos que alguien se los recuerde continuamente. Había que alimentar y avivar continuamente su interés.
Durante los meses siguientes, sus discursos se distribuirían entre los mundos de la Liga; VenKee Enterprises ya había firmado un acuerdo con el Consejo de la Yihad para distribuir gratuitamente las grabaciones en sus naves mercantes.
En el interior de un complejo fortificado, las atentas guardianas de Serena permanecían en pie a ambos lados. Tras el intento de asesinato del año anterior, todas las serafinas habían sido puestas a prueba e investigadas; varias fueron suspendidas de su puesto por estar bajo sospecha. Ahora Niriem servía a Serena mucho más de cerca que nunca. Aquellas mujeres la hacían sentirse fuerte y protegida, la hacían sentir que el espíritu humano acabaría triunfando sobre la fría brutalidad de las máquinas.
—Las máquinas pueden fallar y desintegrarse. Los programas se estropean —dijo Serena a la grabadora para finalizar su discurso—. Pero el corazón de los humanos nunca dejará de latir.