Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Cuando el observador cree realmente la ilusión, esta se convierte en algo real.
M
AESTRO DE ARMAS
Z
ON
N
ORET
El maestro mercenario estaba sentado sobre un promontorio de roca y arena, junto a un altar de coral decorado con jacintos frescos. Aquel monumento en memoria de Manion el Inocente ofrecía consuelo y protección contra las máquinas demoníacas, aunque Jool Noret prefería confiar en sus habilidades para la lucha, como había hecho en Ix hacía más de un año.
El joven apartó la vista y miró a través del mar de arena que rodeaba su pequeña isla privada. Veía enemigos imaginarios, objetivos.
Noret solo llevaba puesto un taparrabos ceñido a la cintura. Se acuclilló, forzando los músculos hasta que le dolieron. Pero se negaba a cambiar de posición, a pestañear siquiera, aunque los hilillos de sudor caían sobre sus cejas y le entraban en los ojos.
Y entonces, con la velocidad del rayo, golpeó con su espada de impulsos. El borde disruptor se clavó en el aire en el punto exacto donde Noret quería.
Noret se había prometido no permitir que su habilidad para el combate disminuyera, ni siquiera cuando volvía a Ginaz entre combate y combate. Tenía que seguir entrenando con Chirox, seguir mejorando. Ya había modificado el algoritmo de adaptabilidad del mek mucho más allá de sus límites anteriores. Se probaba a sí mismo una y otra vez, y nunca estaba satisfecho. El sutil reloj de la edad iba avanzando en su interior, y no quería que el tiempo le hiciera perder agilidad. Un pensamiento curioso y enfermizo para un hombre que aún no había cumplido los veintitrés.
Unos meses atrás había vuelto a Ginaz con un grupo de veteranos que iban de camino a Salusa Secundus. Ninguno de aquellos mercenarios furiosos y atezados tenía ganas de perder el tiempo ociosamente por el soleado archipiélago, así que durante semanas estuvieron recorriendo el espacio, siguiendo el perímetro de los Planetas Sincronizados en busca de algún enemigo rezagado. Encontraron y destruyeron un par de naves robóticas de reconocimiento, pero, al ver que no había más objetivos a la vista, finalmente el transporte de tropas se dirigió hacia Rossak y Ginaz. Después de atravesar el cinturón de asteroides del sistema, llegaron al planeta oceánico.
A Noret no le importó. Deseaba volver a su isla, con Chirox, y afilar sus habilidades como una nanocuchilla. Para matar mejor a las máquinas.
Sin previo aviso, giró dando un salto en el aire y golpeó a su espalda. Desde pequeño había entrenado con diferentes armas, incluidos complejos aparatos que podían eliminar a una docena de robots de combate a la vez. Aun así, siempre volvía a la espada de impulsos de su padre. Era un arma arcaica, pero precisa. El uso de una espada requería de una habilidad que no hacía falta para utilizar granadas descodificadoras u otras armas de fuerza bruta.
Un combate requiere sobre todo precisión y sincronización, la aplicación correcta de los sentidos y el conocimiento que procede de la experiencia.
Cuando no estaba destinado a alguna misión del ejército de la Yihad, Jool Noret pasaba horas entrenando solo o con el
sensei
mek. Dado que no deseaba la compañía de otras personas, no había hecho amigos entre los otros soldados que entrenaban en la isla. Solo paraba para beber agua tibia o comer alimentos ligeros, lo suficiente para que su cuerpo pudiera seguir luchando, entrenando y mejorando.
Pronto estaría listo para volver al combate. Él se veía a sí mismo como un hombre cuya única razón de ser era eliminar máquinas pensantes. Algún día su temeridad le costaría la vida, pero antes se aseguraría de llevarse por delante a todos los siervos de Omnius que pudiera.
Abajo, en la arena pisoteada, algunos alumnos lo observaban en un respetuoso silencio. El
sensei
mek estaba con ellos. Noret los veía en su zona de visión periférica, pero no les prestó atención. Él mismo había aprendido mucho observando a su padre, así que podían mirar cuanto quisieran, pero no pensaba hacerles de profesor.
Noret dio la espalda a su público y siguió con sus ejercicios. La gente conocía sus hazañas por los informes de guerra que el Consejo de Veteranos difundía entre los mercenarios que se estaban recuperando y la multitud de entusiastas alumnos. Todos en la isla habían oído hablar de sus triunfos. En su primera misión, Jool Noret se había convertido prácticamente en una leyenda, ya que él solo colocó una bomba atómica que eliminó al Omnius-Ix. Después, en innumerables escaramuzas, derrotó a montones y montones de máquinas.
Pero Noret evitaba los elogios y se negaba a regodearse en la fama. Sentía que no lo merecía.
Sin embargo, en las últimas semanas, la cantidad de alumnos que iban a verlo entrenar ansiosos por aprender sus técnicas era cada vez mayor. Con la boca abierta, observaban sus ataques sobrehumanos contra el mek de combate.
El número de espectadores aumentaba. Algunos de los aspirantes a guerreros suplicaban abiertamente que les diera clases, pero él siempre se negaba.
—No puedo. Todavía no he aprendido lo que necesito saber.
Aunque trataba de ocultarlo, no quería dar clases porque se sentía culpable por la muerte de su padre. Su corazón era como una piedra. Sabía que algún día caería en combate, porque ese era el destino de los de su clase. Pero se prometió hacerlo rodeado de un halo de gloria, llevando sus capacidades al límite. El desinterés que sentía por su seguridad le permitía realizar proezas como las que todos veían durante sus entrenamientos. ¿Qué bien podía hacer ese tipo de combate a otros mercenarios, a no ser que quisieran que los mataran?
Cada día, Noret superaba el nivel más alto de combate que Chirox podía demostrar.
—Otros alumnos desean aprender de ti, maestro Jool Noret —dijo el robot de combate cuando el sol dorado empezaba a bajar sobre el extenso mar—. ¿No es un deber de Ginaz enviar más guerreros a la lucha?
Noret frunció el ceño.
—Mi deber es volver a la lucha. Tengo intención de partir en la siguiente nave. —Levantó su espada de impulsos, escenificando en su cabeza futuros combates contra las perversas máquinas pensantes.
Entonces uno de los alumnos más lanzados se acercó, se atrevió a dirigirse al famoso y solitario mercenario.
—Jool Noret, te admiramos. Eres un azote para Omnius.
—Yo solo hago mi trabajo.
El alumno tenía el pelo oscuro y una piel clara que, después de haberse quemado por efecto del sol y haberse pelado, finalmente se había cubierto de pecas. Era evidente que no era de Ginaz, y sin embargo, había ido hasta allí para aprender. Allí. Era por lo menos cinco años mayor que Noret, y su fuerza procedía de su robusto cuerpo y de sus poderosos músculos. Jamás poseería la agilidad de un diestro mercenario de Ginaz, pero eso no significaba que no tuviera el aspecto de un formidable guerrero.
—¿Por qué te niegas a enseñarnos, Jool Noret? Todos somos armas que esperan que alguien las forje.
Muy tranquilo, Noret repitió unas palabras que se habían convertido en un interminable mantra para él.
—Yo mismo sigo siendo indigno. No estoy preparado para enseñar a nadie.
El otro hombre habló con voz ronca.
—Me arriesgaré. Vengo de Tyndall. Hace ocho años las máquinas pensantes capturaron el planeta, mataron a millones de personas y esclavizaron al resto. Mis hermanas fueron asesinadas, y mis padres. —Sus ojos estaban muy abiertos, llenos de ira y de lágrimas—. Entonces el ejército de la Yihad lanzó una contraofensiva. Vinieron a Tyndall con un contingente abrumador de soldados y de mercenarios de Ginaz, y expulsaron a las máquinas. Soy libre y estoy vivo gracias a ellos. —El labio superior le temblaba—. He venido aquí porque quiero ser un mercenario. Quiero destruir máquinas. Quiero mi venganza. Por favor… enséñame.
—No puedo. —Noret trató de hacerse el fuerte ante la expresión alicaída del refugiado de Tyndall—. Sin embargo —dijo, volviéndose hacia Chirox después de pensarlo mucho—, no me opondré si tú deseas entrenar a los candidatos por mí.
Aunque era un entrenador poco ortodoxo y los instructores más veteranos lo miraban con bastante escepticismo, el robot de combate empezó a dar clases a los jadeantes y ambiciosos peregrinos que iban a la isla de Noret.
A los pocos días de partir su amo, Chirox aceptó a dos alumnos, luego a doce, y finalmente acabó dirigiendo varios turnos de entusiastas mercenarios, todas las horas del día y de la noche. Les enseñaba las técnicas básicas para destruir robots. Él no necesitaba descansar.
Cada día, muy temprano, los alumnos se entregaban a los entrenamientos con toda la vehemencia que podría desear un maestro. Todos querían ser como el legendario maestro de Ginaz, aunque cuando les preguntaban, ninguno sabía decir exactamente por qué su ídolo era diferente de otros mercenarios. Solo sabían que era excepcionalmente rápido.
Cuando el
sensei
mek consideraba que un alumno estaba preparado, lo enviaba para que se le aceptara como mercenario oficial de Ginaz. Después de proclamarse seguidores de Jool Noret, cada uno extraía un disco de coral de una canasta y adoptaba el espíritu de un mercenario caído.
Y entonces partían para poner sus habilidades al servicio del ejército de la Yihad.
Los cabos sueltos siempre se las arreglan para estrangularte.
G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Nuevas memorias
En el exterior de las cámaras del Consejo de la Yihad, un nuevo estandarte proclamaba:
¡Bela Tegeuse liberada!
Ahora que el Omnius local había sido destruido, el planeta estaba prácticamente desprotegido, esperando a que lo conquistaran… si el ejército de la Yihad podía reaccionar con la suficiente rapidez.
Hécate había cumplido su promesa, aunque se había tomado su tiempo para informar a Iblis Ginjo. El hombre no sabía nada. De haber conocido sus planes de antemano, podía haber tenido al ejército preparado para atacar y haberse atribuido el mérito de otra perfecta victoria.
Pero después de llevar tanto tiempo viviendo, la titán no parecía excesivamente preocupada. Cuando la presionó, ella se mostró petulante, hasta indignada.
—Le di a tu representante todos los detalles, tal como me indicaste. Quizá deberías comprobar si no se ha producido también un fallo general en vuestro sistema de comunicaciones. —A Iblis aquel tono burlón le molestó, pero Yorek Thurr insistía en que no había recibido ningún mensaje.
Bela Tegeuse seguía esperando, herido. Y el Gran Patriarca estaba convencido de que a aquellas alturas la respuesta llegaría demasiado tarde. A pesar de ello, dirigió un encendido debate en el Consejo. Incluso si fracasaba siempre podía decir que había tenido una visión.
Tras enterarse del ataque a Bela Tegeuse, Iblis preparó cuidadosamente una falsa carta y una petición de un grupo ficticio de supervivientes del desastre de Comati. Bajo el nombre de
guerreros por la paz
, estos supuestos humanos describían lo sucedido, la llegada de una misteriosa nave que había destruido al Omnius local, y suplicaban a la Liga de Nobles que enviaran ayuda militar inmediatamente, antes de que las máquinas pudieran recuperar el control.
—¡Las calles y edificios de Bela Tegeuse están cubiertos de máquinas destrozadas e inoperativas! El Omnius planetario no funciona. ¿Qué mejor oportunidad para atacarles? —dijo con su voz más persuasiva—. Grupos de civiles están atacando a las defensas robóticas supervivientes, pero no tienen capacidad militar. Esta es nuestra oportunidad de triunfar donde antes hemos fracasado. ¡Imaginad lo que significaría para la Yihad una victoria en Bela Tegeuse!
Pero otros, escocidos aún por la primera y sangrienta batalla que hubo en el planeta en los inicios de la Yihad, querían más información, querían enviar un equipo de reconocimiento, reunir una fuerza militar lo bastante importante para no correr riesgos. Iblis se sentía cada vez más decepcionado; sabía que, cada minuto que perdían, las máquinas se recuperaban un poco más.
Y Serena no estaba allí. Tras delegar en él parcialmente la responsabilidad de las decisiones, había regresado a la Ciudad de la Introspección para preparar su partida inminente hacia el sistema de Thalim, donde visitaría las granjas de órganos de Tlulax.
Antes las cosas funcionaban de forma mucho más eficaz, cuando él personalmente estaba al frente de todo.
El debate se dilató hasta bien entrada la noche. Un representante militar, el primero Vorian Atreides, estaba sentado a la mesa con una expresión tan turbada e impaciente como la de Iblis. Este oficial de alto rango, que había regresado recientemente después de establecer una avanzada militar en el planeta no alineado de Caladan, había hecho un anuncio sorprendente: contó que había utilizado una versión alterada de Omnius y había engañado a un capitán robot, que había entregado la mortífera versión a muchos de los Planetas Sincronizados.
Tras horas de debate, Vor dio un largo suspiro y comentó:
—Bela Tegeuse está ahí, esperando. Si seguimos hablando y hablando, no hará falta decidir nada. Omnius no esperará.
Esto hizo que algunos miembros del Consejo vacilaran. Dos de ellos se mostraron moderadamente de acuerdo, y los demás no les discutieron sus argumentos.
El Gran Patriarca veía a su compañero huido de la Tierra como un poderoso aliado, al menos en aquella cuestión. Viendo que la opinión general se volvía en favor de Vorian, Iblis recomendó:
—¡Escuchad al primero Atreides! Es un hombre de acción, un experto en estos asuntos. —Al mirar a los miembros del Consejo, Iblis se dio cuenta de que ahora seguían a Serena Butler, que ya no eran unos simples monigotes que hacían lo que él les decía. Eso le hizo sentirse extrañamente inepto. ¡Lo que había que hacer estaba tan claro!
Una puerta lateral se abrió en ese momento, y el primero Xavier Harkonnen entró apresuradamente después de terminar con los preparativos para acompañar a Serena a Tlulax. Se le veía cansado y ojeroso, y llevaba el uniforme inusualmente desaseado. Miró a los presentes en aquella sala abovedada, vio a Vorian Atreides y fue a sentarse a su lado.
—¿Ha establecido el Consejo algún plan?
—Demasiada cháchara —le contestó Vor en voz baja—. He recomendado que se envíen una o dos divisiones mientras preparamos un ataque en toda regla, pero apenas he terminado la frase ya estaban todos discutiendo. Algunos me apoyan, la mayoría seguramente, pero los pocos que no están convencidos están frenando el proceso. Algunos han utilizado tu oposición a la trampa que preparé con el virus informático en Anbus IV para desacreditarme.