La cruzada de las máquinas (30 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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A pesar de la nueva ofensiva que Iblis había instigado con su bendición, Serena sabía que no podían derrotar a las máquinas pensantes de un día para otro. La población oprimida de Ix llevaba años luchando, y muchos de ellos morirían en la inminente ofensiva que dirigiría Xavier. Iblis estaba convencido de que era un sacrificio necesario.

Serena bajó la vista y cerró los ojos en un gesto contemplativo. Oficiales del Consejo de la Yihad desconectaron las grabadoras y se apresuraron para que los nuevos voluntarios yihadíes que estaban a punto de partir hacia Ix pudieran escuchar el nuevo mensaje de la sacerdotisa. Muchos no regresarían.

Serena vio que su madre estaba en la puerta.

—Bravo, Serena. Estoy segura de que los esclavos rebeldes de Ix guardarán tus palabras en sus corazones, incluso cuando los robots asesinos los estén descuartizando.

Serena contestó algo perpleja por la fría actitud de su madre.

—Madre, no podremos ganar esta batalla a menos que cada guerrero ponga todo su empeño y su capacidad. Y yo deseo inspirarles.

Livia Butler frunció el ceño.

—El Gran Patriarca no te ha contado todo lo que está pasando en Ix. —Hizo una señal a las serafinas que estaban con ellas—. Dejadnos solas. Deseo hablar con mi hija en privado.

—Se nos ha ordenado proteger a la sacerdotisa —dijo la jefa de las serafinas sin moverse.

Serena se volvió hacia la joven.

—No necesito que me protejáis de mi madre, Niriem.

—También debemos protegeros de vuestras propias dudas, sacerdotisa —le advirtió la serafina—. Vuestra Yihad no puede debilitarse desde dentro.

—¿Me debes obediencia o es que ahora te das tus propias órdenes? Marchaos.

Las devotas mujeres se fueron con expresión sombría. Livia Butler no se había movido.

—Antes de partir hacia Poritrin —dijo—, el Gran Patriarca anunció sus planes para Ix, pero en realidad ya lleva tiempo pensando en todo esto, porque desea controlar los centros industriales y de producción que hay allí. No puedes imaginar las carnicerías que ha provocado en tu nombre. Muchas, muchísimas vidas se han perdido en Ix, y ahora será peor.

Los ojos de color lavanda de Serena pestañearon.

—¿Cómo lo sabes? Iblis no me ha dicho nada de eso.

A modo de respuesta, Livia le entregó un pack visual. El sello estaba roto, y era el de la Yipol, lo que indicaba que se trataba de material clasificado, de alta seguridad.

—Estos vídeos fueron sacados clandestinamente por un mercenario que fue enviado a Ix para fomentar los disturbios. Las imágenes las recopiló un ixiano llamado Handon, uno de los rebeldes y saboteadores.

—¿Cómo ha llegado a tus manos?

—El paquete iba dirigido a Yorek Thurr, pero fue entregado por error a un viejo representante de la Asamblea de la Liga que en otro tiempo era leal a tu padre. Ya sabes cómo funciona la burocracia… tan mal como en tiempos del Imperio Antiguo. El hombre pensó que el virrey debía verlo. Serena, tú también tendrías que ver esas imágenes. Tienes que saber lo que pasa ahí fuera. Los que protestan tienen buenas razones para cuestionar las tácticas que se están empleando en esta guerra.

—Los que protestan son unos cobardes que no comprenden los nefastos propósitos de las máquinas pensantes.

Livia apretó los dedos de Serena contra el paquete.

—Tú, míralo.

Tratando de disimular su nerviosismo, Serena activó el sistema y pasó lentamente de una escena de pesadilla a otra. Vio carnicerías en masa a todo color: escuadrones robóticos de exterminación que atacaban a los humanos, familias que se escondían bajo tierra, en túneles, mientras un cimek —identificado como el titán Jerjes— iba de un lado a otro con su cuerpo de combate asesinando a todos los humanos que encontraba.

Serena tragó con dificultad y se obligó a decir:

—Madre, me doy cuenta de que es una guerra dolorosa, pero debemos luchar, debemos ganar.

—Lo sé, criatura, y tú tienes que entender una cosa: Ix se ha convertido en un matadero de forma totalmente innecesaria. Iblis ha engatusado a los rebeldes de Ix para que ataquen a los robots, pero no tienen ninguna posibilidad. Les hemos dado unas cuantas armas, pero no son suficientes. Desde hace más de un año, el propio Iblis ha reconocido la futilidad de esta campaña, y sin embargo, los sigue incitando, sigue enviándoles tus mensajes.

—El propósito de mis palabras es inspirarles.

—Cientos de miles de personas han muerto allí en tu nombre. Os invocan a ti y a tu hijo mártir como si fuerais dioses que pueden protegerles y luego se arrojan contra las máquinas. No tendrías que haber visto esas imágenes, pero debes ser consciente de la cantidad de sangre que mancha tus manos.

Serena miró a su madre con dureza y siguió pasando las imágenes: la brutal lucha que tenía lugar en las madrigueras de los complejos industriales y las ciudades subterráneas del planeta; el fuego que ardía con virulencia alrededor de desesperados luchadores; las máquinas destrozadas y los cadáveres de humanos por todas partes.

—¿Qué quieres que haga, madre? —preguntó al fin, sin poder apartar la mirada de aquella carnicería—. ¿Pretendes que renunciemos a Ix?

La expresión de Livia se suavizó.

—No, pero incluso si conquistamos Ix enviando un ejército, ¿es solo para tener otra excusa para alegrarnos? Es un campo de batalla muy poco apropiado. Ya que hacemos un esfuerzo tan grande y a costa de tantas vidas, al menos que sea para atacar la capital de las máquinas en Corrin.

Serena parecía preocupada.

—Tendré que discutir esto con Iblis cuando vuelva de Poritrin. Deseo escuchar sus razones. Quizá el Gran Patriarca tiene motivaciones que nosotros no sabemos ver. Estoy segura de que tiene una buena justificación para…

Livia la interrumpió.

—Ha tomado todas esas decisiones sin consultarte, Serena. Como hace casi siempre. ¿Eres la sacerdotisa de la Yihad o un simple títere?

Las palabras de su madre le dolieron. Al cabo de unos instantes, Serena dijo:

—Iblis es mi consejero y mi mentor. Y siempre ha sido una fuente de fortaleza para mí. Pero tienes razón, no debo permanecer al margen cuando se trata de decisiones importantes.

—El Gran Patriarca no volverá hasta dentro de casi dos meses. —Livia se inclinó hacia delante, insistiendo—. No puedes esperar tanto. Debes decidir ahora. —La vieja abadesa cogió a su hija del brazo—. Ven conmigo. La pensadora Kwyna también conoce la existencia de este informe y desea hablar contigo. Es muy urgente.

La gran filósofa Kwyna, que fue humana en una época olvidada ya por la historia, mucho antes de que los titanes hicieran caer el Imperio Antiguo, había ponderado todos los pensamientos y filosofías recopilados por la raza humana. Tras un milenio de esfuerzos, Kwyna enseñaba que incluso el humano más corriente podía demostrar un poco de sabiduría.

Serena y su madre subieron los escalones de la torre de piedra que se había construido para alojar a la gran pensadora. Las ventanas estaban abiertas, y una fresca brisa corría por la habitación. El recipiente decorado donde se conservaba a la pensadora descansaba sobre un pedestal situado en el centro de la habitación circular, y sus asistentes humanos estaban muy cerca, esperando instrucciones.

Kwyna siempre ofrecía su excelente consejo y planteaba cuestiones importantes que hacían pensar. Sus enigmas filosóficos habían tenido ocupada a Serena durante sus momentos de mayor desesperación, cuando perdió a su hijo y vio cómo sus esperanzas de una vida en común con Xavier Harkonnen se desmoronaban.

Su madre se detuvo en la puerta, y ella avanzó hasta el contenedor de conservación.

—¿Querías hablar conmigo, Kwyna? Conversar contigo siempre me ilumina.

Dos subordinados con las cabezas afeitadas y las manos inmaculadamente limpias se adelantaron. Los monjes quitaron la tapa del contenedor y le indicaron a Serena que metiera la mano.

—Kwyna desea conectarse con vos directamente.

Flotando en su baño de electrolíquido, el cerebro sin cuerpo presentaba las arrugas e intrincados dibujos producto de siglos de pensamiento profundo. Con una creciente sensación de curiosidad y cierto recelo, Serena entrecerró los ojos y sumergió las yemas de los dedos en el cálido líquido de conservación.

—Estoy aquí —musitó.

Hundió más la mano, hasta tocar el contorno correoso del cerebro de Kwyna. Mientras el denso fluido se agitaba en torno a la carne sensible de la pensadora, las rutas iónicas pasaron por los poros de su piel y se acoplaron a las neuronas de Serena, conectando los pasajes mentales de aquellas dos formas de vida diferenciadas pero emparentadas.

—Ya conoces los hechos y las palabras —dijo la sabia pensadora en su mente—. Entiendes las justificaciones de Iblis Ginjo, pero ¿crees en ellas?

—¿Qué quieres decir, Kwyna? —Serena habló en voz alta.

—He evitado dar a Ibis nuevos argumentos filosóficos a los que aferrarse, pero él sigue tergiversando mis palabras, corrompe las antiguas escrituras. En lugar de extraer conocimiento de mis tratados, él decide lo que quiere y después justifica sus decisiones utilizando los pasajes fuera de contexto.

Los pensamientos de la pensadora parecían llenos de un profundo hastío. Serena habría querido evitar aquellas acusaciones, pero su respeto por la pensadora impidió que sacara la mano del fluido vivo.

—Kwyna, estoy segura de que en su corazón el Gran Patriarca solo alberga los mejores deseos para la humanidad. Por supuesto, hablaré con él, y estoy segura de que podrá darme una explicación.

—Una persona que manipula la verdad para justificar sus ideas seguramente hará cosas peores. Serena, ¿no te inquieta que sus decisiones lleven a los mártires hacia la muerte con tu nombre en los labios?

Serena se ofendió.

—Esas personas luchan por la Yihad. Incluso si muere hasta el último de ellos, saben que vale la pena. Y yo también.

A su espalda, Livia manifestó su desacuerdo.

—Oh, Serena. ¿Tan poco valor tiene para ti la vida humana?

Kwyna siguió, con pensamientos irrefutables.

—El Gran Patriarca incita a la violencia utilizando todos los medios que encuentra porque cree que sus fines lo justifican. Para él, Ix no es más que otro trofeo, pero no forma parte de ningún plan para ganar la guerra. No tiene ninguna prisa para que la guerra acabe. Y sabe que las tragedias pueden inspirar tanto como las victorias. Serena, es posible que tú desees que Omnius sea destruido lo antes posible, pero Iblis Ginjo ve la Yihad como una fuente de poder.

Aquello era demasiado doloroso. Serena no deseaba oír más, pero seguía sin poder retirar la mano.

—He vivido y meditado durante más de veinte siglos, y he ayudado con mi conocimiento a quienes lo merecían. Ahora mi saber se está utilizando de una forma que nunca deseé. Yo misma me siento responsable de un número incontable e innecesario de muertes.

Serena dejó que sus dedos rozaran los contornos sinuosos de la mente de la pensadora.

—Quien tiene una misión importante debe soportar una enorme carga. Lo sé muy bien.

—Pero yo no he elegido esa misión —replicó Kwyna—. Iblis me ha manipulado, igual que te ha manipulado a ti. Yo ofrecí voluntariamente mis pensamientos para ayudar a la humanidad, pero mis escritos han sido corrompidos. Ahora entiendo por qué algunos de mis compañeros pensadores prefirieron huir para siempre de la interacción con las civilizaciones humanas. Tal vez hubiera debido marcharme hace mucho con Vidad y los demás.

Serena estaba sorprendida.

—¿Hay otros pensadores con vida? ¿Qué significa que huyeron para siempre?

—En otro tiempo Vidad era mi amigo, un compañero y adversario mental, una mente digna de un debate infinito. Pero él y otros cinco pensadores decidieron cortar todo contacto con los humanos y las máquinas y disfrutar de la serenidad y la pureza eterna de sus pensamientos. En aquel entonces todos los despreciamos por huir de la responsabilidad que les imponían sus revelaciones. Les acusamos de esconderse, de vivir aislados en sus torres de marfil. Vidad aceptó la crítica, pero no cambió su decisión. Nadie ha vuelto a saber de ellos desde hace siglos.

Serena intuyó un lúgubre agotamiento en la mente de Kwyna cuando el cerebro dijo:

—Quizá tendría que haber acompañado a los pensadores de la torre de marfil, pero ahora debo buscar otra salida. Te he convocado hoy aquí para decirte esto, Serena Butler, porque quiero que lo entiendas.

—¿Y crees que entender es tan sencillo? —preguntó Serena.

—La realidad es lo que es. Y yo ya he tenido bastante. No compartiré más pensamientos, no permitiré que los desvirtúen. Cuando me vaya, Iblis seguramente encontrará nuevas formas de utilizar las doctrinas perdidas en su provecho, pero no pienso darle más instrumentos.

Temiendo lo que la pensadora pudiera decir, Serena habló:

—Me has servido fielmente. He aprendido mucho de ti, y he confiado en tu consejo.

La voz de la pensadora se hizo más suave en la mente de Serena.

—Sé que eres sincera, pero estoy cansada de las profundas meditaciones de dos milenios. A partir de ahora ya no estás bajo mi protección. Piensa por ti misma y sal del nido para ir en busca de tu destino.

—¿Qué quieres decir? ¡Espera!

—Es hora de que… deje de existir. —El electrolíquido azulado se agitó y se volvió de un color diferente, peligrosamente rojo, como si el antiguo cerebro hubiera sufrido una hemorragia y secretara una sustancia sanguinolenta.

Serena notó una frialdad mortífera en el cerebro, una sensación repentina y chocante.

Entonces, sin que los subordinados hicieran nada ni se manipularan de ninguna forma los sistemas de soporte vital del contenedor, los pensamientos se desvanecieron de la mente de la pensadora. Después de meditar sobre el sentido de la existencia durante dos mil años, Kwyna dejó que su esencia fluyera y se desvaneciera en el universo. Su mente desapareció en la nada.

Serena sacó bruscamente la mano del electrolíquido. Aquel líquido pegajoso era como sangre en sus dedos.

—¿Qué he hecho?

—Muchas cosas han llevado a esta tragedia —contestó Livia con tono amargo—. Iblis Ginjo es una de ellas, igual que la Yihad, por su propia naturaleza.

Conteniendo las lágrimas, Serena se apartó de la masa sin vida del cerebro de la antigua filósofa. Su amiga.

—Se han hecho tantas cosas en mi nombre…

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