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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (66 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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El momento de descanso se alargó. Intentó darse la vuelta… sintió que la burbuja se cerraba hasta que ya no podía moverse. Se tendió de espaldas, viendo cómo la montaña de hielo boqueaba el borde del fuego. El fuego se había vuelto de un naranja polvoriento, mientras su oscuridad interior se volvía de un púrpura grisáceo. El cielo arrugado más allá de la montaña de hielo quedaba lentamente oscurecido por neblinas azules, nubes bordeadas de un dorado glorioso. El mismo cielo se contraía.

Daba miedo y era hermoso.

Lo que había visto hasta ahora daba miedo y era desagradable.

—Está llegando algo
nuevo
—murmuró con labios entumecidos.

Con lo que se refería a algo
antiguo
.

98

Los tres —Jebrassy, Ghentun y la personificación del Bibliotecario— observaron la palidez sobre el centro del valle.

Habían recorrido muchos kilómetros, aproximándose en ocasiones a los más interiores de los llamados Dioses Muertos, que se miraban unos a otros a través de la planicie desigual. Sus rostros —si se les podía llamar así— parecían fijados en una arrogancia tranquila y reflexiva, informados por billones de años de cambios determinados por ellos mismos, inteligencia en control de toda la evolución; una variedad de rostros y formas tan bellos como incomprensibles, simultáneamente monstruosos y hermosos, como un mismo número de criaturas marinas dispersas por un arrecife inmenso y eterno.

—¿Vivirán de nuevo? —preguntó Ghentun. Polybiblios pareció a punto de responder.

—No queda tiempo para lecciones y filtraciones —dijo Jebrassy—. Adelante.

La personificación escuchó con paciente humor.

—El tiempo es efectivamente más corto. Pero, para otros, el tiempo sobre este valle no fluirá a la misma velocidad, ni tampoco en los mismos instantes. Esto es una Turbación. Todo paso, toda puerta, lanza a los que entran a un camino diferente hacia el centro.

—Creía que sólo quedaban dos destinos —dijo Ghentun.

—Destinos, sí… pero en una Turbación esos caminos pueden retorcerse hasta que parecen encontrarse en paralelo. Puedes saltar de uno al otro… pero son iguales, parte de una espiral. En muchas regiones del Caos, las reglas de lo muy diminuto controlan lo más grande. Debes girar dos veces para poder mirar en la misma dirección. Aquí la situación es todavía más complicada. Podemos ver lo que hay detrás de nosotros, parece haber un camino, una retirada, pero si damos la vuelta e intentamos irnos, fracasaremos.

—Podríamos saltar a la otra vía y llegar más rápido al centro, ¿no? —preguntó Jebrassy.

—No —dijo la personificación—. Estamos donde precisamos estar.

Por delante, las nubes reunidas se habían endurecido en una montaña invertida de hielo, sus bordes como hojas onduladas.

—Las vías se fundirán pronto —dijo la personificación—. El cosmos se encuentra en sus momentos finales. La revuelta de lo muy pequeño está a punto de comenzar… y no me refiero a
ti
, joven progenie. La presión sobre el Tifón crece. Ahí fuera, el antiguo amo no sabe
cómo
cambiar.

—¿Qué presión? —preguntó Ghentun.

—Esto es todo lo que queda. El Caos se ha reducido a dos círculos. Un círculo rodea este valle. El otro rodea lo que queda del Kalpa. Es posible que todavía haya un camino entre ellos, salpicado por fragmentos del pasado. No lo sé. Quizá también se haya cerrado. Fuera no hay nada. Tal es el legado del Tifón. A pesar de todo su poder, no puede dejar marca… sólo vacío. Intentó ser un dios, y fracasó. No queda sitio al que podamos ir. No hay huida.

—¿Todas las narraciones se quedan sin terminar? —preguntó Jebrassy, sin estar seguro, para luego mostrarse indignado.

—No. Si tenemos éxito, ni siquiera mi yo completo podría comprender lo que viene después. Seremos como niños frente a las maravillas. Hay una fuerza todavía mayor, que hasta ahora ha prestado muy poca atención a la mayoría de nuestros billones de siglos.

—Ajá. ¿El Durmiente? —Jebrassy estaba cansado de ser un ignorante hasta que le enseñaban. Quería aprender por sí mismo… aprender por su cuenta. Descubrir qué le había pasado a Tiadba.

Casi temía saberlo.

—La Turbación será la última oportunidad del Tifón —dijo la personificación—. Tendrá que capturarnos e impedir la unión de las sumadoras. Prestad atención a las sendas. Planeadores, Exploradores, Ascendentes, Silentes… si no tienen a dónde ir, vendrán a cazar aquí.

Se movieron hacia la cuenca y el centro verde del valle. Por delante, pilares azules de hielo crecían para unirse a los relucientes bordes invertidos de la montaña.

—Algo viene —dijo Jebrassy—. No son sendas. Ni monstruos. Otra cosa… lo siento.

—Yo también —dijo la personificación—. También lo sienten todos ellos.

Ahora podían oír un bramido débil y aullador… resonando de todas partes, horriblemente desagradable, como ahogamiento, chillido y gritos de advertencia todo mezclado.

Los gigantes que ocupaban las montañas se esforzaban por hablar. Algunos parecían esforzarse por moverse… agitando rígidamente penachos de ceniza y restos de los alrededores de sus bases.

—Ya lo han visto antes —dijo Polybiblios—. Es ésta la visión que llenó su sangre y tuétano y los convirtió en fósiles. Es contra lo que el Testigo ha intentado advertirnos durante media eternidad.

»El Tifón no tiene donde ocultarse. Viene aquí con todos sus sirvientes… todos los que ha capturado y atormentado. Aquí encontraremos a mi hija.

99

Ver no se había vuelto más fácil. Había presente una perversidad óptica que no se corregía por mucho que torcieses o entrecerrases los ojos. Incluso dentro de la cubierta protectora, que Jack esperaba no tener que explicar nunca, se sentía afrentado por las visiones que de alguna forma llegaban a sus ojos.

Cualquier lugar vivo mostraba crecimiento y deterioro por igual, como el montón de árboles muertos y vivos en un bosque, o incluso una ciudad quemada, pisoteada, aplastada por la guerra. Aquí sólo había mezquindad, una ausencia descorazonadora de ingenio, voluntad y entusiasmo… en resumen, un fallo deliberado de conservación y mantenimiento.

Ningún lugar mostraba sólo deterioro.

No se obtenía demasiado alivio descansando los ojos.

Jack era consciente de que Glaucous una vez más había estado intentando apresar su afecto y confianza, para enviar esos pececillos a uno u otro cesto… al suyo, y si no podía, al de Daniel. Daniel era falso, evidentemente… sin realmente escabullirse, se escabullía, y sin decir nada, mentía. Incluso la verdad surgiendo de sus labios era engañosa, porque ésos no eran
sus labios
. Glaucous era un poco mejor… de forma física sincera, pero esa forma era peor que las mentiras.

Aun así, tenían que permanecer juntos. Sus cuerpos rechazaban lo que había más allá de la burbuja. Uno sólo podía retrasarse seis o siete pasos —nadie se atrevía a más— antes de sufrir agotamiento, imposibilidad de respirar, dolores de cabeza, estornudos… sangre saliendo de nariz, orejas y dedos. Estaban completamente cubiertos de ceniza y restos de sangre seca. La burbuja permitía algo similar al olor: olores fantasma, locura y escocedura, acidez y enfermedad.

Se suponía que aquí no debía haber nadie.
Este lugar
no toleraba intrusos. Ahora apenas podían ver… durante cierta distancia, un punto de resplandor apagado, oscuridad inquieta a los lados, una oscuridad revuelta, nulidad gris, la ausencia total de nada y de todo, sólo ligeramente menos inquietante que las cosas más definidas que ya habían visto.

En ocasiones, los montones y las arrugas asumían los aspectos confusos de un paisaje, luego con la misma facilidad renunciaban a todo —una mala obra— y recuperaban el
vacío
.

Algo pareció rodear el vacío y girar brevemente, como estar atrapados en una rueda o un giroscopio. Pero luego se fue.

Era posible que nunca hubiese estado ahí.

El dibujo de la caja
.

Jack casi había perdido la esperanza con Ginny. No habían dado con ella ni con su rastro —la superficie bajo los zapatos era en su mayor parte roca antigua sólida—, pero sus sumadoras habían tirado de ellos exactamente igual que la de Ginny. O eso suponía, dado que las dos piedras de Daniel se comportaban como la de Jack.

Las ciudades vacías y muertas ahora quedaban atrás… cascos incomprensibles llegadas a la orilla desde tiempos muy lejanos y cortados, encallados y luego sometidos a inspecciones perversas, disecciones furiosas y finalmente —Jack intentó imaginarlo y reconstruirlo— un rechazo inquieto y furioso.

Ciudades enteras arrojadas como cadáveres rotos, marcadas y dispersadas con odio y confusión. Todos esos restos creados por algo sin estrellas, oscuro, infeliz, todopoderoso, pero incapaz de entender nada, ni dentro ni fuera.

Sus fantasías se desmadraban.

La voz ronca de Glaucous le sacó de sus ensoñaciones.

—Mientras dormíais, hice guardia. Hemos llegado a las inmediaciones de colinas o montañas.

—¿Cómo pudimos dormir? —protestó Daniel—. Caminábamos.

—Dormisteis, caminando o no.

Jack arrugó la nariz.

—Pesadillas sin sueño —propuso.

—Mentiras sin medida —replicó Daniel, y miró a Glaucous. Sus zapatos producían un sonido desagradable al caer sobre la burbuja y presionar sobre la piedra negra y desigual… un chirrido repetido.

—Caballeros —dijo Glaucous, como requiriendo urbanidad. Luego se detuvo y miró al frente, y sus ojos se abrieron—. No podría ser.

Jack y Daniel, irreflexivamente, avanzaron dos pasos antes de detenerse.

—¿No podría ser qué? —preguntó Jack.

—Soy un tipo sensato —insistió Glaucous, limpiándose con las mangas el sudor de las mejillas.

Ahora le tocó a Jack ver movimiento al frente… formas pequeñas y oscuras, bajas y elegantes, con largos bucles elevándose y agitándose. No eran desconocidas, y ciertamente en sí mismas no daban miedo. Y, sin embargo… ¡aquí!

—Gatos —dijo Jack. Daniel se volvió.

—Gatos asombrosos y capaces —dijo Glaucous—. Desplazadores poderosos y excelentes, y algunos son ventajistas. Dioses y amos de aquellos que reducen y roen.

Las formas se habían ido.

Glaucous respiró profundamente.

—Bien, en lo que se refiere a esas colinas y montañas —dijo—. Me las han descrito. Rodean un lugar infeliz. —Hizo como que cavaba una madriguera en el aire usando su palma—. Me han contado que es aquí donde la Polilla entrega a los pastores y sus piedras. Un cañón largo y poco profundo… como un valle rodeado por altos picos, bordeado por seres inexpresables tomados prisioneros en lugares lejanos. Y en su centro, un cuenco poco profundo con tres entradas entretejidas de destino, que confunden por igual a ventajistas y desplazadores.

»Aquí es donde gobierna la Princesa de Caliza.

100

La Falsa Ciudad

Tiadba había quedado envuelta en un capullo de polvo y fibra, como algo desechado y olvidado en una esquina. Le picaban los ojos y no se atrevía a levantar los dedos para limpiárselos… tanto las manos como la piel estaban cubiertas por una capa de arenilla afilada.

A menudo, tras muchas horas como cuentas ensartadas en collares interminables, sentía la arenilla moverse por su piel como si tuviese vida… No se imaginaba qué podría ser.

Descomposición viva, devoradora.

No le importaba demasiado.

Aquí, más allá del agotamiento, atrapada —una cuenta fría del collar, la siguiente ni fría ni caliente—, consumida y quemada hasta quedar abrasada, aun así capaz de seguir siendo dolor, sin que le importase si había dolor, sólo recuperando ocasionalmente recuerdos de sus compañeros —sus compañeros de marcha—, y cuando lo hacía la arenilla le picaba con más fuerza. Los recuerdos y los lamentos se habían convertido en diminutos fragmentos, afilados y vidriosos, recubriéndole la piel y atacándole los ojos.

Tiadba había visto a sus exploradores transportados por una reluciente senda fluida a través de un agujero como labios abiertos rodeados de llagas, hasta una enorme y lúgubre concavidad… había visto entes hinchados, babosos, largos y malévolos, apresurándose desde las lejanas paredes, oscilar sobre patas retorcidas y atacar con mandíbulas como cimitarras.

Mandíbulas que emitían humo y chispas.

Agarrando, clavando y quemando, para luego volver a correr a la inmensidad.

Tiadba se dobló. Si lo hacía con la fuerza suficiente, quizá pudiese plegarse sobre sí misma y desaparecer. Aquí podía pasar de todo.

Abrió sus ojos el tiempo suficiente para levantar la mano, manchada de sangre seca. Trozos de guante —jirones de la armadura muerta que ya no la protegía ni hablaba— intentaron relucir sobre sus dedos. Pero el recuerdo y la traición echaron los fragmentos, y terminó la labor de retirarlos, dejándola totalmente desnuda.

Todos estaban desnudos.

No supo cuánto tiempo pasó antes de que la levantaran y le limpiaran los ojos. Parpadeó ante la inmensidad de tinieblas, sombras y polvo.

Estaba de pie o la habían colocado rígidamente en lo que podría haber sido el costado de una colina bajo una enorme cubierta. Los límites de la cubierta parecían ondular, elevarse y caer, inseguros no sólo en color y brillo, sino también en distancia y dimensión. Aun así, algo llegaba, algo que se aproximaba y prometía ofrecerle proporción y perspectiva.

Algo… o alguien.

—Hola, nacida de inclusa.

Gotas de líquido frío y tranquilizador cayeron sobre sus ojos y luego los fijó en su lugar… para mirar sin parpadear al triángulo de blancura sin forma.

Una voz fría y cristalina de inmensa belleza y también tristeza se elevó y cayó sobre sus oídos, para luego introducirse palabra a palabra, lánguida, acariciando. Las palabras llenaron sus oídos y provocaron un dolor sordo y extendido.

—Obligué a Modeladores y Restauradores a crearte. ¿Me conoces?

La forma dentro de la nube triangular se definió. Sobre la mitad llegó una cara —bien formada, ojos grandes y profundos— triste, hermosa e imponente. En el interior de Tiadba fue surgiendo una emoción: reconocimiento
profundo
, instalado en el momento del nacimiento, ordenado para todos los suyos. De pronto deseó sentirse contenta. Esto era una reunión, lo que debería haber sido un momento de alegría.

—Te conozco —dijo.

—Y yo te conozco a ti. Me siento orgullosa, joven progenie. Rebosas sueños. Has hecho avanzar el tiempo… lo que se te diseñó para hacer. Pero ahora tu conexión con lo sucedido anteriormente es una maldición. Por venir sólo hay tumulto y tormento. Pero ahora, en nuestro último momento de paz, se me permite hacer una pregunta a todos los que llegan aquí. Tal es
mi
tortura… un instante de expectativa y esperanza.

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