La cruzada de las máquinas (26 page)

Read La cruzada de las máquinas Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
8.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Son realmente estúpidas, ¿verdad? —repuso Holtzman sonriendo.

Cuando la flota robótica se retiró del sistema de Poritrin, la victoria se celebró por todo lo alto. Todos estaban exultantes, incluso histéricos. Niko Bludd no reparó en gastos y dispuso banquetes, desfiles y actuaciones absolutamente extravagantes, además de diversos actos públicos que resultaron algo tediosos por su pomposidad. El savant Holtzman fue aclamado como un héroe de la Yihad, un conquistador de máquinas. Cuando alzaron sus vasos de ron de especia de Poritrin, algunos de los nobles hasta se acordaron de mencionar el nombre de Vorian Atreides, aunque solo de pasada.

Con el científico, lleno de orgullo, a su lado, lord Bludd pronunció discursos ruidosos y ebrios, golpeándose el pecho con aire triunfal.

—¡La libertad es un derecho humano fundamental!

Pero los esclavos budislámicos no tenían ningún motivo de celebración.

En los alrededores de las ahora calladas fundiciones y fábricas de producción del delta, en el exterior de los barracones, unos cuantos niños zensuníes miraban con la boca abierta los fuegos artificiales y escuchaban el lejano sonido de la música.

Los adultos prefirieron encerrarse dentro y consolarse hablando de sus recuerdos y su cultura. Mientras las celebraciones seguían su curso y los destellos de luz brotaban como crisantemos sobre el gran río de Poritrin, Ishmael estaba con sus compañeros esclavos, contando y escuchando historias del pasado de su pueblo. Mediante la narración de parábolas y leyendas, y de las sabias palabras de los sutras coránicos, mantenían vivo el recuerdo de cómo los zensuníes y los zenshiíes habían sido perseguidos en un mundo tras otro y habían buscado siempre un lugar tranquilo donde los dejaran en paz. Habían dado la espalda a la guerra de los malditos: máquinas demoníacas contra no creyentes. Ninguno de los dos bandos era digno de recibir el apoyo de los fieles, puesto que los budislámicos eran los elegidos de Dios, los guardianes de la verdadera sabiduría de los cielos.

Sin embargo, en aquellos momentos de tribulación era difícil conservar la fe.

—Tenemos que mantenernos fuertes —alentó Ishmael a sus compañeros—. Más fuertes que ninguno de esos intrusos.

Aliid, que había permanecido entre las sombras, los sorprendió con una objeción.

—Tal vez, Ishmael, pero en cualquier otro lugar los zensuníes y los zenshiíes son libres. —Tragó aire con los dientes apretados—. Si Bel Moulay estuviera aquí, todos los esclavos nos levantaríamos bajo su estandarte. Él nos enseñaría cómo escapar de este planeta.

—Pero Bel Moulay no está —dijo Ishmael reprendiéndole, sentado en una postura meditativa en el duro suelo—. Su levantamiento solo sirvió para que lo ejecutaran, y los demás hemos tenido que pagarlo muy caro durante años.

—A lo mejor Bel Moulay está muerto, pero yo no —dijo Aliid con un gruñido.

—No seré yo quien apremie a Dios, amigo mío. Algún día —prometió— encontraremos un mundo que podamos habitar y defender nosotros mismos. Nuestras vidas serán como Budalá quiera que sean.

Aliid tenía una expresión escéptica, pero los otros esclavos miraban a Ishmael con los ojos brillantes y los rostros esperanzados. Llevaba tantos años haciendo promesas a aquella gente que no sabía si él mismo podría conservar la esperanza mucho más.

Aun así, se obligó a hablar con tono decidido.

—Sí, y ese día habremos encontrado nuestro hogar.

25

La arena mantiene despejada la piel, y la mente.

Poema de campamento zensuní de Arrakis

Dos días después de que se le acabara el agua, Aziz pensó que iba a morir. Avanzaba trabajosamente por las rocas, por la arena que el viento azotaba, con los labios y los ojos cubiertos de un fino polvo que no conseguía quitarse. Veía espejismos, visiones, y ya casi no tenía esperanza.

El naib Dhartha le había mandado a aquella importante misión. Tenía que conseguir vivir unas horas más para completar la tarea que su abuelo le había encomendado. Era de vital importancia.

¿Y si fracaso? ¿Y si muero sin haber entregado el mensaje?
El padre de Aziz, Mahmad —el único hijo de Dhartha—, había sido fiel a la tribu y había trabajado diligentemente junto con los extraplanetarios en el puerto espacial. Mahmad dirigía buena parte del negocio de la melange, y era él quien trataba con Tuk Keedair y Aurelius Venport, que distribuían y vendían la especia por los territorios de la Liga de Nobles.

Cuatro años atrás, un viajero contagió a Mahmad una extraña enfermedad en Arrakis City. La enfermedad fue larga y dolorosa, y finalmente el hombre murió delirando. Algunos de los zensuníes más conservadores de las aldeas lejanas dijeron que aquello era un castigo por relacionarse con los forasteros. El viejo naib sintió un gran dolor por la muerte de su hijo, pero en Arrakis la muerte formaba parte de la vida, y consideró aquella perdida como parte de la continua batalla por la independencia, igual que lo hubiera sido caer en una batalla contra el enemigo.

Sin saber por dónde iba, Aziz siguió dando traspiés bajo el sol implacable. No había señal de los montagusanos. Esperaba que acudieran en su rescate… y pronto.

La riqueza derivada del comercio de la especia había permitido a los zensuníes llevar una vida acomodada. Dependían de lo que compraban en Arrakis City mucho más que de lo que podían arrancarle al desierto. Allá fuera, en el duro territorio de Arrakis, Aziz descubrió enseguida que no conocía las suficientes técnicas de supervivencia.

El joven hacía cuanto podía por anunciar su presencia: de noche encendía faros, de día emitía destellos ayudándose con espejos. No creía que el heroico Selim Montagusanos lo dejara morir siendo tan joven. Durante el ataque contra el grupo de recolectores de especia, el hombre le había mirado a los ojos, así que, a pesar de lo que decía su abuelo, creía conocer su corazón.

Selim y sus bandidos causaban a Dhartha muchos más problemas que las enfermedades extraplanetarias. Con los años, los ataques contra las caravanas de melange habían reducido notablemente los beneficios de las aldeas. A pesar de todo, el naib en ningún momento había pedido disculpas a Tuk Keedair por el descenso en la producción cuando el hombre iba a recoger los cargamentos a Arrakis City.

—Los bandidos son un problema interno —decía invariablemente para contestar a cualquier pregunta—. Dejad que nos ocupemos nosotros.

Disgustado, Keedair le amenazaba con enviar equipos de profesionales extraplanetarios al desierto, exploradores y asesinos a sueldo. Pero el abuelo de Aziz había prometido ocuparse del asunto, porque tenía tanto interés en que aquella relación comercial siguiera intacta, como en preservar la intimidad de su aldea. Así pues, fue con gran pesar que Dhartha envió a su joven nieto al desierto en busca de los bandidos para ofrecerles una tregua.

—En otro tiempo Selim fue miembro de nuestra tribu —le había dicho durante la puesta de sol hacía tres días, cuando Aziz se estaba preparando para partir. Estaban solos, sentados al calor del fuego—. De niño, Selim fue declarado culpable del delito de robar agua y fue exiliado al desierto. Pensábamos que moriría, pero de alguna forma logró sobrevivir.

—Sí, abuelo. —En las sombras de la cueva, los ojos de Aziz brillaban—. Y aprendió a montar a las bestias del desierto.

Los profundos ojos azules del anciano se humedecieron por el recuerdo.

—Desde entonces, mientras nosotros aprendíamos a recolectar y comercializar la melange, Selim Montagusanos reunía una banda de criminales para seguir imponiendo el terror entre nuestros recolectores. Sé que Selim me odia por la sentencia que le impuse, pero ya es hora de que uno de los dos perdone al otro… —Hizo una pausa—. O lo mate.

El viejo naib tenía aspecto cansado y roto, y Aziz sintió un profundo afecto por él. Se prometió a sí mismo que encontraría la forma de resolver el problema, de cerrar la brecha que separaba al naib Dhartha y a Selim Montagusanos.

—Debemos acabar con esta absurda enemistad y unirnos para defender nuestros intereses comunes. De lo contrario, los extraplanetarios nos dividirán y nos conquistarán. Y ni siquiera un forajido como Selim querría eso. Debes encontrarle, Aziz, y decirle lo que te he dicho.

Lleno de orgullo por aquella responsabilidad, el chico salió al desierto, afrontando el peligro con esperanza y determinación. Pero ya llevaba días allá fuera, y el desierto era fiero e implacable. Lo único que quería era acurrucarse y morir.

Acompañada por otros dos forajidos, Marha espiaba los pasos tambaleantes del joven. Había dejado ya de contar sus estúpidos fallos, y sabía que estaba a punto de morir. Selim decía que, en Arrakis, la incompetencia y la falta de atención llevaban a la muerte. El desierto había puesto a prueba a aquel joven y había decidido que no era apto.

En generaciones anteriores, los nómadas zensuníes de Arrakis habían aprendido a vivir en armonía con aquel medio inhóspito, pero Selim y sus seguidores habían ido un paso más allá y se las arreglaban incluso con menos recursos que las antiguas tribus. La banda de Selim vivía de su ingenio, y no dependía de ningún lujo, ni del agua o las herramientas de los decadentes mercaderes extraplanetarios de Arrakis City.

Ya hacía casi un año que Marha estaba con la banda de Selim.

Había aprendido a luchar con cuchillos, a sobrevivir a las tormentas de arena, a encontrar escondites en lo más profundo del desierto, a llamar y montar a Shai-Hulud. Ahora tenía su propio
chrys
, una hoja curva de color lechoso que en otro tiempo fue el diente de un gran gusano. Lo más caritativo habría sido rebanarle el cuello al joven para ahorrarle aquella muerte lenta y agónica.

Y entonces lo reconoció. Era el nieto del naib Dhartha. Sabía que Selim querría hablar con él, así que decidió mantenerlo con vida y que fuera Selim quien decidiera su suerte.

Bajo un cielo despejado y estrellado, los bandidos rodearon al muchacho, que estaba tendido, temblando de agotamiento y de sed al abrigo de las rocas. Al principio, Aziz pensó que estaba delirando. Las figuras oscuras se acercaban, haciéndose señas entre ellos, comunicándose mediante sonidos. Estaba tan débil que apenas podía levantar la cabeza.

Lo capturaron sin resistencia y, tras darle un vaso de preciosa agua, lo llevaron como si fuera un tronco seco. Él trató de decirles su nombre, de explicarles por qué estaba allí, pero sus palabras no eran más que un débil graznido. Finalmente, sonrió débilmente con sus labios agrietados y ensangrentados.

—Sabía que vendríais…

Selim Montagusanos y sus cuevas estaban lejos, pero los forajidos avanzaban con rapidez. Cuando llegaron al campamento, Marha se ocupó de que llevaran a Aziz a una pequeña habitación aislada, donde le dio más agua y algo de comer y dejó que durmiera para que se recuperara del agotamiento. Selim había salido a lomos de un gusano para atacar unos lejanos campos de especia, y aún tardaría un día en volver.

Mucho más tarde, el joven despertó en aquel lugar oscuro y fresco. Enseguida trató de incorporarse, pero estuvo a punto de desmayarse, así que volvió a tumbarse, con los ojos abiertos; miró las sombras tratando de situarse. Al oír la voz de Marha se sobresaltó.

—No solemos rescatar a necios como tú. Tienes suerte de que Shai-Hulud no te haya devorado. ¿Cómo te has aventurado en el desierto estando tan poco preparado?

Destapó un frasco de agua que había junto al jergón y dejó que bebiera. A pesar de las quemaduras de su piel y las cuencas hundidas de sus ojos, Aziz le sonrió.

—Tengo que encontrar a Selim Montagusanos. —Respiró hondo para recuperar la energía—. Soy…

Marha le interrumpió.

—Sé quién eres, el nieto del naib Dhartha. Solo tu valor como rehén me ha movido a no verter el agua de tu cuerpo. Quizá Selim te torturará hasta la muerte para vengar los crímenes de tu abuelo.

El chico dio un respingo.

—¡Mi abuelo es un buen hombre! Él solo desea…

—El naib Dhartha expulsó a Selim de la tribu, aunque sabía muy bien que el responsable de aquellos delitos era otro. No le importó que un huérfano inocente muriera para salvar a un miembro más importante de la tribu. El joven ladrón era consciente de su culpa, igual que tu abuelo. Pero Selim tuvo que pagar por ello.

Aziz parecía confundido. Evidentemente, nadie le había hablado nunca así de su abuelo.

—No es así como me lo han contado.

Marha encogió los hombros y frunció el ceño.

—El naib Dhartha ha abandonado los caminos del desierto por conveniencia de los mundos exteriores. La gente de vuestra aldea está viviendo una mentira. Es normal que les creas.

En las sombras, el joven la miró entrecerrando los ojos y la reconoció por la cicatriz de la ceja.

—Tú eras de las nuestras, pero huiste. Te vi cuando atacaste nuestra caravana.

Marha alzó el mentón.

—Quiero convertirme en la esposa de Selim Montagusanos. —Ella misma se sorprendió por la temeridad de sus palabras, pero era cierto, lo había decidido hacía un mes. De todos modos, todos los integrantes de la banda se habían dado cuenta.

Su voz se endureció.

—Lucho contra aquellos que buscan la destrucción de Shai-Hulud mediante la explotación de la especia, enviándola a mundos exteriores. El naib Dhartha es nuestro gran enemigo.

Aziz hizo un esfuerzo y se sentó en la cama.

—Pero os he traído un mensaje de mi abuelo. Desea hacer las paces con Selim Montagusanos. No hay necesidad de que continúe esta enemistad.

Marha le miró con desdén.

—Eso lo decidirá Selim.

Cuando Aziz despertó de nuevo en la oscuridad de la cueva, tardó unos segundos en darse cuenta de que había alguien sentado en completo silencio en la habitación, detrás de él. Y no era Marha.

—¿Eres… eres Selim Montagusanos?

—Muchos me buscan, pero solo unos pocos me encuentran. Pocos son los que vuelven para contarlo.

—He oído lo que se cuenta —dijo Aziz sintiéndose muy bravo. Se incorporó en la cama—. Ya te había visto antes, cuando atacaste nuestra caravana. No nos hiciste daño. Creo que eres un hombre de honor.

—No como tu abuelo.

Selim encendió un panel luminoso. Aunque no era muy intensa, a Aziz la luz le pareció increíblemente brillante después de haber pasado tanto tiempo a oscuras en la cueva.

—No me cabe duda de que adoras al naib, chico. Crees que si dirige la tribu es porque es una buena persona. Pero no le mires como si fuera un héroe. Y no te creas todo lo que dice de los héroes.

Other books

The Irish Healer by Nancy Herriman
The Stolen by T. S. Learner
MB02 - A Noble Groom by Jody Hedlund
Angel of Darkness by Cynthia Eden
Amber House: Neverwas by Kelly Moore, Tucker Reed, Larkin Reed
He Owns My Wife by Tinto Selvaggio
Tessili Academy by Robin Stephen
Below by O'Connor, Kaitlyn
The Azalea Assault by Alyse Carlson