Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Omnius, frío y formal, pero con cierta indignación, dijo:
—Si logras tus propósitos, Vorian Atreides, tendrás que vivir con ello. No tardarás en darte cuenta de que la ineptitud de los humanos no puede reemplazar a las máquinas pensantes. ¿Es eso lo que deseas?
Con una sonrisa maliciosa, Vor señaló el principal punto débil del ordenador.
—Tenemos una ventaja que tú nunca podrás entender, Omnius, y eso será tu ruina.
—¿Y qué ventaja es esa, Vorian Atreides?
El oficial de cabellos oscuros se acercó más a la pantalla, como si fuera a decir la frase final de un buen chiste.
—Los humanos tenemos una capacidad inagotable de invención, y engañamos. Las máquinas no se dan cuenta de que se las puede engañar.
Omnius no respondió, estaba procesando la frase. Evidentemente, Vor sabía que también se puede engañar a los humanos, pero la supermente no podía pensar en esos términos. Ninguna máquina podía.
El ejército favorece la tecnología, y la tecnología da lugar a la anarquía, porque distribuye terribles máquinas de destrucción. Antes incluso de esta Yihad un solo hombre podía crear y aplicar la suficiente violencia para destruir un planeta entero. ¡Ya ha pasado! ¿Por qué creéis que el ordenador se convirtió en anatema?
S
ERENA
B
UTLER
,
Mítines de Zimia
Conforme menguaban en número, los cimek supervivientes veían cómo se debilitaba su conspiración contra Omnius. Las posibilidades de éxito, de que hubiera una nueva y luminosa Era de los Titanes, disminuían con cada año que pasaba. Veinte de los conquistadores originales se habían unido para derribar el Imperio Antiguo, pero después de perder a Ajax, Barbarroja, Alejandro, Tamerlán, Tlaloc y todos los demás, solo quedaban cuatro.
Ni mucho menos los suficientes para destruir a Omnius.
A veces, a Agamenón le habría gustado destruir todos aquellos parásitos ojos espía y huir al espacio para no regresar jamás. Podía llevarse a su amante con él, y a Dante… e incluso al tonto de Jerjes. Podían crear su propio imperio lejos de la opresiva supermente.
Pero eso sería un disparate. Un completo fracaso.
El general cimek dudaba que Omnius se molestara en perseguirlos, y ciertamente la supermente no entendía el concepto de venganza, pero Agamenón y sus camaradas habían sido titanes, gloriosos conquistadores del Imperio Antiguo. Si huían y desaparecían en la oscuridad, no serían más que cuatro supervivientes que no gobernaban a nadie, y eso sería mucho más humillante que la destrucción. No, Agamenón quería conquistar los Planetas Sincronizados. No se conformaría con nada que no fuera la dominación total.
Después de regresar de sus respectivas tareas y matanzas, aplastando los focos de rebelión que aparecían aleatoriamente por los Planetas Sincronizados, él y sus compañeros titanes se reunieron en la inmensidad del espacio.
Agamenón esperaba que pudieran reunirse en secreto, porque resultaba difícil trazar sus planes bajo el constante escrutinio de los ojos espía de Omnius, fijos o móviles. Pero esta vez, además de él, Juno, Dante y Jerjes, también les acompañaba Beowulf, que relativamente era un recién llegado, y él no sería capaz de burlar la vigilancia. Así que tendrían que ir con mucho cuidado.
A Agamenón siempre le costaba confiar en alguien, aunque se tratara de otro cimek que llevaba siglos con ellos. Los titanes tenían que ser muy precavidos. Aun así, al general le intrigaba la audacia de Beowulf.
Sus naves se acoplaron en el espacio, y las escotillas se unieron para formar un cúmulo de naves artificiales, como una estación espacial geométrica en el vacío, lejos de cualquier sistema solar. Las estrellas titilaban como joyas a su alrededor en la inmensidad del cosmos. En medio de ninguna parte.
Después de instalar su contenedor cerebral en un pequeño y resistente cuerpo móvil, Agamenón salió de su nave y recorrió el pasadizo que unía su escotilla a la nave de Juno. Luego fueron uno al lado del otro sobre sus patas segmentadas hasta la nave central. Dante entró desde el lado contrario.
Jerjes ya estaba allí, junto al cuerpo móvil de Beowulf. Se había tomado un descanso en su orgía de destrucción en Ix. Parecía agitado, o exultante, pero Agamenón ya estaba acostumbrado a que aquel titán con tan poca voluntad reaccionara de forma exagerada ante la mayoría de situaciones. Cuanto antes volviera a Ix, mejor.
Por encima de sus cabezas, los objetivos de los ojos espía móviles brillaban, grabando cada momento. A Agamenón aquella vigilancia constante lo irritaba, como le pasaba desde hacía once siglos.
—Salve lord Omnius —dijo con voz aburrida para iniciar formalmente la reunión.
No había un entusiasmo especial en sus palabras. La supermente electrónica no sabía interpretar las inflexiones de la voz.
—¡Al contrario! —dijo Beowulf con arrojo—. ¡Maldito sea Omnius! Que la supermente se marchite y los Planetas Sincronizados caigan en la ruina hasta que los cimek gobiernen de nuevo.
Sorprendida, Juno retrocedió su cuerpo con forma de cangrejo, aunque ella pensaba exactamente igual. Los ojos espía los miraron, y Agamenón se preguntó qué castigo les impondría Omnius una vez que hubiera analizado las grabaciones. No podían destruir los ojos espía antes de que informaran a la supermente, porque eso les delataría y arruinaría los planes que preparaban desde hacía siglos.
Gracias a las restricciones de programación que Barbarroja había introducido en su día, la supermente no podía matar a ninguno de los veinte titanes originales. Sin embargo, el temerario de Beowulf era un neocimek y no disfrutaba de esa protección. A pesar de su vulnerabilidad, él sólito acababa de dictar su sentencia de muerte.
Jerjes no pudo contener su alegría.
—Entonces ¿lo has hecho, Beowulf? ¿Lo has conseguido después de todo este tiempo?
—La reprogramación en sí era fácil. Lo difícil era hacerlo de forma que Omnius no sospechara. —Con un miembro segmentado, señaló los objetivos esféricos flotantes— . Estos ojos espía están grabando una versión totalmente artificial de nuestra reunión, una versión inocua. Omnius quedará satisfecho, y nosotros podremos poner en palabras pensamientos que necesitan salir a la luz.
—No… no entiendo —dijo Dante.
—Me parece que nos han engañado, amor mío —le dijo Juno a Agamenón.
—Espera y escucha —repuso él sin moverse. Sus fibras ópticas brillaron en dirección a Beowulf.
—Yo le metí en esto, Agamenón —dijo Jerjes con orgullo—. Beowulf detesta a Omnius tanto como nosotros, y lleva casi tanto tiempo como nosotros bajo su control. Creo que sus habilidades pueden aportar mucho a nuestros planes. Ahora al menos tendremos alguna posibilidad.
Agamenón casi no podía contener la indignación.
—¿Habéis conspirado contra Omnius y ahora pretendéis implicarnos a nosotros? Jerjes, eres más necio de lo que pensaba. ¿Acaso quieres destruirnos a todos?
—No, no, Agamenón. Beowulf es un genio de la programación, como Barbarroja. Ha encontrado la forma de crear un bucle para introducir grabaciones falsas en los ojos espía. Ahora podremos reunimos donde queramos y Omnius nunca se enterará.
Beowulf movió sus piernas mecánicas y dio dos pasos al frente.
—General Agamenón, fui instruido bajo la dirección de vuestro amigo Barbarroja. Él me enseñó cómo manipular a las máquinas pensantes, y he seguido investigando en secreto durante siglos. Tenía la esperanza de que los titanes odiarais la dominación de Omnius tanto como yo, pero no lo supe con seguridad hasta que Jerjes me abordó.
—Jerjes, nos has puesto a todos en un grave peligro —gruñó Agamenón.
Pero Dante, siempre tan lógico y metódico, señaló lo obvio.
—Nosotros cuatro solos somos muy pocos para lograr lo que queremos. Si otros cimek se unieran a nuestras filas, tendríamos más probabilidades de vencer a Omnius.
—Y también tendremos más probabilidades de que alguno de ellos nos traicione.
Pero hasta Juno estaba de acuerdo.
—Necesitamos sangre fresca, mi amor. Si no conseguimos nuevos conspiradores, podemos pasarnos otros mil años hablando y lamentándonos… los que sobrevivamos. Con ayuda de Beowulf al fin podremos avanzar. Hablando de forma abierta y frecuente, conseguiremos más en unos pocos meses de lo que hemos logrado en décadas.
Jerjes, todavía exaltado, dijo:
—Si no asumimos riesgos, significa que no somos mejores que los apáticos humanos que aguantaban los excesos del Imperio Antiguo.
Beowulf esperó a que los cimek decidieran su admisión en el grupo de conspiradores. Agamenón tuvo que admitir que, de todos los neocimek, Beowulf habría sido su primer candidato.
Aunque estaba molesto por el comportamiento unilateral de Jerjes, no podía rechazar aquella oferta. Finalmente dijo:
—Muy bien. Esto nos dará un respiro. —Hizo girar la torreta de su cabeza y escaneó a Juno, Dante, Jerjes y finalmente a Beowulf, que estaba expectante—. Si trabajamos unidos podremos lograr la caída de Omnius. La espera ha terminado, por fin.
Hay un momento para la victoria… y para la derrota.
I
BLIS
G
INJO
,
Opciones para la liberación total
Como esperaban la llegada a Poritrin del Gran Patriarca en cualquier momento, lord Bludd había preparado otro exuberante festival para que la población pudiera seguir celebrando su victoria sobre las máquinas pensantes. Se montaron carpas alrededor del anfiteatro de la orilla del río, se colgaron coloridos estandartes, se prepararon comilonas; todo para dar la bienvenida a Iblis Ginjo.
En medio de aquel caos, Aurelius Venport pensó que podría trasladar la nave anticuada al nuevo laboratorio sin llamar la atención.
Tuk Keedair había ido a Rossak para recoger la nave en el muelle donde estaba y había regresado al sistema de Poritrin justo en el momento oportuno. Todo el mundo estaba pendiente de los preparativos, así que Venport estaba seguro de poder llevar la gran nave hasta el complejo donde Norma Cenva tenía su nuevo laboratorio sin atraer apenas la atención. Quería llevar aquello lo más discretamente posible.
De todas formas, en realidad aquella noche no tenía muchas ganas de fiesta. Los beneficios del trabajo de Holtzman —o más bien, de Norma— habían dado a Poritrin una riqueza mayor que la que hubiera podido malgastar la persona más extravagante en una docena de vidas. Venport confiaba en que el nuevo proyecto de Norma les haría ganar una cantidad inimaginable de dinero.
Aunque el gran hangar aún no estaba terminado, Norma ya se había instalado. Lo primero que hizo fue transformar el espacio para oficinas de la vieja central minera para poder seguir estudiando y modificando sus cálculos.
Mientras los supervisores de la obra iban de un lado a otro por la zona vallada y daban instrucciones a las cuadrillas de trabajo para que realizaran las modificaciones necesarias, Norma volvió enseguida a sus diseños científicos.
Venport sonrió con expresión soñadora al pensar en la dedicación de la joven. A diferencia de la mayoría de la gente, que se pasaba la vida buscando el éxito o una existencia acomodada, la buena de Norma no tenía la menor duda de cuál era su misión. Su concentración era completa, y tenía un objetivo muy concreto.
Venport decidió ocuparse de todos los otros detalles, para no molestar al genio: iba y venía de Starda para solucionar la cuestión de los suministros y el equipo, el mobiliario y las cuadrillas temporales de trabajo. Para mayor seguridad, decidió que los esclavos que estaban trabajando en la construcción del hangar y la rehabilitación de las instalaciones no permanecieran allí el tiempo suficiente para darse cuenta de lo que Norma pensaba hacer realmente.
De momento, lord Bludd estaba satisfecho, y creía haber conseguido una fácil victoria financiera sobre Venport. Intuyendo aquel absurdo orgullo, Venport aprovechó para solicitar directamente a Bludd que le dejara usar temporalmente algunos esclavos preparados a cambio de una prima. Sin duda, el noble de Poritrin le había cobrado más de lo que valían los esclavos budislámicos. Pero Venport no tenía tiempo para regatear y enseñar a un nuevo contingente de trabajadores. Pronto partiría hacia Arrakis, donde trataría de capturar a la banda de forajidos que atacaba a los grupos de recolectores de especia del naib Dhartha.
Tuk Keedair se quedaría en Poritrin con Norma. Era un capataz muy severo, y se aseguraría de que los esclavos se comportaban y ayudaban a Norma a conseguir sus objetivos a tiempo. Como siempre, ella tenía sus reservas acerca del uso de esclavos, pero dadas las circunstancias, Venport no tenía elección. Los budislámicos eran la única fuerza de trabajo disponible en Poritrin.
A media tarde, Venport volvió al laboratorio aislado; dejó su lanzadera acuática en el estrecho cañón cuando el caudal del río se hizo demasiado escaso para navegar. El laboratorio y el hangar ocupaban una inmensa cueva que en otro tiempo quedaba detrás de una cascada, pero la cascada y el afluente del que recibía sus aguas habían desaparecido siglos atrás a causa de los proyectos de lord Niko Bludd relacionados con las necesidades agrícolas de Starda. El techo de la gruta quedaba a cielo abierto, aunque ahora estaba cubierto por un enorme hangar que se estaba construyendo sobre la meseta.
En el lado del precipicio habían instalado un ascensor para personas, y Venport lo utilizó para subir a lo alto del cañón. Rodeado de edificios de apoyo, el almacén reconvertido brillaba bajo la luz de media tarde. Su tejado en voladizo había sido desplazado hacia los lados para poder recibir la llegada del prototipo de nave.
Venport asintió con satisfacción al ver los grandes progresos. Esperaba que las instalaciones estuvieran listas antes de partir hacia Arrakis. Pasó a grandes zancadas por la entrada, ante los tres guardas locales que había contratado, buscó al supervisor y le pidió un informe sobre la marcha de las obras. Los esclavos estaban haciendo un pequeño descanso para comer, relajarse y rezar. Después volverían a su trabajo hasta bien entrada la noche.
Norma salió de sus oficinas y pestañeó a causa de la luz de la tarde, sorprendida al ver que ya había pasado un día entero. Venport se dirigió hacia ella sonriendo; como solía hacer, le dio un cálido abrazo. Su pelo se veía descuidado, pero el solo hecho de que no se diera aires o fingiera que era guapa la hacía mucho más atractiva a sus ojos.