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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (31 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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Este libro empezaba por el principio —abriendo la tapa por la derecha—, seguía hasta la mitad y concluía al final, cerca de la izquierda. Una vez transcrito, el lenguaje no resultaba muy diferente, lo que a Jebrassy le resultaba extraño… había pasado tanto tiempo.

—Se supone que es antiguo. ¿Por qué nos expresamos con tantas de las mismas palabras?

—Si fuese excesivamente extraño no podríamos leerlo —dijo Tiadba—. Y alguien quiere que lo leamos. O quizá nos han retenido —dijo—. No somos
naturales
. —En este punto Tiadba empleó la palabra que habitualmente describía la fácil introducción de un joven a un grupo de patrocinio—. Leamos en voz alta lo que tenemos hasta ahora. En realidad, no es tan difícil.

Tras un rato, Jebrassy tuvo otra duda.

—Sangmer no es progenie —dijo mientras alimentaba a los bichos con el contenido de una bolsita de cutoslupe y pares secos. Los bichos cantaron por lo bajo al masticar. Aparentemente a los bichos antiguos no les gustaban los pares, porque separaron los granos secos y los echaron por el borde de la mesa.

—¿Y? —dijo Tiadba—. Quizá fuese un Alzado.

—Algunas de las nuevas palabras son extrañas. Apenas las puedo pronunciar. ¿Cuál es ésta?

—Creo que es un número. Muy grande.

—¿Y qué es un «año luz»?

—Limítate a leer… Lo deduciremos sobre la marcha. Lee —le ordenó, tocándole la oreja con el dedo.

Jebrassy empezó de nuevo con decisión. Tiadba se ocupaba cuando vacilaba y juntos leyeron el preámbulo —las páginas introductorias— y dieron por supuesto, como inocentes recién salidos de la inclusa, que lo leído era cierto, aunque gran parte les resultaba incomprensible… simples sonidos surgiendo de la página, pero sonidos que transmitían cierto sentido espeluznante y convincente, como si ellos dos compartiesen algo innato con el autor y la gente que describía.

Recorrimos un trayecto destrozado entre galaxias rotas a bordo de una nave demente —morimos, revivimos y deseamos morir de nuevo— y llegamos a casa siguiendo un camino todavía más difícil, cargando con la salvación de la Tierra… y al regresar, nos encontramos astillados por nuestro triunfo, celebrados por nuestra locura, rodeados y adorados por aquellos que nos habían odiado como enemigos mortales.

De tal forma logré poder y una cierta libertad… y luego renuncié a todo por el amor que también perdí. A eso se reduce mi viaje al Dominio de los Shen, que afirmaban no descender de humanos, no tener ninguna relación de gens con las quinientas galaxias.

Lo cuento ahora para elevar el entusiasmo en un Kalpa que poco importa lo que hay más allá de sus muros, buscando una segunda exacción… permiso que no comisión, para realizar un último viaje, mucho más corto, mucho más peligroso, del que sin duda ninguno de nosotros volverá.

Jebrassy tomó aliento.

—No va a ser una historia feliz —dijo.

—Creo que tienes razón —dijo Tiadba.

Jebrassy apartó delicadamente a un insectoletra que se había subido al libro y juntos, con los dedos entrelazados, pasaron la página.

Descubrieron que lo siguiente era más difícil, sobre todo porque bichos cansados de ser reordenaron y se negaron a formar filas útiles.

Con el tiempo, Jebrassy cerró los ojos y dormitó. Tras asegurarse de que efectivamente estaba dormido, Tiadba se adelantó un dedo de página. Tenía la sensación de
sentir
el libro —sus conexiones, su forma— y que, si ella tuviese libertad, lo abriría instintivamente por las páginas que
casi
responderían a sus preguntas.

Mi esposa, condensada a partir de principios perdidos…

Nimbo reluciente, sombra eterna…

Ishanaxade… la mujer más terca, más inteligente y más poderosa que he conocido nunca, jamás reconciliada o incluso hecha carne. En nuestra vida, buscó la perfección por medio del conflicto, el perfeccionamiento por medio del enfrentamiento, corrigiendo por medio de la victoria y la derrota… La mayor contribución de Gens Simia al triunfo humano del Bilenio, afirmaba ella, con un extraño conocimiento que yo no me atrevía a discutir.

Y al igual que todos los Devas, se vinculaba a Gens Simia. Incluso la hija de un Gran Eidolon, única en sí misma, se aferraba a las familias del pasado… por muy artificiales que, ciertamente en su caso, puedan ser…

Mis ascendientes, de forma igualmente irracional —y como todos los Restauradores—, afirmaban descender de Gens Avia, una herencia que se remontaba a la Brillantez, asociaciones que ya nadie comprendía, pero que se valoran en lo poco que quedan.

En medio de nuestra boda, mis ascendientes insistieron en recolectar la tasa tradicional por la ingesta y deglución legendarias que la Gens Simia realizó en su momento contra nosotros: el Consumo. Perversamente, Ishanaxade se deleitaba con ese mito. Pagó la tasa con entusiasmo, y pronto descubrí por qué, cuando dejó claro dominio en nuestra cámara nupcial.

Se convirtió en la causa de nuestra primera disputa como compañeros unidos, una discusión estúpida sobre la Fiesta de Partes y Nidos. En medio de todas esas distracciones rituales y arcaicas, cedí… y soporté, manteniéndome en silencio, mientras ella me mordisqueaba la «pata» y mi «ala» y luego pasaba a mi «pechuga». Para conservar la dignidad tuve que controlar todas mis respuestas naturales.

Cuando alzó la vista para mirar los labios rojos por la sangre, y mientras mis tejidos volvían a crecer con rapidez, declaró que poseíamos un equilibrio perfecto… que ella siempre consumiría y que yo siempre ofreciese, y sobreviviría para recolectar mi mísera tasa.

Creo que bromeaba. Sin embargo, pronto me resultó inquietante.

Tiadba subrayó con el dedo esas últimas palabras, sin estar segura de su significado. Se sentía furiosamente inquieta ante lo que no podía comprender.

—¿Realmente se lo
comió?
—susurró, horrorizada. No estaba segura de querer que Jebrassy leyese esas partes y consideró arrancar la página; incluso le dio un tirón, pero era resistente.

Aun así, algo se agitó en su interior. La precisa disposición de palabras nada familiares se hundió profundamente, trayendo recuerdos que no creía haber vivido personalmente para tenerlos.

Medio dormida, antes de pasar otra página, miró a Jebrassy —tan tranquilo, tendido a su lado— y pensó en compañeros, parejas, amantes… a lo largo de todas las incomprensibles palabras del tiempo.

41

El Astyanax recibió a Ghentun de pie frente a un soporte transparente de relucientes instrumentos noöticos, que aplicaba meticulosamente —sin tocarlos— a un simulacro. El sujeto poseía un lejano parecido con uno de la progenie antigua, aunque más grande, más masivo, menos grácil y con menos pelaje.

A su alrededor la cámara se desplazaba siguiendo los caprichos del Gran Eidolon. En varias ocasiones Ghentun tuvo que apartarse para no recibir una quemadura, quedar congelado o ser simplemente aplastado. Por respeto, había establecido el manto al mínimo, pero ahora subrepticiamente reforzó la protección.

Y esto era el Astyanax intentando ser cortés.

—Me pregunto —dijo, girando el simulacro—. ¿Es éste
realmente
el aspecto que tenían nuestros antepasados terrestres? No es tan bonito como tu progenie antigua, eso está claro, pero en cierta forma, con su torpeza, con su crudeza, resulta más convincente.

—Muy convincente —dijo Ghentun—. Pero nunca lo sabremos. Esos registros se perdieron hace mucho tiempo.

—Es divertido elucubrar —comentó el Astyanax—. Si no te molesta tener un poco de competencia.

El simulacro, evidentemente asombrado, parpadeó mirándoles.

—¿Crees que si confirmase su forma y lo soltase en los Niveles,
soñaría
, Custodio? —preguntó el Astyanax—. ¿Se comportaría como se comportaron en su momento nuestros antepasados, despojándose de sus líneas de mundo desechadas, sus destinos no recorridos, cada vez que dormían?

Los Eidolones rara vez mencionaban el destino. Sus estructuras impedían variaciones en la quinta dimensión; todos los destinos se optimizaban automáticamente a un único camino. Tal inflexibilidad les volvía especialmente vulnerables al Caos.

Ghentun caminó alrededor del simulacro.

—Es una posibilidad —dijo.

—Si alguna vez pudiésemos recorrer a la inversa la hebra combinada de esta criatura y su gens —añadió el Astyanax—, conectando un
animal
tan sensible, formado por material primordial, con sus antepasados más cercanos, por remotos que estuviesen… ¿podría llegar a
atestiguar
esos tiempos perdidos? Tendríamos que asumir que su línea de mundo se enlazaría y conectaría con líneas de mundo similares, retrocausalmente… como la combinación de hebras genéticas primitivas.

—Es un experimento que se ha intentando. Siempre ha fallado —dijo Ghentun, sin estar seguro de lo que sabía el Príncipe de Ciudad, de lo que los Grandes Eidolones se habían contado unos a otros a lo largo de media eternidad de subterfugios.

—Y, sin embargo, precisamente eso es lo que buscas: confirmación de un hecho en el remoto pasado. La destrucción final, ¿no es cierto?

—Nunca se equivoca —dijo Ghentun.

El Astyanax congeló el simulacro y luego lo disolvió. La materia primordial formó una masa brillante sobre la plataforma.

—Un juego ocioso —dijo—. ¿Has hablado recientemente con el Bibliotecario?

—Hace setenta y cinco años visité la Torre Rota —dijo Ghentun—. Se acordó un encuentro para hablar de los Niveles, pero todavía no he sido convocado. —Sabía que no debía intentar ocultar verdades evidentes.

—A los angelines de la Torre Rota, Custodio, les comunicaste un cambio en los Niveles. Di por supuesto que con el tiempo
alguien
me lo haría saber. Después de todo, el Bibliotecario y yo hace tiempo que coparticipamos en este estudio.

—No es mi labor llevar mensajes entre Grandes Eidolones. —Ghentun sabía que le estaba provocando. No esperaba mucho más de un Eidolon… comparado con el Príncipe de Ciudad, él era menos que un pede cruzando un camino polvoriento.

—He oído que el Bibliotecario sigue trabajando en su solución radical para nuestras dificultades —dijo el Astyanax.

—De la Torre Rota descienden muchos rumores —dijo Ghentun—. No tengo información suficiente para saber qué debo creer.

El Astyanax le examinó. Podía ocultar muy poco; en segundos un Gran Eidolon podía mapear a un Restaurador.

—Restauradores y Modeladores llevan al menos medio millón de años ocupados con la variedad actual de progenie antigua.

—No me podría sorprender nada de lo que haga nuestra Modeladora. Rara vez hace lo que le pido.

El Astyanax manifestó cierta diversión. La dispersión posterior hizo que la capa de Ghentun emitiese luz.

—A veces tengo la sensación de que esta ciudad no se dejará controlar. Casi agradecería la oportunidad de ver cómo la administraría el Tifón.

A pesar de sí mismo, Ghentun se estremeció.

El Astyanax le observó con aprobación.

—Evidentemente no estás de ánimo para traicionar al Kalpa, Custodio. Ni tampoco traicionarías a tu Bibliotecario. Aquí no hay secretos, Restaurador… sólo tu ignorancia del pasado, de lo que realmente sucedió entre el Bibliotecario y los Príncipes de Ciudad. Aun así, me gustaría recibir una copia discreta y abierta de tu informe sobre los Niveles, el informe que entregarás al Bibliotecario cuando te convoque.

—Por supuesto —dijo Ghentun.

El Astyanax no hizo ningún gesto de despedida. Algo cambió en el aire de la cámara. Los angelines se estremecieron y difuminaron, en estado de gran alerta. Y con un estremecimiento de sorpresa, Ghentun comprendió que ahora tenía delante el yo primario del Príncipe de Ciudad, controlando directamente esta personificación, que parecía casi incapaz de cumplir su tarea. El resplandor se clavó en los ojos de Ghentun. Pero el color tonal de las palabras del epítome, surgidas directamente del núcleo del Príncipe de Ciudad, se volvió menos provocador, casi despreocupado.

En ese momento los angelines le concedieron a Ghentun concentración total, una especie de advertencia asombrada de que tal intimidad no tenía precedentes. La suya se había convertido en una reunión de supuestos iguales, y para los angelines resultaba casi intolerable.

—Le recuerdo más claramente como el Deva, Polybiblios —dijo el Príncipe de Ciudad—. Una cosita diminuta cuando llegó aquí por primera vez, comparado con lo que es ahora. Había traído tantos problemas junto con la gracia de la
supervivencia
.

»He apoyado, he intentado controlar, he vuelto a apoyar al Bibliotecario, intentado comprender sus planes, su forma de pensar… todo él. He fracasado. Incluso entre los Grandes Eidolones hay desigualdades y yo me he convertido en el inferior, de eso no hay duda. Pero hace tiempo que el Bibliotecario habría destruido lo que nos queda de tiempo, de no haber sido por los esfuerzos de los Príncipes de Ciudad. El Kalpa ha sobrevivido unos cientos de millones de años adicionales, muchos de ellos iguales a sí mismos, cierto, un reposo de anciano después de una juventud imprudente y una madurez interminable.

Entre ellos apareció una imagen simple: tres piezas de un puzle retorcido. Se unieron, formando una bola, muy marcada por patrones, más pequeña que el puño cerrado de Ghentun.

—Te entrego un recuerdo, Custodio. Un mensaje a entregar, si lo deseas. Surgirá de nuevo en el momento adecuado, cuando no quede tiempo. Hasta entonces, se hundirá en lo más profundo, invisible.

Ghentun sintió que su atención pasaba rápidamente a la izquierda y luego a la derecha. El puzle… bandas cambiantes entrelazadas alrededor de una cruz, el conjunto girando y rotando en el centro de… nada.

La nada le atrajo y durante un momento indefinido fijó sus pensamientos. Ghentun escuchó la voz del Astyanax, exquisita y absorbente. Incluso mientras se contaba la historia, que de inmediato se hundía y caía de su conciencia, Ghentun preguntó, estremeciéndome por su atrevimiento:

—¿Por qué la enviaste lejos?

La respuesta permaneció en su memoria inmediata a pesar de que todo lo demás se desvaneció.

—Dudo que pudiese comprender la humildad de un Eidolon, Restaurador. Pero en todas mis extensiones he intentando ser humilde. Preví un gran peligro para el Kalpa. Si todas las partes de la Babel se hubiesen unido, ese hecho habría provocado el final del Kalpa… y todo lo demás. Su terminación y unidad habrían seducido a las últimas grandes fuerzas del cosmos para
empezar de nuevo
: Brahma, la movilidad estática interior, que despertará; Mnemosina, la reconciliadora, que durante un tiempo caminó entre nosotros, pero que debe regresar a su verdadera naturaleza; y Shiva, que bailará en jubilosa destrucción. ¿Comprendes qué es una Babel, Custodio?

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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