La cruzada de las máquinas (25 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Pero resulta que estoy aquí, savant Holtzman, y que necesito los esclavos ahora.

—Yo también los necesito. —El científico profirió un sonido de desprecio—. ¿Por qué no os habéis limitado a capturar algunos de esos cobardes de Anbus IV? Según tengo entendido, se negaron a luchar contra las máquinas pensantes incluso cuando les estaban atacando, y hasta sabotearon el trabajo de los bravos yihadíes. ¿Es posible que haya gente que merezca más que ellos servir a la raza humana?

—Quizá eso ya sea un indicio de su inferioridad —intervino Rekur Van—. Además, quedaron muy dispersos, y su número es insuficiente para satisfacer nuestras necesidades.

Hasta hacía muy poco, los esclavos de Poritrin no habían tenido conocimiento de la batalla de Anbus IV, de la victoria pírrica de la Yihad, que había costado tantas vidas y la pérdida de tantas reliquias. Todo budislámico, incluidos los zensuníes y los zenshiíes, reverenciaba la ciudad sagrada de Darits, hogar de los manuscritos originales de los sutras coránicos. Para los esclavos de Poritrin fue terrible enterarse de aquella desgracia, provocada no solo por el ejército robótico, sino por las fuerzas de la Yihad.

Ishmael miró a su alrededor y se dio cuenta de que a los humanos que tenían el poder allí no les importaba.
¿Por qué es aceptable su fervor religioso y en cambio el nuestro solo es causa de desprecio?

Vio que el viejo negrero se interponía entre el indignado inventor y el ansioso comerciante de carne. Aunque despreciaba a aquel hombre, tenía que reconocer que Tuk Keedair parecía más sabio y versado en dialéctica.

—Hay esclavos disponibles en muchos lugares, Rekur. Hay montones de lugares perdidos donde conseguir carne humana. Dado que estos esclavos cumplen con un propósito muy útil para la humanidad, no veo la necesidad de quitárselos al savant Holtzman.

Rekur Van miró a su compañero tlulaxa con gesto hosco, como si fueran rivales.

—¿Y tú qué haces aquí, Tuk Keedair? Ya no eres un mercader de carne. Ahora prefieres vender especia y globos de luz con ese extranjero de Venport. ¿Por qué te interpones en mi importante misión?

—Mi socio y yo hemos venido por un asunto de negocios. Lo que tú haces no es la única tarea legítima en el ejército de la Yihad. —Con gesto paternalista, Keedair le puso la mano en el hombro—. Escucha, yo sé dónde puedes encontrar un numeroso grupo de esclavos. Son un estorbo para mí y, por extensión, para la Liga de Nobles. Ven, te diré dónde encontrarlos, y todos contentos. ¿Conoces el desierto de Arrakis?

Todavía con gesto hosco pero algo más calmado, Rekur Van bajó del podio junto con el veterano negrero.

Ishmael rodeó la cintura de Ozza con el brazo y la pegó a él. Seguía teniendo el pulso acelerado, e intuía que habían escapado del desastre por muy poco. Él y su familia podían seguir allí, juntos. Y por mucho que detestara ser un esclavo en Poritrin, en su corazón sabía que servir al tlulaxa habría sido mucho peor.

Holtzman parecía satisfecho y miraba a la multitud de trabajadores. Finalmente, el inventor agitó las manos con gesto imperioso.

—¿Qué hacéis ahí esperando? ¡Debemos terminar este proyecto a tiempo! Volved al trabajo.

24

A pesar de toda su precisión, hay muchas formas de confundir a las máquinas pensantes.

P
RIMERO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
Nunca más a una supermente

Aquel extravagante farol de las
naves huecas
había sido idea del primero Atreides, que decía saber cómo pensaban las máquinas. Pero Tio Holtzman estaba llevando a cabo el plan en ausencia del primero, y eso significaba que podría llevarse casi todo el mérito.

Si funcionaba.

El savant estaba nervioso, pero confiaba en que con aquello lograría un gran prestigio y el aprecio de todos. Después del largo intermedio en la sucesión de premios que habían caracterizado su carrera, lo necesitaba. Con un poco de suerte, lord Bludd hasta le condecoraría, la gente le vitorearía. Tio Holtzman sería el salvador de Poritrin.

Mientras cenaba con lord Bludd en el balcón de la residencia del noble que presidía la ciudad, Holtzman pensó en sus vidas sosegadas. Las clases altas de Poritrin siempre habían tenido una actitud sorprendentemente laxa, pues no creían que pudiera pasarles nada realmente malo. Seguían los preceptos pasivos del navacristianismo, más por mantener las apariencias que por convicción. La atmósfera era tranquila, la comida y los recursos abundaban y tenían esclavos bien enseñados que se encargaban de satisfacer todas sus necesidades. El apacible río Isana parecía una metáfora perfecta del lánguido discurrir de sus vidas.

Holtzman temía que aquello pudiera cambiar con la llegada de los enemigos robóticos. Hacía apenas unos instantes, un correo militar que traía un cilindro con un mensaje para el lord había llegado a toda prisa.

—Bueno, Tío, pronto tendremos ocasión de comprobar si vuestro plan funciona. Una importante flota enemiga se dirige hacia nuestro sistema.

Holtzman palideció y tragó saliva con dificultad. Lord Bludd parecía muy tranquilo, plenamente convencido de que su savant más importante no podía fallarles. Ojala la confianza ciega del noble no fuera un error.

Al ver su expresión preocupada, Bludd rió entre dientes.

—No os preocupéis, Tio. Incluso con el desproporcionado desembolso que ha hecho falta para este disparatado proyecto, con los beneficios que obtengamos por la venta de los globos de luz podremos pagarlo de sobra.

Todas las falsas naves se habían terminado de acoplar en el espacio, y alrededor de Poritrin las órbitas estaban llenas de naves de aspecto amenazador, cientos de ballestas y de jabalinas que formaban una flota en apariencia invencible, como feroces perros guardianes que vigilan un patio. Pura fachada.

Docenas de naves de la Yihad —de las de verdad— esperaban en el puerto espacial de Starda, listas para entrar en combate. Los soldados estaban alojados muy cerca, apoyados por los mercenarios de Ginaz. Pero nada de aquello sería suficiente si el engaño no funcionaba.

Holtzman se obligó a comer un bocado de pescado de río especiado con la esperanza de que Bludd no notara sus dudas.

—Ha llegado el momento de poner en marcha nuestro pequeño espectáculo. Daremos la orden para que nuestras fuerzas redistribuyan sus órbitas. Recomiendo que mantengamos a la mitad a la sombra del planeta para dar otra sorpresa a la flota robótica.

En los últimos meses, el ejército de la Yihad había transmitido informaciones falsas en comunicaciones que sabían que Omnius interceptaría, junto con otras que sí eran ciertas, puesto que ayudaba al propósito de Holtzman de que el enemigo se enterara: propaganda para los combatientes de Ix, señales que se filtraban a la flota robótica en fuga de Anbus IV, y más.

Si la información llegaba a su destino, los ejércitos mecánicos creerían que el gran Tio Holtzman estaba extendiendo su exitoso sistema de escudos protectores a todo Poritrin para proteger las flotas de la Yihad, crear campos invisibles y cascos extraordinariamente resistentes. Esto convertiría aquella tecnología en un trofeo táctico para Omnius.

Un cebo.

—He dado la orden en cuanto hemos recibido la señal de nuestras naves de reconocimiento —dijo Bludd—. Estoy seguro de que se quitaron de en medio mucho antes de que los sensores de los robots pudieran detectar su presencia. —Luego, sonriendo, propuso que volvieran dentro para presenciar cómodamente el encuentro en la sala de proyección del noble. Holtzman observó los mapas y cuadrículas de la esfera planetaria y las rutas orbitales, y vio que todas las naves estaban en posición. Hizo un gesto de asentimiento.

Luego unas pequeñas luces empezaron a acercarse como proyectiles desde el borde de la pantalla. Bludd sonrió.

—Bueno, bueno, esas naves enemigas se van a llevar una buena sorpresa. —Parecía mucho más convencido que Holtzman, pero el savant no se atrevió a manifestar sus reservas.

Provista de armamento pesado y una potencia de fuego abrumadora, la flota robótica se aproximó a Poritrin y redujo la velocidad para analizar el terreno. Holtzman se pasó una mano por la frente, se apartó sus gruesos cabellos de los ojos. El enemigo tenía por lo menos el triple de naves que la flota de Poritrin. Pero eso no tenía por qué ser un obstáculo, siempre y cuando se tragaran el engaño.

—Ahora veremos si la astucia humana es superior a la tecnología de las máquinas —dijo.

En pie junto a lord Bludd, Holtzman escuchaba las transmisiones, órdenes, advertencias, valoraciones. En los paneles vieron cómo las naves de la Yihad se colocaban en posición y se desplegaban en formación táctica alrededor del planeta. Aparentemente eran impenetrables, imbatibles.

La inmensa flota mecánica avanzó sin inmutarse en línea recta hacia su objetivo y se encontró con un importante grupo de naves defensivas en la órbita de Poritrin. Las falsas naves de la Liga mantuvieron su posición. Unos paneles electrónicos situados en el exterior de los cascos emitían un resplandor rojizo, como si hubieran activado los sistemas de ataque. Los sensores hacían sospechar que una importante fuerza armamentística estaba lista para ser utilizada.

Evidentemente, solo un puñado de aquellas naves estaban realmente armadas. La mayor parte no eran más que un montón de chatarra, protegida por los escudos Holtzman, que engañaban a las sondas electrónicas de las máquinas pensantes.

—Todos los sistemas activados —anunció uno de los oficiales tácticos por el sistema de megafonía.

Un aluvión de voces respondió desde las naves de guerra situadas en órbita, incluidas las vacías.

Listos para aniquilar a la flota invasora. Armas en situación. Listos para abrir fuego.
Las voces se superponían en una composición creada con las voces de los diferentes pilotos de la flota, grabadas y retransmitidas unas encima de otras para confundir a sus atacantes.

Holtzman miraba las proyecciones tácticas. Las distantes naves mecánicas no eran más que minúsculos diamantes que reflejaban la descarnada luz del sol. Le habría gustado ver lo que los robots creían estar viendo. En teoría, su red de sensores indicaba que aquella falsa flota yihadí les superaba en armamento por un margen muy importante. Volvió a tragar con dificultad.

En aquella ocasión, para conseguir una victoria la flota de Poritrin no necesitaba destruir al enemigo. A la larga, aquel ardid podía ser muy positivo, ya que podía volver a utilizarse en otros planetas, y las naves huecas podían construirse a una fracción del precio de las reales. Al
saber
que una flota imbatible defendía Poritrin, Omnius dejaría el planeta e iría en busca de objetivos más vulnerables. En teoría…

Sin embargo, las máquinas seguían avanzando, como si intuyeran la verdad. Holtzman contuvo el aliento, preocupado por la posibilidad de que los robots tuvieran un sistema de escáneres lo bastante avanzado para detectar el engaño. ¿Se había olvidado de algún factor al hacer sus cálculos?

No sería la primera vez que daba por sentadas cosas que no eran ciertas y que cometía errores, como le había señalado Norma Cenva de forma tan alegre y desconsiderada. Bueno, al menos ahora estaba fuera de circulación, trabajando por su cuenta, malgastando el dinero de otro. Y él tenía muchos otros ayudantes dotados.

Le habían asegurado que todo estaba controlado. No podía haber ningún error.

Aun así, si se habían saltado algún detalle, Poritrin estaba perdido. Y Holtzman también.

—Hora de avanzar —dijo el savant, con un hilo de voz chillona—. El segundo grupo debe avanzar antes de que el enemigo se acerque lo suficiente para abrir fuego.

Bludd se limitó a sonreír. Todos los supervisores y capitanes tenían instrucciones detalladas.

Como una jauría de perros salvajes que de pronto salen del bosque, la mitad de las naves falsas que había en órbita encendieron motores y se dirigieron a gran velocidad hacia el lado de Poritrin iluminado por el sol. Fue como una estampida. En unos momentos, el número de naves de defensa dispuestas contra las fuerzas mecánicas se había doblado.

—¡Seguro que ahora se lo piensan mejor! —gritó uno de los comandantes por uno de los canales abiertos.

Holtzman miró el diagrama táctico y se sintió aliviado al ver que cada pieza encajaba en su sitio. Un puñado de soldados empezaron a lanzar vítores por los comunicadores, pero sus voces —duplicadas, moduladas y amplificadas— sonaban como si fueran muchos más.

—Aquí llega el tercer destacamento.

—¡Vamos a estar un poco apretados con tantas naves!

—No os preocupéis, enseguida quitamos de en medio a algunos de esos trastos para haceros sitio.

Un tercer grupo de naves falsas que se ocultaban cerca de la pequeña luna de Poritrin se aproximó a gran velocidad por la retaguardia de la flota de Omnius, mostrando un despliegue de puertos activados de armas.

—¡Qué despeguen las naves de tierra! —exclamó Bludd. Era evidente que estaba disfrutando de cada momento.

El grupo de naves estacionadas en tierra —las únicas verdaderamente funcionales que había en Poritrin— despegó del puerto espacial de Starda y una vez en órbita se mezclaron con las naves falsas que ya había allí.

Los invasores se detuvieron en el espacio, como si tuvieran que analizar aquellos sorprendentes acontecimientos, y a continuación se reagruparon en formación defensiva.

—Esperemos —dijo un oficial por el comunicador con voz grave—. Listos para abrir fuego. Borra del mapa a esas condenadas máquinas en cuanto nos den una excusa.

Otro dijo:

—Sus escáneres nos están analizando otra vez.

—Demuéstrales lo que pensamos de eso.

Confundidos entre los montones de naves falsas, las de verdad abrieron fuego contra las naves enemigas. La flota de máquinas pensantes no tenía forma de saber que todas aquellas naves falsas no estaban armadas.

Finalmente, sin una sola transmisión, sin lanzar ni un solo proyectil, la flota robótica calculó que no tenía ninguna posibilidad de ganar y se retiró. Dieron media vuelta y se alejaron a toda velocidad. Para darle un poco de verosimilitud, las naves armadas de la Yihad salieron en pos del enemigo y destruyeron un par de sus naves.

Lord Bludd sonrió y dio unos golpecitos a Holtzman en la espalda.

—No he dudado de vos ni por un momento, Tio. ¡Con vuestra intuición y vuestra reputación las estúpidas máquinas no tienen ninguna posibilidad!

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