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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (72 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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La forma central de sus sueños más ocultos se está reuniendo, puede sentir su movimiento… un enorme objeto giratorio, como el dibujo en la tapa de la caja: el símbolo del Durmiente. Esa fortaleza geométrica evitará el final durante un último momento, hasta que Brahma decida si quiere despertar o no.

Jebrassy cruza justo cuando una gran banda rotatoria pasa bajo él. No hay vuelta atrás, evidentemente.

Ha llegado a un lago translúcido de azul verdoso, el mismo color que las piezas de la musa recogidas por el Shen y a las que Polybiblios dio forma humana.

Se inicia la última parte de su viaje.

Hacia el grito.

113

Jack ha llegado al centro de la ciudad. Parece un centro —todo gira a su alrededor— aunque la escena está torcida y es difícil de describir, así que da la vuelta, mira por encima del hombro, luego se inclina y mira entre las piernas… a través de la última capa iridiscente de la burbuja. La piedra está caliente entre las manos, estremeciéndose por su propia emoción interna. Pero todo lo demás… muy frío.

El centro es un lago circular verde esmeralda rodeado por bandas circulares que giran y dan vueltas: los siempre en movimiento, los siempre cortantes barrotes cortantes de una prisión especial. Él está dentro. De alguna forma ha superado los cortes y tajadas. Las bandas son planas, sin grosor, y lisas, reflejando la luz con un lustre descarado y desafiante.

Sobre el lago se encuentra una cruz formada por dos cintas rectas. Desde cierto ángulo, las bandas giratorias se mueven tras la cruz… desde otro ángulo, la rodean… y desde un tercer ángulo, parecen dar vueltas delante.

Se parece mucho al símbolo grabado en la tapa de la caja puzle. Así que al fin se encuentra donde debe estar.

¿Y los otros?

En realidad ahora lo único que quiere es encontrar a Ginny. Si está aquí, está seguro de que siente mucho miedo… es lo que parece definir a Ginny. Valor por medio del miedo. Jack… sólo siente un poco de miedo, pero no tanto como Ginny. Incluso su pequeño miedo está cerca de paralizarle.

Es hora de ver las cosas mejor. Vuelve a girarse, refrescando la polaridad de su percepción y con eso crea una forma de claridad.

Bucles de gris claro caen y se mueven por los alrededores, formando en la distancia líneas de una cámara de partículas sobre el lago congelado, como una nieve verde… toda la nieve del mundo, sumándose para dar una ventisca peculiar aquí, en el final del tiempo.

El lago podría estar formado por hielo… hielo cristalino y verde.

Y en el centro del lago…

El Quid o corazón…

Un punto negro difuso. Demasiado alejado, demasiado pequeño para verlo con detalle desde su posición… simplemente una oscuridad nebulosa y sin dimensiones. Cerca, se abre otro hueco, tallado en el hielo. En el hueco ve un bonito resplandor actínico… mil millones de arcos de brillo azul. Allí se mueven formas indefinidas, lo suficientemente pequeñas para ser humanas —todas menos una, un cono nacarado con una luminosidad brillante en su parte superior—, una cara. Incluso desde su posición ve que es el rostro de una mujer… o al menos alguna forma de mujer espléndida.

Mirando a la forma a través de la luz azul, Jack se estremece. Sabe dónde está… y qué es
eso
, o qué era. La superficie helada del lago está marcada por todas partes, como si patinadores gigantescos hubiesen marcado senderos profundos, zanjas que se levantarían sobre su cabeza si se le ocurriese meterse dentro de una.

Los senderos torturados de la Reina de Blanco.

Y por tanto él
va
. La sumadora está caliente y tira de él. Si no la sostiene con fuerza y va con ella, parece probable que salte por sí sola, dejándole atrás, y se congelará, como uno de esos gigantes que ahora ven reunidos junto más allá de las bandas giratorias… las secciones en cinta de muchas esferas… una armilar. Así se llaman. En una ocasión vio algo similar en un museo.

La paradoja armilar es el símbolo de las sumadoras… anchos destinos entrelazados que se elevan y vuelven a caer.

Con respecto a esos gigantes. ¿Estaban allí antes? Lo ve en el lado opuesto de las bandas giratorias, reunidos como piezas extraordinarias de ajedrez, esperando el juicio intemporal. Son horrorosamente hermosos… él no está preparado para la tarea de estimar su grandeza, su antiguo poder. Verlos produce por sí mismo una forma de conocimiento, acceso a lo que fue en su momento una tremenda historia futura. Una vez, supuso, fueron jueces, constructores y activadores de galaxias… y luego se convirtieron en prisioneros, retenidos para presenciar la torpe e inane destrucción de todo lo que habían vivido y amado.

Ahora se congregan para aguardar otro juicio, otra conclusión. Los poderosos y gloriosos aguardan la llegada de lo diminuto y lo insignificante.

Jack tiene público.

Se aferra a la sumadora a pesar del entusiasmo de la piedra. Jack nunca deja caer nada.

Al pisar la superficie resbaladiza, formas negras y blancas se mueven alrededor de sus pies, precediéndole sobre el hielo verde: un río de pelaje silencioso y vengador.

114

Whitlow se muestra triunfante mientras se aproximan a la Reina de Blanco en su morada. Por encima, la magnífica confusión de la armilar produce un zumbido de fondo.

El Quid se encuentra en el punto negro alrededor del cual gira este sistema majestuoso. Whitlow está exultante. Estuvieron justo ahí… en el centro. Son poderosos y gozan de privilegios. Recibirán una espléndida recompensa por su éxito. Todo lo prometido se logrará al fin.

La Polilla está por encima, alrededor, por todas partes… guiándole, con un entusiasmo sedoso y polvoriento.

Delante, Glaucous puede distinguir, a través de una retícula de sombras que cambian continuamente, a uno de los pastores… la chica, Virginia, caminando cautelosamente sobre el hielo. La ayudan unos gatos. Él y Whitlow pronto llegarán hasta ella.

Glaucous se arma de valor.

—Una conclusión brillante —le dice Whitlow—. Precisamos presentar sólo un pastor, una sumadora frente al mismo Tifón, el amo de la Princesa de Caliza, para obtener el paso. ¡Oh, tal premio en tal momento!

Glaucous se mueve con cautela. A su alrededor, las grietas y cortes ansían la caída del torpe. Se pregunta cómo podrán hacer para retirar a la chica y entregarla… antes de que los gatos hagan lo que deben hacer los gatos.

La Polilla les roza para alertarles. Otros visitantes cruzan el lago verde circular. Incluso en la distancia, Glaucous reconoce a su presa: Jack. El chico sigue a un contingente aún mayor de felinos, como una algodonosa manta gris.

Los gatos, siempre amigos de los libros y las narraciones… siempre dispuestos a asistir a la lectura de una historia sentándose en el regazo y ronroneando. La muerte de todos los relatos no les hace sentirse felices.

La Polilla vuelve a tocarle el hombro. Ahora hay un tercero en el lago. Es Daniel, el mal pastor. Daniel viene sin gatos. Se mueve solo.

—Piensa en las profundidades del tiempo —sigue soltando Whitlow con reverencia—. Más allá de nuestra comprensión. Y, sin embargo, aquí estamos, entre los pocos, los últimos. Me hace sentirme
orgulloso
. Todos los pesares justificados. Todos nuestros pobres actos.

Glaucous asiente sin pensar, concentrado en el Quid, el centro… todavía esforzándose por tirar de una última buena hebra de destino.

Más allá de la jaula giratoria, fantasmagóricamente familiar de todas las cajas puzle que había capturado y que habían lanzado junto con sus pastores al Ansia: un público horrible, gigantes surgidos de sus peores pesadillas. Que una pesadilla como él sufriese pesadillas le parecía de lo más adecuado.

La peor pesadilla de todas: ser lanzado a la parte posterior del carro del cazador de pájaros, saltando con cada adoquín dentro de una maraña de plumas… y luego oír las uñas de las ratas surgiendo de las alcantarillas de lodo y suciedad.

115

Sobre el lago de hielo verde, desde tres direcciones, los viajeros se acercan al centro de la fortaleza armilar.

Jebrassy con su armadura pisa con cuidado la superficie lisa. El Kalpa tiene dos últimas voces: la voz de su armadura y la suya.

—Nos vigilan —le dice la armadura, algo que él ya sabe. Los gigantes del valle de los Dioses Muertos. Le recuerdan a contadores de puntos en las pequeñas guerras, presidiendo sobre el final de juego pero a los que ciertas reglas les prohíben intervenir, posiblemente porque realmente
estén
muertos.

Cosa que no parece impedirle actuar a nada de lo que hay en el Caos. Simplemente se alegra de que no se acerquen más.

—Se acercan Silentes —le advierte la armadura—. Puede que la armilar les retenga. Se han congregado las sumadoras… la fortaleza rotatoria es su cáscara de nacimiento.

Jebrassy no está seguro de cómo tomarse nada de eso. Está concentrado en la trémula bóveda esbozada por los arcos de luz azul. Ahí debe estar Tiadba; está seguro.

—En los alrededores no hay armaduras intactas. Pero hay progenies. Y otros.

Jebrassy es consciente de esos otros, moviéndose hacia el interior, como él.

—¿Quiénes son? —pregunta.

—Peregrinos.

—¿Como yo?

—Muy parecidos a ti.

—¿Mi visitante?

—Desconocido.

Asiente y se detiene para pensarlo. En cualquier otro lugar, en cualquier otro punto de su joven vida, habría dicho que ahí fuera había fantasmas… pero ahora la realidad se mueve sobre una escala deslizante. Esos peregrinos podrían ser menos reales que él mismo, pero más reales que los Silentes o los Dioses Muertos.

Uno vino a él en sueños. ¿Y es esto más real que un sueño? Aun así, sospecha que todavía quedan algunas reglas. No puede pasar cualquier cosa. Es posible que aquí sean posibles menos cosas que ahí fuera, en el Caos.

Trabajo de equipo. Cumple con tu parte
.

La voz de su otro le produce cierto alivio. Están cerca.

—¿Dónde está Tiadba? —pregunta.

—Desconocido —responde la armadura.

—¿Está viva?

—Desconocido.

—Todo se contrae.

—Sí.

—¿Estoy haciendo lo correcto?

—No hay vuelta atrás.

—¿Me desmoronaré como el Custodio?

—Desconocido.

Jebrassy agita la cabeza. Todos han llegado de tan lejos… ni siquiera puede empezar a entender cuánto. Sin embargo, no se siente pequeño. Por una vez se siente enorme. Más grande incluso que los Dioses Muertos, y ciertamente más poderoso. Más poderoso que cualquier Eidolon. Intenta imaginarse el Kalpa… pero todo eso ya ha desaparecido. Intenta imaginarse cómo fue en su momento Nataraja… ahora convertida en una trampa moral y, como mínimo, comprimida contra lo giratorio y rotatorio que rodea y protege el duro, resbaladizo y muy frío lago.

No por primera vez intenta imaginar cómo fue en su día todo el cosmos.

—Va a terminar en unos momentos, ¿no es así?

—Desconocido.

—¿Algo que quieras decirme?

—Sí.

La voz de la armadura se transformó en sus oídos en un susurro dulce, como arena en movimiento. Jebrassy no quiere estar totalmente solo aquí fuera. El lago y el giro cambian de perspectiva en cuanto él se mueve. Así que mira directamente a la luz azul. Todavía se aferra a la pequeña escultura que le dio Polybiblios.

Apenas audible, la voz de la armadura dice:

—Has llegado. Termina el viaje desnudo.

—¿No moriré?

No hay respuesta.

Se agacha en el hielo, respira hondo tras el visor, y empieza a quitarse la armadura, primero el casco, luego el torso y finalmente los brazos y las piernas. Sale con facilidad, como pelar un torso demasiado maduro.

Al desnudarse, una criatura que no se parece a nada del Kalpa se le acerca. Apenas tiene la longitud de su brazo, tiene cuatro patas y está cubierta por un material negro y blanco que parece tan suave como el pelaje de la nariz de Tiadba.

—He soñado contigo —dice—. Te llamas… —sus labios y lengua se esfuerzan—
Gatt
.

La criatura camina lentamente a su alrededor, examinándole, y luego sale corriendo. Aparentemente, él no es lo que busca.

Jebrassy se pone en pie vistiendo sólo las ropas que llevaba puestas cuando salió del Kalpa. El hielo es frío bajo los pies. Todo es excepcionalmente frío. Peor aún, siente que su peso se reduce. Eso le hace sentirse mareado. Espera no saltar volando y flotar por ahí.

Pero no sabe por qué no debería ser así. Evidentemente, las últimas de las viejas reglas —imitadas, rehechas y finalmente ignoradas y maltratadas— desaparecen.

116

Jack apenas puede sostener la piedra de caliente que está. Pero no la suelta. Por lo que a él respecta, puede convertirle los dedos en cenizas. Sabe que Ginny estará sosteniendo la suya… ¿y Daniel?

Sobre el hielo verde surgen venas azules, que se ponen a cortar y a retorcer.

Hay dos caminos… desde hace un tiempo sólo ha habido dos caminos, al menos desde que fue en bicicleta en piloto automático y vio la tijereta entre los almacenes.

Pero no sabe qué camino es éste.

Vuelve a ir en piloto automático.

Viendo con otros ojos.

Mirando a pies diferentes, desnudos, viendo cómo un gato se acerca con la cola levantada.


Gatt
—dice con labios entumecidos.

117

Tiadba no siente casi nada. Ya no ve a sus compañeros… se encuentran en el límite de su visión, formas negras de carne y ropas abandonadas, ni vivas ni muertas, ni siquiera dormidas.

Mejor si estuviesen muertos.

La presencia femenina se extiende como una capa envolvente. Pero ahora hay
dos
presencias. Puede sentirlas a las dos…

Una es fría y aterradora, gritando en la oscuridad, buscando a sus niños perdidos para destruirlos, rodeada por esta prisión giratoria que se siente más que se ve.

Y la otra… antigua, repleta de potencial.

La prisión retendrá a una y liberará a la otra.

Animales la rozan, olisquean sus pies desnudos, se frotan contra sus brazos, se van. Van a la caza de algo pequeño y débil.

—Gatt —dice. Luego vuelve a probar—.
Gatos
.

118

Ginny presta tanta atención a la otra capa de visión y experiencias —Tiadba perdida— que no siente el toque en el hombro hasta que no es demasiado tarde.

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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