Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Keedair parecía reservado, incluso receloso.
—No le has hablado a nadie más de esta idea, ¿verdad? Al savant Holtzman, por ejemplo. O a lord Bludd.
Norma meneó la cabeza, abochornada.
—El savant Holtzman ni siquiera entiende los principios matemáticos de sus propios descubrimientos.
El principio de Holtzman funciona y punto
, dice siempre. —En su voz había desprecio y tristeza—. Y quiero asegurarme de que este proyecto llega a realizarse. El savant no siempre termina los proyectos que inicia. A veces… se pierde en una maraña de ecuaciones. —Fue hasta la ventana y miró hacia los astilleros y las fábricas del delta—. Ha pasado este último año construyendo cascos de naves en órbita. Una idea del primero Atreides…
—Sí, sí, ya lo vimos cuando llegamos a Poritrin —dijo Venport. Las rutas orbitales estaban tan saturadas a causa de las nuevas naves de guerra que eran un verdadero peligro para la navegación.
Keedair parecía desolado.
—¿Y qué sentido tiene construir cascos de naves? ¿Solo los cascos? ¿Se está instalando la maquinaria por otro lado?
De pronto Norma pareció inquieta.
—Se supone que es un secreto, y son muy pocas las personas que conocen el plan. Cada uno de los esclavos de los astilleros y los obreros de la construcción que trabajan en órbita se ocupa de una tarea muy concreta. Nadie sabe que en realidad todo el proyecto no es más que un gran farol. —Suspiró—. El casco de las naves permanecerá vacío, orbitando, como si fuera una flota de verdad. Reconozco que podría funcionar, pero ¿por qué un gran hombre como el savant Holtzman malgasta su inteligencia con un proyecto semejante? Para eso no se necesita la ciencia, solo un título de escaparatista.
Bajó una silla suspensora, se sentó y se elevó hasta estar a una altura adecuada en la mesa.
—Por eso te escribí, Aurelius. He pasado una buena parte de mi vida trabajando en las ecuaciones para plegar el espacio. Son muy importantes. El proyecto debe convertirse en una realidad, y yo soy la única que puede hacerlo.
Tuk Keedair extendió las manos sobre la mesa, y sus ojos brillaron.
—Danos los detalles principales, por favor. Dinos lo que ves.
Los ojos de color avellana de Norma se entrecerraron.
—En mi cabeza he visto inmensas naves espaciales que se desplazan en un instante. Veo poderosos ejércitos que cubren distancias increíbles en cuestión de segundos y cogen por sorpresa a las máquinas pensantes.
Venport veía la intensidad de su mirada, podía sentir su convicción y su sinceridad.
—Yo te creo, Norma. Creo en ti lo bastante para invertir el dinero que necesites, aunque no entienda qué haces. —Sonrió—. Estoy invirtiendo en ti.
Norma ya le había dado una estimación aproximada del capital que necesitaría para llevar adelante el proyecto. Venport aumentó la cifra en un cincuenta por ciento y después la dobló. Norma rara vez contaba con los retrasos imprevistos y otras cuestiones secundarías, y normalmente eran detalles muy costosos.
—Tu relación laboral con el savant Holtzman está rescindida —le anunció—. He hecho todos los arreglos necesarios; ya no tendrás que preocuparte por él. Puedes abandonar Poritrin cuando lo desees y trabajar donde tú quieras.
Norma lo abrazó complacida. A Venport le gustó la sinceridad y el afecto que vio en su sonrisa. No había ni una pizca de falsedad en ella.
—Eres muy amable, pero me gusta trabajar aquí. En Poritrin. He pasado veintisiete años en este lugar. No puedo recoger mis cosas sin más y marcharme a otro sitio.
—¿Por qué no vas a Rossak? —sugirió Keedair—. Tú eres de allí, ¿no es cierto?
Pero Venport negó con la cabeza antes de que Norma pudiera decir nada, pensando en Zufa Cenva y en lo decepcionada que se había mostrado siempre en relación con su hija.
—No, no creo que sea buena idea.
—Bueno, la inversión inicial y los gastos para poner el proyecto en marcha serán mucho menores si no tenemos que trasladarlo todo a otro planeta —señaló el mercader tlulaxa—. Y lord Bludd te ha ofrecido todas las garantías, ¿correcto?
Norma se dio unos toquecitos en la sien.
—Lo tengo todo aquí. —Se volvió hacia Venport con mirada soñadora y el hombre sintió una gran calidez y benevolencia en su interior—. Pero sí, preferiría no tener que perder tanto tiempo. ¿No hay algún sitio en Poritrin donde pueda seguir trabajando? Después de todo, mi casa está aquí.
Venport sonrió.
—Ya me lo esperaba, así que he estado husmeando por aquí, buscando un lugar donde puedas trabajar; unos alojamientos con el espacio y la luz que necesitas. Tengo la mirada puesta en un grupo abandonado de almacenes mineros y una fábrica de procesamiento que hay en un cañón lateral, río arriba. Creo que podría convertirse en el laboratorio de pruebas de una nave espacial a escala.
Los ojos de Keedair se movían con rapidez a un lado y a otro, como si estuviera haciendo cálculos.
—VenKee Enterprises tiene la infraestructura necesaria para hacerte llegar los fondos. Necesitamos un programa detallado donde especifiques la cantidad que necesitarás inicialmente y luego mes a mes.
La pequeña mujer parecía turbada, como si hubiera preferido volver a sus fórmulas en vez de participar en aquella conversación.
—De acuerdo, haré un presupuesto del programa de investigación y desarrollo en cuanto sepa cuándo puedo empezar.
—Otra cosa —dijo Keedair con tono firme—. Debes mantener tus investigaciones completamente en secreto. Ya sabemos que el savant Holtzman siempre está dispuesto a robar tus ideas y nuestras patentes. Necesitaremos un sistema de seguridad totalmente hermético que englobe a todos los que trabajen en el proyecto. Propongo que contratemos a un grupo de mercenarios que no deban lealtad a lord Bludd. —Miró a Venport, y este asintió.
Norma parecía desconcertada, porque su mente esotérica nunca se había planteado aquel tipo de problemas. Venport le tocó el brazo para tranquilizarla.
—Norma, ya has ofrecido a Holtzman y lord Bludd beneficios más que suficientes dejando que explotaran los escudos personales y los generadores de campo portátiles. Porque en parte la idea fue tuya. Holtzman no habría sido capaz de desarrollar unos conceptos semejantes.
Norma pareció sorprendida.
—Pero esa fue mi contribución al esfuerzo de guerra.
—Y son otros los que han disfrutado de los beneficios. Lord Bludd es uno de los nobles más ricos de la Liga gracias a ti. No quiero que nadie vuelva a aprovecharse de ti, mi querida Norma, aunque, si el proyecto avanza gracias a las inversiones de VenKee Enterprises, evidentemente la información nos pertenecerá. Así son los negocios.
—Como tú digas, Aurelius. Confío en ti. ¿Cuándo crees que podré empezar a construir el prototipo? Quiero que mis nuevos laboratorios estén preparados tan pronto, y tan cerca, como sea posible. Ya he hecho los cálculos.
Venport le rodeó los hombros con el brazo y le contó la idea que él y Keedair habían estado comentando.
—Conozco una forma de acelerar las cosas. Recientemente, mi socio y yo hemos comprado una vieja nave de carga para aumentar nuestra flota. En estos momentos la están reparando en un muelle espacial de Rossak. En lugar de construir una nueva nave, ¿crees que podrías modificar una ya terminada e introducir en ella tus motores? Keedair se encargará de que la tengas aquí para cuando esté listo tu laboratorio.
El y Keedair se miraron, y el tlulaxa asintió. Norma sonrió maravillada, llena de vida y energía.
—Cuanto antes mejor.
Donde una persona ve un motivo de alegría, otra solo ve motivo para la desesperación. Reza para que a ti te pase lo primero.
Sutra budislámico, interpretación zensuní
Después de un año de ingentes esfuerzos, de un enorme desembolso de dinero y recursos y de la muerte de un número incontable de esclavos en accidentes laborales, las últimas piezas de la falsa flota espacial se ensamblaron en órbita sobre el planeta de Poritrin. Ahora que el trabajo estaba prácticamente acabado, las fundiciones de los astilleros del delta se cerrarían.
Un día, a media tarde, los supervisores convocaron a las diferentes cuadrillas de trabajadores. Los cautivos salieron de los hangares llenos de humo, sucios, pestañeando, y permanecieron en las pistas pavimentadas desde donde se enviaban a la órbita los cargamentos. Cientos de almas desdichadas iban de un lado a otro, totalmente desorganizadas.
Ishmael sabía que pronto asignarían a todos los esclavos a nuevas tareas. Como siempre, la idea de que se avecinaban cambios le inquietaba, pues temía que le separan de Ozza o de sus dos hijas, como le había pasado a Aliid a pesar de todo, se aferraba a la esperanza de que Budalá mantendría a su familia unida. Los negreros de Poritrin no tenían ningún motivo para separarlos.
Pero en las fábricas veía a diario a Aliid, lleno de rabia por sus heridas emocionales, esperando siempre una oportunidad.
Hace mucho tiempo me separaron de mi mujer y de mi hijo recién nacido. Ya no me importa lo que puedan hacerme.
Ishmael tenía miedo de que su amigo hiciera alguna tontería.
Cuando Ishmael era pequeño, su abuelo siempre decía que había que tener fe en Dios, que era una arrogancia que una persona quisiera meterse en asuntos que solo incumbían a Budalá. Aun así, sentía una gran incertidumbre… y Aliid no parecía dispuesto a conformarse con aquello.
Mientras los jefes de las diferentes cuadrillas daban instrucciones tratando de distribuir a los esclavos en grupos, Ishmael se escurrió entre la multitud y se acercó a una cuadrilla que se encargaba del acabado y de pulir las piezas, a la que habían asignado a su mujer. Tocó el brazo de Ozza, y ella le cogió de la mano, intuyendo la presencia de su marido sin necesidad de volverse a mirar. Con tantos esclavos, los capataces no se molestarían en comprobar si cada uno estaba con el grupo que le correspondía. Les habría llevado todo el día.
Sin darse cuenta, con tanto gentío Ishmael y Ozza acabaron cerca del podio, donde había dos hombres pequeños junto al supervisor en jefe. El sol brillaba con fuerza y, después de la oscuridad de la fundición, los ojos de Ishmael aún no se habían adaptado del todo a la luz.
—Me pregunto si querrán anunciarnos otra celebración de su maravillosa sociedad —dijo Ozza acercándose mucho a su oído para que nadie oyera el comentario.
—No se me ocurre una razón peor para reunimos a todos.
Ishmael miró a los dos extraños. Obviamente, eran tlulaxa, los odiados comerciantes de esclavos. El más joven tenía rasgos angulosos, rostro afilado y ojos oscuros y muy juntos. Pero a Ishmael los rasgos del mayor le resultaban familiares. El hombre llevaba una trenza canosa que colgaba como una soga sobre uno de sus hombros. Habían pasado más de dos décadas, y en aquel entonces Ishmael no era más que un niño asustado, pero jamás olvidaría la cara del hombre que dirigió el asalto contra Harmonthep.
Su corazón latió con fuerza mientras un poderoso sentimiento de miedo y de ira lo embargaba. Había jurado vengarse de aquel hombre, destrozarlo. Lo que más deseaba en esos momentos era abalanzarse sobre el podio y coger al esclavista con sus fuertes manos. Es lo que habría hecho su amigo Aliid… Aliid, que siempre había despreciado a Ishmael por su paciencia y su fe ciega.
Pero la venganza no era lo que enseñaban los sutras zensuníes. Su abuelo se hubiera sentido profundamente decepcionado.
Está en las manos de Dios, no en las mías. Pero ¿debo limitarme a perdonar y olvidar?
Ozza lo miró, le tocó el rostro con suavidad. Estaba preocupada.
—¿Qué ocurre, Ishmael?
—Ese hombre… yo… —Calló; no fue capaz de decírselo. Su abuelo habría insistido en que aceptara, que perdonara. Le hubiera pedido que buscara una lección en todo aquello, que creciera como persona con cada nueva prueba y experiencia. Dios no garantizaba que todos los fieles tuvieran una vida tranquila… al menos no en este mundo. Los sutras enseñaban a los zensuníes a aceptar, soportar y esperar a que Budalá escogiera el momento.
Pero se hacía tan difícil…
Después de casi media hora de caos, finalmente los cientos de esclavos quedaron organizados por grupos y se calmaron. Al frente de la muchedumbre, Ishmael oyó que el supervisor hablaba con el tlulaxa de menor edad.
—Rekur Van, estos son todos los esclavos que tenemos hoy aquí. Llevan meses trabajando en el proyecto de las naves. No podemos prescindir de ellos.
—Aun así, quiero verlos. —El tlulaxa, delgado y ratonil, paseó la vista por los rostros y los cuerpos de la multitud. Tuk Keedair, el negrero que había capturado a Ishmael y a tantos zensuníes inocentes en Harmonthep, seguía en pie a su lado, con expresión aburrida. No parecía interesado en adquirir nuevos esclavos, pues el motivo que le había llevado a Poritrin era de una naturaleza muy distinta.
Bajo la atenta mirada de Ishmael, Rekur Van recorrió el podio tomando imágenes de la multitud con un pequeño artilugio y analizando a los esclavos.
—Se me ha pedido que haga un inventario de tus esclavos. Se les considera recursos del ejército de la Yihad. Los tlulaxa necesitamos urgentemente una gran cantidad de esclavos sanos con diversas estructuras óseas y tipo de piel. Es de máxima prioridad. —El capataz pareció alarmado, y Rekur Van bajó la voz a un gruñido—: Si te opones puedo conseguir una orden firmada por el mismísimo Gran Patriarca.
—No lo pongo en duda, Rekur —dijo Keedair con tono paciente y razonable—, pero no creo que sea necesario.
Con gran alboroto, un vehículo apareció sobre las aguas poco profundas del delta, rozando apenas la superficie, y luego siguió por tierra hasta la zona del podio. Acalorado, Tio Holtzman se dirigió hacia allí con expresión grave.
—¿Por qué interrumpís el importante trabajo de mis esclavos? Su labor es vital, y cualquier retraso es inexcusable.
—Tenemos un buen motivo, savant Holtzman —dijo Rekur Van, igualmente acalorado—. La Yihad necesita esclavos inmediatamente, y Poritrin era el mundo más cercano en mi ruta. Necesitamos muchos nuevos candidatos.
Ishmael tragó con dificultad y sujetó con fuerza el brazo de su esposa. Los dos miraron a su alrededor buscando a sus hijas, pero Chamal y Falina habían sido asignadas a diferentes equipos de soporte y no se veían por ningún lado.
—Mis esclavos no —dijo Holtzman con enojo—. Todos estos trabajadores se dedican a un proyecto vital para la protección de Poritrin en nuestras fábricas de armamento.