Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Livia la miró con gesto severo.
—Serena, has tenido un cuarto de siglo para meditar y aprender de tu tragedia personal. Ha llegado el momento de que tomes tus propias decisiones.
Serena sacó pecho y alzó el mentón. Miró por la ventana y sintió la brisa helada en el rostro.
—Sí, madre. Ahora sé qué debo hacer. —Miró a los apenados subordinados, con sus túnicas amarillas, y luego echó un vistazo a la sala donde las serafinas esperaban en guardia, con sus túnicas blancas.
—Es hora de que me ponga al frente de mi guerra santa.
Es mejor ser motivo de envidia que de lástima.
V
ORIAN
A
TREIDES
,
Memorias sin reproches
Para Xavier Harkonnen la casa de los Butler era un cúmulo de recuerdos y oportunidades perdidas. Pero también era el hogar que había formado con su amada Octa y sus dos hijas, Roella y Omilia.
A sus cuarenta y cuatro años, Octa era una mujer hermosa y entregada a su papel de esposa y apoyo. Tenía un carácter más afable que su hermana Serena, y era una compañera atenta y una madre amorosa. No tenía precio.
¿Qué he hecho para merecer una mujer como ella?
Manion Butler, el padre, vivía con ellos desde que renunció a su cargo de virrey, y cuidaba de los huertos y el lagar. El anciano quería a sus nietas con locura y seguía disfrutando debatiendo sobre la política y el ejército con su influyente yerno. Sin embargo, últimamente aquellas conversaciones siempre acababan llevando a los
buenos viejos tiempos
. Serena se había convertido en una extraña para su familia.
Cuando Xavier salió por la puerta principal y miró hacia las colinas cubiertas de olivos y hacia las hileras de viñedos, vio que un jinete se acercaba por la carretera sinuosa.
Octa salió también y Xavier le pasó una mano por su estrecha cintura. Se sentía cómoda a su lado. Llevaban casados más de veinticinco años.
Forzando la vista, Octa reconoció al jinete de pelo oscuro que se acercaba.
—No me dijiste que Vorian venía. Había pensado ir a ver a Sheel a la casa de los Tantor. —Sheel, la apenada viuda de Vergyl, y sus tres hijos habían llegado hacía muy poco de Giedi Prime para instalarse en la casa enorme y solitaria de Emil Tantor. Octa les había ayudado mucho.
—Solo queríamos charlar un poco. —Xavier acarició su melena pelirroja, teñida con unas hebras blancas—. Si te hubiera dicho que venía habrías reunido a los criados y te habrías empeñado en montar un banquete.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Cierto. Ahora tendréis que conformaros con carne fría y unos huevos cocidos.
Xavier la besó en la frente.
—Bueno, al menos podrás malcriarnos con nuestro mejor vino. Deja que elija tu padre… conoce las distintas cosechas mejor que nadie.
—Pero eso es porque se toma sus obligaciones como catador muy en serio. Le preguntaré si aún tenemos alguna de las botellas de su boda con mamá. —Octa volvió dentro tras saludar con la mano a Vorian, que en ese momento llegaba al patio a lomos de un musculoso purasangre salusano.
Aunque Xavier tenía cuarenta y siete años y ya no se sentía tan fuerte, su mente conservaba más detalles y recuerdos que en sus días de juventud. En cambio, Vorian Atreides combinaba los mejores rasgos de la juventud con la sabiduría que da la experiencia. No había envejecido nada desde que huyó de la Tierra hacía décadas. Su piel seguía siendo tersa, su pelo oscuro y lustroso, aunque sus ojos habían visto muchas más cosas que los de ningún joven. Años atrás habló a Xavier del tratamiento que Agamenón le administró para alargarle la vida. Se suponía que era una recompensa, pero él lo describió como
tortura
.
Vor bajó de la silla y dio unas palmadas en el cuello de aquella magnífica bestia. Dos mozos salieron para ocuparse del caballo: lo almohazarían, trenzarían sus crines y le cepillarían la cola. El viejo Manion se ocuparía de que todo se hiciera para su satisfacción.
Xavier le tendió la mano, pero en vez de estrecharla, Vor dio a su amigo un golpe en la nuca.
—Bueno, ¿te gusta mi nuevo caballo, Xavier? Es uno de los cinco que acabo de comprar. —Visiblemente orgulloso, Vor contempló al animal mientras lo llevaban a los establos—. Unas bestias increíbles.
—Vaya, no tienes apenas experiencia con los caballos. Pensaba que montar te costaría más…
—Pero me encanta el caos. Me he pasado gran parte de mi vida entre máquinas, y hay algo único y emocionante en cabalgar a lomos de un animal que parece disfrutar del trayecto. —Alzó la vista al cielo con expresión atormentada y pensativa—. Ahora que lo pienso, Erasmo también tenía caballos. A veces mandaba un bonito carruaje a buscarme para que fuera a su villa. Pobres bestias… pero seguramente las cuidaba bien. Ya sabes, él prefería experimentar con humanos.
Cuando llegaron a la galería que había en la terraza de la sala del Sol Invernal, Octa ya había dado instrucciones para que los sirvientes prepararan una bandeja con algunos trozos de carne, quesos y huevos cocidos aderezados con hierbas. También había una botella de buen vino tinto abierta, y dos vasos ya servidos.
Xavier rió.
—A veces pienso que Octa tiene poderes telepáticos, como la hechicera de Rossak. —Mientras su amigo se instalaba en una silla y apoyaba los pies en la baranda del mirador, Xavier se volvió y contempló los densos bosques de la propiedad de los Butler—. ¿Por qué no tomas esposa, Vorian? Podría domesticarte; además, así tendrías algo que esperar cada vez que vuelves a Salusa.
—¿Domesticarme a mí? —Vor le dedicó una agria sonrisa—. ¿Por qué iba a castigar así a una pobre e inocente mujer? Me contento con tener algunas mujeres que me esperan aquí y allá.
—En cada puerto espacial, querrás decir.
—En absoluto. No soy tan mujeriego como crees. —Vor dio un sorbo a su vino y suspiró con placer—. Aunque algún día elegiré a una. —No dijo lo evidente… que aún tenía mucho tiempo por delante. Le resultaba difícil imaginarse perdiendo tantos años con una sola mujer.
Vor había vivido al servicio de Omnius, pero Serena Butler hizo que cambiara su forma de ver las cosas, le hizo mirar el universo con otros ojos, los ojos de un humano. Vor había aceptado la causa de la Yihad, pero no como un ignorante o un fanático, sino como un eficiente comandante con las habilidades que le había enseñado el general Agamenón. Desde que escapó de Omnius y proclamó su lealtad a la humanidad libre, Vorian Atreides se sentía más vivo de lo que había creído posible.
Normalmente, a Vor le gustaba ir a fiestas y hablar de sus batallas, de su terrible padre cimek, de lo que significaba crecer bajo el dominio de las máquinas pensantes. La gente se congregaba a su alrededor, impresionada por sus relatos, y él disfrutaba de toda aquella atención.
Sin embargo, en aquellos momentos, los dos hombres permanecieron sentados en silencio; no necesitaban impresionar a nadie. Saborearon el vino, disfrutaron del paisaje de viñedos y campos de olivos. Como hacían las pocas veces que podían disfrutar de unos días de tranquilidad entre misión y misión, hablaron de sus triunfos y de sus derrotas, de los compañeros yihadíes y de los mercenarios caídos.
—El problema —decía Vor— es que Iblis desata el fervor de sus adeptos en lugar de seguir una estrategia militar coordinada. Y ellos se lanzan a la lucha con ardor, como las llamaradas de un combustible acelerador, pero eso no significa necesariamente que consigan el verdadero objetivo. Personalmente, creo que a nuestro Gran Patriarca le gusta la fama.
Xavier asintió.
—La Yihad lleva décadas activa, y la lucha contra Omnius se inició hace mil años. Debemos mantener el entusiasmo y la dedicación o nuestros guerreros caerán en la desesperación.
Ya había pasado un año, pero la terrible pérdida de Vergyl Tantor seguía pesando en sus corazones. Xavier siempre quiso a su hermano adoptivo y trató de guiarlo en su carrera militar; en cambio, Vor fue su amigo y se relacionó con él de una forma impensable para alguien tan rígido como Xavier. Muchas veces, al verlos juntos riendo, Xavier había sentido envidia. Pero ya era demasiado tarde para cambiar eso…
Vor seguía mirando las colinas.
—Las máquinas pensantes ven siempre una imagen global, de conjunto. Y me da la sensación de que nuestro ejército no. Y aun así, es posible que Omnius venza, pero no por su superioridad militar, sino por la apatía debilitadora de nuestras fuerzas.
Hablaron de los informes que llegaban clandestinamente de Ix, donde la situación era particularmente difícil. Robots asesinos, junto con uno de los titanes cimek, habían iniciado un genocidio, como ya hicieran en la Tierra. El Gran Patriarca había hecho un llamamiento para que se lanzara una ofensiva general, y en el momento justo, en opinión de Xavier. El ejército de la Yihad no podía abandonar a los bravos guerreros de Ix. Xavier mismo se había presentado voluntario para dirigir la ofensiva principal. Entretanto, en respuesta a las palabras de Iblis Ginjo, montones de nuevos reclutas se habían presentado voluntarios.
Vor frunció el ceño.
—Todas esas víctimas de Ix son personas, personas que luchan por su libertad, por su vida. No deberíamos sacrificarlas indiscriminadamente.
Xavier meneó la cabeza.
—Los insurgentes de Ix no se convertirán en corderos de sacrificio si aparece un líder y los convierte en algo más. Y esa será mi responsabilidad.
Vor se zampó un minúsculo huevo con especia y se lamió los dedos.
—Veo que estás dispuesto a lograr una victoria a cualquier precio (ya lo demostraste en Anbus IV), pero lo mejor para la Yihad sería buscar alternativas que perjudiquen a las máquinas sin un coste tan terrible en vidas humanas. La misión de Ix es un error. Si Iblis lo ha elegido es solo porque quiere sus instalaciones industriales.
—En esas instalaciones se construyen armas y naves, Vorian. Eso es lo que mueve la Yihad.
—Sí, pero ¿de verdad crees que una colisión directa con las fuerzas más preparadas de Omnius es la mejor estrategia?
—¿Quieres decir que deberíamos utilizar más trucos, como tu virus contra las naves enemigas en Anbus IV? ¿O tú flota de papel cartón en Poritrin?
Vor se aclaró la garganta.
—Las dos tácticas funcionaron, ¿no? Lo he dicho muchas veces. Nuestra mayor ventaja es la imprevisibilidad. —Se terminó el vino de un trago y cogió la botella para volver a llenar los dos vasos—. Mira en Poritrin, por ejemplo. No podíamos permitirnos perder los laboratorios de Holtzman, pero tampoco podíamos dedicar un importante contingente militar solo a patrullar la órbita del planeta. Con mi plan, hemos conseguido nuestro objetivo a un precio relativamente bajo y además sin bajas. —Alzó las cejas—. Solo tienes que pensar como piensan las máquinas.
Xavier frunció el ceño.
—Amigo mío, creo que a mí eso no se me da tan bien como a ti. Pero tú has pasado mucho tiempo con ellas.
Los ojos grises de Vor destellaron.
—¿Y eso qué significa?
—No es lo que piensas, no.
Vor chocó su vaso contra el de Xavier.
—A mi manera o a la tuya, esperemos que Omnius acabe pagando.
Vor trató de seguir adelantándose a las máquinas. Había llevado esa capacidad mucho más lejos de lo que Agamenón le había enseñado. Y como no quería que su padre cimek adivinara sus movimientos, siempre tenía que ir un paso por delante, como en una apuesta estratégica en la ronda final de una partida de
fleur de lys
.
Vor utilizó sus códigos de acceso para entrar en la sala blindada del laboratorio donde tenían la copia sustraída de Omnius, conectada a subestaciones informáticas sometidas a un riguroso control. Los salusanos evitaban aquel edificio con un miedo supersticioso.
Vor entró en la cámara y se plantó ante la pantalla y el altavoz. Él, que no era más que un hombre y que en otro tiempo fue uno de los humanos de confianza de la supermente electrónica, ahora la tenía a su merced. Su vida había tomado un rumbo totalmente sorprendente.
—Vorian Atreides —dijo Omnius—. Tú, de entre todos los humanos salvajes y despiadados, tendrías que reconocer lo absurdo de la Yihad. Tú comprendes el propósito y la eficacia de los Planetas Sincronizados, y sin embargo ofreces tu lealtad al caos y a la destrucción desenfrenada. Va contra toda lógica.
Vor cruzó los brazos sobre el pecho.
—Solo va en contra de tu comprensión, Omnius, porque las máquinas pensantes no valoráis la libertad.
—Erasmo me demostró que no se puede confiar en ningún humano. Para mí lo más ventajoso habría sido eliminar a todos los de tu especie en los Planetas Sincronizados. Fue una decisión desafortunada.
—Y ahora estás pagando por ella, Omnius, y seguirás pagando hasta que las máquinas seáis eliminadas y los humanos podamos colonizar cualquier lugar que deseemos.
—Una idea perturbadora.
Dado que Vor se había criado en los Planetas Sincronizados, sabía programar y hasta había diseñado algunos sistemas segregados por sí mismo. Llevaba más de un año trabajando con algunas secciones de aquella versión de Omnius, extrayendo y manipulando información. A veces la supermente entendía lo que hacía, pero en otras ocasiones Vor eliminaba cualquier indicio de los cambios que había hecho.
Durante años había visto los intentos tediosos, poco imaginativos y hasta inútiles de explotar aquella versión de la supermente. Los científicos de la Liga, incluido el savant Holtzman, tenían demasiado miedo de arriesgarse y de dañar al Omnius cautivo. Pero entonces ¿para qué lo querían? Vor sabía lo que hacía, y prefería arriesgarse en vez de no hacer nada. Siempre había sido muy independiente; se movía según sus propios impulsos, y normalmente no se equivocaba.
Si aquello salía bien, los Planetas Sincronizados se tambalearían. Valía la pena arriesgarse, y Vor no quería que nadie interfiriera en sus planes. De todos modos, tampoco habrían sabido ayudarle.
Vor esperaba haber terminado ya con las modificaciones que quería introducir en aquella actualización cuando Xavier partiera con su flota hacia Ix. Los equipos de científicos cibernéticos ya habían extraído toda la información posible. Incluso el savant Holtzman había sido incapaz de encontrar ninguna otra utilidad a la gelesfera plateada.
El convertiría a Omnius en un arma letal contra las máquinas pensantes. Y las encarnaciones de la supermente de los diversos Planetas Sincronizados jamás sabrían qué había pasado.