La ciudad al final del tiempo (65 page)

Read La ciudad al final del tiempo Online

Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La ciudad al final del tiempo
13.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

La experiencia podía repetirse. Muy científico. Bidewell estaría orgulloso de ella.

Girando de nuevo, encontró al CB Tres a la Puerta del Infierno.

No debería estar haciéndolo todo el día, independientemente de la longitud del día. Escoge, Ginny. Aunque te equivoques
.

Ésa era su voz interior, no la de nadie más. La otra guardaba silencio. Estaba sola.

A solas, Ginny sabía que siempre se podía confiar en ella para equivocarse de camino, excepto cuando decidió ir al almacén verde. Pero incluso en ese caso, intentó deshacer la buena decisión aventurándose al exterior. Pero ahora no se trataba sólo de
su
elección. Las sumadoras los atraían para reunirse.

Entonces, ¿dónde estaban los demás? ¿Estaban ahí fuera buscándola en el puré, sus piedras guiándolas como ansiosas terriers que han sacado de paseo?

96

Cuánto más tiempo marchaba Jebrassy con Ghentun y Polybiblios, más comprendía cómo era vivir cerca de un Gran Eidolon… incluso con un fragmento.

Polybiblios parecía irradiar conocimiento. Cada hora, alguna importante y nueva colección de hechos y visiones llegaba a la conciencia de Jebrassy, llenándole de historia y ciencia hasta que su antiguo yo se sintió desubicado y superado.

Ghentun sentía también la influencia de la personificación… y manifestó su preocupación.

—Estás filtrando —le dijo a Polybiblios mientras permanecían detenidos, sin cascos, para descansar y examinar la nueva disposición del Caos que les rodeaba.

La personificación se agachó junto a ellos. Sus movimientos se habían vuelto más seguros y menos torpes, lejos del apoyo de la Torre Rota y todos los sirvientes y versiones del Bibliotecario. Iba adquiriendo una agilidad propia, una gracia que a Ghentun le recordaba un angelín. No era una sorpresa.

—Me disculpo. Intenté ser menos generoso.

—No me importa mucho —dijo Jebrassy en voz baja, mirando a los cambiantes rizos de piedra—. Sólo necesito algo de tiempo para ponerme a la altura. Tengo que pensar en algunas cosas y hacerlas mías.

—Por supuesto —dijo Polybiblios—. Hace mucho tiempo, los filósofos habrían jugado a un juego de preguntas con sus alumnos… o sus sirvientes. Cada pregunta, afirmaban los filósofos, forzaría a recuperar un conocimiento previo, instintos naturales con los que se nace. Lo que sientes podría no ser mi «filtración». Podrían ser tus propias cualidades, surgiendo justo en el momento adecuado.

Ghentun miró a un lado y agitó la cabeza.

—Nos has apartado del camino de la baliza. ¿Por qué?

—Volveremos a encontrar la baliza —dijo Polybiblios—. Se la pervirtió hace mucho tiempo, debes saber… poco después de la desaparición de mi hija, y Sangmer despareció yendo en su busca.

El rostro de Jebrassy se retorció por la desesperación.

—¿Por qué? —Su voz más interna todavía seguía diciéndole que la baliza era inalterable… lo único que podía guiarles hasta Nataraja, su destino final, su razón principal para existir—. Eso es imposible. ¿Quién haría tal cosa?

Polybiblios respondió a su furia evidente con una tristeza resignada, una expresión muy fácil para una versión de alguien tan viejo. No les respondió de inmediato.

—Apenas recuerdo a mi hija —dijo—. En la medida en que
era
mi hija, porque muchos participaron en su creación.

—Conocemos la historia —dijo Jebrassy.

—Hay tantas versiones de la historia —añadió Polybiblios—. Puede que la verdad yazca congelada en los escombros que apuntalan los cimientos del Kalpa. Tantas versiones a comparar con los fragmentos de memoria que he logrado recuperar.

Jebrassy bajó la voz y la cabeza, y dio vueltas a la personificación, con una furia profunda. Polybiblios siguió al progenie con ojos tranquilos pero no precisamente carente de miedo.

—Mi gente está ahí fuera, muriendo o algo peor…
¿sin razón?
—El progenie gruñó—. ¿Porque un
Eidolon
ha olvidado y otros han sido descuidados?

—En absoluto —dijo Polybiblios—. Entre Eidolones, todo tiene un propósito, en ocasiones más de uno. Mi yo superior conocía los rasgos de cambio que el Caos sufriría en el tiempo… su reducción gradual. La baliza ahora apunta a donde debemos estar. Al fin es correcta. Siéntate aquí. —Tocó el suelo con la mano enguantada.

Jebrassy miró entre la personificación y Ghentun, sin perder la furia… pero controlándola. ¿Significaba esto que los exploradores anteriores no habían tenido ni una oportunidad? ¿Que se habían sacrificado para distraer, ofrecer protección y preparar el futuro cuando unos pocos escogidos podrían triunfar?

Con un esfuerzo supremo, Jebrassy se sentó y miró al polvo negro y a las piedras antiguas y afiladas.

—El camino que seguimos se ajusta a la mejor versión que he extraído de las historias —dijo Polybiblios—. Haz uso de sus cualidades emergentes… piensa en Ishanaxade realizando el mismo viaje. Piensa en su dilatado sacrificio, para que las cosas vuelvan a estar bien.

—Nos hacíais buscar las narraciones y luego llevárnoslas con nosotros. Queríais que encontrásemos la historia real comprobándolas
todas
. Porque perdisteis la verdad. Fuisteis
descuidados
.

—No niego el descuido —dijo Polybiblios—. Pero coger el pasado, incluso de haber podido grabar perfectamente y almacenar decenas de billones de años, y guardarlo en un microcosmos, habría requerido, desde el punto de vista práctico, la misma energía que crear y buscar en una Babel. Y si hubiésemos tomado esa decisión, preservar una historia, o unas pocas ambiguas, no habría sido suficiente para poner en marcha el nuevo cosmos. No sería lo suficiente para distraer a Mnemosina y despertar al Durmiente.

—¿Durmiente? —Ghentun estaba sentado frente a la personificación y el progenie—. Es una idea muy antigua. Se supone que el Durmiente murió al final de la primera creación.

—El Padre de las Musas —dijo Polybiblios—. Brahma, le llamaban algunos hace mucho tiempo. Pero no está muerto. Simplemente aburrido… y por tanto, duerme.

—Suena a estupidez —dijo Jebrassy, luchando contra su propia comprensión creciente.
No quería saber
nada que pudiese reducir su furia.

Tiadba estaba ahí fuera. Era posible que jamás la encontrase…

Pero Polybiblios seguía desbordando, y en esta ocasión recibieron el roce de una emoción de Gran Eidolon.

Ishanaxade
.

Jebrassy y Ghentun se miraron y sintieron una forma de tristeza que no habían sentido antes… no era la tristeza que podría llegar a sentir un progenie o un Restaurador, sino una pérdida y una traición que sólo podía extenderse, envejecer, madura, y agudizarse, todo a la vez, entre miles de millones de personificaciones y angelines, por las alturas y recovecos de la Torre Rota… a lo largo de medio millón de años.

—Los Príncipes de Ciudad. Ellos alteraron la baliza.
Te
traicionaron —dijo Ghentun.

—Traicionaron a mi hija —dijo Polybiblios, apartando la vista, como si no pudiese soportar ningún espejo—. Es posible que todos la traicionásemos. Lo que debe haber sentido, después de tanto tiempo… oculta ahí fuera, esperando. O peor: capturada.

—Si conoces todas las historias, entonces conoces todos los finales —dijo Jebrassy—. ¿Cuál es el verdadero?

—Para una narración hay muchos más finales que principios —dijo Polybiblios—. Las mejores historias empiezan a la mitad, luego regresan al principio y a continuación alcanzan una conclusión que nadie había previsto. En ocasiones, cuando regresas al punto medio, la historia vuelve a cambiar. Al menos, así era cuando yo era joven.

La voz pareció hipnotizarles. Vieron una retícula rotatoria de destinos rodeando una forma diminuta e indefinida, apenas recordada tras tantas eras.

—Los Príncipes de Ciudad —dijo el Custodio, convirtiéndolo en una maldición.

—Acordaron enviar a Ishanaxade a un viaje secreto, sin que tú lo supieses —dijo Jebrassy—. Pero ¿por qué?

Ghentun unió las manos como si fuese a rezar.

—Ishanaxade se sacrificó para salvar al Bibliotecario. Se llevó la llave de la Babel más completa que el Bibliotecario había creado en la Torre Rota.

—Eso es cierto —dijo Polybiblios—. Independientemente de nuestros desacuerdos, el Astyanax y los otros Príncipes de Ciudad sabían…

—Que una Babel completa, con todas sus partes reunidas, disolvería lo que quedaba del viejo cosmos —dijo Ghentun… y luego comprendió que ese conocimiento no llegaba de Polybiblios. Era parte de una imagen que Astyanax había situado dentro de su mente—. Las musas, lo poco que quedaba de ellas, revivirían para examinar la mayor acumulación de narraciones… todas las posibles historias, todas las tonterías posibles.

—Pero tanto las tonterías como las narrativas necesarias para la creación, ya que siempre hay una proporción vastamente superior de tonterías en un cosmos nuevo —dijo la personificación, y se puso en pie—. Mi hija se sacrificó, cuando otros simplemente querían ver mi proyecto sin acabar, incompleto.

Ghentun dijo:

—Los Grandes Eidolones deseaban vivir la vida que les quedase, atrapados en el Kalpa, repitiendo sus diversiones, perdidos en un aburrimiento decadente pero también en el lujo extraordinario; querían que así fuese para
siempre
. —Se puso en pie con los puños al aire—.

querías reiniciar la creación. Eso habría sido el final para todos nosotros.

Polybiblios miró entre los dos, con mirada tan inocente como un niño… un niño extremadamente anciano.

—Eso esperaba, sí.

—Los Eidolones permitieron a Ishanaxade a cruzar el Caos —murmuró Jebrassy—. Pero sabían que Nataraja ya había muerto.

—Los Príncipes de Ciudad llegaron a un trato con el Tifón —concluyó Polybiblios—. Nos traicionaron a todos. Pero eso no significa que fracasásemos. Nada más lejos.

El aire en esta parte del Caos se iba volviendo cargado y desagradable. Juntos, como si hubiesen acordado en silencio que debía haber una pausa en la conversación, sellaron los cascos y se prepararon para moverse.

Después de empezar a hablar, Jebrassy preguntó:

—¿Qué es el Tifón, que puede hacer tratos?

—No puede saberse, joven progenie —dijo Polybiblios—. Pero el Kalpa debería haber caído hace tiempo. No ha sido así.

—Tú lo sabías, y aun así me permitiste enviar exploradores… —La furia dominaba a Ghentun. Ya le resultaba imposible expresarse con palabras.

Polybiblios miró al paisaje cambiante.

—Mi hija se llevó partes cruciales de mi creación, se las llevó a Nataraja… Lejos de los generadores de realidad. Nunca hubo otra posibilidad. Pero antes de irse nos pidió a ambos, al Astyanax y al Bibliotecario, que colaborásemos para rehacer la forma más antigua del ser humano que pudiésemos concebir, usando materia primordial. Nos pidió que asignásemos su cuidado y educación a los Restauradores. A mí exclusivamente me pidió la creación de las sumadoras y su entrelazamiento… la más sublime de las tecnologías Shen, más sutil incluso que los generadores de realidad o esta armadura. Y a mí exclusivamente me pidió que depositase en las sumadoras mis Babeles fragmentadas, como plan de contingencia… enviándolas al pasado para avanzar desde el comienzo del tiempo, susurrándose entre sí, y conectando a todos los que las tocaban. Ishanaxade fue la madre de la progenie antigua. Y ella es la madre de todos los que sueñan.


Es
la narración más impresionante de todas —admitió Ghentun—. Abandonó la ciudad, abandonó a Sangmer… abandonó todo lo que amaba y a todos los que la amaban. Y creía servir incluso al traicionar.

—¿Qué hay de Sangmer? —preguntó Jebrassy—. ¿Cómo pudo comprender algo así? ¿Llegó a encontrarla? ¿Qué fue de
él?
—Vivimos esa narración, joven progenie. Repetimos su carne y sus huesos, para tentarle a salir de su escondite. Y luego, cuando esté terminada, avanzaremos… o llegaremos a nuestra propia y abrupta conclusión.

97

Al pasar bajo la mirada congelada del primer círculo de gigantes, Ginny sintió algo menguar en ella. La burbuja de protección pareció hacerse más delgada y respirar se volvió más difícil. La piedra ya no tiraba de ella en una dirección concreta, sino que tiraba de ella por un lado, luego hacia atrás, luego hacia el otro, su insistencia cada vez más débil, hasta que finalmente Ginny quedó tan inmóvil como una de las estatuas, a la vista del desfiladero por donde había entrado en el valle.

Sólo se podía extraer una conclusión de la renuencia de la piedra a guiarla. O había avanzado demasiado lejos, o había viajado demasiado rápido… penetrando en un lugar donde una única piedra no podía protegerla.

Entonces, ¿a qué guiarla?

Se limpió los ojos y vio partículas de ceniza flotando por encima y a su alrededor, más que evidentes en contraste contra una montaña de hielo de rápida formación que colgaba al revés sobre el valle. Mientras miraba, agujas y flujos de azul zafiro crecieron del suelo en completo silencio. Tenía la cabeza inclinada y el cuello se le iba quedando rígido. Formaron un anillo de columnas alrededor del perímetro del valle, como para enjaular la Falsa Ciudad, la estructura central de jade. La niebla cubría los bordes montañosos, ganando la densidad de nubes reales, como las nubes de casa… si el hogar estaba ahora en algún lugar. Si realmente había crecido, si había vivido, si podía decirse que alguno de sus recuerdos fuese real…

Aquí fuera, los pináculos y pilares de hielo poseían una belleza sobrenatural más terrestre que Caótica, quizá como el fondo de un iceberg, o los Alpes invertidos. Resultaba extraño que algo imposible resultase más convincente, rodeado de cosas sólo muy improbables.

Su agotamiento se volvió tenebroso y profundo, y se tendió en la suavidad desigual de la burbuja, pero no cerró los ojos. No podía dormir… no había dormido desde que salió del almacén de Bidewell.

Pero si pudiese dormir —y si pudiese soñar— entonces sabía que su visitante, su otra, ya estaba en el interior de la fantasmal ciudad verde… y que Tiadba también había llegado al lugar equivocado.

Las habían engañado a las dos.

Las habían traicionado a las dos.

Ginny pensó en el horrible bruto rechoncho y en sus insinuaciones. Antes de irse ni siquiera había hablado con Jack o Bidewell. O Daniel. ¿Qué le habrían dicho?

Posiblemente le habrían dicho que
esperase
. Y por tanto, eso haría ahora que no tenía otra opción. Se quedaría tendida aquí, justo un poco por encima del fondo del valle, rodeada por montañas y gigantes paralizados, con una montaña de hielo invertida esperando caer en cualquier momento… y ella
esperaría
. Si era necesario, se quedaría aquí para siempre, cansándose cada vez más, hasta que simplemente se fuese flotando como un fragmento de ceniza sin peso.

Other books

The Silver Castle by Nancy Buckingham
El guardian de Lunitari by Paul B Thompson & Tonya R. Carter
Angels' Flight by Nalini Singh
Heartless Rebel by Lynn Raye Harris
Hitler Made Me a Jew by Nadia Gould
Sister of the Sun by Coleman, Clare;
#5 Icing on the Cake by Stephanie Perry Moore
Mistletoe Magic by Sydney Logan
Box That Watch Found by Gertrude Chandler Warner